11 de agosto de 2015

Dickens, Charles: AVENTURAS DE PICKWICK



 

         De este libro me habló hace muchísimos años un catedrático de Matemáticas. Si no me falla la memoria, él no lo había leído (?), pero me habló muy bien de él: que era una maravilla de libro, etc. Pasados muchos años tuve la oportunidad de adquirirlo (está marcado su precio en pesetas, edición del año 89) y muchos más años después me pongo a leerlo.
         La introducción, de Arturo Ramoneda, me parece adecuada, orientadora para quienes como yo entramos en la obra despistados. La traducción de Júcar es de don Benito Pérez Galdós… y es curiosa, pues muchas de las expresiones, giros, etc. tienen un regusto hoy ya un tanto arcaico, incluso en la grafía: me ha hecho gracia. Son dos volúmenes.
         La obra de Dickens nace al amparo de una publicación periódica que le ofrece un dinero fijo y un espacio inamovible en el diario: creo que esto muy especialmente condiciona la creación. El autor se ve obligado a ajustar la peripecias de sus personajes a episodios que deben tener el carácter propio de todo folletón: pasajes de interés, de clímax alto, de aventuras breves y concatenadas… ¡Lo que a día de hoy sabe y experimenta cualquiera que siga una telenovela!
         En alguna ocasión el lector, al menos yo, tengo la sensación de un ir y venir caprichoso de la mano de los personajes, pues su autor a ellos y a mí nos lleva un poco al albur de lo que se le va ocurriendo, sin tener muy claro hacia dónde vamos: nos detenemos durante páginas en asuntos que se me antojan baladíes y pasa por asuntos prometedores en páginas previas que se disuelven en nonadas. Es lo que hay: donde manda patrón…
         El llamado Club Pickwick es un grupo de señores acomodados y en apariencia aburridos que deciden hacer un viaje por Inglaterra para hacer relación de cuanto se encuentren a su paso: personas, costumbres, tierras, animales, etc.  El Club envía al creador del mismo, Mr. Pickwick, con tres de sus amigos, compañeros, colegas: Mr. Winkle, Mr. Tupman y Mr. Smodgrass, a los que se sumará un criado que toma Mr. Pickwick, que es Sam. Se supone que en la obra se nos están narrando las actas que estos señores dejaron escritas, por eso, el narrador, hay momentos en que duda a la hora de fijar con exactitud determinadas realidades que quedan en el aire.
         Como ya he escrito las historias que se nos van narrando, nacen, crecen y mueren en función del capricho aparente de su autor. Los personajes son ya hombres viejos y, en general, bastante ridículos, rozando la necedad, pues casi todo lo que acometen si no lo hacen al revés exactamente de lo que pretenden, se quedan a un palmo de ello.
         Las historias, aventuras, etc. de los propios personajes se trufan con otras que narran personas con quienes se van encontrando por los distintos lugares por los que pasan (me acuerdo de la primera parte de nuestro Quijote). Son historias, por lo general realistas, no sin ciertas reminiscencias románticas, casi góticas. El autor quiere valerse de ciertas ironías y gracias para arrancar, por lo menos, la sonrisa del lector, pero ignoro si será por Dickens o por su traductor, Galdós, pero estas intenciones quedan en eso, en meras intenciones, pues rara vez el lector sonríe (más frecuente es sentir una cierta pena por los personajes: buenos, pero a un palmo de parecer tontos).
         La obra se lee con agrado, pero no tiene más trascendencia que lo explicado. No es que se narren ni grandes aventuras, ni se haga una relación detallada de costumbres, etc. (se suele detener con bastante detalle en las pantagruélicas comidas: los platos y sus calidades, los vinos…). En general, casi todo lo narrado tiene un fondo de bondad amable, pero también tamizado por una neblina muy inglesa, insisto, de ridiculez, que aportan los personajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario