31 de diciembre de 2016

VERITAS LIBERAVIT VOS

   
   Nada nuevo bajo el sol. En unas horas veremos aquí y allá caras de supuesta alegría de quienes dicen adiós a un año (?) y   a otro (?): ni uno ni otro responderán a los saludos.
   Me dicen que dentro de unas horas vendrá un año nuevo… y “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces, una”. En esta hora, como en las posteriores y las anteriores, en las venideras del tiempo que vendrá, Dios queriendo, solo me interesa la verdadera voz, la voz que en su verdad me hace libre y ayuda a conocer y amar, “a darle a la caza alcance”, la voz que me aúpa a la felicidad.
   La idea es vieja. Ese sabio de Tagaste, a quienes los cristianos llamamos San Agustín, será de los primeros en hablar del hombre como un ser necesitante, pues de continuo precisa de lo nuevo, pide más: se mueve: cupiditas rerum novarum y, para él, y para mí con su permiso, esa indigencia solo se satisface primera y principalmente, como la sed del ciervo en el agua, escribe poético el sabio, solo en Dios. La indigencia del hombre solo se satisface en las aguas de la Verdad.
   Un día más, un año más se nos acuesta feliz y festiva nuestra España. “La España de charanga y pandereta,/ cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María,/ de espíritu burlón/ y de alma quieta”. España mortecina. España, pueblo inane e inculto. España de ignorantes y redomados opinadores. Una España, y me encuentro hoy machadiano, “que desprecia cuanto ignora”.
   Se llaman a sí mismos progresistas esos espíritus moribundos, de intereses espurios, de conocimientos achortalados y pútridos. “Todas las opiniones son respetables”: “Tópicos como esos no solo transmiten algo falso en la teoría, que sería lo de menos. Al ser prácticos (es decir, morales y políticos) y llamar por tanto a la acción o a la desidia, producen efectos letales para la vida de todos”. “Ya vale”, “No merece la pena”, “No te esfuerces más”, “Allá cada uno”, “Pérmitele vivir en su ignorancia”… Y eso llevamos siglos haciendo en esta España iletrada y cautiva de la ignorancia (Veritas liberabit vos). La mugrienta mentira nos tiene cautivos y felices en nuestro cieno: ¡déjame en mi ignorancia! ¡No me despiertes! Vivir es ver volver, decía Azorín, y repetimos los tópicos. “Feliz año”…, ¿se puede saber por qué ha de serlo?, pregunto indiscretos. ¿Usted ha hecho algo para que lo sea o ha de serlo por nuevo, porque es lo esperado…? Recuerde que el hombre es cupidissima bestia rerum novarum… ¡anhelamos lo nuevo!, pero no olvide tampoco que lo nuevo por sí propio no trae lo bueno. El deseo, dice Lévinas, es realidad inacabable, inabarcable, por ser lo infinitamente exterior a mí. Sí “Feliz año”…, ¿pero por qué? Oiga, es un deseo, no más…
    Me sé indigente, pobre, necesitante… porque anhelo la Verdad donde saciar mi sed, una sed de infinitudes y sé que el camino hasta la Fuente de aguas vivas es arduo y la puerta estrecha. No me arredran el afán y la meta. Quiero conocer y para eso le invito a leer y formarse con tino. No abreve como las bestias en las fuentes de la iniquidad, beba en las fuentes de la verdadera sabiduría. La necesidad es mucha, pero satisfacible, la necesidad no es deseo (se equivocó Hegel), lea, póngase metas de vida con verdadera altura al servicio de los demás (la felicidad es puerta que abre hacia fuera), no se conforme, “los porque sí” no valen, nos relativistas y romos, su opinión no es usted y aquella, por ignorante y estúpida, puede ser despreciable (donde toda opinión vale no hay donde fundar la verdad… ¡ojo el trilero de la mentira nos está estafando!)…

    Labórese un mejor año, pelee contra la mentira y el conformismo ambiental, fórmese y lea, luche con usted mismo, contra usted mismo…, por amor a los demás, y tendrá un mejor año al servicio de la Verdad, desde la Verdad…, por la Verdad y los demás. Ese es mi deseo para usted y para mí… 

21 de diciembre de 2016

Este blog de libros... Muchas gracias.


    Es el mío un blog de andar por casa. Un blog de amigos para amigos en zapatillas. Un blog que de nada alardea porque de nada puede hacerlo. Un pobre blog sobre pobres libros… Un poquito encerrado sobre sí porque, en realidad, voy comentando los que me da tiempo a leer: muchísimos menos de los que desearía. Es cierto que me gustaría comentar también los magníficos anuncios de colonias para los regalos navideños, esos anuncios que pretenden transmitir al telespectador por medio de una sensación visual una percepción olfativa y en los que terminan sacando una percha, femenina o masculina, es posiciones tan inverosímiles como absurdas y en unos espacios ridículos, con unos frasquitos de una cursilería vomitiva, etcétera: ¡como para no comprarlos en la vida, vamos!
      Pero a lo que iba que no me pierdo. Llegó a tener este blog hasta 3600 visitas mensuales. Me decían que estas cifras había que entenderlas con reparos, pero no sé con qué reparos no lo entiendo de ningún modo. Esta semana, cuando he publicado sobre Dios no come caracoles, miro y ha habido una subida de visitas que me he asustado hasta yo… ¿Qué por qué? Pues muy fácil, por el ímpetu y el empuje, el poderío, que puede tener la red para hacer el bien o el mal… ¡increíble! Te coge el tren de la red para mal y te deja… laminado. Que le pregunten al tal caranchoa.
       Ya comprendo que quienes echan un vistazo a un blog (sobre esto sí leí un libro y los datos de sus investigaciones pertinentes) solo hacen eso: echar un vistazo, echar un ojo, que no es mirar, ni contemplar (que mi blog  nada tiene que mirar) ¡y por supuesto no es normal que lo lean!, pienso yo. Me digo que si cada uno que mira el blog, que echa una lecturilla por encima, y le gustase, y lo diera a conocer… tendría un efecto de crecimiento exponencial. ¿Temible? No sé. Insisto, mi blog tiene una vida un tanto caprichosa y agreste, rebelde. En él no se comentan libros de actualidad ni best sellers ni autores de moda…, esos hay que buscarlos en otros espacios.

       Les agradezco muy de veras que les agrade, pues para servir nace… Ofrece cuanto tiene a quien quiera y, al que va de paso, lo saluda sin acritud ni enfado con un “Dios guarde” y que cada caminante siga su camino. Muchas gracias.

