26 de noviembre de 2015

West, Nathanael, MISS LONELYHEARTS





                 En alguna ocasión en este blog he hablado de la necesidad de un canon que siente el lector insaciable, ante la inabarcable cantidad de libros que le gustaría leer. ¿Qué libros se deben leer? Y se los pregunta así: con una perífrasis de obligación. Me temo que al final hay muchos cánones, que no será posible leer lo que uno quisiera, lo que le gustaría y que siempre se impone la realidad cargada de casualidades.
         Para Bloom, no hace mucho comentéaquí un libro suyo, hay una novela imprescindible de la que nunca antes de mencionarla él había oído hablar yo de ella: Miss Lonelyhearts. Su autor es Nathanael West (1903–1940), seudónimo del novelista, dramaturgo y escritor satírico Nathan Wallenstein Weinstein. Es muy probable que tampoco la mayoría de ustedes hayan oído hablar de esta obra y esa supuesta obligación con que nos carga Bloom se disuelva como un azucarillo en la nada de su irrelevancia.
         Situada espacialmente en los Estados Unidos y temporalmente en los años de la Ley seca (20-33), nos narra unos girones de la vida del protagonista a quien se nombra por Miss Lonelyharts, “señorita corazones solitarios”, que no es una mujer sino un hombre, lo que ya de entrada comporta un continuo absurdo incongruente: pues el lector se halla ante la discordancia sostenida entre un nombre propio femenino que se adjetiva incesantemente con los adjetivos masculinos y acciones realizadas por un ella que es él.
Miss Lonelyhearts es un periodista encargado de una sección así llamada en la que se reciben cartas de personas abrumadas por sus problemas, sus dificultades… y que les llevan a la nada, la desesperanza, los intentos de suicidio por la vía del sinsentido existencial. Se supone que Miss Lonelyhearts da unos excelentes consejos, si bien, en la novela no se reflejan sino algunos párrafos sueltos que, además, son desechado por él mismo, o algunos consejos ciertamente curiosos cuando menos (en alguna ocasión se hace referencia a que aconseja a su remitente el suicidio). Las cartas de los lectores abrumados sí se reproducen en la novela: largas retahílas de desgracias, en apariencia sobrevenidas, en las que sus autoras, principalmente, hacen una exposición deprimente de sus existencias.
         El peso de las cartas ha afectado al protagonista que asume en parte los problemas de sus lectores y también, en parte, los trufa con sus propias dudas, sus depresiones, sus creencias-increencias religiosas, su deseo de ser mejor persona que se frustra ante la realidad que le lleva a la soberbia, al alcohol, al sexo… Y todo ello se ve animado por la fusta verbal de Shrike, un compañero de periódico, a quien Miss Lonelyhearts engaña teniendo relaciones con la mujer de aquel, hasta donde esta le permite y aquel, cabestro consentido, también.
         La vida que Miss Lonelyhearts es una existencia arrastrada. Deprimido por lo que lee y ve que su vida es, por su trabajo, por su situación… Vive fustigado por el verbo cínico de Shrike que se burla de continuo de él. El protagonista huye de la realidad por medio del alcohol, al que le suceden largas borracheras y estados enfermizos que cura no yendo a trabajar y durmiendo o dormitando en el cuartucho en que vive. Quizá la explicación de todo esto la podemos hallar en la que él mismo da a su novia, amante… Betty:

      ― Quizá pueda hacértelo entender. Vamos a empezar desde el principio. Se paga a un hombre para que aconseje a los lectores de un periódico. Ese trabajo se considera sólo un truco para vender más ejemplares y todos los empleados lo toman a broma. Al redactor le parece bien el trabajo porque puede conducirle a la sección de notas de sociedad, y de todas formas está cansado de ser un protegido. También a él le parece que su trabajo es una broma, pero después de algunos meses de hacerlo, la broma empieza a escapársele. Se da cuenta de que la mayoría de las cartas son súplicas de consejo moral y espiritual profundamente humildes, que son expresiones confusas de sufrimientos auténticos. También descubre que los que le escriben le toman en serio. Por primera vez en su vida se ve forzado a examinar los valores según los que vive. Y este examen le demuestra que él es la víctima de la broma y no su autor (pp. 86-87).    
                El estilo de la novela es ágil y los sucesos descoyuntados se suceden en inarmónico absurdo. En gran medida, supongo que, por influencia del expresionismo literario, el realismo cotidiano del protagonista se intercala con procesos oníricos, sueños descabellados, que da como consecuencia un mundo neurotizado que el lector al principio sigue con cierto asombro. Algo semejante a lo que Miss Lonelyhearts percibe de su receso campestre: “Muchedumbres de gente se movían por la calle con una violencia onírica” (p. 103). Escenas, por ejemplo, como la vivida por el protagonista con Mr Doyle y su esposa en casa de estos es sencillamente una bufonada miserable.
         No hay por qué abrumarse ni hacer penitencia por no leer Miss Lonelyhearts por mucho que a Bloom le parezca el undécimo mandamiento.


