Ignoro la causa
por la que Samuel Johnson, teniendo la importancia que tiene en la literatura
inglesa, es tan desconocido en España. Pregunto en mi entorno y no han oído
hablar del escritor que para muchos es, tras Shakespeare, el autor inglés más
importante de todos los tiempos. Ciertamente, de no haberme caído en las manos,
casualmente esta biografía (la compré en una librería de viejo en Mogarraf, un
pueblecito turístico de Salamanca) no tendría apenas datos de él. ¿De qué
conocía yo al doctor Johnson? Lo conocía de una historia que le leí a Manuel
Alvar sobre el ensayo…, era un artículo publicado en ABC y que, si busco en la
biblioteca de casa, seguro que encontraría.
Me resulta curiosa
la casualidad de haber leído esta obra mientras descansaba de las Conversaciones
con Goethe de Eckermann, siendo obras muy semejantes entre sí. James
Boswell (1740-1795), el autor de la biografía, nació en el seno de una familia
noble escocesa y estaba destinado por su padre a la abogacía; sin embargo,
antes de realizar un viaje por Europa se cruzó en su vida Samuel Johnson por
quien se sintió cautivado, pues ya el doctor Johnson era una eminencia admirada
por todos: sus críticas, sus escritos, sus dichos, sus opiniones… corrían de
boca en boca, por la prensa… entre lo más granado de la intelectualidad inglesa
de su época.
Boswell quiso
escribir una biografía que recogiera todo cuanto fuera posible de la vida y de
la obra oral, podríamos decir, del
gran sabio. Su afán le llevó, para muchos, entre ellos a R. L. Stevenson, a considerar
su obra como “la biografía más perfecta”. Es cierto que Boswell, a pesar de las
diferencias de edad, talento, etc. con el doctor Johnson, llegó a ser su mejor
amigo y quiso realmente hacer una biografía literaria de este y en ello
comprometió 25 años de su vida. La obra se resuelve en lo que narra de sus
encuentros con el sabio, de lo que le pregunta con toda intención para tentar a
Johnson (me recuerda tanto al libro de Eckermann como al Lucanor de don Juan Manuel), hace también acopio de todo aquello
que oyó de primera mano a sus amigos (a algunos incluso les hace firmar para
atestiguar la verdad de lo contado).
El doctor
Johnson, hombre, por lo que Boswell cuenta, descuidado en el vestir en general,
aunque intentaba no serlo: se ve que no le interesaba demasiado y si cuidaba su
aspecto era por los demás, era, digo, hombre de enorme envergadura, no solo
alto, sino también corpulento. Gran aficionado a la mesa, le gustaba comer
mucho y bien, y no tenía inconveniente en mostrar de forma explícita y ruda,
allá donde estuviera, su desagrado con la cocina si los platos que le ofrecían
a la mesa no tenían la calidad debida. Había dejado la bebida porque pensó que
no le convenía y solo muy de vez en cuando tomaba algo con alcohol.
Me ha hecho gracia un rasgo sobresaliente del
doctor Johnson y es su franqueza en el decir lo que opinaba, no sin cierta
rudeza que le granjeó el mote de El oso.
Incluso hay un pasaje en el que Boswell le pregunta por la conveniencia o no de
haber actuado así toda su vida. Interesante tema para algunos. En español
decimos que “la verdad ofende”, aunque mantengo que no es tanto así como el modo en que se dice: este parece que
era el problema del doctor. Con oportunidad o sin ella exponía su pensamiento,
actitud que a muchos le parecía insolente. Él lo interpretaba como un acto de
leal sinceridad con su receptor y con la verdad. ¿Era conveniente o no esa
actitud?, le vino a preguntar Boswell, e inmediatamente añadió respondiéndose
este a sí mismo que quizá, mantener esa actitud y tono, imponían y daban peso y
autoridad a lo que decía; sin embargo, Johnson no le da la razón y piensa que
esas formas le han evitado muchas conversaciones torpes e inútiles,
“obscenidades e impiedades”, dice, y así haber perdido el tiempo. Así mismo le
pone algún ejemplo de personajes relevante que, por no actuar así, tenían que
soportar ese tipo inconveniente de conversaciones que tanto rechazaba él.
Tampoco le importaba el miedo o falso respeto que algunos le tenían por esa
actitud, pues pensaba que si lo que tenían que decir les parecía inconveniente…
mejor era callarlo.
Lector incansable, el doctor Johnson, a juicio de
Adam Smith, gran amigo de aquel, según le comentó a Boswell: “Johnson conoció
más libros que ningún hombre vivo”. Había leído y conocía a los clásicos
griegos y latinos, escribía y hablaba en latín con facilidad. Siempre que tenía
opinión sobre algo y le era pedida, y a veces, sin ello, la daba, como he
escrito arriba.
La generosidad y el
corazón del doctor Johnson eran parejos a su corpulencia. Sin tener mucho
dinero, ni demasiados medios, procuraba ayudar a quienes lo necesitan y no le
importaba pedir dinero a sus amigos poderosos para poder socorrer a los
necesitados. En alguna ocasión incluso, que Boswell cuenta, llegó a recoger a
una prostituta enferma y tirada en la calle, cargar físicamente con ella y
llevarla a su casa, procurarle los medios necesarios para sanar y, además,
intentar sacarla de la mala vida en que se hallaba.
Son simpáticas
las anécdotas de Boswell, el escocés, cuenta sobre la inquina que tenía Johnson
a sus paisanos: por su miseria, su incapacidad, etc. Otro tanto le ocurría con
los yanquis. Parece que cuando Johnson ponía a alguna realidad la proa… no era
fácil hacerle cambiar de opinión, aunque en muchas oportunidades todo se
resolvía en bromas intrascendentes y, si se trataba de personas, siempre que
era factible firmaba una paz amable, reconociendo el valor de la otra persona,
y llegando incluso a pedir disculpas públicamente si consideraba que, por lo que
fuera, se había excedido en sus bromas, en sus apreciaciones.
Hay una edición
más reciente con prólogo de Fernando Savater por lo que he podido ver en
Internet en la misma Austral que yo he leído (ojo que esta edición y la que yo
comento no están completas). Sí lo está, por lo que entiendo, 1992 páginas, la
que edita Acantilado (http://www.acantilado.es/catalogo/vida-de-samuel-johnson-318.htm).
Usted elija, si le es de su agrado.
Tampoco sabía que fuera tan importante como para tener una segunda posición, después del gran Shakespeare. Yo en la carrera no recuerdo haberle estudiado, y sí en las oposiciones a profesor de secundaria. En la carrera tampoco supe de la existencia de G K Chesterton. Luego me he enterado que está proscrito en bastantes ambientes del "establishment" británico. Porque era católico y mucho. Quiero pensar en que ha habido la posibilidad de iniciar su causa de beatificación; estoy casi seguro.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, desde Granada, a la querida Jaén.
En la enseñanza en general y también, por tanto, en la universitaria -y a las bibliografías que se dan me remito- se produce una espeluznante aporía: enseñamos HOY lo que aprendimos AYER a unos alumnos que lo necesitarán MAÑANA. La sujeción al manual ayuda a ello, como los apuntes mil veces fotocopiados, amarillentos y rancios… y tanto como la incuria y la pereza por leer de la propia materia que se imparte (o de nada). Lo que dicho en inglés por un amigo tuyo viene a ser: “Some teacher taught the curriculum today. Other teachers taught students today. And there is a big difference”. Shakespeare, Johnson y Chesterton son unos clásicos porque ellos escriben por y para el hombre de siempre. Un saludo.
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