15 de diciembre de 2016

CHARLIE-SALIDA-54-DIOS NO COME CARACOLES

       Mi querido charlie:

       Te tengo dicho y repetido, aunque no te enteras -¡son tantas las limitaciones!-, que nadie escarmienta en cabeza ajena (Aristóteles, Ética a Nicómaco), y que Lo mejor suele ser enemigo de lo bueno (¡eso te lo digo yo!).
       A ver. Te doy noticia de que he vuelto a las andadas. Lo reconozco. He publicado otro libro. Tal y como lo estás leyendo, charlie: Dios no come caracoles, se titula. Nimiedad sin importancia para quienes, como tú, sois mis amigos: es normal que de vez en cuando se me ocurra publicar un libro, que “son cosas del Alcalá”, decís. Talmente como otros, ya te digo, fuman, toman una caña, corren o pasean… porque “cada loco con su tema” anda.
       Sí, señor… Estaba preparando una entrada de campanillas, pero ya te digo: lo mejor es… y queriendo hacer faena redonda… ¡ni la he terminado, que ahí está a medias, ni doy anuncio de la nueva! Charlie, te lo repito: he editado Dios no come caracoles. Ya sé que el título dice de una evidencia y, por tanto, decir tal, es como no decir nada o muy poco. Sí, claro, tú sabes, el título pretende ser gancho para el lector…

      La portada me gusta. Y te la enseño:

     La contraportada con sus textos no me disgusta tampoco, quizá más sosa, menos expresiva…, pero te la enseño también. Los textos aportan, creo…
      Como siempre, el libro del escritor desconocido y pobre debe venderlo, distribuirlo, publicitarlo y mendigarlo, que así es la vida: la describo sin queja. Me limito sobriamente a lo que hay.
      Si quieres hacerte con la obra y que te la dedique, escríbeme a la dirección de este blog y ya te cuento, limeño. Si quieres comprarlo en las tiendas del ramo -se llamaban librerías-, puedes hacerlo o bien pedirlo a Punto rojo ediciones, que te lo enviarán… También lo hallarás en AMAZON, El Corte Inglés, Agapea…
      A los amigos como tú les pido que me ayuden a darlo a conocer vivamente, si les gusta tras leerlo, o sencillamente por eso… ¡por mera amistad! que lo comentes…
      La presentación será salvo error el día 10 de febrero del 17 a las 19:30 en el salón de la Económica, aquí en Jaén…, pero ya te digo con más calma, charlie, que de ahora hasta entonces media un mundo… y el hombre es animal olvidadizo.

    Con cariño,
                Tucho Castelo.

3 de diciembre de 2016

Martínez Esteruelas, Cruz. CUALQUIER TIEMPO PASADO. VIDA Y MELANCOLÍA DE JORGE MANRIQUE. (y II)


      Vamos a ver si logro esta vez hablar del libro y no de difuntos, de muertos, cadáveres y sermones…, aunque hablar de Manrique y no hacer esto sería casi una impiedad…
   Como todos los días son de aprender, recordaba el nombre de Martínez Esteruelas de los telediarios de mi adolescencia, mas ni le ponía rostro ni cargo. Debía ser me decía, en algún rincón de mi memoria resonaba, “un político del tardofranquismo”; insisto: eso me decía. A su vez, mientras leía, me decía también: “y qué hace un político hablando de Manrique”. Internet es toda una bendición: miro y me empapo del autor. ¡En absoluto pensé que quien fuera ministro último de educación en la época de Franco fuera este señor, autor de esta obra! Pensé que el autor era hijo de ese personaje que andorreaba por las buhardillas de mi pasado. No señor. El mismo que vestía y calzaba. Por favor, no me pregunten por qué este caballero escribió esta obra, que lo ignoro y no ando sobrado de tiempo para meterme en entresijos… Veo que la fundación Tomás Moro tiene publicadas sus obras… y entre ellas de la que hoy intento comentar algo y a este paso… no llego.
   La obra es un recorrido por la baja Edad Media española que se ve que el autor transita con facilidad, por lo que leo -ha sido mucha la insistencia de la studiositas y no he podido resistirme-, pues le dedicó algunos estudios y muy concretamente a Manrique en su circunstancia, título que dio a una conferencia que pronunció en la Residencia de “San Juan de la Cruz”, en noviembre de 1989, y que sirvió de precedente al libro que nos ocupa. “En ella destaca el contexto en que se mueve el poeta y capitán al final de la Edad Media, que contempla, además, el fin de una familia. Reflexiona sobre el tiempo, la vida y la muerte”. Entiendo que esto es el definitiva Cualquiera tiempo pasado.
   Sin querer, poco a poco, me voy sumergiendo en la búsqueda del origen del libro y lo voy hallando en la Fundación Tomás Moro. Planeta encargó a una serie de autores unas autobiografías para una colección, Memorias de la historia, que cada autor enfocó como pudo y quiso. En este caso, en esta obra, Martínez Esteruelas, el autor, asume la primera persona y escribe una carta, supuestamente redactada por Jorge Manrique cuando ya está a punto de partir para su última batalla, su último viaje…, aunque él no lo sepa.
   Recorre el autor la vida de Manrique en la carta-memorial en la que envía sus recuerdos. Su infancia, lo que sabe, lo que ocurre en la política del momento, en los reinos de España, las banderías y guerras entre familias en favor de unos y otros. Los pactos, los enjuagues, las componendas, las bodas, las escaramuzas, las desavenencias, ¡las bodas! que llevan a extrañas componendas. Ignoraba yo que será don Rodrigo Manrique, padre de Jorge, su cuñado y así los hijos de uno y otro primos… No, no resultó como se esperaba la boda de nuestro poeta.
   Si se mira con detalle el índice, cosa que no hice (tampoco leí, contra mi costumbre inveterada, la solapa ni la contraportada y así nos fue), se comprueba que el autor ha dividido en múltiples epígrafes su obra. Va siguiendo temas que Manrique abordó directa o indirectamente en sus Coplas y así va avanzando, insisto, con una prosa que, con sus arcaísmos, me suena a falsa, a flor de plástico.

  No hallé en esta obra lo que buscaba. Me sobró historia de España y me faltó vida manriqueña, que era lo deseado por mí. 

27 de noviembre de 2016

Martínez Esteruelas, Cruz. CUALQUIER TIEMPO PASADO. VIDA Y MELANCOLÍA DE JORGE MANRIQUE. (I de II).

 


   Nada descubro si afirmo que el mes de noviembre en la Europa cristiana es el mes dedicado a los difuntos. Se inicia el día 1 con la festividad de Todos los Santos y ya el día dos, los Fieles Difuntos. Medito que hoy es raro morir en casa. Rarísimo es que se vele al difunto en el hogar. Ahora somos de morirnos en los hospitales y en los asilos: esos morideros donde nos estacionarán el día que no podamos conducirnos. Ni en los pueblos los niños ven a los muertos. Todos, sin embargo, estamos ahítos de ver cadáveres en la tele: en las películas, en los dibujos animados…, y en esas otras filmaciones normalizadas, diarias, de guerras, atentados, asesinatos, masacres que las noticias nos ofrecen, pero tampoco parecen muertos de verdad esos que sí lo son, sino muertos de película, muertos de mentirijillas. Las flores de plástico son tan semejantes a las verdaderas que nos hacen dudar, y García Márquez, entre sus muchas necedades, decía que traían mala suerte a la casa que las tuviera; en la mía, por buen gusto: no las hay.
    Cara data vermibus… Carne dada a los gusanos… El acrónimo ca-dá-ver… Lo creamos o no, nos sorprenda o no, algún día, a no tardar, nosotros seguro seremos auténticos cadáveres, esa carne que se comerán los gusanos. Llegará la muerte, sin avisar… y esa realidad de ficción y plástico se convertirá en un hecho irrefutable, sin arreglo ni componenda.  “¿¡No me digas que ha muerto Fulanito!? Pero si lo vi ayer”, “Sí, fue anoche”. Hoy me dicen que ha muerto Fidel, ese protagonista más, para mí, de uno de los cuentos más famosos de Augusto Monterroso: “Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es todo el cuento: te despertabas y Fidel seguía con su puro y su barba y después con su barba y su chándal, ¡talmente un señorito! Pues es cierto que un día ya… el dinosaurio, esos dinosaurios… dejan de estar aquí y allí.

Recuerde el alma dormida,
abive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuand presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo pasado fue mejor.

