26 de junio de 2016

Eckermann, J.P., CONVERSACIONES CON GOETHE

Conozco la causa y no la evito. Releo forzado algo que he escrito hace mucho tiempo. Lo hago con el asombro de quien no se reconoce en lo escrito ni en lo que escribió. En momentos me admira positivamente la factura del texto. El estilo sí lo reconozco como propio: en algunos párrafos el ritmo narrativo se hace moroso y tardo. Es el afán de claridad que no atrapo por la concisión, la brevedad y el laconismo. Todo lo que puede salir mal, sale mal naturalmente: es el llamado principio del realismo cabrón que no llegó a enunciar Einstein porque no le dio pie la vida.
             Releo una entrada de 2015. Muy larga es para serlo de un blog. Se abusa del circunloquio. Me excedo en poner en suerte al morlaco del tema, que se me antoja simple: antes leía todos los libros que empezaba y ahora ya no lo hago; eso es todo. Llego a una etapa de mi existencia en que, a destajo, achico a la muerte en mi vida, pues amenaza con inundarlo todo. Tengo más libros buenos por leer que tiempo. Repito: ya no leo libros que no me ayudan, que no me son atractivos, que son tóxicos, que están mal escritos, que no entiendo… Insisto: no más. Los hombres no son ríos que no puedan volver a sus fuentes: antes defendí “todo libro que se empieza, se acaba”, y ya expliqué por qué; muchos de quienes fuisteis mis alumnos sois testigos de ello. Hoy no: si tengo razones para no hacerlo…, cierro el libro y vuelve al estante de la biblioteca y que cada caminante siga su camino. Si todo esto es cierto, no lo es menos que los hábitos adquiridos tiran lo suyo: aún me cuesta tomar esta decisión de cerrar el libro, dejarlo a medias, etc.
             Es curioso que el libro que he dejado de leer era una lectura preciada y alabada por muchos, deseada por mí, regalo de Bernardo Munuera, Conversaciones con Goethe, de Eckermann…, editorial Acantilado, edición completa, 867 páginas… y ya no paso de la 393. Me planto.
            Tengo un folio de notas, como siempre, doblado y anotado, con letra prieta y caligrafía irregular porque, quienes leemos en cualquier parte, no podemos garantizar la armonía y la cadencia de esta. Debiera entenderse que un libro de esta importancia, fama y porte se merecería muchos estudios, que existirán, y no sé cuántas entradas de blog, que las tendrá… Los temas sobre los que pontifica Goethe son tantos que, agrupados, darían para mucho: arte en general y arquitectura en particular, escultura, pintura, teatro, poesía… Geología, Botánica… Casi todo lo divino y lo humano queda aquí revisado, opinado, juzgado, sentenciado por el genio alemán.
            Para quien no tenga idea de esta obra, le diré que Eckermann, un chico joven, viajero y curioso, termina por ser una especie de secretario de Goethe, cuando este estaba en Weimar (capitidisminuido, según nuestro Ortega, precisamente por haberse refugiado allí). Bajo el magisterio de Goethe se dedicará a anotar el contenido de las conversaciones que mantuvo con el genio alemán, las visitas que este recibía y en las que él estaba presente, algunos viajes, comentarios, ya escribí, de lo más variados y variopintos.
            Muchas de las ideas y sentencias de las que tomé nota -y que son especialmente de mi interés- merecerían ser glosadas y todas ellas apuntarían a verdades clásicas que se pueden hallar en un sinfín de obras y de pensadores que, como sus obras, también son unos clásicos. No ha mucho me escribía una persona para que le dijera qué pensaba de la extendida expresión “No pasa nada”, pues bien, en la página 192 de este libro Goethe, como no puede ser menos, afirma que todo tiene sus consecuencias y, por tanto, sus responsables.
            Se queja un conocido de Goethe de que no contestó a un escrito que le envió: una carta, un libro… Y le comenta a Eckermann que le resulta imposible atender a cuanto le llega y poder contestar a cuantos solicitan su opinión, quieren saber algo, le consultan… El genial pensador alemán reconoce que no dispone ni del tiempo ni de la capacidad para responder a todos y a todo. No tiene sentido contestar a una carta en la que no tengo nada de particular que añadir, viene a decirle a su secretario, amigo y discípulo. Hoy, sin embargo, ¿somos capaces de dejar de opinar, aunque sea sobre los efectos de GIST en el aparato digestivo?
                Enjuicia Goethe las literaturas alemana, inglesa y francesa. Las compara en los distintos momentos y habla de adelanto y retraso de algunas con respecto a otras en distintos momentos y etapas… Se plantea, en otro pasaje -los temas se suceden unos tras otros sin más orden ni concierto que ninguno- si les interesa o no a los alumnos la verdad que escuchan de los labios de sus maestros: cuantos hemos sido alumnos, podemos responder a ese asunto diciendo que según y cuándo, cómo y a quién…                                  
            Cierro de forma caprichosa con dos ideas: una, son muchas y dispares, me asombra, las obras que para Goethe merecen el calificativo de “la mejor del mundo” o “se halla entre las mejores del mundo”. Dos, es posible que algunas de las suyas lo estén -su Fausto, sin duda, y su Werther, en mi humilde opinión-, pero a su autor le consta que no serán populares, porque no se escribieron, dice, para la masa… Y quien la lleva lo sabe.

