27 de mayo de 2014

Maura Gamazo, Gabriel, RECUERDOS DE MI VIDA (y III)



       



         La imagen que da este señor del español se me antoja antológica, pero es lugar común, pues fueron muchos antes que él quienes dijeron más o menos palabras lo mismo: el español era –y posiblemente lo siga siendo, al menos la media- más inculto que el europeo de los Pirineos arriba, tan capaz como este de hacer, “¡pero menos voluntarioso”.
         Otro rasgo del español es no saber qué quiere. Comenta el autor cómo se pasó del “¡Maura no!” que promovieron personas muy interesadas al “¡Alfonso XIII, no!” y hasta llegar a “¡La República no!” en su primer bienio, es decir: nos hallamos ante el niño caprichoso que a todo dice no, pero no sabe expresar qué necesita, qué quiere, cómo puede construir, pues solo sabe derribar. Explica con buen tino cómo el liberalismo y abrir espacios a la libertad no son unas doctrinas, sino unas actitudes alejadas de los españoles, que solo anhelan tras su queja estéril que “todos sean metidos en cintura”, menos quien eso reclama y “todos son responsables y culpables”, ¡menos yo! (Vivir es ver volver, decía Azorín).    
         Nunca hasta la fecha había leído una descripción, en este caso de primerísima mano, pues lo narra quien estuvo presente como ministro, de la despedida de Alfonso XIII y el proceso seguido y cuanto ocurrió en los días 13 y 14 de abril de 1931. Lo había leído siempre, digamos, desde la óptica de quienes ocuparon el poder, pero no desde la de quienes lo abandonaban al irse el rey. Curioso para mí lo que cuenta.
         Son innumerables las páginas y las ideas que dedica al parasitismo catalán, a su victimismo, etc. que algo me suena también a melodía de actualidad. Julián Marías solía decir que no se debe intentar contentar o convencer a quien no se quiere dejar convencer, pues eso. No sigamos dándole vueltas a la circularidad del absurdo.
         Me resultan convincentes las explicaciones que da el autor al explicar por qué se hundió la monarquía y por qué se está hundiendo la República en el momento en que escribe. En la página 234 anuncia una dictadura y una guerra civil, que no todos vieron y muchos conspicuos espectadores ni imaginaron.
        
         Pero en las circunstancias de 1934, una dictadura no puede ser ya militar, como no lo es ninguna de las que existen hoy en Europa; y la ciudadanía militante española no se agrupa en un haz casi unánime, al igual de la italiana o la alemana, ni tiene siquiera la cohesión de la portuguesa, sino que está escindida en masas banderizas, que combaten entre sí con odio y métodos cabileños; razón por la que, a cualquier intento de facciosa dominación de una minoría, opondrán las demás, separadas o juntas, la defensa a tiros de la guerra civil.
         Entorpecida por esta causa la solución, persiste, no obstante, el problema. Sean muchos o pocos los españoles que lo ven y los que aun viéndolo se resisten a reconocerlo, la República que plasmó en la Constitución de 1931 está tan irrevocablemente condenada a muerte, y por idénticos motivos, como lo estaba hace once años la Monarquía de la Constitución de 1876. Habilidosas remudaciones de equipos ministeriales que usurpen el nombre de Gobiernos, y aun de equipos parlamentarios que ostenten indebidamente el de Cortes, permitirán acaso prolongar más o menos tiempo la lenta agonía del régimen; pero España no tiene aún el que necesita, Y o se decide pronto a quererlo e implantarlo, o acabará de morir estrangulada por la anarquía.

         Quedaron lejos los tiros de una guerra civil cruel que no vivieron otros pueblos vecinos, lejos quedó la dictadura con la muerte de Franco, pero lo escrito, escrito queda.

23 de mayo de 2014

Maura Gamazo, Gabriel, RECUERDOS DE MI VIDA (II)



     

         Si se me permite -¡y no hay más libertad que la que uno se toma!-, voy a irme al final de la obra de Maura Gamazo y lo hago con tristeza, por él y por compasión con quien sufre, pues me parece terrible su confesión. Hablando de quienes magnánimos y altruistas se ofrecen al servicio sin tasa en España, bien podrían padecer lo que él sufrió, pues “estoy no menos persuadido de que pierden tan deplorablemente su tiempo, como lo perdí yo desde 1904 a 1931” (p. 254), confiesa el autor a cuatro páginas de cerrar su libro. Me acuerdo del balance que María Jesús González hizo del quehacer político de su padre, Antonio Maura, que calificó, y así lo recogí, de fracaso. La rectitud en el servicio a los demás, aquí, en España… parece ser eso. Quien lava el burro, pierde el tiempo y el jabón, dice un refrán, creo que no castellano. Es lo que hay de tejas abajo.

