28 de enero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE I)



     
     Para Emilia a quien amas.     Para Irene, retoño de ese amor.



         Querido José Manuel:

    Quiero que este, supongo, largo comentario sea propiamente una carta al amigo más que una entrada para el blog, aunque se publique en este y también sea leída por quien desee hacerlo.
         Allá por el año 2004 o 2005 me comentaste, al hilo de mi condición de novelista, que tú, por circunstancias que no vienen al caso, deseabas escribir una novela, y que en ello andabas. La relacionaste con una realidad vital, muy dolorosa para ti, y de esa temática pensé que trataría la obra que supuestamente pretendías escribir. Lo interpreté como un escrito terapéutico y liberador de una realidad que tanto te había hecho sufrir.
         Pasaron los años y quizá alguna vez hablamos de pasada de la novela. No recuerdo que me contestaras algo concreto. Era indeseable para mí refrescarte recuerdos amargos. Pensé que lo escrito había servido de eficaz terapia y la novela quedó en la nebulosa de lo hablado.
         Escribir no es fácil. Escribir bien es muy difícil. Escribir una novela tiene un mérito inmenso. Escribir una obra de arte es dado a muy pocos. Alguna vez he recordado que decía admirar Ana María Matute lo indecible a quien es capaz de enjaretar una novela… y a ese aserto me sumo con mi más cálida felicitación para ti. Es mi felicitación la del amigo, y tú y yo sabemos del sentido pleno de esa palabra que con tanta banalidad se usa a veces.
         Innecesario advertirte que vas a tener que sobrellevar y leer… usaré un eufemismo: al grave del Alcalá, cuando se pone en firme con algo y más aún con un libro… Tú conoces el paño.
         Desde la amable presentación de la obra en la que estuve, no dejó de rondarme en la cabeza un hecho que arranca de una deformación profesional. Quien conoce algo la Historia de la Literatura gusta siempre de situar la obra que lee, quiere filiarla, asociarla, contextualizarla, relacionarla… Nihil novum… Mi primera e inmediata asociación fue con un recuerdo ya viejo. Estaba hablando con Miguel Delibes en su casa de Sedano en el verano de 1995 y le pregunté por una obra que había leído yo unos meses antes de Víctor Márquez Reviriego, Un mundo que se va. Delibes, que no fue gran lector, y menos ya entonces, me dijo que no, que no conocía el libro. Someramente le expliqué por qué se lo preguntaba y él me dijo que ese mundo -un mundo emparentado con el recreado por ti- del que Márquez Reviriego escribía no es que se fuera “ese mundo ya se fue”, me dijo.

         Tu novela toda es una elegía. Tú lloras una pérdida y lo ido para nunca más volver. Nos hablas de unos tiempos y una idiosincrasia que ya no existe. El campo, la vida rural y sus animales, sean estos racionales o no, tal como tú los conociste, como tú muestras con aprecio, se marcharon. Una pura elegía tu novela. Muy por el contrario a lo sucedido en el famosísimo cuento de Monterroso, en tu obra, el dinosaurio, cuando despertaste, ya no estaba allí: había muerto. Don Julián, ese cacique-dinosaurio, ha muerto (p. 78). La caza fetén con sus ritos ancestrales y su “cirimonia”, que decía Quilino, el guarda, ya desaparecieron, y con la caza el pastel de caqui, y esos hombres que articularon a su sabor los campos durante siglos quizá (p. 158-159) y que hoy son sustituidos por mediocres mandones, a veces ineptos, de partidos políticos que mangonean con otros colores y otros sabores.
         Y hasta aquí un primer asalto en la filiación solo parcial de la novela.

22 de enero de 2014

Un remate para la Restauración española...