9 de junio de 2016

Cervantes “encantado”


 Ese genio cachondón e irónico, ese argentino que acabara ciego, apellidado Borges, cuando le preguntaron que dónde deseaba morir o cuándo, o algo así, que lo olvidé, dijo que le daba igual, pero fuera donde fuese, deseaba ser enterrado en España “porque en España es el lugar donde mejor entierran”. Me acuerdo de esta anécdota al hilo de toda la parafernalia que se quiere organizar, que se está organizando, con el pobre Miguel de Cervantes. Por guardar las apariencias se decreta ley de adecentar el local patrio y mostrarnos hipócritamente agradecidos; para que no se diga…, no sea que dejemos de ser ese “lugar donde mejor entierran”. En ello estamos casi todos. Me van a permitir que me lo imagine que, allí donde está -quien lo conoce lo sabe-, se estará desternillando -descojonando vivo, que se dice en el Tercio-, viendo a tanto tonto hacer dos tontos risibles, ridículos, estrafalarios, sin gracia alguna, o bien, pobre, remuriéndose de pena y de tristeza porque “una vez más, me hacen heridas más en mi sentir y persona que no en mis carnes, que ya no ni siento”… Servidor, don Miguel, siente vergüenza ajena, que conste. “¿A quién no sorprende y maravilla/esta máquina insigne, esta riqueza?”.
Entre esa tropa española del XVI, extravagante y ajena al mundo de hoy, cuando se iba, ya se sabe: se iba a por todas, con o sin todas las de la ley, es decir, “del tirón” que se dijo siempre en la infantería de marina, por derecho y de verdad…, porque ir para hacer bufonadas propias de bufones ya están los políticos de este velado país, donde las cobran y a buen precio y recaudo, las bufonadas, digo. ¿Qué puede pensar un hombre que estuvo en Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, donde anduvo enfermo y no le importó jugarse la vida toda al tablero…, de cuanto se está organizando a modo de teatrillo de Cristobita sobre su vida y su genial obra como conmemoración…? Que digo yo, ¿que de qué…? ¿Qué se conmemora qué?, digo. Por favor, párese un momento…
Cervantes no era un fifiriche ni un pelele, nunca fue un andarríos, ni un pillatigres… Don Miguel de Cervantes, defectos asumidos aparte, era un español con toda la barba y con sangre en el ojo… (quien no sepa el significado que lo averigüe). Hombre de su tiempo, hombre buscador, explorador inquieto. Quién conoce su vida, repare por un momento en su actitud mantenida en Argel. Fue perseguidor de lo que asumió como su gran anhelo, su vocación más firme y verdadera, que no fue otra que servir a Dios, a su Rey y a su patria y por ellos a sus compatriotas. Dejó escrito en la Numancia (v. 1077) «No entiendas que de paz habrá memoria». No vivió don Miguel en tiempos donde los lobos venían so capa de lo políticamente correcto. Era inadmisible. “Apostaré que el ánima del muerto/por gozar este sitio hoy no ha dejado/la gloria, donde vive eternamente”
Bien es verdad que no tuvo privilegio del Cielo, y como él, nadie, para evitar por su “mano haber detenido el tiempo” y que no pasase por él, como no lo tuvo don Quijote. Todos estos montajes que hoy me cercan por doquier más tienen de auténticos libros de caballerías, es decir, de “disparates y sus embelecos”, que no de verdad asumida en la sensatez de la calma, vuelta la cabeza del desengaño de inútiles y descabelladas caballerías. Bien está que la rueda de la Historia destroce las carnes de los hombres, pero al espíritu le corresponde oponer su ligereza y tino. Es falso que vivir y ser injusto sea lo mismo. ¿Quién piensa que con estos alifafes, con estas gueguerías, saraos, festivales y festejos cómico-taurinos y bailables se hace justicia al ajusticiado Cervantes Saavedra?
Cobra su felicidad el escritor en ser leído y poder comer y vivir, mal que bien, de aquello que de su caletre recaba y alumbra. Lo segundo a don Miguel, a estas alturas, le sobra y me temo que también lo primero, pues siempre “debéisme cuanto escribo”, no me hacéis favor con leerme: ni a este, ni a aquel… ni a mí. Claro que sí, no puede ser de otro modo: “miró al soslayo, fuese y no hubo nada.”

Si todo bien es difusivo promoved, sí, a usted, lector, me dirijo la lectura desde casa. Sí, ustedes, los comodones, los aburguesados, los perezosos, los irresolutos, los pusilánimes…, sí, vosotros que habéis dejado de exigir verdaderas lecturas de peso por entretenidas basuras en las escuelas y los institutos… Dejad de quejaros, padres, profesores, políticos, maestros, españoles… de lo mal que el mundo anda, pues andar en lectura y cultura es posibilidad de abrir camino cierto a la verdad y la felicidad… ¡Cuántas veces no habré repetido lo dicho por el abuelo!: Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible. VALE.