         El autor, refiriéndose a su padre, a quien considero con más peso que él y más brillante –en mis cortas luces-, reafirma una idea que ya conocíamos: una rectitud en su obrar que le hacía chocar con muchos otros más volubles, flácidos, listos y aptos para la política. Una de sus medidas fue cortar el grifo de los fondos de reptiles que daban de beber a periódicos y periodistas para que emplearan el sahumerio a beneficio de inventario como forma de información. Como es lógico, cortados los pagos y beneficios bajo cuerda a la prensa… se enfrentó su padre –como otros muchos- contra la interesada y tendenciosa noticia que procuraba poner a caer de un burro al culpable que no engrasaba los ejes. A ellos los Maura los llamaban “los caciques de la publicidad”; en tanto que poder, cuarto lo llaman, los periódicos no son árbitros sino de la dirección que sus amos mandan (ya viene empujando Canalejas con su Heraldo de Madrid).

         Ya nos contó M. J. González -antes en el tiempo lo hizo su hijo- que Antonio Maura no era un public relations, que se dice ahora: no asistía a tertulias fuera de su casa, no promovió periódicos propios para dar publicidad a sus quehaceres y los de su partido… y todo esto, lo sabemos, jugó en su contra. Cuenta una anécdota en la que siendo su padre parlamentario bisoño, al aplaudir el acertado discurso de un adversario político, fue corregido por un viejo perro del Congreso que le corrigió: “Aprenda usted, pollo, que en esta casa los amigos hablan siempre como los ángeles; los enemigos, ladran” (p. 114): españolísima advertencia política que ve siempre en el adversario al enemigo al que se debe laminar lo antes posible.

         Reconozco que no deja de impresionarme el hecho de que un diputado como Pablo Iglesias –no sé gran cosa del fundador del PSOE y la UGT- “proclamara en el Congreso que contra hombre como él [se refería a Antonio Maura] era lícito el atentado personal” (p. 141), lo que me da que pensar sobre el aserto que pide “que se muera quien nos ha conocido”.

14 de mayo de 2014

Maura Gamazo, Gabriel, RECUERDOS DE MI VIDA (I)



      


          Por lo que puedo averiguar, la obra Recuerdos de mi vida es un libro de carácter autobiográfico que forma parte de una colección que promovió anteguerra la editorial Aguilar bajo el título genérico de Confesiones de nuestro tiempo.
         Sin duda alguna, la lectura de esta obra era una continuación y consecuencia natural de su predecesora en el tiempo de mis lecturas y en mi comentario en este blog, pues Gabriel Maura Gamazo, como todos los que siguen estas notas mías supondrán, es el hijo de Antonio Maura Montaner al que le he dedicado un buen número de entradas previas en este blog.
         La obra citada nada tiene que ver, en términos formales, claro, digamos, con respecto a la anteriormente leída sobre su padre. La obra de González sobre Maura era un detallado estudio histórico y esta es una autobiografía sui generis. Las autobiografías, aburrido por repetido, suelen ser ajustes de desacuerdos, ajustes de cuentas, explicaciones a posteriori, confesiones mediatas, peticiones del uso de la palabra concluido de suyo ya el debate, cuando el tiempo ha corrido y ha dado y quitado razones, matizado opiniones y juicios y muchas veces la verdad ha resplandecido a la claridad del paso de los años, ella solita sin necesidad de que le canten, le empujen, la fuercen o la pretendan instaurar a mano levantada y por mayoría.
         El libro de Maura Gamazo es de 1934 y lo he adquirido –muchas gracias- en una librería de segunda mano, allá en la otra punta de España, en Oviedo. Lo peor de la obra, bajo mi modesto punto de vista, es la sintaxis y el léxico que su autor emplea en ella: sin duda todo ello se ha enranciado muchísimo por su grandilocuencia o, sencillamente, por la prosa empleada por su autor, por descontado, persona culta, versada, inteligente por los planteamientos que hace y que se pueden leer. La prosa arcaizante y ampulosa de Maura Gamazo se me antoja semejante a la de Maura Montaner.

