ESCRIBO esto para jóvenes, digamos, entre los quince y los setenta y tres años, por lo
menos, para hombres valientes de barba o lampiños y para chicas y mujeres que
hacen temblar un imperio. Si no eres de estos, déjalo. Te asustarás y te
producirá escándalo, quizá, tras tu sonrisita autosuficiente y sardónica.
Hace
muchos años, cuando el actual rey de España era entonces príncipe, le
preguntaron en una entrevista por qué era católico. La respuesta de ese joven
de quien todos decían que estaba muy
preparado me dejó atónito. Vino a contestar que lo era porque lo eran sus
padres, algo así como por tradición
familiar. Sin duda el preparado príncipe de España dijo lo que hubiera
dicho cualquier español católico de su momento, sin ninguna preparación
religiosa, en su caso: ¡una soberana memez!
Ser
católico no es una herencia genética que viene de papá y mamá, una tradición
por la que en el día del santo del abuelito tomamos de postre pestiños o
natillas, sino una elección divina, de cuyo sentido ignoramos su inicio y que
espera una respuesta. Dios, porque le dio la gana, nos ha elegido a cada uno de
nosotros para que seamos quienes somos y seamos santos. Dios mismo nos ha
elegido, así, antes de la constitución del mundo. Por tanto nuestra creencia
cristiana no es fruto del azar ni estaba escrita en las estrellas, como dijo
otro preparado banquero español. Créeme,
¡no seas incrédulo!: lee despacito, medítalo en Isaías 43 y no dejes que la soberbia
enturbie tu corazón…, pero eso sí: vente arriba de una vez por todas… ¡Cuando
uno se sabe hijo del Dueño… a uno no le queda más remedio que venirse arriba
para siempre! Eso sí, no lo olvides: aquí se viene a darlo todo.
La
vida es el perpetuum mobile. Ni para
ni deja parar. Ese animal, racional, dependiente que es el hombre quiere
equilibrio. En cuanto animal anhela el limbo: homeostasis, pero su dependencia
de los demás, de su circunstancia, su anhelo de mejorar -él y cuanto le rodea-
lo lanzan arriba, al riesgo, hacia lo mejor, hacia los demás. El perfeccionador
perfeccionable no para, no debe parar. Dios empuja a todas las personas en sus
almas: a todas; a unas de un modo a otras de otro, ¡pero a to-das! De cada uno depende la calidad y el sentido de la
respuesta.
Eso
sí. Te lo cuento por experiencia, por si acaso. Quien te diga que esto es
Jauja, es decir, la leche de bonito, no lo creas; quien te lo pinte de color
luto… ya sabes, tampoco. Hay ratos en los que se está en bodas -como las de
Canaán-, o en milagros -como los de los ciegos que vieron-, en ratos como el
del huerto de los olivos -que se sudó sangre-… o como en el Gólgota… A veces
corre el camino hacia arriba, pino, complejo (te lo cuenta con arte Quevedo en
sus Sueños) o corre el camino
cantarín y amable cuesta abajo… Sea como fuere el proceso hacia la santidad -solo
Dios es santo, solo Dios santifica- es una lucha constante de amor contra la
adversidad, contra un mundo que debe ser corredimido y se resiste, por el mal,
a ello. Es la pugna por la santidad la vida de un caballero andante cuyo amor
es el Amor. La gracia divina, invisible, inmutable, animante lleva hacia lo
mejor de continuo, nos eleva aun contra nuestra resistencia a ello:
“Imposible”, “de locos”, “pa
morirme”…, te dirás. El hombre viejo tira y empuja hacia lo ramplón, lo romo,
lo acomodaticio…: “vivir sin horario”, “dejarme arrastrar por lo que me gusta,
me apetece, me…”. Cuando te digas “no tengo ganas”, “no me apetece” o frases
semejantes… que se encienda siempre en tu interior una luz roja con un pitido estridente:
“El avión entra en pérdida. Ojo que si no haces un picado… ¡Vas a tragar
tierra! ¡¡Te vas a hinchar!!”.
Hay
un orgullo tóxico y nefasto, hijo de la soberbia. Quien lo tiene cree que se
merece lo que posee y que el mérito es enteramente suyo. No se besa porque no
se llega. Ese orgullo detestable nada tiene que ver con el orgullo, por ejemplo,
de los hijos de Dios. Dios nos ha elegido como hijos, suyos. Ya te lo dije
arriba. Y tú y yo y el Papa no tenemos mérito alguno por esa elección divina,
pero no por eso vamos a dejar de sentirnos orgullosos de haber recibido esa
condición, te repito: sin mérito por nuestra parte.
Ante
la incomprensión del ambiente, del aislamiento, ante la tentación de la soledad
o el fracaso… Te digo que los hijos de Dios no trabajan nunca en vano, pero te
lo voy a escribir en latín, que fue como yo lo aprendí y suena mucho mejor, es también
del profeta Isaías: electi mei non
laborabunt frustra: el trabajo de los hijos de Dios siempre dará
fruto. Que no se te arrugue… el ombligo ante nada ni ante nadie al decir con la
boca llena que eres cristiano, que vas a misa los domingos -e incluso algunos
días entre semana-, que te confiesas, que rezas, que te sabes pecador, que lees
el evangelio a diario un ratico… ¡no hace falta mucho rato! Lee el evangelio.
No dejes de llevar ese libro por doquier: en la mochila del deporte o del
instituto. En el autobús se puede leer. De él sacarás ideas y armas de ataque y
defensa, brío y fuerza, escudo y espada, y agua viva que mana de la verdadera
fuente que es Cristo -Camino, Verdad y Vida-. Cristo es el único y genuino
modelo. Acércate como el joven rico al Señor -¡todos hemos sido jóvenes y ricos
delante de Él alguna vez!- y dile que sí, que estás dispuesto a dejar lo poco o
lo mucho que tienes por su Amor… ¡que no te arredre el hombre viejo!
La
belleza de lo complejo, la hermosura de lo imposible solo queda al alcance del
magnánimo, de aquel que confía en Dios porque solo esa confianza y Su ayuda
pueden sobrevivir y sobreabundar en un ambiente espiritual pútrido, fétido…
¡Ese es el torrente intravenoso del mundo donde hay que llevar a Dios sin temor
alguno! Con santo orgullo: Duc in altum!
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