         [Ya cerrada y conclusa esta larga entrada vuelvo como si de un bucle se tratara al comienzo de ella y a la afirmación nada novedosa que hice: el problema de España está en su incultura. Considero que no debía olvidarme de decir algo al respecto.
         Los esfuerzos de todo tipo: personales, económicos, sociales, profesionales (reformistas, instuticionistas, profesores de colegios religiosos o no, maestros nacionales, maestros de escuela…) realizados para la instrucción de la población en general en el último siglo han sido ímprobos, objetivos, mensurables, y, evidentemente, no infructuosos, pero aún insisto, insuficientes: somos un país inculto y una nación maleducada en general, y con salir a la calle y mirar nos ahorramos el abono de una encuesta.
         Arrastramos hasta hoy varios traumas descomunales que son taras, casi, de una raza y unos pueblos, campos de nuestras batallas españolas viscerales:
         El ejército, lo militar en sentido lato, digamos, creo que debemos darlo por zanjado, entre otras causas, por la inclusión de España en la OTAN y la última militarada fue el patochada del 23-F. Quizá queden aún zonas oscuras con respecto a esta, pero no proyectan sombra. Lo militar ha dejado de ser un problema que lo fue hasta hace… no tanto.
         A la religión la ha convertido en un gran lodazal. Muy particularmente los católicos quienes, con símbolos y estandarte de la Iglesia, para su uso particular, las han metido, a la religión y a la Iglesia católica, en banderías políticas, económicas, etc. que no le corresponden desde ciertos ángulos a las que se les fuerza y a las que se le declaran enemigos viscerales. Estos no son sino un laicismo rampante que pretende imponer una ideocracia, en el sentido unamuniano del término, y así generar un dominio o alcanzar un poder por la imposición de sus ideas, que terminan en el totalitarismo del propio laicismo como religión de la democracia en nombre de lo políticamente correcto, creado por la escuela marxista de Frankfurt, y su mentor Horkheimer (y si no, pregunten en mi calle).
         Los nacionalismos se levantan sobre el egoísmo cegato, recalcando lo mínimamente diferencial, frente a la comunidad, contra la realidad internacional cada vez más global, aspirando ellos, los nacionalistas, a vivir a la sombra del campanario –del suyo, claro: pequeño, cutre, de metro y medio…-, mirándose cada perrico su cipotico (sin perdón), levantando muros, físicos o imaginarios, dando muestras de una inteligencia colectiva justita justita, al límite, digamos: ¡de tener que llevar a los dirigente de esas ideas a las clases de apoyo para recuperar carencias! Algunos incluso hablan varios idiomas, pero como dijera Unamuno: se puede ser tonto en muchas lenguas.
         La enseñanza -otro fangal- como afán por hacerse con la palanca del supuesto cambio futuro por la vía del amaestramiento y la manipulación torticera de los niños y los jóvenes, como influencia en una formación tendenciosa. Al no haber verdadera formación en este campo destrozado de batalla, la influencia, me temo, no es excesiva. ¿Cómo es posible que tras los siete años de dictadura de Primo se pariera una República? ¿Cómo es posible que tras los cinco años de república se heredara, al final, una guerra? ¿Cómo es posible que tras los cuarenta años de Franco –dos generaciones largas- quedara el solar formativo que dejó el glorioso Movimiento Nacional hecho un erial? Enseñantes, educadores, formadores, instructores, profesores, maestros y alumnos, discípulos, aprendices… todos puros fantoches en el guiñol manejado por los políticos, sus partidos y sus facciones y sus leyes y contraleyes de desinformación e ignorancia igualitaria para todos.
         La corrupción política y económica por medio de los caciques o sus sucedáneos bajo el eufemismo de políticos, sindicalistas o sus semejantes, ha sido siempre en España fuente de endogamia, nepotismos, amiguismos, sobrinazgos… Contaban que era norma entre los políticos llevar anotados en unas libretas quiénes eran recomendados, por quién y en qué quedó la recomendación (cfr. Antonio Maura. Biografía y proyecto de Estado). El fin era siempre el mismo que pretendió el Lázaro nacido en el Tormes, es decir, “arrimarse a los buenos”… que dan nóminas, prebendas, momios… que los administradores de la Administración-Estado reparten entre la clientela sujeta al pesebre que siempre produce pingües beneficios electorales que mantienen el sistema engrasado, enrocado y firme de continuo.
         El reparto de la tierra y del zapatista “la tierra para quien la trabaja” ya solo queda en zonas residuales de Andalucía, en el museo de principios del siglo XX donde se muestran sindicatos como el SOC y sus dirigentes muy propios de épocas remotas. La tierra ha dejado de ser motor de la economía –me resultó extraño leerle a Ortega que la agricultura sería la salvación económica de España- y ha pasado a ser un sector marginal, subsidiado que vive del limosneo. La tierra sigue siendo sólo un símbolo animal, reminiscencia de estadios humanos ya superados, que se da en los pueblos de forma casi exclusiva, de un poder que fue, pero que hoy es irreal.
         Toda esta sinrazón española no tiene más explicación que esa base amorfa sin formación ni educación que es el ente abstracto llamado pueblo. Todo cuanto escribí es lamentable. Dan ganas de llorar al ver cómo se ha dilapidado y se dilapida un capital cultural, social, colectivo… Sea todo esto escrito, ahora sí, con perdón].


Si una sociedad inteligente sabe resolver los problemas sociales, creando capital comunitario y ampliando las posibilidades de acción de sus miembros (lo que ahora se llama empowerment), una sociedad estúpida hará lo contrario. Crea más problemas de los que resuelve, destruye capital comunitario y entontece o encanalla a sus ciudadanos. El caso más claro de sociedades fracasadas lo ofrecen aquellas que desaparecieron por la mala gestión de sus recursos comunes.

                                               José Antonio Marina, Las culturas fracasadas.

18 de enero de 2014

Villares, R., Moreno Luzón, J., Historia de España. Restauración y dictadura. Volumen 7. (PARTE y III).



