1 de diciembre de 2014

Erasmo de Rotterdam, ELOGIO DE LA LOCURA



          Si desea descubrir la necedad propia o la del vecino, pues todos, parece, por algún lado andamos de reata, no se impaciente en la lectura de esta obra de Erasmo. Hay para todos.

         Solo conozco una persona que haya leído este Elogio al que siempre llamé de la locura, pero se me antoja que el de Rotterdam no habla tanto de la locura en sí como de la necedad, y en concreto, de la estulticia.

         En primera persona con una ironía indescriptible, con un conocimiento excepcional de la realidad en general y de la realidad humana en particular, Erasmo retrata en capítulos de diversa extensión, pero breves casi por norma, el quehacer y desenvolvimiento de cuantos hombres y profesiones, a las mientes se le vienen. Escrita la obra en primera persona por la misma Estulticia, según cuenta, yendo de viaje, como diversión y dedicada a su amigo Tomás Moro, se nos va describiendo, insisto, con una ironía descomunal y haciendo usos torticeros de los textos clásicos, paganos a cristianos, qué es de los reyes, qué de los obispos, los ricos, los pobres, los clérigos, los filósofos, los teólogos, los juristas, las mujeres, los hombres, los viejos y las viejas… y todos, no sin cierto cinismo. Son –o somos, y que cada uno coja por donde le toque- puestos a caer de un burro, porque la humildad es la verdad. Lo hace el autor con gracia y con enormes dosis de sentido común, aunque predomina, lo reitero, una ironía provocadora, de una sencillez envuelta en malicia que hace inevitable, en ocasiones, la sonrisa: ¡Qué bien se ven los defectos en los demás! (especialmente los que nosotros padecemos o hemos padecido). Nunca pensé que fuese tan amable la lectura de esta obra.

         La soberbia y sus hijuelas, el orgullo, la vanidad, la petulancia, la arrogancia… que nos hacen hundirnos a los hombres en lo hediondo se nos muestran con la naturalidad de quien sabe de qué está hablando. Disecciona la Estulticia situaciones comunes, personas corrientes, hechos ordinarios… con la clarividencia de quien sabe perfectamente de qué habla, de quien ha meditado mucho sobre sí y sobre la naturaleza humana.

         Podría pensarse que la obra es ligera, pompa de jabón, mero juego…, pero me parece, por las notas que he tomado, que se puede aprender mucho del vicio y la virtud… pues arranca y estriba en el nervio anclado en la esencia de la humanidad misma de cada hombre. Toda una vida de lucha ascética no basta para erradicar los vicios que se van reduciendo en número y presencia, pero siempre resurgen como el ave fénix, siempre los reencontramos, pues se van haciendo más sibilinos, silenciosos, tenaces, imbricados, mutados… ¡pero no del todo desaparecen! ¡Ay, bribones!

         La introducción de Marina a esta obra de Austral me ha resultado orientadora e interesante y el libro absolutamente recomendable.

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