12 de noviembre de 2015

Salinas, Pedro: LA BOMBA INVEROSÍMIL



     
    Creo que la primera vez que tuve noticias de esta novela fue en la asignatura de Literatura que se impartía en COU. Era la novela de un poeta y el título (no recuerdo que el manual recogiera argumento resumido alguno) me resultaba atractivo: La bomba inverosímil. Conociendo algo al hombre y su historia se me antoja que la creación y existencia de una bomba entre los hombres es la mar de verosímil: unas cuantas se han tirado, por desgracia, desde aquel lejano año en que estudié COU.
         ¿La novela de un poeta? Salinas es conocido más por su poesía, sin duda, que por su teatro o su novela, y más aún también que por sus estudios y ensayos sobre Literatura (algunos de ellos notables y discutidos). La única novela que Pedro Salinas escribió fue esta: La bomba inverosímil.
         La obra de Salinas, esta novela, es una distopía que, curiosamente, me sorprendí imaginándomela al leerla –insisto: me sorprendí y nunca antes me ocurrió- como un cómic muy cercano al ambiente, el tono, al estilo de Hergé en su inmortal y clásico Tintín. No he sido gran lector de cómic, aunque leí a Tintín en mi juventud (a la par, recuerdo, que Asterix y Obélix)… ¿Por qué, me pregunto a mí mismo –insisto: ¡sorprendido!-, he relacionado el ambiente, el tono, la realidad descrita por Salinas como la mostrada en sus dibujos por Hergé? Creo que se debe a la sencillez mínima de líneas, a la falta de minuciosidad descriptiva del dibujante y del poeta transmutado en novelista: las descripciones en La bomba son escasísimas y esquemáticas, quedando al gusto de la imaginación del lector el mundo que en que se mueven y viven los personajes, no menos esquemáticos y apenas esbozados en todos sus rasgos.
         Una bomba ha aparecido –nunca mejor dicho: nadie sabe como ha sido- en un país imaginario, atemporal y utópico. Los hombres de Ciencia, capaces de todo, de haber creado un mundo ideal, no saben dar respuesta a esa bomba que ha llegado a una sala de exposiciones del museo de la capital de ese país: ETC, Estado Técnico Científico. Disputas entre científicos porque la bomba no pesa, la bomba parece tener un sonido semejante a la respiración… Apuñalada la bomba por el jefe de los científicos esta empieza a segregar unas pompas –escasamente descritas- de las que parten quejas y ayes… El país, el mundo, se sume en el caos. La seguridad de la ciencia es parcial…
         La novela tiene un escaso dinamismo, pues las páginas de la misma transcurren más bien próximas al ensayo que a la narración propiamente novelística. Los diálogos son escasos, casi intrascendentes. La crítica al mundo que la Ciencia aspira a imponer es una crítica cargada de lugares comunes: la muerte del humanismo y de las humanidades, la frialdad del nuevo mundo, la falsedad del Edén creado en la tierra… En general estimo que la narración, la novela toda, tiene un aire de grandilocuencia, de afectación, tanto en lo que narra como en el tono en que se narra. Algunos de los nombres de los personajes y de los lugares en los que los sitúa parecen bromas de chicos de bachillerato.
         Los pasajes simpáticos, que pretenden ser graciosos, se quedan en meras muecas a medio camino entre lo ridículo y lo risible, sin lograr el fin perseguido.
         Sin duda, Salinas, quiere darnos un aviso: el mundo, desde su punto de vista, lleva una dirección equivocada, la Ciencia no puede ser el fin y, en tanto que medio aplicado a la realidad como Técnica… no es sino medio y en absoluto solución y sentido de la existencia humana (¿les suenan estas ideas?).  ¿Qué hacemos con las emociones, los sentimientos…? ¿Qué hacemos con el amor y la justicia? 
         Me ha llamado la atención la crítica dura a la prensa que hace Salinas en la novela, y que comparto en gran medida. La Prensa, en tanto que poder, se siente por encima de todos y todo con derecho a todo –por su derecho a la información y la libertad de expresión y prensa como excusa- y, como poder que es, tantas veces también se equivoca, aunque rara vez pide disculpas.
         Creo que fue su amigo Jorge Guillén quien habló del léxico empleado por Salinas en esta novela, Guillén lo alabó y yo no dejó de extrañarme. Ahí van algunos de los palabros empleados por Salinas: súmulas, nepente, derelicta, embaidor, efugio, cariacedos, paralogismo, nefelidatas, alacres, cencida, apropincuándose, tripudio…
         Lo cierto es que me he entretenido…, pero la novela no da para más, opino.
        