 
¡Adiós, Alfonso XIII!
           La Administración como la gran ubre nutricia alimenta a quienes acceden a ella, estos a sus clientes, a sus amigos, a esos que, por norma, son más partidarios del cohecho que del derecho…, del nepotismo, de la endogamia, del sobrinazgo… mucho antes, más, y mejor que de la meritocracia, esforzado camino del tonto aspirante a la verdad, el bien, la justicia…
         Me pregunto, le pregunto, se pregunta… ese quídam cualquiera, ese yerno común y corriente, ese primo, miembro de la mayoría neutra y amorfa… ¿Cuál es el camino de la supuesta permeabilidad social que me permitirá ascender en la escala del éxito al uso, es decir, del poder y el dinero? Solo la política. No es suficiente con tener un título académico, con ser culto, con vivaquear en la clase media… no, no lo es. Necesito para pasar de juanillo a don Juan colarme por la política. ¿No miro y veo en mi derredor que quienes fueron siguen siendo? Grandes familias de políticos y títulos nobiliarios, títulos de bolsa y escrituras de fincas, urbanas y rústicas… ¿Permeabilidad social y económica? Más fácil acercarse al poder que a la Lotería Nacional, más al cacique de turno –alcalde o presidente de diputación- que a doña Manolita… ¡Obvio! ¿Meritocracia? ¡Pura simpleza!
         Ha pasado más de un siglo y medio de cuanto les vengo contando y sucedió ayer, es decir: tengo la terrible sensación de que las dos Españas están donde les dije al principio de esta entrada: en la puerta de mi casa, en mi calle, en mi lugar de trabajo, ¡en mi propia casa!
         En la entrada anterior en este blog, en la que comenté el volumen 6 de esta misma colección, les hablé de Josep Fontana… y sus inclinaciones trabucaires (luego me lo tropecé en las noticias como participante del simposio España contra Cataluña, del que estoy pendiente para adquirir las actas, pues las ponencias y sus comunicaciones deben ser interesantísimas). Como por nuestras obras se nos conoce, no quería dejar de averiguar quiénes son Ramón Villares y Javier Moreno Luzón…, autores de este volumen 7. El primero gallego y el segundo madrileño… ¿Algo que achacarles? Nada. Ya escribí arriba que este volumen me parece más equilibrado que el 6 y, como no podía ser menos, mantiene las pautas del anterior: no indica el origen de las citas al pie, aunque en texto cite entrecomillado, comenta asuntos de modo general (y echo de menos más detalles en algunos casos: para eso está la bibliografía y las monografías), me ha agradado la selección de documentos y testimonios que cierran la obra (opinable la selección, supongo)…
         No querría cerrar este largo comentario sin hablar de los nacionalismos… Termino el libro y me pregunto yo… ¿Qué fue de mi Andalucía, Extremadura, Levante, Canarias… en el panorama histórico de España? Nada, o muy poco: casi nada. Estas regiones pasan por la historia de España como lugares de cruce o nacimiento de unos insignes personajes que, si lo fueron, se debe en gran parte porque se largaron a ese puerto de todas las Españas que es Madrid, a ese Madrid de parada y fonda. Cataluña y las Vascongadas son los dos morlacos que amenazan con sus embestidas nacionalistas al resto de los españoles: hoy, como ayer, y en el libro que comento, Cataluña, una y otra vez, sale a la palestra histórica con un mismo y único afán. Lo decía Marías, don Julián: no se debe intentar contentar a quien no se quiere contentar.
         Concluyo: ¿Aprender de la historia para no repetir errores? Dado el caso, los españoles no necesitamos aprender historia, pues, al no salir del error, al permanecer en él, al estar instalados en él, no necesitamos de la perspectiva histórica que nos pudiera enseñar y mostrar el conocimiento histórico de nuestro pueblo. Además, esa materia se imparte con pinzas hoy en el Bachiller… ¡Ya está bien de Historia, quedémonos en las historietas!

13 de enero de 2014

Villares, R., Moreno Luzón, J., Historia de España. Restauración y dictadura. Volumen 7. (PARTE II).

                                                  A don Joaquín Balbín y don Enrique Vílchez.
     Vengo reflexionando si hay una solución para esta España cainita y me sigo preguntando, tras negar la condición monárquica del español y de la monarquía como sistema de gobierno…