    Maravilloso el sermón de Manrique. Me interesan las 24 coplas primeras especialmente. Bien poco me atrae lo que nos dice de su padre y cuñado, en gran parte incierto: el amor, que tampoco fue mucho por su padre, siempre es ciego y lo dice hasta Tomás de Aquino. Caen en mi vida estos versos como las hojas al otoñar, y los que continúan, como una salmodia que me recuerda algo que no olvido. Mi fin, que no mi sentido, será la muerte. Sí, vendrá callando, cortará el hilo y todo habrá acabado en esta obra, para mí, lo creo, en su primera parte. ¿Quién fue este Jorge Manrique capaz de escribir esta maravillosa elegía?
    Leo estos días un libro antiguo en mi casa, libro que compré no recuerdo ni dónde ni cómo ni por qué, pero que ahora, estos días leí. No me gusta el enfoque que le da el autor que debió hacer un esfuerzo tremendo con el estilo y la investigación. La contextualización histórica de Manrique es riquísima, magnífica, propia de un estudio histórico, que no biográfico novelado, entiendo, opino. Me desconcierta lo que leo en la obra, insisto. No logro llegar al hondón del ser de ese Manrique que ¿así por las buenas, de pronto escribió, con su edad la mejor elegía que conozco? (la de Federico a Sánchez Mejías me parece muy lorquiana y nada de mi gusto; la de Hernández a Sijé, el resultado de varios ensayos con óptima consecución). Y ya que estoy… En las elegías de Lorca y Hernández el muerto, que ya lo está cuando se escriben, es otro; en la de Manrique el muerto aún no lo está y, sobre todo, soy yo, seré yo… Y el problema estriba y asienta en que yo… no… me… he visto muerto… NUNCA: no tengo experiencia sino de la muerte de los otros, de eso que se llama la gente: ¡Qué cosas les pasan a la gente!, pensando quizá que yo, usted, no somos parte de esa gente. Mi experiencia impremeditada me dice que los demás son quienes se mueren… Servidor de momento no gasta… Por eso Manrique en este mes que lo releo, lo medito, nos recuerda que ya él fue río que llegó al mar… Nuestras vidas son los ríos. Sí, la elegía manriqueña es un sermón -que no un fervorín-, que cae en mi alma como una salmodia que nunca logra aburrirme, que antes al contrario me aviva y despierta.


     Otro día les hablaré del libro. Hoy, de momento, van servidos.

14 de noviembre de 2016

Unamuno, Miguel, CARTAS DEL DESTIERRO

     
 Hace unos meses, de paso por Salamanca, me llegué a conocer la que fue casa de su Rector por antonomasia. Si digo que he leído decenas de libros de Unamuno y sobre Unamuno no exagero. El primer libro que se publicó tras la postguerra incivil (que aún perdura) fue precisamente sobre él y lo publicó mi amigo Julián Marías, el filósofo (por favor, no confundir con su hijo): libro excelente. El primero que yo leí, salvo error, fue Niebla, que me resultó agradable: me gustó. El mejor, en mis cortas luces, Vida de don Quijote y Sancho y el resto, si me permiten, Amor y pedagogía, Abel Sánchez, La tía Tula, La agonía del cristianismo… demasiado unamunianos para mí los libros de Unamuno; su inolvidable Diario íntimo
        Algo así me ha ocurrido con este libro que compré en la que fuera su casa: demasiado Unamuno… para tan poco arroz, si me permiten también la broma. El libro está anotado por los Rabaté, Colette y Jean-Claude, de quienes leí una biografía de Unamuno que no me resultó especialmente buena, quiero recordar -perdóneme que no me lea-, y que comenté en este mismo blog.
       Unamuno por sus actitudes, sus modos, etc. fue desterrado a Fuerteventura de febrero a julio del 24 por el Directorio durante la dictadura de Primo de Rivera. Las relaciones del Rector con la monarquía no fueron fáciles -¿lo fueron con alguien que no fuera su familia?-; ni tampoco lo fueron tanto con Primo como con Martínez Anido, a quien solo conozco por su relación con Unamuno, y que merece las peores invectivas e insultos que el vasco le puede dedicar a nadie: sin duda Unamuno lo tenía por su bestia negra. Enviado o ido por su pie a Fuerteventura, allí pasó Unamuno unos meses, para marcharse a París y de aquí a Hendaya.
       La obra que comento recoge algo más de trescientas cartas que envía desde estos lugares -Fuerteventura, Parías, Hendaya- a las personas más dispares con predilección a su familia, muy en particular a su esposa. Como el propio Unamuno comenta, pasa por rachas de entusiasmo: le encantó Fuerteventura, el sol, el mar, sus gentes… ¡todo le pareció admirable! Hizo amigos, escribió un poemario De Fuerteventura a París (1925) que he leído parcialmente, poemas sueltos y del que quizá haya edición en casa: no me gusta demasiado el Unamuno poeta que me parece poco eufónico y duro en el estilo que emplea (de estos años también nacerá el Romancero del destierro, 1928). En las cartas se muestra, ya digo, en Fuerteventura: eufórico (hay una foto en la que se ve fotografiado con Delfina Molina: no sabía que existiera una foto con ella), feliz… Se siente mártir de una causa injusta y él, nuevo cristo a sus ojos, lleva la carga de España, SU España, solo de él, en nombre de todos los españoles que deben de ser redimidos por él… y en fin, quien lo conoce lo sabe: quieran o no quieran. Si en julio lo indultaron, no aceptó dicho indulto, pues, a su juicio: ¿si no había habido culpa de qué se le iba a perdonar? La constancia que labora en las ideas y los quehaceres con tesón se llama en su polo positivo, la virtud: tenacidad, perseverancia… y en el polo opuesto, en el vicio, se haya la indolencia, la pereza…, pero también la testarudez, la obstinación y la terquedad que, en el fondo, no son sino soberbia… de la que tenía a raudales este pobre hombre (para Julián Marías el gran pecado de Unamuno fue su presunción: ¡¡Dios iba a saber quién era Miguel de Unamuno…!!).
       Indultado de nada, prefiere antes que volver a su casa con su familia y a su trabajo, marcharse a París. No quiere luchar desde dentro del sistema, desde España, sino ser reconocido por los de dentro, como su mártir por antonomasia: don Miguel daba la vida por la libertad, contra la Dictadura, contra M. Anido -como él lo cita en sus cartas-… Todos debían mirar su sacrificio por España y agradecérselo y llorarlo y valorarlo y acompañarlo en su particular vía crucis camino de su entrega absoluta…, mas como son inmensidad quienes en España les importa un pimiento que el Rector esté en París o donde le dé la gana…, se sentirá, don Miguel ignorado, infravalorado, ninguneado… y se enciende en cólera, su soberbia, su ira, atizadas por su vanidad (con más o menos sordina, dependen de a quién escriba, así lo manifiesta) y se queja amargamente de que no se le reconoce y no se lucha al nivel del sacrificio que su mesías está haciendo sin venir a España… allá, en destierro.
     Como el propio Unamuno dice, se repite en sus cartas, las mismas bromas, los mismos dichos escritos a este y para aquel. En muchas ocasiones, sobre todo a su Concha, su esposa, se lo dice: realmente no tiene mucho que decir. Esperaba que la dictadura fuera más breve, ¡mucho más!, pero se alargaba y alargaba… y alargaba ¿y cómo iba él a renunciar a su postura de negación de sí para mayor gloria de su nombre? ¿Podía él acaso volver a España sin haber caído Primo (ese botarate, ramplón, cacaseno, petulante…) sin haberse ido Anido (ese cerdo epiléptico, troglodita, hidrófobo…) y mientras el bastardo borbón de Alfonso XIII (ese putero, borracho, juerguista, abúlico voluntarioso…) siguiera en el trono? Empezada la función debía continuar y así siguió Unamuno, con su error de cálculo, fuera de España. Su contradicciones, sus disparates teológicos, sus componendas sobre Dios -al que no le salía nada bien en este mundo porque no le hacía caso a él, a don Miguel-, sus retahílas y dichos repetidos, aforismos sin puertas de entrada ni salida, que solo llevaba -en apariencia, por lo que algunas veces dice- una vida siempre inútilmente sufrida… ¡sin sentido ninguno! Sus opiniones sobre Cervantes y don Quijote… Cansan estas cartas. Las he leído con atención… y cierto hartazgo. A ver, quizá no sea uno todo lo joven que debiera… mentalmente.