La interior satisfacción en la normalidad de la vida profesional se ha comprobado, donde quiera incompatible con la desmesura de la preparación cultural, que se extrema en las democracias, porque el loable afán de no malograr ninguna capacidad congestiona el acceso a las licencias facultativas. Quien hubo de aprender lo bastante como para superar en ciencia jurídica o médica a los propios jueces de exámenes y oposiciones dirigir la factoría de Krupp, la construcción de la basílica vaticana o la apertura del canal de Suez, no se resignará, sin dolor ni rebeldía, a despachar vulgarísimos expedientes, litigar o fallar causas y pleitos triviales, curar mediante iguala a enfermos desconocidos, competir, casi nunca ventajosamente, con capataces o peritos industriales, y dejar, cuando más, tras de sí, como obra máxima, una modesta casa de pisos, un puente o un túnel, que ni aun suelen atraer la distraída mirada del viandante o del viajero (pp. 50-51).

         Antes de entrar en los muchos detalles de los que me gustaría dejar constancia, quiero hacer comentario de las generalidades de la obra.
         Las confesiones de Gabriel Maura se dejan caer, ¿naturalmente?, hacia los aspectos públicos de su existencia: primero, a la sombra de su padre (¿quién podría salir de ella siendo Maura Montaner un gigante?) y luego de su concurso en la política nacional e internacional. Son sin duda innumerables los puntos de vista que encontré en su padre sobre la realidad pública que hallo en el hijo.
         No debe esperar el lector ávido por conocer los entresijos de la época detallada relación de las costumbres en casa de sus padres o la suya, de sus estudios, de sus profesores, de sus hijos, su educación, aspectos de la intimidad… trato con su padre… ¡o de la caza de la que sí afirma que era aficionado como su padre! El lector hallara lo más externo, lo más visible… y accidental así como todo cuanto considere que debe ser acomodado a la realidad tal y como él la vivió, casi siempre en defensa de su padre o de las ideas de ambos.

8 de mayo de 2014

González, María Jesús, ANTONIO MAURA. BIOGRAFÍA Y PROYECTO DE ESTADO (y VI)



 
         Las entradas sobre este libro están siendo muchas y largas, pero le son útiles a servidor para asentar en la memoria y mejor comprender realidades que en esta obra se le han regalado de forma espléndida. Me ha parecido tener la cotidianidad del momento mostrada, explicada, argumentada… desde la perspectiva del tiempo pasado, desde dentro y desde diversos ángulos. Buen libro sin duda para esos que hablan y opinan, pero ni compran ni leen libros y, sin embargo, pretenden pasar por maestros y dar clases…
         Una y otra vez Maura habla de su hacer político como realidad nacional, no particular ni partidista. Promovió una legislación que fomentó “elementos de identidad nacional. Promovió desde amenas fiestas «patrióticas» (Día de la Raza o conmemoración de la Reconquista), hasta grises leyes homogeneizadoras del cuerpo de funcionarios o del servicio militar obligatorio (sin redención a metálico)” (p. 413). Quiso que todos los españoles se sintieran cómodos, iguales, etc. en una misma comunidad nacional y, a su ley de descentralización administrativa por un lado pretendía justo eso, pero a su vez, y por paradójico que parezca, centraba y cohesionaba una España que aún, según leo hoy, sigue necesitándolo.
         Otro elemento de cohesión que pretendió Maura fue la unidad de los partidarios conservadores o de las derechas bajo la esfera de lo liberal, con la convicción que ya se ha expresado: La cultura política cívica era la única que podía favorecer una transición ordenada hacia la democracia liberal. Obsesión suya era promover el civismo entre esa masa neutra para que se incorporasen como ciudadanos formados que pudieran dar pie a una democracia.
         Sin paliativos, para la autora Maura es un estadista fracasado. Fracasa él y fracasa el sistema que intentó implantar. Sus intenciones fueron buenas, su quehacer recto… Quizá no le ayudó su modo de ser, como tampoco se lo pusieron fácil ni a los españoles que conoció: amorfos e incultos en grado destacable, los líderes políticos que se le opusieron, la reacción de la derecha y el maximalismo de la izquierda… (mismamente hoy, insisto). Hasta se le echó en cara que él debía haber sido el Mussolini español, el líder carismático que nunca deseó ser por mucho que los españoles anhelaran ese cirujano de hierro que él mismo rechazo, como rechazó taxativamente la influencia militar en la política o los inmorales tejemanejes del monarca…
         Es curioso que el diagnóstico que se hace de la llegada de la Dictadura sea que esta adviene por pura impotencia de los españoles. “La apetencia o la ilusión de la dictadura es en España un caso de «milagrismo», o fe en el azar, en el premio de la lotería política” (Ortega), era lo propio para los españoles, país de “paralíticos”, según Araquistain, donde se inventó el dontancredismo vital propio de pusilánimes que afecta todo: “Ya escampará”.
         Felicito a la autora por el libro y me felicito por haberlo podido leer y divertirme. Le agradezco lo mucho que he aprendido en ella y los ratos de verdadero gozo que he disfrutado.