         ¿Y la República? ¿Acaso la república como sistema de gobierno podría adecuarse a lo que hubiera necesitado España? Opino… -y como toda opinión no es respetable, sino subjetividad- que no. La experiencia republicana española fue mala por múltiples motivos, que son los que se vienen analizando: las dos Españas. El español ve en el otro, en el distinto, en el partidario de otras ideas… al enemigo, a quien hay que laminar y por tanto, los turnos en los gobiernos de la democracia, de la monarquía constitucional, en la república… se suceden haciendo y deshaciendo lo hecho por los anteriores gobernantes, tejer y destejer, Penélope sigue a la espera en Ítaca… (Ya creo haber contado por aquí algo real de un pueblo cercano al mío. Perdidas las elecciones municipales, el alcalde saliente, en el cambio de turno, al pasar el poder –menudo poder en un pueblín de m.- le comentó democráticamente al nuevo regidor: “¡Vais a mear sangre!”, todo un dechado de democracia, y aún siguen vivos los dos).
         Como en nuestro desbarajuste nacional no parecía haber ni institución ni medio para poner orden, se reclamó un cirujano de hierro, que pedía Costa (1846-1911). Los partidos políticos no eran capaces de regularizar un sistema democrático real, la monarquía era una farsa… “Que venga un dictador”, parece que se solicitó, y esa fue la calle que tomó Alfonso XIII al permitir en septiembre de 1923 que accediera al poder el general Primo de Rivera… Una vez más esa mayoría neutra, permítaseme llamarla amorfa, se plegó a lo impuesto desde arriba. ¿Un dictador? ¡Pues vamos a ello! Siete años de dictadura de avances a golpe de imposiciones y al final, parada y fonda, en ninguna parte: algunos avances, algunos retrocesos y un sistema inviable, que desemboca en la huida del rey felón que trae la ilusionante llegada de la Segunda República que seis años después desemboca, insisto, en el choque disparatadamente brutal de las dos Españas que ya dejan de escucharse, que se dejan de rodeos, que desconfían de la palabra y quieren imponerse al enemigo a sangre y fuego.
         Ya se ve que no es un problema de sistema de gobierno lo que los españoles padecen. No se trata de eso. Son los españoles los que llevan el germen. Si analizamos el proceso de la restauración comprobamos algo que sigue siendo evidente hoy como ayer. Que me disculpen los sabios la sencillez del discurso que sigue y que pretende ser solo fruto del sentido común.
         El sistema de turnos de partidos en que se basaba la Restauración era la mentira, era la falsedad continuada, en el manejo de un pueblo pobre y manipulable en todos los sentidos. Pueblo ignorante, inculto, maleable… (¿les suena todo esto?). Los partidos turnantes manejaban y decidían mediante sus caciques quién saldría en cada circunscripción (encasillado) y si hubiera algún problema… se daba un pucherazo. ¿Cuál era la función del cacique? Orientar e imponer el voto en el sentido que se decidiera… Un voto… “un duro y un puro”, se decía. El cacique, de un signo u otro, daba igual (las ideas, ¿¡los ideales!?... no importan), tenía sus clientes, sus enchufados, sus recomendados, ¿les suena? ¿Saben por qué seguimos reformando la Admistración local, aquello que ya se intentara en el gobierno de Maura hace más de un siglo? ¿Saben lo que ocurre, hoy como ayer, en las Diputaciones y los Ayuntamientos? ¿Les suenan esas empresas paralelas creadas ad hoc donde amigos y sobrinos, y compañeros de partido y de sindicato medran? ¿Les suena? ¡Más de un siglo después, Dios bendito, y seguimos varados en el mismo fango del mismo bajío! Dan ganas de llorar ante la desesperación.
         Sigo con mi razonamiento. Hoy como ayer, la parte más grande del dineral que circula en España se encuentra en eso que podríamos llamar la Administración, el Estado… ¿Dónde ir que más valgamos? “No te pido, Señor, que me des, sino que me pongas donde haiga que ya me apaño yo”. La erótica del poder se trastoca en algo más tangible y mensurable: el dinero contante y sonante que dan los cargos públicos y lo que de ellos pueda derivarse. Los partidos desean imponerse al otro no por implantar sus ideas, sino por hacerse con espacios de poder que dan puestos de trabajo, prebendas y canonjías laicas que revierten en más votos en las elecciones y hacen más duradero y rocoso el establecimiento de los partidos en el poder… No mato por mis ideas: eso lo hace el pueblo incivil, hortera y cutre… Yo mato porque no estoy dispuesto a dejar de lucrarme del puesto que ocupo… Además no puedo dejar de hacerlo, pues son muchos quienes dependen de mí y yo dependo de muchos: la tribu, el clan, la secta, el partido, las deudas personales contraídas…

Villares, R., Moreno Luzón, J., Historia de España. Restauración y dictadura. Volumen 7. (PARTE I).

                                                  A don Joaquín Balbín y don Enrique Vílchez.


         Sigo tras los pasos de la génesis de una idea y de una realidad, para mí, subjetivamente, terrible: cómo se incuba la realidad terrorífica de las dos Españas y desde cuándo podemos hablar con claridad de ella. Vengo siguiendo un rastro de sangre –así es: lo siento- que se inicia en el siglo XIX donde me da la impresión de que una y otra se van conformando hasta llegar a la Guerra Civil, esta vez con mayúsculas, la del 36, la Gorda… como la llamaron algunos… Esa Guerra espeluznante, de la que aún padecemos consecuencias, de la que aún quedan muertos por enterrar, desaparecidos por hallar y edificios humeantes que apagar, heridas por sanar…

         El período que abarca el volumen 7, Restauración y Dictatura, que ahora termino recoge con más equilibrio, entiendo, que el anterior el tiempo así bautizado, de la Restauración, y que queda bien delimitado por las dos repúblicas habidas en España (la Primera, breve, de 1873 a 1874 y la Segunda que se inicia en 1931 y que vomitó la Guerra Civil).

         Saco de lo hasta aquí leído y pensado ideas que suman y siguen hasta confluir en el día de hoy… donde, por mi calle, Caín sigue buscando a Abel y donde aún sopla el aire frío que ha de helarle las entrañas y el corazón a todo español que pase…, enviándolo a una de las dos Españas, y siempre tenaz, irrefrenable, inmisericorde, necesariamente… una contra otra. Es lo que hay.

         Señalar una única causa es un disparate, pero si hubiera que hacerlo, sin duda, lo adelanto, diría que somos un pueblo todavía inculto, atrasado, tribal. No digo, es obvio ya, un pueblo sin títulos: tenemos muchos titulados (universitarios en exceso) que son verdaderas personas incultas, ignorantes. Tener un título garantiza quizá que no se es analfabeto total, pero poco más. A día de hoy, casi nada. Haber pasado por la escuela (ese fiasco gigantesco) garantiza que quien por allí atravesó sabe garrapatear, mejor o peor, las cuatro letras; quien pasó por la universidad tiene un cierto barniz… No más.

         Recorren las páginas de este volumen las ideas de Costa y de los regeneracionistas (ideas y palabra, regeneración, que se repite en innumerables ocasiones: hay que regenerar España). Ángel Ganivet (ese olvidado de Granada que acabó sus desesperantes días en Riga), los autores del 98: Individualismo, alergia a la ciencia, la envidia, la noluntad… Liberales y conservadores que no lo eran del todo, republicanos que aclamaban al rey, monárquicos que detestaban a los dos reyes y a la regenta, socialistas marxistas y revolucionarios, anarquistas de bomba y acracia, nacionalismos independentistas cargados de egoísmos particulares… de sus líderes… Parte de la jerarquía eclesiástica católica y sus fieles, pero tampoco tanto: ni tan católicos ni tan fieles; laicistas fanáticos, institucionistas, un dictador… Y me detengo y reflexiono.

         Viene la monarquía impuesta como salida a la república. Da la sensación de que los españoles, España, no escogen, sino que les viene impuesta la realidad que fuere, desde arriba, de modo inclusivo, entre lo malo o lo peor. Perdonen la salida de tono: ¿Es el español políticamente monárquico? La inmensa mayoría, esas mayorías neutras de las que tanto se habló en la época (especialmente Antonio Maura) no lo son, no lo somos, ¿¡cómo podíamos serlo!? Venían de la experiencia vivida con la Regencia de María Cristina, la ladrona, y del reinado de Isabel II: suficientemente debatido ya el lastimoso y deleznable pasaje y los personajes, esos pingajos humanos… Alfonso XII y Alfonso XIII, el abuelo de nuestro don Juan Carlos: infieles en sus matrimonios, frívolos, gastosos, egoístas, desleales, mentirosos… A Alfonso XIII le llamaba Gutiérrez, es decir, “Un yerno más”, que diría Dorio de Gádex en Luces de bohemia, era don Alfonso el rey felón, el rey que traicionó todo cuanto se puso por delante… ¿Les suena algo de todo esto a fecha presente, a fecha de hoy en el año 2014? A mí, sí. Si la corona no recogía fervientes adhesiones ayer, tampoco hoy. La monarquía constitucional o no… parece ser lo menos malo y lo que hay, lo que se nos impuso desde arriba en una transición que no fue ni tan virginal ni tan pura ni tan limpia ni tan inocua como se nos quiso hacer creer.

7 de enero de 2014

Ortega y Gasste, José, EL ESPECTADOR (VV. III y IV)



         Cuando le comento a mi colega, y además amigo, Joaquín Valdivia que estoy leyendo un volumen de El Espectador afirma sin dudarlo que “don José es un sociólogo”, y es que para Joaquín, Ortega no es un pensador cualquiera, sino un autor estimado a quien dedicó muchas horas para una tesina y de ahí el reverencial don José. Marías, Julián, sin embargo, que también le dedicó unos ratos, afirma por ahí que él fue el primero en bautizar a José Ortega y Gasset con Ortega a secas y así cómo solo hay un Juan Ramón en la Literatura española, y un solo Ramón o un solo Federico, en el pensamiento en lengua española solo hay un Ortega.
         Me he entretenido en la lectura de esta obra de Ortega por una simple razón. Hace muchísimos años que compré y leí los otros tomos que se publicaron en un momento crucial de la historia de España y del pensamiento orteguiano, entre 1916 y 1934. Ortega mantuvo siempre que el periódico era la plazuela donde en la época de las masas se discutía, se debatía. El periódico era el foro y el ágora propicios donde tender, a la luz de los demás, las ideas para que se repristinarán en el roce con la realidad y los comentarios de todos. Muchos de sus libros, de sus escritos nacen al calor de su diletantismo, de su capricho y así estos volúmenes están compuestos por artículos de varia lección y temática.
         El Espectador lo componen ocho libros que Espasa publicó en su colección Austral allá por el 66. Siendo un muchacho compré todos los volúmenes que hallé en una librería de lance, pero me faltaba el libro que recogía los volúmenes III y IV de esta obra, que ahora hallé también en otra librería de segunda mano (la manía de subrayar con boli los libros es una desconsideración propia de ricos y tontos) y que ahora he leído.
         Hay obras y autores que, de algún modo, suponen para mí un retorno a casa, a los muebles mil veces usados, a las estancias y sus olores reconocibles, a los rostros que nos son amables. Con Ortega me sucede algo así. Nadie se rasgue las vestiduras: las visiones de Ortega, sus giros sobre los temas, me recuerdan con frecuencia a las miradas, más superficiales, lúdicas, de Ramón. La jovialidad continuada de Ortega me llama la atención y me pregunto cómo fue posible que después padeciera una depresión terrible en Argentina, ¿cómo este hombre tan vitalista, tan raciovitalista se hundió en semejante sima? Dicen que fue el alejamiento de España y en particular de su biblioteca, de sus libros, de sus amigos… No me extraña, pero siempre me admira su indómito asombro por todo lo naciente, lo limpio, lo bárbaro, lo extremo, lo salvaje, por lo impetuoso, fueran paisajes, personas, obras de la índole que fueren.
         Sin duda alguna Ortega hace con la palabra española y la metáfora una gimnasia que era necesaria al pensamiento en la lengua del Cid y que tantos otros hablaban al otro lado del charco. Hizo de su vida el empeño de sacar a España de su notable postración intelectual y así escribía: “este ensayo de aprendizaje intelectual había que hacerlo allí donde estaba el español: en la charla amistosa, en el periódico, en la conferencia. Y era preciso atraerle hacia la exactitud de la idea con la gracia del giro. En España para persuadir es menester antes seducir”. Desde mi punto de vista y gusto Ortega en ese proceso seductivo tensa en exceso el arco de la comunicación y a veces, se rompe, es mi opinión, en una pedantería excesiva. Él mismo, me temo, era una persona excesiva y desbordante.
         De muchas ideas tomo notas, copio textos. Nihil novum sub sole y menos aún en su obra, pero sí que se olvidan detalles que me son refrescados y así el concepto de valor, que tan claramente aprendí de un compañero de su generación y colega, paisano mío, García Morente.
         Insisto en que leer a Ortega es darse la oportunidad de volver a disfrutar de los espacios conocidos, otorgarnos el pequeño lujo de meditar de la mano de alguien con quien estaremos o no de acuerdo, pero que siempre nos invita a ser nosotros mismos, a repensarnos y repensar nuestra circunstancia.

4 de enero de 2014

A mis libreros… agradecido


          Tengo buena memoria. Me la ejercitaron mucho en la escuela a palmetazo y guantazo limpios y luego la cultivé yo cuanto pude. Lo sigo haciendo siempre que la ocasión lo demanda. No me sé la lista de los reyes godos: nunca me la enseñaron, pero me sé los setenta y tres profesores que me dieron clase en toda mi vida desde los tres años hasta que me doctoré. También recuerdo quiénes fueron aquellos a quienes compré libros, muchos libros, durante años.

         Hoy recibí un libro de segunda mano de una librería que está asociada a Iberlibro. La obra venía envuelta en una hoja de almanaque de un mes ya pasado: abril de 2013. Esa visión me ha invitado a piedad. Me ha llenado de ternura… cómo aprovechar lo que se tiene a mano, el modo de vivir la austeridad (hermosa virtud): ¿para qué envolverlo en papel nuevo o introducir en un sobre si sobra con el papel recio de un almanaque mural pasado de fecha? ¿Quién será ese librero o esa librera que con sumo cuidado envolvió el libro de segunda mano en esa hoja ya caída en el otoño de un abril sin retorno? Lo ignoro.

         Papelerías hay muchas. Librerías pocas. Generalmente en las papelerías no hay libreros. Lo normal es que en las librerías haya lectores metidos en quehacer de libreros.

         La primera librería que conocí estaba frente a mi casa, en mi pueblo. El librero era un señor con quien luego, años después, en otra librería tuve algún trato. Su nombre es –o era, ignoro si falleció- Elías Riquelme. Su librería se llamaba, ¡cómo no!, Don Quijote. Fue la primera librería donde yo vi un fichero de libros y autores en cartulinas y archivadores normalizados. Nunca antes lo vi, nunca después lo volví a ver (luego, ya, después, empezó a circular el ISBN, creo que en el año 70). También recuerdo, y algunas veces lo hallo en la primera página de los libros, ponía Elías una pegatina naranja que daba fe de su librería Don Quijote. El muchacho que allí trabajaba: hubo dos… Uno se dedicó después a la seguridad privada y el otro puso una librería o papelería, lejos de mi casa, donde nunca entré… Picasso, se llama.