       Anoto por último la curiosidad… de cómo se interesa hasta del último céntimo de lo que gana: quiere saberlo, administrarlo, anotarlo… todo sobre sus ingresos y gastos. Si escribe a los editores o a quienes deben pagarles por su trabajo achaca su situación en el exilio, etc. y sus muchos hijos para pedir con urgencia dinero; si escribe a casa y en particular a su esposa, su Concha, el dinero le sobra, tiene de más, etc. Las dos caras de una misma realidad para el auténtico y genuino don Miguel de Unamuno y Jugo… a quien Dios tenga en su gloria.

4 de noviembre de 2016

DIOS NO COME CARACOLES

  Buenas noches… Les ruego que me disculpen… Sí: llevo muchas semanas sin publicar nada aquí. En realidad llevo… muchas semanas sin ni siquiera asomarme a mi propio blog (ahora dilucido esto). Algunos de ustedes, Dios se lo paga, que yo no puedo, se han preocupado incluso por mi persona, por si me hubiera ocurrido alguna desgracia personal… Insisto en que Dios paga estas ocupaciones. No, no me ha pasado nada… que no haya tenido solución, nada que no… Nada, aunque les debo una explicación, permítanme.
    Siempre ha provocado una enorme curiosidad a quienes gustamos de la Literatura y sus recovecos cómo se genera una obra literaria, o incluso una obra de arte en general. ¿Qué hace, en suma, se han preguntado -o nos hemos preguntado- que una persona escriba poesía, otra escribe teatro, aquella pinte, ese canta y estos ni se les pasa por la cabeza nada de todo ello? Son los arrebatados de las musas, son unos locos -dice Platón-, son unas almas bellas y unos corazones gentiles dirán los teóricos platónicos del Renacimiento… ¡gente distinta y rara! Las torres del Dios, que dirá Rubén; seres que pueden permitirse peinarse, vestir, vivir de modo… diferente, ir a su propia moda… Sí, las musas los arrebatan y les comunican la simiente de su obra o bien se la regalan completa… ¡Almas bellas! Aún recuerdo cómo Picasso quiso ir a Cannes a recoger su premio en calzoncillos en el coche de Luis Miguel Dominguín, que lo convenció para que se pusiera unos calzones y así lo admitieron en la gala… ¡No, usted no pisaría ni la alfombra!, ni yo quizá tampoco: no somos unos artistas, no somos esos seres tocados por la gracia de los dioses… o de Dios.

   Sea como fuere, les cuento. Cuando voy a escribir una obra con cierto aliento, es decir, que va a sobrepasar los muchos folios, personajes, sucesos, etc. necesito no ya tiempo, sino un tempo vital -si me permite la licencia- para poder escribir, para poder “generar texto”, que yo llamo. Cuando ese momento me llega lo hace de forma irremediable, se presenta sin más: como el momento de un parto, pero ignoro cómo brota y de dónde, pero reconozco sus modo, su cómo: insolente, impaciente, vehemente… Presente él, entonces ya… parece que ha llegado el tiempo de una madurez creativa: en ese momento puedo haber escrito notas…, decenas de folios con escenas, más y más folios con datos de los personajes, ya soy capaz de moverme con soltura en los escenarios, sé cómo huelen, y la circunstancia en que habitan unos y otros… en mi imaginación: hay que ponerse a generar texto. Todo lo anterior fue calentamiento, labor de plumilla, laboreo de ratón… Los tomo de la realidad que me rodea, o pudiera rodearme, , pero no siempre. En muchas ocasiones, hechos, personajes y espacios… se deforman no siempre a mi voluntad, sino que, digamos, “salen así”: yo no los quería así, pero la circunstancia de lo que narro (nunca está todo previsto, como si tuviera un esquema que sigo, sino que, de pronto, te asalta una idea, una imagen, algo que mejora el argumento, la escena, la conversación, algo que completa al personaje y lo distorsiona… y se cuela con una fuerza natural que se impone)… y sí, pudiera pensarse que soy arrebatado por un furor creativo. Pasan las horas y no siento necesidad de nada: como, duermo, me aseo, convivo -poco- y cuando abandono mi puesto delante del ordenador subo a superficie…: salgo de mi novela como si volviera de un viaje bajo el agua con el capitán Nemo… Vengo de vivir en otros espacios, de oír otras voces, de visitar otros ámbitos…
    Todo esto no es amable. Uno siente llegado el momento…, uno sabe que está a punto de perder el dominio de sí, que los papeles lo arrebatarán y sus personajes, su creación… lo llevará, adueñado de su yo, hacia… no siempre se sabe dónde. Y eso no es amable. Cuesta esfuerzo generar texto: escribir, escribir, escribir… sacar de aquí y de allí, mirar, consultar, pensar, volver, escribir, volver de nuevo, rehacer, imaginar, escribir… Hay días de plomo donde la palabra se muestra remisa, el adjetivo se mimetiza y oculta, el nombre convocado no comparece, no viene, la escena se arrastra y remolonea sin concretarse, sin tomar verdadero asiento ahí, donde se la quiere… (y luego, cuando se relee la obra para corregir…, se notan esos momentos de pesadez, porque también hay ahí más erratas, faltan palabras… Es curioso: recuerdo con exactitud lo que deseaba expresar en aquel momento, pero no es eso lo expresado en el escrito… ¡y hay que volver sobre párrafos enteros que deben ser rehechos en aras a una mejor y más clara expresión de lo deseado!).
   Me resisto, lo confieso, a escribir una novela. Sé que me esperan muchas horas de trabajo y que, al final, seguro, tan seguro como que estoy aquí… ¡el resultado no será el esperado, el buscado! La calidad se ha desvanecido, la fuerza de las escenas no es la atrapada por las palabras: se esfumó… La relectura, las correcciones se hacen tediosas, arduas… Se prueban párrafos, se catan trozos completos (incluso llego a analizar sintácticamente algunos párrafos para comprobar que quien habla, ese otro yo, que no soy yo, no es tampoco este otro personaje… que tiene otra sintaxis en sus comunicaciones, en sus expresiones y que lo hacen más creíble y que, seguro, el lector no “caerá en la cuenta” de ello, pero que a mí me gusta pensar que eso que hago está bien hecho, y hará reconocible al personaje por su propio uso de la lengua, por ejemplo, de modo inconsciente, casi, para el lector). Se persigue un ideal inalcanzable…, se dedica un trozo de vida que es entrega a los demás… “Porque te quiero, te regalo este trozo de mí, un trozo muy mío, una novela… Es mi modo de decirte: te quiero, sé que está ahí, sé que yo cobro sentido por ti. Tú y solo tú puedes convertir este texto inerte y muerto en vida, en vida de tu vida. Este texto resucita al leerlo tú. Te lo regalo para que disfrutes, para acompañarte durante un rato del camino por la vida” y yo, como el poeta seguiré soñando caminos de la tarde.
   Este verano ocurrió algo de todo esto. La novela de este verano anda aún como pollo sin cabeza, ¡hasta sin título! Luego, a veces, los textos tardan años en salir a la luz o sencillamente no salen, se quedan enquistados, atorados. No se dio el tempo necesario. Hay que esperar, ser paciente. Se careció de la altura y la madurez requeridas para darle fin. Así tengo algunos. Otros, sin embargo, son partos limpios, inmediatos, trabajosos, pero casi indoloros, ligeros…
   Es por esto, en parte, amigos, por qué descuidé el blog… que ya no tengo espacio para dilucidar si bloc o blog…, pero lo haré.
   De momento les adelanto una primicia… Si todo va bien, este mes publicaré una nueva novela: Dios no come caracoles… Ya les hablaré de ella y otros avatares en otra entrada…
  Gracias por su… vuestro seguimiento, por vuestra paciencia. Por aquí sigo: para servir a Dios y a usted, que se me enseñó a decir en la escuela. Ya saben: y sea todo esto dicho con perdón.

23 de agosto de 2016

Fernández Flores, Wenceslao: UNA ISLA EN EL MAR ROJO

   Ocupado en otros lances, queda el blog a trasmano durante los meses de verano. No olvidado, pero sí en un puesto de orden posterior a otras realidades más importantes y urgentes. Dicho esto, comento el libro que hoy termino tras leerlo lentamente.
   He olvidado cómo se me cruzó esta obra a comienzos de julio, pero fue de forma fortuita. Sé que compré el ejemplar de la novela en un volumen de las obras completas de Fernández Flores, editadas primorosamente por Aguilar (luego me hice con otro volumen de esas mismas obras, de segunda mano, al hilo del primero).
   Una isla en el mar rojo es una novela terminada de escribir a comienzos del año 39, cuando aún no había terminado la guerra civil, en la que se ve atrapado Fernández Flores en Madrid. Sin lugar a dudas, desde el primer momento el lector percibe que la novela es autobiográfica y, si se consulta su biografía, se constata que así es a grandes rasgos.
   Quienes hayan leído algunas narraciones sobre las vivencias de quienes pasaron parte de la guerra asilados en legaciones extranjeras en Madrid, ya se pueden hacer una idea de la novela. Esta arranca en los primeros compases de la guerra en Madrid. La trama es simple: Ricardo, abogado joven, con novia prometedora, se ver arrastrado por la guerra a pedir asilo en la legación de Holanda y allí pasará un largo período de tiempo, hasta que ayudado por su amigo Rich puede salir de España por Valencia, camino de los Pirineos, donde cruzará a Francia ayudado por un grupo de personas -hubo muchísimos catalanes dedicados a ello- y de allí volverá, como muchos hacían, a la España fascista, nacional, franquista, azul… o como la quieran llamar.
   Las vicisitudes en la legación las puede imaginar cualquiera que haya sabido algo de la guerra: hambre, hacinamiento, frío, miedo continuo a que se dejara de respetar la bandera y la legislación internacional; las amistades fraternales y los odios irremediables de quienes conviven en situaciones muy precarias, atenazados por noticias de horror, asesinatos, bombardeos, etc.
   La novela, por lo que he sabido, insisto: de otros relatos personales y próximos a mí, es muy realista. Se encontrarán en ella muchos tópicos arrastrados durante años y nacidos al hilo de lo tan intensamente vivido. Al lector actual esta novela le recordará más, por su estructura, su modo narrativo, a los realistas del XIX que a los noventayochistas, Baroja, por ejemplo. Las descripciones se mezclan con fervorines y largos circunloquios, moralinas trasnochadas, si bien creo que el valor testimonial de la obra es innegable de lo que ocurrió en esa guerra donde solo hubo unos malos malísimos que deben ser olvidados, borrados de la memoria y recompensados sus enemigos que fueron siempre defensores de una democracia que no existía, de una paz que ellos quebraron, siempre subyugados por una Iglesia execrable, compuesta por unos seres merecedores de las peores atrocidades realizadas en ellos, así como quienes pensaban de modo distinto a esos grandes demócratas: marxistas, anarquistas, españoles y extranjeros (que vinieron a hacer el descaste de españoles, cuando aún no estaba abierta la veda del conejo, sin que nadie les diera parte en aquella matanza en la que ellos participaron sin licencia actualizada, con ese estilo elegante de quien va de caza a África).
   Desde el punto de vista estructural la novela está descompensada. El momento preparatorio de la guerra muestra una España precaria, pero aún inconsciente de lo que se le viene encima. Estamos a comienzos del verano, los primeros movimientos de tropas apenas tienen importancia, el golpe se considera algo que pasará con el calor y la llegada del otoño (pocos, no conozco a nadie que lo haya escrito así, que diga que la guerra iba a ser larga: todo el mundo pensó -he leído cartas de la época- que la guerra duraría lo que el estío: se acabaron los exámenes de julio, la gente se marchaba de vacaciones, habría un golpe, los militares restaurarían el orden y la legalidad que la República o no quería o no podía imponer… y a otra cosa)… Tres años con la ayuda de las potencias extranjeras que decían no saber nada ni querer nada ni meterse en nada (ya se sabe que de los malos solo puede venir el mal, pero de la incuria de los supuestos buenos… también viene el mismo mal). La novela se alarga con las vicisitudes en la Legación y luego, el final, digamos, se desarrolla muy rápidamente. Es curiosa la luminosidad que adquiere la obra cuando los personajes se trasladan de Madrid a Valencia… El paso de los Pirineos se aligera, así como la estancia en Biarritz, los amores del protagonista, etc.

   Novela entretenida, novela de época. 

14 de julio de 2016

Sánchez Gascón, Alonso: LOS HOMBRES NUNCA LLORAN

 

                                                                           A Paco Revueltas, poeta y guarda de caza.

