14 de julio de 2015

Salinas, Pedro: CARTAS A KATHERINE WHITMORE (I de II)



Katherine Whitmore
         Llevaba años tras este libro agotado (me dicen que ofrecen por él ¡más de 1000€!). El problema me lo soluciona mi secretaria trayéndolo de la biblioteca pública, por donde sí hará mil… años que no pasé. Muchas gracias.    
         Inteligencia dame el nombre… La relación entre Pedro Salinas, hombre casado, padre de dos hijos, con su alumna Katherine Reading (más conocida con su apellido de casada Withmore) me deja estupefacto. Lo reconozco.
         Esta relación me avecina a la correlación necesaria, considero, entre belleza y bien. La relación entre Salinas y Reading es una relación adúltera que se va tapando y tejiendo bajo un manto de seda, que deja a la mona… la mar de mona, porque ellos son plenamente conscientes de ello y de sus razonadas sinrazones. Desde los primeros meses de su relación saben que están haciendo un daño terrible a terceros.
         Desde la primera carta que él escribe (recuerdo al lector que no se conocen hoy las escritas por ella a él) se desprende la idea del remordimiento. Son personas a quienes entiendo con cierta formación moral, ética o religiosa (como Salinas confiesa, recibió, mejor o peor, en casa de sus abuelos cierta formación religiosa; estaba bautizado en la Iglesia católica, pero él no actuó como católico en su vida adulta). Tienen claramente la idea del mal que se realiza (de pecado) y de la doble vida de la que Salinas de continuo habla en sus cartas… ¿Cómo sería la mirada de él a su esposa Margarita? ¿De qué hablaban durante el almuerzo? ¿Cómo trataba a sus hijos? ¿De qué hablaba con todos ellos? ¿Cómo eran las relaciones íntimas entre los esposos? Margarita Bonmatí, descubierto el adulterio, intentó suicidarse tirándose al río en Aranjuez: ¿cómo se excusó Salinas?
         Pensé yo, ¡hace ya tantos años!, que el amor de Salinas por su alumna fue un amor platónico (como así imaginé el de Machado con Pilar Valderrama). Me temo que era –y lo sigo siendo- un iluso. Salinas no habla de un amor platónico, sino de un amor encarnado, carnal, corpóreo, y él así lo manifiesta en sus cartas.
         Me cuesta comprender la excusa, la mentira, del marido que dice haberse enamorado de otra -generalmente más joven y guapa que su esposa- para abandonar a su mujer, pero ese marido por lo menos ha tenido el valor de renunciar, de dejar, de romper, de no seguir destrozando a esa persona…, pero ¿y ese mantener una relación -¡tal y como la concebimos en occidente no ha tanto!-, mantenida durante años, con dos mujeres a la vez, una esposa y una amante, una querida, una…? ¿No es acaso una deformación personal enfermiza ese querer obturar la vida de las amadas, ambas, suponiendo que las amase a ambas por igual cosa poco probable? Se me antoja terrible. De esquizofrenia de manual. ¿Dónde está el Pedro Salinas sensible al arte, la naturaleza, la belleza…?
         Mientras leo estas cartas se me van cayendo los palos del sombrajo y me quedo inerme y a la intemperie. ¿Qué ha sido de la luminosidad aparente de los poemas, sobre todo, de La voz a ti debida? Una superchería. Brillo de baratija. No creo en la sinceridad de lo escrito. Ensayo y no pesan: todo es ganga.
         No había tanta distancia de edad, como yo creí entre Reading y Salinas. Cuando Salinas conoce a Katherine ella tiene ya 33 años, no es una chiquita, ni una adolescente…, sino una mujer hecha y derecha: ¿por qué si quería casarse no lo hizo ya, pues edad tenía para ello y más aún en ese momento, por muy yanqui que fuera, el casorio era asunto de los veintipocos? Él cree saberlo (varios fracasos amorosos, me consta, más lo que él añade) y así se lo dice en la carta 53 de 5 de enero de 1933: ella quiere sentirse libre (?): “te has resistido a entregar tu libertad, tu independencia en el amor, a la fórmula matrimonial” (p. 127), le dice él de modo incomprensible para mí: la libertad se despliega en el compromiso y la responsabilidad. La libertad bien puede optar por no elegir, pero se debe entender una libertad más amplia la que elige realidades más elevadas del ser, como tantas veces él afirma. No: ella no elige por egoísmo, por temor, por… y mantiene una relación abocada al fracaso, como así fue.
         ¿Cómo ella se va dejando enredar en sus telarañas de quien era su profesor y apenas unas semanas después… ya siente, parece, un tremendo remordimiento, pero es incapaz de cortar? Ante el inmenso fajo de billetes del bancario el cliente no se limita a robarlos y alega que no pudo contenerse; tampoco corre el cliente con la joya que el joyero le muestra al ver la puerta abierta… ¿Por qué, sin embargo, tendemos a justificar esa tendencia menos racional del hombre con un “se ha enamorado” que quiere, insisto, justificar lo injustificable y además mantiene, dado el caso, una doble relación?  Son las nueve cabezas del animal que arremeten contra la racionalidad de la décima cabeza.
Pedro Salinas y su esposa Margarita Bonmatí

4 comentarios:

  1. Lo que más me ha gustado es eso de que generalmente los hombres se enamoran de otra más joven y guapa. Es usted un genio Don Antonio José

    ResponderEliminar
  2. Un artículo más bien reaccionario, incapaz de entender las locuras que lleva implícitas todo enamoramiento profundo y sincero, máxime si el enamorado tiene una sensibilidad a flor de piel y su amor va, a la vez, acompañado de otro amor (diferente, pero también amor) a los más desvalidos del planeta Tierra. ¡Salud y buen domingo!

    ResponderEliminar
  3. Buenos días, Julandrón: Sería hipérbole afirmar, caballero, que todo lo entiendo, pero creo que sí soy capaz de poner nombre a las realidades del mundo. La traición a la esposa por un “enamoramiento profundo y sincero”, etc. se llama imprudencia, injusticia, deslealtad… Cuando se produce ese enamoramiento insondable y abisal (póngasele toda la seda que se desee a la mona)… la traición ya fue. Sí, claro que conozco la debilidad humana por ser testigo continuo de la mía, pero no la justifico: no me engaño, no me miento… ¡Que tenacidad la de la realidad, Julandrón! Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Por cierto, le contaré, quizá lo sepa: Felipe II nunca contestaba las cartas anónimas que le eran entregadas en la calle. So JULANDRÓN se esconde ANÓNIMO que se me antoja cobardía. Por educación le publico el comentario y le contesto.

    ResponderEliminar