         El librero sabe exactamente qué está vendiendo. No es solo un buen comerciante, un buen gestor: esto puede ser mucho, pero no lo es todo en este mundo, antes al menos. Las fichitas de Elías son hoy prehistoria… Después, mirar en el ISBN lo sabía hacer hasta yo: títulos, temas y obras…, tres volúmenes, tres colores distintos: verde, azul y rojo.

         El librero fetén pone luces en el marasmo de lo publicado. Luego tuve otro en Granada, que trabajaba para Urbano y se instaló por su cuenta, Al-sur se llama su librería. A Antonio en Al-sur -luego le dio también por correr campo a través o como se llame eso- le compré muchísimos libros: me aconsejaba, me los enviaba gratis para que los viera y si no me interesaban, los podía devolver Sin compromiso. Antonio era capaz de localizar incluso lo agotado en un mundo donde aún Internet no existía… Él me localizó Lo pequeño es hermoso, lo recuerdo perfectamente: me hacía ilusión leer ese libro… y lo encontró para mí, agotado que estaba. Aún se lo agradezco, ¡cómo no!

         Tuve luego aquí, en mi pueblo, libreras que me conseguían libros, que me trataban y tratan con afecto. A una de ellas dejé de visitarla porque su local me coge a trasmano, pero no me olvido de Mari Carmen Gutiérrez. A Loli Montero en Cruz le sigo comprando libros por aquello de ayudar al pequeño comercio, al comercio local…, pero lo cierto es que ahora compró más libros de segunda mano que libros nuevos… ¡Qué misteriosos son los libros de segunda mano! Todo libro encierra un enigma, pero el libro de segunda mano (a veces subrayado, anotado, ¿qué buscaría ese lector?) contiene además algo del misterio de quien fuera su primer dueño, y que se vio obligado a deshacerse de él (incluso dedicados los libros se deshacen de ellos. Azorín dedicó un libro dos veces a una misma persona porque vio su obra en la librería de viejo y se lo volvió a enviar a quien fuera su dueño, y quizá su amigo apurado y necesitado. Las dedicatorias, entonces, eran genuinamente personales… ¿Se imagina usted, lector, en la cola de los grandes almacenes esperando a que Belén Esteban le dedique un libro? Servidor, no… tiene tiempo de momento para ello, pero nunca digas…).

         Gracias a mis libreros, gracias a quien envolvió el último libro que llegó a mi casa en una hoja ya caducada de calendario agotado… Gracias. Muchas gracias por su devoción… De bien nacidos...

2 de enero de 2014

Fontana, Josep, Historia de España. La época del liberalismo. Volumen 6 (parte II)


JOSEP FONTANA
                                              A don Luis Coronas Tejada

         Antes…, en la historia que aprendí de niño, las figuras señeras absolutamente individuales lo eran todo: contra Roma Viriato solo, ese pastor lusitano, se erguía en un gigante que vencía romanos en los desfiladeros y en los recodos a batallones (igual que Asterix y Obélix en los dibujos); Agustina de Aragón, con un mechero de yesca y un cañón, pelaba a los franceses como a los pollos en Utrera; en Villalar a Padilla, Bravo y Maldonado le cortaron el gañote por levantarse contra el Jefe del momento y eso no se hace, pero recogían adhesiones y admiración, mas el Jefe era el Jefe y en ese momento era Carlos I de España y V de Alemania (esa V no significa usted, como algunos creyeron en algunos exámenes, sino QUINTO)… y es rey no admitía chistes de El Jueves.
         Ahora, después de Antes, en este siglo XIX, parece que los personajes son unos mamarrachos ramplones y bandoleros agobiados por su egoísmo, su codicia y sus mentiras, que hacen del supuesto servicio al prójimo y a la patria su olla gorda, sus cuentas sin cuento de billetes bajo las baldosas de los bancos allende las fronteras. Políticos que se enriquecen, reinas más putas que las gallinas (que aprendieron a nadar…), reyes infieles y puteros (la lista, parece, nos llega al día de hoy). Una reina con continuos amantes de usar y tirar, un marido maricuela con sus propios amantes, ellos, y una obsesión religiosa enfermiza y una mamá, la regente María Cristina, a quien le crecían más las uñas que el pelo y que arramblaba con el manso… Esta compañía de malos titiriteros nos llenan de caprichos desde el año 33 al 68, con “Los oscuros manejos de las tres camarillas reales: la de Isabel con su amante de turno. La de Francisco de Asís y su cortejo frailuno y la de de la reina madre y su consorte, atentos siempre a enriquecerse con sus negocios y especulaciones”.
         ¡Qué pena de tanta buena oportunidad desaprovechada y perdida para siempre, insisto, por el egoísmo y la codicia! ¡Cuántas ilusiones enterradas para siempre junto a las tumbas de quienes fueron masacrados! ¡Cuánta injusticia en tantas muertes absurdas!
         Anoto una idea de Prim (a quien, me temo, mandó matar un pariente de quien suscribe) y de quien no ha mucho leí también una biografía (Emilio de Diego, Planeta, 2003), la idea viene a decir que había Juntas hasta en las aldeas, lo que me pareció tan genuinamente español (no hacer nada en equipo) que se me saltaban las lágrimas de emoción al reconocer que seguimos fieles a ese espíritu del que tanto habló Unamuno: juntos, ¿españoles?, ¡a ningún lado!
         Escrito esto, amargo poso de la historia leída, dirijo mi mirada, la que tengo, hacia el autor de la obra, a quien, insisto nunca hasta la fecha había leído.
         Voy tomando nota mientras leo y tengo la sensación terrible de que existe en el libro una clarísima división maniquea entre los buenos y los malos. Reconozco ser lego en la  materia, pero nunca hasta ahora había oído o leído el calificativo de derecha a la política conservadora, absolutista, monárquica de María Cristina, como el autor escribe en la página 186 y, por el contrario, no he leído ni una sola vez el término izquierda, en ningún lugar, incluido esta obra, para calificar a quienes podríamos caracterizar como antagónicos a lo que la regente, en su papel de tal y después, representó. Si hay derecha, deber haber izquierda mas en el libro no comparece con tal significante (salvo error).
         Comprendo que el autor en un volumen de menos de 600 páginas se vea obligado a hacer una síntesis muy sintética de la historia del XIX, pero al no hacerla por igual, con equilibrio (¿es que debía haberlo en algún sentido?), me da la impresión de que se hacen afirmaciones tan genéricas que se visten de falsedades de no matizarse un poquito más. Es así curioso que creo no haber hallado en la obra religioso que lo fuera ni medianamente bueno para el autor, salvo que fuera contra la Iglesia. Por norma todos los religiosos ahí presentes son barojianos, fanáticos, incultos, groseros, más no hay liberales ni laicistas que caigan en tales excesos irracionales, pues todos parecen ser razonables, escrupulosos cumplidores, respetuosos, equilibrados, justos y benéficos.
         Citar la anécdota como tal a pie de página bien puede ilustrar la categoría (por cierto no hay notas al pie, aunque, al parecer, hay citas textuales), pero hacer categoría y norma de lo puntual y anecdótico me parece superchería. Son muchas las ridiculeces, entiendo que impropias de un autor tan distinguido y de obra tan trabajada, a las que desciende Fontana para poner en solfa una y otra vez a la Iglesia y a los fieles que la conformaban entonces, como ministros o como pueblo. Una y otra vez el procedimiento empleado es simple: dejar en ridículo escorzo por ejemplo al Papa, al margen de su maldad o bondad, pero ridículo:

            La última legislatura de las cortes del reinado de Isabel II se inauguró el 27 de diciembre de 1867, con un discurso en que la reina se felicitaba de «la política tan enérgica como previsora y prudente adoptada por mi gobierno después de las rebeliones de enero y junio del año anterior» y de la supuesta mejora de la Hacienda pública, lo que más bien parecía un sarcasmo. (Como podía parecerlo el hecho de que el papa Pío IX le concediera por entonces a Isabel la Rosa de Oro «por las altas virtudes con que brillas».), p. 345

         Lo que así escrito, por su impertinencia académica, si lo fuera por un doctorando, sería tachado inmisericorde por su director por importuno. ¿A qué viene citar las témporas si hablamos de las almorranas? ¿En cuántos discursos de tantos y tantos no se enaltecieron las virtudes de esa doña Isabel II siendo un puto troncho? Al profesor Fontana se le ve el discurso.
         Ciertas ironías que si no fueran, insisto impertinentes desde el punto de vista del discurso intelectual e histórico, harían sonreír por su malicia aquí sencillamente van marcando un cauce desde el punto de vista ideológico que no queda reconocido sino hasta la página 438, donde el autor confiesa su credo que ha guiado sus apreciaciones subjetivas sobre hechos concretos y que me parece perfecto, si se avisa de antemano, mas reconozco que entré equivocado.
         Que se me antoja a mí a estas alturas que hay historiadores guerrilleros y trabucaires, pues todas las profesiones en España parecen ser fecundas en esto de echar su cuarto a espadas a la hora de cazarnos entre nosotros, los españoles, unos a otros, con bizarro odio y a tiro limpio o navajazo de costadillo, procurando, siempre que sea posible, laminar y hacer desaparecer al otro de la faz de la tierra. Cuando no tiros, bien podemos hacer de toda investigación cualquier atisbo de desequilibrio, afectado ideológicamente, diciendo verdades torticeras y a medias y sesgadas, y si no disponemos de munición real, no está de más tirarnos documentos, libros, datos, cátedras… o muertos. Así, por no meter mucho el dedo en el ojo y por comentarse solo, cito, por último: “fue reprimido con la brutalidad con que actuaban habitualmente los moderados” (p. 245), sin lugar a dudas los liberales actuaban con gran liberalidad. Serían más las citas que esta calaña podría aportar, pero con lo visto y escrito basta.
         Desde la estantería me mira Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 del mismo autor. Malo sería volver a encontrarme semejantes exabruptos en más de mil páginas con que amenaza la obra. Tiempo al tiempo.