                “Los hombres no lloran”, decía por defecto el practicante en urgencias mientras me cosía en vivo y en directo la brecha en cualquier parte de mi cuerpo… “Esto no es na”, añadía nada persuasivo y por todo consuelo. Y siempre pesé que efectivamente no lo era… ¡porque la carne que cosía era la mía, coño!
                Conocí al autor de Los hombres nunca lloran en unas sesiones sobre legislación vial y los cambios habidos entonces al respecto, con las posibles incidencias de las piezas cinegética en los accidentes de carretera. Aquello tuvo lugar en Andújar. La obra que ahora comento me lo recuerda, y no es una perogrullada: franca, ocurrente, llana, cercana, clara, sin doblez ni engaño. Lo que se ve es lo que hay. Si en su exposición nos reímos, en la obra hay momentos en los que me he cascado las muelas de risa: el último capítulo, nada impío, es memorable.
No era aquel foro sobre caza y circulación lugar de comentarios sobre obras literarias, pero sí recuerdo que dijo -olvidé al hilo de qué- que pensó en la posibilidad de ganar dinero con sus libros sobre la caza. Ignoraba que, en España, cazadores y no cazadores, no son lectores. El perfil del cazador lector es exactamente que el del lector cazador. La inmensa mayoría de quienes cazan se dedican a ella durante unos meses y no leen ni a tiros, exactamente igual que la mayoría de los españoles que no patean el campo. Tales para cuales.
Es Los hombres nunca lloran es una obra rememorativa y autobiográfica. El autor de la contraportada insiste en nombrarla novela y añadir un adjetivo que la termine de encuadrar; me atrevo a decir que novela no es ¡por mucho que Cela estire el concepto! Se trata de un conjunto de veinte capítulos titulados con gracia y artimaña para hacer entrar en plaza a la curiosidad del lector. Este libro me recuerda otro que leí hace muchos años, Un mundo que se va de Víctor Márquez Reviriego… (le comenté un día a Delibes de ese libro y, mirándome con cierta cachaza castellana, me dijo: “¿Qué se va a o que se ha ido?”). Efectivamente Sánchez Gascón nos habla de un mundo absolutamente muerto y periclitado en la mayoría de sus extremos, afirmo y añado: gracias a Dios y a los hombres. Un mundo de una rusticidad animal que da grima y amarga: hay pasajes de un salvajismo truculento. El tiempo se aceleró de un modo vertiginoso de entonces a esta parte y todo eso desapareció, aún mi generación, la de los sesenta, está más cerca de todo lo que ahí se narra, más cerca de las vivencias de sus abuelos que las de sus hijos… Niños sin zapatos ni escuela, sin más horizonte en sus días y en sus vidas que un terruño agreste de vivencias tejidas con animales, plantas, heladas y calores extremos… Sí, el niño Alonso Sánchez quizá fuera feliz como lo era el Nini delibiano de Las ratas, pero ya ese mundo murió… Sí, “Cualquiera tiempo pasado/fue mejor”, pero ese mejor lo pone la añoranza, la memoria selectiva… y el tiempo.
El libro, para quienes gusten del campo, de oír viejas historias al calor de la lumbre, quienes gozan con los animales -sin ser “animalistas”-, quienes son capaces de beber a gollete y comer con la navaja tajás de lo que sea sobre un cacho de pan… ¡y les guste leer! pasarán un ratico inolvidable con este libro. A mí me ha recordado muchas historias de mi padre y de mi infancia, ciertamente desde ángulos distintos, pero donde también había lobas, zapeos de conejos, guardas, mojinos, recargas de cartuchos…, perros y animales, jaras y lentiscos… Un mundo que he conocido de primera mano.
Mas no todo en la obra es miel sobre hojuelas, y también es opinión. Me parece desacertado abrir la remembranza con la primera historia elegida por quien sea. Son innumerables las narraciones de todo tipo en las que sus autores, más o menos explícita o tácitamente, de un modo más o menos biográfico, recatado o grosero, recuerdan cómo dejaron colgada su virginidad en tal o cual lance. Aburrido por reiterativo, por lo escasamente original y por la confusión que genera con respecto a la obra en su conjunto, bien pudo quedar ese capítulo para más andado y sentado el camino y contextualizado el contenido. Se ve que al narrador le conturbó en su adolescencia y piensa que, de un modo u otro, había que contarlo…
Las eruditas notas al pie de página, en contraste con el texto, sobran sin paliativos, si bien autor y editor hicieron bien en incluirlas porque suyo es el perro. No añaden nada al gracejo y contenido del texto. El glosario final, sin embargo, me parece tan interesante como alucinado: suele ser carencia de lego afanoso. En este caso el escritor-abogado-cazador metido a filólogo… comete muchas marrillas, ¿cómo no consultó y citó el Vocabulario andaluz de su casi paisano Alcalá Venceslada…? Para mí, defectos menores, pero fácilmente salvables…

Son curiosas también determinadas palabras que conozco como él, de haberlas oído y nunca leído, que él usa con desenvoltura en texto, sin cursiva y dándoles plena validez académica, cuando no la tenían en absoluto ni estaban recogidas por el diccionario de la RAE y así gualtropear (también se usa ‘gualtrapear’): recogida en el Vocabulario citado y hoy ya admitida por la RAE, pero como guadrapear. Sobran las reiteradas tildes a ‘dio’ y algunas expresiones incorrectas, alguna palabra suelta incorrectamente escrita que no errata…, pero que no alcanzan al desdoro de la obra, por la que felicito al autor.

9 de julio de 2016

272-CHARLIE-SALIDA-52-ESOS TONTOS TAN VIVILLOS...


          
Querido charlie:

El autor de esta frase, Paul Henrí Spaak, estaría hoy de pésima enhoramala y mala leche. Fue nuestro hombre uno de los grandes impulsores de la cesión de soberanías nacionales, particulares, en favor de una unidad superior llamada Europa. Defendió a ultranza la inclusión en esa unidad europea la presencia de la primera nación que: una vez quiso sumarse, y hoy ha dado un paso atrás con el llamado Brexit. Malos días para este político belga y gran visionario… Malos días para Europa. Curioso: siempre sopla buen viento para los tontos, charlie. Dicho esto, y centrándonos en su frase, convendría decir que el azúcar es tan nocivo como los tontos…
El tonto puro, el tonto patanegra, integral, el tonto de libro… en tanto que persona es literalmente digno de la misericordia de todos. Aún no me crucé con ninguno en mi vida en las aulas. He visto personas enfermas, personas perjudicadas de nacimiento, niños incapaces de alcanzar la media razonada por una sociedad que ha puesto sus lindes…, pero no vi nunca en las aulas ese tonto pueblerino, del que Cela escribió. Siendo niño sí los vi en las calles de algún pueblo, en las calles de alguna capital. Algo hemos avanzado: hoy ya, por muchos motivos, no se ven esos tontos pobres que deambulaban de acá para allá. En la Literatura recuerdo el loco descrito en un poema de Machado; un libro que recuerdo vagamente de Jaime Campmany que se titulaba… Jinojito el lila, que era más libro de un vivo que de un necio; recuerdo a Nilo aquel personaje de Las nogueras, de Delibes, que era tan inocente como el Azarías… Recuerdo otro libro de Ana María Matute… Los niños tontos, del que solo conservo en la memoria que es un libro breve de Destino… En fin, tontos que no se ajustan en absoluto al comentario de Spaak.
El tonto veteado e impuro, el tonto tan tóxico como el azúcar, es lo que conocemos por un vivales. Es el animal “que las ve venir”, es el listo de la cuadrilla, el egoísta que, con habilidad, se percata de lo que le conviene y aprovecha con astucia las oportunidades, aunque para ello tenga que pasar literalmente por encima de los cadáveres de sus próximos y sus ajenos. Pura plaga. Arsénico letal sin mixtura. Es cierto que muchos de estos tontos pasan desapercibidos hasta que “por sus obras” se les conoce… Ya fue tarde. Eso que Spaak llama “enfermedad” se convirtió en pandemia. El tonto de quien habla Spaak es malo como la tiña. Se extiende por la vía de “aluengo de meda el deluvio”, “yo primero, yo después y detrás yo”, “íbamos yo y este”, “¡anda y que le den!”, “ya vale”, “todo está bien”, “si callan, otorgan”… Es el silencio de los corderos de los que tanto habló, por ejemplo, Anna Arenth: esos judíos que, en silencio, tan inteligentes, tan espabilados, no quisieron ver venir a ese vivales fabuloso de Adolfo Hitler. Primo este, por parte de intereses, de ese otro -no hay pretensión de reduccionismos equidistantes- de Stalin que masacró más de treinta millones de personas, tan terne él, tan con su bigote, sonriente… ¡y qué espabiladillo nos salió!
No obstante, siendo muchos los vivillos que en mundo han sido, hay uno, el poncio de la jofaina, el tal Pilatos, que se me antoja en tonto arquetípico del que habla Spaak. Su necedad, su tontura… “los que de verdad la padecen son los demás”. No quiere quedar a mal con nadie: ni con judíos ni con romanos, ni con sus jefes ni con sus subordinados. “¡Pásate la jofaina que me lavo las manos! No quiero saber nada. Este jodido judío no me jode el pasodoble”, debió decirse. Incluso, porque el vivales suele ser un pellejo de cordero sobre lobo, intenta aquietar su conciencia con un “¿Os suelto a Barrabás o al tal Jesús que se dice hijo de Dios…?”. El tipo se las sabe todas: referéndum popular; a él no lo coge el tren por muy derecho que le venga. Que no, que él solo fue responsable ejecutivo de la muerte de el Hombre. Él, un quídam que estaba allí en el momento inoportuno…, pero, ya digo, a él que no le pidan cuentas más allá de lo dicho. “Echa más agua a la palangana, bombero de mi alma”. Nada que no sea en su propio interés le interesa lo más mínimo. ¡Si fueran el Sol, no calentaban ni a su madre!