6 de noviembre de 2015

Alexander A. Parker: LOS PÍCAROS EN LA LITERATURA: LA NOVELA PICARESCA EN ESPAÑA Y EUROPA, 1599-1753





                Quienes de ordinario hacemos del ordenador una necesidad en nuestro respirar cotidiano estamos atados de pies y manos a él. Dependemos de todo lo que en él hay: agendas, datos, textos, archivos del trabajo, de nuestra organización personal, profesional… Mas, ay, cuando se rompe o se va al garete, te lo roban, se encastilla en sus trece y se rebela… Entonces es un sinvivir: casi falta el oxígeno. Me confieso adicto a la necesidad del uso de la máquina y lo que en ella tengo para trabajar, insisto, y organizarme para sobrevivir… ¡Pues hace no sé cuánto mi máquina se ha ido de farra durante unos días! Y yo anduve como indio sin caballo.
Entre lo que estos días de recuperación echo de menos se halla una crítica que escribí a un libro de Alexander A. Parker, Los pícaros en la literatura: la novela picaresca en España y Europa, 1599-1753 (Madrid, Gredos, 1971). Ignoro absolutamente dónde ha ido a parar, es más estaba seguro de haberle dado entrada en el blog, pero no fue así… Dios le dé buena ventura. Voy a intentar reconstruir lo que recuerdo que más o menos escribí en aquella supuesta entrada hoy perdida.
El primer recuerdo que tengo de esta obra fue el verla en el escaparate de una librería, Lumen, que estaba frente a la Escuela de peritos –donde hoy se alza imponente, prepotente, dominador… el edificio de El Corte Inglés-, allá, en mi pueblo. En aquella librería (para los más jóvenes indico que en esos locales se vendían libros y solía haber un señor que las atendía, el librero, que sabía bastante -incluso a veces mucho- de libros y que aconsejaba, opinaba, orientaba, etc. ¡y no tenía ordenador! Tenía, ya no recuerdo si tres o cuatro volúmenes, cada uno de un color distinto, que daban albergue al ISBN y a listas de temas, autores, editoriales, títulos y donde se consultaban los detalles concretos sobre estos extremos).
Allí vi yo por primera vez el libro de Parker. Luego estudié sus teorías en la facultad, pero nunca tuve oportunidad de acercarme a la obra para leerla, mas ahora se dio el caso.
A veces ocurre. Esperé tanto, transcurrió tanto tiempo para la lectura de esta obra que luego…, al final, no se cumplió todo cuanto se anhelaba en esa víspera del gozo que es la ilusión. Parker tenía sus propias teorías que discutió con unos y otros. Para él el pícaro es un delincuente que nace del humus concreto de una España donde la Contrarreforma ha echado raíces. El Lazarillo no es propiamente obra picaresca para él, pues Lázaro es impropiamente ese delincuente. La picaresca comienza con el Guzmán de Alfarache, pasa por el Buscón que es su punto máximo de excelencia y se termina con Estebanillo González, quedando por el camino La pícara Justina
         He leído con gusto la obra, aunque reconozco que ya algunos recovecos de la Historia de la Literatura me resultan lejanos y ajenos (el otro día oí a un joven profesor sentenciar que "La literatura ha muerto". Descanse en paz ese profesor). No recordaba haber leído nada en particular y tan detallado sobre El aventurero Simplicíssimus y sobre las Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders de Daniel Defoe que tampoco me han animado en exceso a ocuparme de ellas.
         De momento saco ánimos para volver sobre el Guzmán, la obra que más lejos queda en mi recuerdo, pues el Lazarillo, por necesidades del guion profesional aún sobrevive en algunas lecturas escolares –eso sí: adaptadas-. También abro intención de releer La pícara Justina, libro que estoy seguro que, al menos, hace muchísimos años empecé a leer, no recuerdo si la continué y de la que tengo muy vagos recuerdos.
         Ya no tengo a mano las notas que tomé durante la lectura del libro de Parker y al releer esta entrada me da la impresión de que quien la escribió no estaba ni muy animoso ni demasiado acertado. No es posible estar siempre y de continuo a la altura de lo que se espera.