A
don Rafael Ballesteros.
Si el texto
de Chesterton que he leído fuera de un alumno mío le diría que carece de una
estructura clara, que existen elipsis que no se justifican en el argumento, que
el tempo narrativo es disarmónico… Que los personajes no están bien delineados,
que se sostienen en pie a duras penas… Los espacios novelescos, apenas
descritos, parecen mala carpintería de teatro ambulante. Todo ello podría
llevar a la conclusión de que la obra no me ha gustado, pero esta conclusión
sería errónea. Es cierto que la obra se desarrolla en medio de un cierto caos
por lo ya dicho -en algún momento he pensado que fuera la traducción-, pero creo
que, dicho todo ello, Chesterton lleva al lector por los caminos que quiso. El
inglés publicó esta obra en 1927 cuando ya tenía larga experiencia como
novelista y, por supuesto, como escritor y había probado sobradamente sus
capacidades… ¿Por qué entonces tengo esta más que impresión que me surge tras
la lectura de la novela? La explicación es simple: nada de todo cuanto en la
novela flojea, a mi juicio, tenía interés para su autor en esta obra. Luego…
¡luego lo que le interesaba es aquello que podríamos llamar el contenido, el
argumento…! El libro, según averiguo, estuvo un tiempo sin editar tras llevar
tiempo escrito. Es por ello que la obra se la dedica al valiente editor que le
dio luz y en la dedicatoria que le hizo al editor, opino, se confirma mi tesis:
“Mi querido Titterton, esta parábola dirigida a los reformadores sociales fue
pensada y escrita, en parte, mucho antes de la guerra, por lo que con respecto
a ciertas cosas, desde el fascismo a las danzas negras, carecía por completo de
una intención profética”.
En el fondo
para Chesterton como para todos aquellos que amamos a don Quijote lo que nos
asombra es que, loco o cuerdo, Alonso Quijano el Bueno, es coherente. Eso que
se llama unidad de vida se da al milímetro en don Quijote quien se lanza al
mundo movido por una idea del bien. El caballero Chesterton no puede dejar de
admirar a alguien que es consecuente con aquello que piense, aunque le vaya la
vida en ello. Podremos reír o llorar ante lo que piensa y hace don Quijote,
podremos ponernos de parte de Sancho, pero siempre nos gustaría tener el arrojo
y la falta de respetos humanos para hacer aquello que creemos lo mejor… Esto
entiendo es lo que le interesa al inglés de nuestro antepasado, el universal
don Alonso Quijano.
Será la
coherencia la que lleve a Chesterton a conducirnos por unos vericuetos en los
que la lógica se imponga y así, de un juego -¡qué serios son los juegos!- nos
lleva al extremo donde todos quedan boquiabiertos: reaccionarios y progresistas
se ven retratados, y atrapados, en la lógica de este inglés guasón y divertido
que, como si tal cosa, demuestra que los nobles no son tales y que los
progresistas atan las mismas berzas con idénticos espartillos. Al final, sobre
berzas, pepinos, melones… de esa huerta siempre cabalgará el idealismo de don
Quijote y de quienes, como él, son capaces de jugarse la vida al tablero,
capaces de exponerse al ridículo, a las risas, a las burlas.
Necesitaría de un tiempo del que no dispongo
para saber cuál fue el último libro que leí de Chesterton y cuándo:
posiblemente El candor del Padre Brown
y hará más de treinta años…, porque más recientemente leí una biografía sobre
él de la que di cuenta en este blog…, que consulto ¡¡y rectifico!! El último
libro que he leído de Chesterton… fue La
sabiduría del padre Brown en agosto de 2012 (https://antoniojosealcalavique.blogspot.com.es/2012/08/la-sabiduria-del-padre-brown-gk.html).
Cierro con otra sorpresa que no vi nunca
antes. Nunca hubiera pensado en el parentesco
novelístico-creativo entre Ramón (Gómez de la Serna, ¡no hay otro Ramón!) y
Chesterton… Leyendo este libro me acuerdo de Piso bajo, de El incongruente,
de La mujer de ámbar… o de La quinta de Palmira… De El circo y El rastro… Me da la impresión de estos dos autores llevan al lector
al trote si no al galope. Leyendo una crítica de Sabater sobre Chesterton
comparto su “No es extraño que de vez en cuando
tengamos que descansar…” y con Ramón sucede otro tanto. Sin duda es más
discursivo el londinense que el madrileño… Las cabalgadas de Ramón pueden ser
ciertamente incongruentes, ilógicas, irracionales, pero esas escapadas de la
línea argumental de la obra sí pueden ser comunes a las de Chesterton…
Otro día…
más Chesterton.
Leo con tranquilidad tu entrada... Yo no me quedaría sólo con la coherencia. Es decir muy poco. Coherente puede ser cualquier lunático. Hay en juego muchos valores, muy bien tramados, no es fácil darle una forma. Esa es la aspiración del arte, pero siempre termina quedándose corto... o se pasa de frenada, que también puede suceder. A mí, directamente, me gustan los valores que trata poner en juego en sus personajes, y como juega con ellos. Y no lo digo eso de jugar con ningún sentido "relativista"... ¡es que nos la jugamos con los valores!
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte Antonio, y muchísimas gracias por la entrada.