Y en este renglón entra Cameron, que no entendió que “camerón que se duerme…”. Su jofaina fue su referéndum. “A mí no me la colocan estas huestes que piden que crucifique a mi Gran Bretaña”. “Le pregunto al pueblo -se dijo- y que él, entidad tan romántica como irresponsable (¿quién armó a la mitad del pueblo en nuestro 36?) decida”. “Ahí lo llevas, David, que voy a por otro” y le han pegado un urnazo en la boca que nos ha trepado los dientes a todos los europeos. ¿Y el vivales? Pues eso… ¡con su sardina en el ascua, charlie!  

26 de junio de 2016

Eckermann, J.P., CONVERSACIONES CON GOETHE

Conozco la causa y no la evito. Releo forzado algo que he escrito hace mucho tiempo. Lo hago con el asombro de quien no se reconoce en lo escrito ni en lo que escribió. En momentos me admira positivamente la factura del texto. El estilo sí lo reconozco como propio: en algunos párrafos el ritmo narrativo se hace moroso y tardo. Es el afán de claridad que no atrapo por la concisión, la brevedad y el laconismo. Todo lo que puede salir mal, sale mal naturalmente: es el llamado principio del realismo cabrón que no llegó a enunciar Einstein porque no le dio pie la vida.
             Releo una entrada de 2015. Muy larga es para serlo de un blog. Se abusa del circunloquio. Me excedo en poner en suerte al morlaco del tema, que se me antoja simple: antes leía todos los libros que empezaba y ahora ya no lo hago; eso es todo. Llego a una etapa de mi existencia en que, a destajo, achico a la muerte en mi vida, pues amenaza con inundarlo todo. Tengo más libros buenos por leer que tiempo. Repito: ya no leo libros que no me ayudan, que no me son atractivos, que son tóxicos, que están mal escritos, que no entiendo… Insisto: no más. Los hombres no son ríos que no puedan volver a sus fuentes: antes defendí “todo libro que se empieza, se acaba”, y ya expliqué por qué; muchos de quienes fuisteis mis alumnos sois testigos de ello. Hoy no: si tengo razones para no hacerlo…, cierro el libro y vuelve al estante de la biblioteca y que cada caminante siga su camino. Si todo esto es cierto, no lo es menos que los hábitos adquiridos tiran lo suyo: aún me cuesta tomar esta decisión de cerrar el libro, dejarlo a medias, etc.
             Es curioso que el libro que he dejado de leer era una lectura preciada y alabada por muchos, deseada por mí, regalo de Bernardo Munuera, Conversaciones con Goethe, de Eckermann…, editorial Acantilado, edición completa, 867 páginas… y ya no paso de la 393. Me planto.
            Tengo un folio de notas, como siempre, doblado y anotado, con letra prieta y caligrafía irregular porque, quienes leemos en cualquier parte, no podemos garantizar la armonía y la cadencia de esta. Debiera entenderse que un libro de esta importancia, fama y porte se merecería muchos estudios, que existirán, y no sé cuántas entradas de blog, que las tendrá… Los temas sobre los que pontifica Goethe son tantos que, agrupados, darían para mucho: arte en general y arquitectura en particular, escultura, pintura, teatro, poesía… Geología, Botánica… Casi todo lo divino y lo humano queda aquí revisado, opinado, juzgado, sentenciado por el genio alemán.
            Para quien no tenga idea de esta obra, le diré que Eckermann, un chico joven, viajero y curioso, termina por ser una especie de secretario de Goethe, cuando este estaba en Weimar (capitidisminuido, según nuestro Ortega, precisamente por haberse refugiado allí). Bajo el magisterio de Goethe se dedicará a anotar el contenido de las conversaciones que mantuvo con el genio alemán, las visitas que este recibía y en las que él estaba presente, algunos viajes, comentarios, ya escribí, de lo más variados y variopintos.
            Muchas de las ideas y sentencias de las que tomé nota -y que son especialmente de mi interés- merecerían ser glosadas y todas ellas apuntarían a verdades clásicas que se pueden hallar en un sinfín de obras y de pensadores que, como sus obras, también son unos clásicos. No ha mucho me escribía una persona para que le dijera qué pensaba de la extendida expresión “No pasa nada”, pues bien, en la página 192 de este libro Goethe, como no puede ser menos, afirma que todo tiene sus consecuencias y, por tanto, sus responsables.
            Se queja un conocido de Goethe de que no contestó a un escrito que le envió: una carta, un libro… Y le comenta a Eckermann que le resulta imposible atender a cuanto le llega y poder contestar a cuantos solicitan su opinión, quieren saber algo, le consultan… El genial pensador alemán reconoce que no dispone ni del tiempo ni de la capacidad para responder a todos y a todo. No tiene sentido contestar a una carta en la que no tengo nada de particular que añadir, viene a decirle a su secretario, amigo y discípulo. Hoy, sin embargo, ¿somos capaces de dejar de opinar, aunque sea sobre los efectos de GIST en el aparato digestivo?
                Enjuicia Goethe las literaturas alemana, inglesa y francesa. Las compara en los distintos momentos y habla de adelanto y retraso de algunas con respecto a otras en distintos momentos y etapas… Se plantea, en otro pasaje -los temas se suceden unos tras otros sin más orden ni concierto que ninguno- si les interesa o no a los alumnos la verdad que escuchan de los labios de sus maestros: cuantos hemos sido alumnos, podemos responder a ese asunto diciendo que según y cuándo, cómo y a quién…                                  
            Cierro de forma caprichosa con dos ideas: una, son muchas y dispares, me asombra, las obras que para Goethe merecen el calificativo de “la mejor del mundo” o “se halla entre las mejores del mundo”. Dos, es posible que algunas de las suyas lo estén -su Fausto, sin duda, y su Werther, en mi humilde opinión-, pero a su autor le consta que no serán populares, porque no se escribieron, dice, para la masa… Y quien la lleva lo sabe.

9 de junio de 2016

Cervantes “encantado”