5 de mayo de 2014

González, María Jesús, ANTONIO MAURA. BIOGRAFÍA Y PROYECTO DE ESTADO (V)






(Me voy a permitir explicarles que si me estoy extendiendo en el comentario de esta obra y en la figura de Maura es porque me llama la atención la rabiosa actualidad de cuanto he leído en este libro. Así cobra sentido la foto de arriba. No desesperen, disfruten: aún queda una entrada más sobre Maura).
         Alcanzar el equilibrio necesario para lograr una democracia real pasaba por una reforma en profundidad de la Administración del Estado, maquinaria donde las demás leyes promovidas por los gabinetes de Maura se veían frenadas, postergadas, derrotadas. El Estado español del momento era una máquina de cohechos, para repartir favores, donde felones y prevaricadores, funcionarios viles y caciques encontraban su humus perfecto, ¿cómo podrían sus domeñadores y beneficiarios permitir que ese magnífico estado de cosas se alterara? ¡Ni Dios que lo permitiera! La Administración pública era un coto donde el régimen impuesto se retroalimentaba sin parar y sin desear frenarse.
         La Reforma de la Administración era la herramienta necesaria para el “descuaje del caciquismo” una necesidad para dar paso a las reformas de las Haciendas Locales, la ley electoral, la Reforma de la justicia… ¿No es el caso… que a cualquier español de hoy un poco atento a todo esto de la cosa pública le suena a titular de periódico de actualidad? [hoy mismo la prensa publica en España que se han producido detenciones entre funcionarios y una empresa constructora].
         Rasgo capital para comprender el fracaso político de Antonio Maura es su alejamiento –por «desidia» o «incapacidad», apunta la autora del libro- de su propio partido. El líder se aleja de las bases sin comprender que el partido, al fin y a la postre, debe articular el proyecto político desde la política local hasta la nacional…, sin embargo Maura comprende que esto comporta control y más caciquismo contra el que lucha y ello, sin duda, suponía una contradicción con sus idealistas presupuestos democratizadores y una limitación práctica a los mismos por la que no deseaba entrar.
         Como no podía ser menos las contradicciones entre los políticos y sus desacuerdos en qué sería o debía ser la democracia, llevará a la unificación de criterios propia del español, que no es otra que la calle de en medio: no hay ninguna unidad de criterios, cada mochuelo a su olivo, máxima del individualismo cerril español. El vandalismo propio del español –entonces se usaba términos como cabileño, pasión africana…-, de los políticos españoles -¿hay en el fondo diferencia alguna?- terminará por lastrar el asistemático sistema político español hasta llevarlo renqueante a una Segunda República (un sistema, por cierto, contra el que estaban la inmensa mayoría de los partidos: PSOE, los monárquicos, los radicales de toda laya…, mas hoy curiosamente muchos de ellos defensores del republicanismo, pero esas son reflexiones de don Joaquín Balbín para otro momento).
         En el proceso imaginario de Maura, este entendía que era necesario subir peldaños en la cultura liberal que llevaran a los españoles de la época, con la debida preparación, a la democracia. Se hacía necesaria una identificación de los españoles con España y su Estado en un momento donde los radicalismos nacionalistas pretendían –y pretenden- su desmembración unilateral. “El suyo era un nacionalismo cívico y recoleto, no expansivo, y pleno de recursos” (p. 412), afirma la autora de Maura. Siempre y en todo caso su nacionalismo intentó potenciar todos los elementos posibles de identidad y patriotismo, sin exaltación del colonialismo militar que -contrariamente a lo que se pensaba-, una vez más resulta incomprendido, él nunca alentó. Potenciará Maura en aras de esa unidad y cohesión nacional el concepto unificador de ciudadano: “todos somos uno”, dirá. Cierto que no tenía inconveniente en cantarle las verdades del barquero al monarca y dejar de bailarle el agua, pero en la Monarquía veía una realidad estable y unificadora, que en nada se asemejaba con la monarquía demócrata que proponía Canalejas ni con la derechización de los últimos años de Alfonso XIII.