 Ese genio cachondón e irónico, ese argentino que acabara ciego, apellidado Borges, cuando le preguntaron que dónde deseaba morir o cuándo, o algo así, que lo olvidé, dijo que le daba igual, pero fuera donde fuese, deseaba ser enterrado en España “porque en España es el lugar donde mejor entierran”. Me acuerdo de esta anécdota al hilo de toda la parafernalia que se quiere organizar, que se está organizando, con el pobre Miguel de Cervantes. Por guardar las apariencias se decreta ley de adecentar el local patrio y mostrarnos hipócritamente agradecidos; para que no se diga…, no sea que dejemos de ser ese “lugar donde mejor entierran”. En ello estamos casi todos. Me van a permitir que me lo imagine que, allí donde está -quien lo conoce lo sabe-, se estará desternillando -descojonando vivo, que se dice en el Tercio-, viendo a tanto tonto hacer dos tontos risibles, ridículos, estrafalarios, sin gracia alguna, o bien, pobre, remuriéndose de pena y de tristeza porque “una vez más, me hacen heridas más en mi sentir y persona que no en mis carnes, que ya no ni siento”… Servidor, don Miguel, siente vergüenza ajena, que conste. “¿A quién no sorprende y maravilla/esta máquina insigne, esta riqueza?”.
Entre esa tropa española del XVI, extravagante y ajena al mundo de hoy, cuando se iba, ya se sabe: se iba a por todas, con o sin todas las de la ley, es decir, “del tirón” que se dijo siempre en la infantería de marina, por derecho y de verdad…, porque ir para hacer bufonadas propias de bufones ya están los políticos de este velado país, donde las cobran y a buen precio y recaudo, las bufonadas, digo. ¿Qué puede pensar un hombre que estuvo en Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, donde anduvo enfermo y no le importó jugarse la vida toda al tablero…, de cuanto se está organizando a modo de teatrillo de Cristobita sobre su vida y su genial obra como conmemoración…? Que digo yo, ¿que de qué…? ¿Qué se conmemora qué?, digo. Por favor, párese un momento…
Cervantes no era un fifiriche ni un pelele, nunca fue un andarríos, ni un pillatigres… Don Miguel de Cervantes, defectos asumidos aparte, era un español con toda la barba y con sangre en el ojo… (quien no sepa el significado que lo averigüe). Hombre de su tiempo, hombre buscador, explorador inquieto. Quién conoce su vida, repare por un momento en su actitud mantenida en Argel. Fue perseguidor de lo que asumió como su gran anhelo, su vocación más firme y verdadera, que no fue otra que servir a Dios, a su Rey y a su patria y por ellos a sus compatriotas. Dejó escrito en la Numancia (v. 1077) «No entiendas que de paz habrá memoria». No vivió don Miguel en tiempos donde los lobos venían so capa de lo políticamente correcto. Era inadmisible. “Apostaré que el ánima del muerto/por gozar este sitio hoy no ha dejado/la gloria, donde vive eternamente”
Bien es verdad que no tuvo privilegio del Cielo, y como él, nadie, para evitar por su “mano haber detenido el tiempo” y que no pasase por él, como no lo tuvo don Quijote. Todos estos montajes que hoy me cercan por doquier más tienen de auténticos libros de caballerías, es decir, de “disparates y sus embelecos”, que no de verdad asumida en la sensatez de la calma, vuelta la cabeza del desengaño de inútiles y descabelladas caballerías. Bien está que la rueda de la Historia destroce las carnes de los hombres, pero al espíritu le corresponde oponer su ligereza y tino. Es falso que vivir y ser injusto sea lo mismo. ¿Quién piensa que con estos alifafes, con estas gueguerías, saraos, festivales y festejos cómico-taurinos y bailables se hace justicia al ajusticiado Cervantes Saavedra?
Cobra su felicidad el escritor en ser leído y poder comer y vivir, mal que bien, de aquello que de su caletre recaba y alumbra. Lo segundo a don Miguel, a estas alturas, le sobra y me temo que también lo primero, pues siempre “debéisme cuanto escribo”, no me hacéis favor con leerme: ni a este, ni a aquel… ni a mí. Claro que sí, no puede ser de otro modo: “miró al soslayo, fuese y no hubo nada.”

Si todo bien es difusivo promoved, sí, a usted, lector, me dirijo la lectura desde casa. Sí, ustedes, los comodones, los aburguesados, los perezosos, los irresolutos, los pusilánimes…, sí, vosotros que habéis dejado de exigir verdaderas lecturas de peso por entretenidas basuras en las escuelas y los institutos… Dejad de quejaros, padres, profesores, políticos, maestros, españoles… de lo mal que el mundo anda, pues andar en lectura y cultura es posibilidad de abrir camino cierto a la verdad y la felicidad… ¡Cuántas veces no habré repetido lo dicho por el abuelo!: Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible. VALE.

29 de mayo de 2016

Samuel Johnson, PREFACIO A SHAKESPEARE (II de II)


 Shakespeare tiene un tenaz interés en la búsqueda de la íntima motivación que lleva al hombre a actuar. Busca por medio de sus obras hallar la etiología del mal y del bien naturales en el hombre, desvelar los fundamentos del vicio y la virtud… todo ello con monumental sutileza. No se trataba de contar historias casi infantiles, acciones superficiales, actos livianos…, sino que, cuando Shakespeare es capaz de mostrar esas realidades por medio de sus personajes, de los actos de estos, de sus palabras, sus gestos… uno casi vislumbra, casi alcanza a comprender esas realidades tan esencialmente humanas.
Se podría pensar que el genio teatral había creado y escrito bajo un halo de calma, de serenidad, de viento a favor, mas nada más contrario: Shakespeare crea en circunstancias adversas. “Shakespeare no contó con esa ventaja: vino a Londres como un pobre aventurero y vivió durante un tiempo de míseras ocupaciones. Muchas obras del genio y del conocimiento se han llevado a cabo en condiciones de vida aparentemente poco favorables para la reflexión o la investigación. Tan numerosas son que quien repara en ellas se siente inclinado a deducir que el empuje y la perseverancia prevalecen sobre cualquier agente externo y que las ventajas e inconvenientes se desvanecen ante ellos. El genio de Shakespeare no era de los que se sienten abatidos por el peso de la miseria, ni limitados por la pobreza de la conversación a la que inevitablemente se ven condenados los menesterosos” (p. 57).
Por todos es conocido, y lo hemos puesto como ejemplo del autoplagio, a Valle-Inclán. Pues otro tanto le sucede a Shakespeare. Decía Julián Marías que nadie espere a criarse para clásico, sino que se debe escribir y dar a leer todo aquello que se desee que sea conocido por los lectores. Ese es Shakespeare, quien no tiene inconveniente ni escrúpulo en repetir las mismas bromas en distintos diálogos, ni por concebir diversas tramas con la misma intriga… sencillamente porque no pasó por su cabeza que sus obras serían leídas, estudiadas, diseccionadas por la posteridad en forma, por ejemplo, de editores como la hecha por el mismo Johnson. Shakespeare, ante la duda, actúa.
Por múltiples razones evidentes no he podido evitar las interrelaciones entre Shakespeare y Cervantes. Ambos tienen el brillo innato de la genialidad al que añaden la luz artificial y adquirida del conocimiento, la experiencia, el vivir con un claro sentido último.
Otro aspecto que comenta el doctor Johnson es que todo cuanto Shakespeare escribe en la obra (o esboza, pues no todo lo concreta y culmina, lo detalla y explicita): el estilo, el lenguaje, la disposición sintáctica de la oración… está pensado para ser dicho sobre un escenario, ojo: ¡no para ser leído en un libro! No se olvide que entonces, ¡¡como ahora!!, saber leer y escribir era una hazaña valorada por su singular rareza.
Es curioso cómo el comentario que hace Johnson de los críticos que le preceden en ediciones comentadas de Shakespeare lo hace siguiendo un orden: primero, comenta las cualidades intelectuales y personales del comentador y ya, después, dice de la obra realizada con sus comentarios, sus notas, sus correcciones, etc. Parece decirnos que el obrar sigue al ser… Todo tonto no hace ni dice sino… tonterías. El genio de Shakespeare da a la luz… obras geniales.

“Finalmente, he de confesar, no obstante, que aunque se lo debamos todo [a Shakespeare], él también nos debe algo: si buena parte de la admiración que se le profesa es fruto de la lectura y el juicio, otra parte es fruto de la costumbre y la veneración. Fijamos nuestra mirada en sus virtudes y la apartamos ante sus defectos, consintiéndole lo que aborreceríamos y despreciaríamos en otro” (p.62). Bien traído. Ahí lo tienen ustedes si gustan.