26 de marzo de 2014

Jorge Manrique, una meditación para la vida…



 

         

        Memento homo, quia pulvis eris et in pulverem reverteris: ‘Acuérdate hombre, que polvo eres y al polvo regresarás’.
 
         Leo, y termino, en estos días, tras largamente hablar sobre la Edad Media, las Coplas del impar Manrique… Que lo hiciera ahora, cuando los cristianos iniciamos la cuaresma, ha sido pura casualidad –aunque en ella no creo-:

Recuerde el alma dormida…

         Medito. Ignoro el número de veces que he leído esta obra. Muchas. Son innumerables las coplas que de esta obra he comentado en diversas aulas y clases y lo he hecho además siempre, con ese tenor del que Hadot comenta que se hacía en las escuelas filosóficas clásicas: con afán de asumir vitalmente el texto comentado. ¿Esperaba, acaso, me pregunto, algo distinto su autor? La lectura de sus Coplas no tiene una finalidad didáctica solo para un aprendizaje, digamos, teórico, superficial… ¡no! Las Coplas no son un ejercicio de armonía eufónica, un escrito teorético, sino performativo con una   finalidad psicagógica y así deseó su autor que sus versos se convirtieran en una realidad que ayudase a mejorar a los lectores u oidores potenciales de esta composición suya…

Avive el seso e despierte…

         ¿Quién es este joven Manrique que creó estos certeros versos? Mucho ignoramos de él y así, me temo, permanecerá. Cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, cierto que tienen que ver mucho estos versos con los sermones de la época de los que habló Huizinga en su Otoño, por ejemplo. Estos versos resonarían en los oídos de los cultos de la época, y quizá en los de los no tan cultos, a aquello que oirían a predicadores en iglesias y plazas… Será a partir del IV Concilio del Letrán en 1215, cuando se insista a los obispos a que la predicación no puede restringirse a los religiosos sino que debe ir ad populum, laicos e iletrados, y así se manda que se encomiende esta misión a personas con adecuada formación y costumbres rectas. Los temas de los sermones trataban asuntos de tipo doctrinal —destinados a la instructio fidei— y los morales —instructio morum—, que orientaban al fiel acerca del camino de la salvación, y todos ellos pretendían ser escuela de vida buena, de eudaimonía. Por encima de todo, el fin de la predicación era conducir al hombre hacia la felicidad eterna. Emplean los predicadores en sus sermones el llamado sermo vulgaris, asumiendo en ocasiones el léxico y las formas de hablar populares. No desechan ni descartan con frecuencia rimas y repeticiones, paralelismo y comparaciones… y solían ilustrar sus discursos con relatos moralizantes o apelando a realidades de la vida cotidiana.

Contemplando…

         Contemplar… del latín cumtemplaricum templum… Actividad propia del arúspice que debe observar con método y mimo el espacio donde erigir un templo. Quien contempla trabaja mucho y con esmero. Su trabajo requiere todo su saber, toda su atención. El contemplador es persona concentrada, nada dispersa. No parecen, sin embargo, los versos de Manrique obra sobada y sudada, sino obra fresca y natural; tenemos la impresión de que sus versos brotan de manantial sereno y espontáneo, como lo pretendiera, a su modo, muchos siglos después el Machado más conocido. ¿Acaso no prueba, pule y corrige sus versos el joven don Jorge entre correrías caballerescas, conversaciones de corte o campo abierto? ¿No recita sus versos a amigos y compañeros de lucha y batallar? ¿Quién es ese hombre que contempla la muerte del compañero caído en la batalla, junto a él, sangrante? ¿Quién es ese joven caballero que medita sobre la presencia inmediata de la muerte? Ahí está ella, una de las tres Parcas, la muerte con su presencia necesariamente complementaria de la vida. ¿Tendría la vida, como la conocemos, sentido sin la muerte? No, sin duda. Sí…, el vivo medita, sus Coplas son una meditación sobre la apatheia, es el desapego del alma con respecto al cuerpo. Es el ejercicio filosófico por excelencia. Platón lo había escrito en el Fedón: “Aquellos que, en el sentido exacto de la expresión, se dedican a la filosofía se ejercitan para la muerte”:

Cómo se passa la vida

         El soldado convive con la muerte, más aún en la Edad Media: la muerte es más común que el pan cotidiano. El cristiano es, frente al pagano, es decir, frente al ‘no militar’…, un milites Christi… es un soldado de Cristo, alguien que va de camino… “Yo voy soñando caminos / de la tarde”, alguien que viaja bajo la bandera propia del status viatoris: se sabe de paso, va rápido, de camino, tiene una meta, su vivir tiene sentido, además de fin.
         El tiempo no es circular como lo imaginaron los griegos, vivir no es ver volver… Vivir es ver pasar y todo el que vive ha de contar, contemplar cómo todo pasa y así sucederá con él, contigo, conmigo… Hay que ejercitarse para la muerte, que no ser “un ser para la muerte”, un atolladero sin sentido escrito en alemán siglos después…

cómo se viene la muerte

         En De civitate Dei explica el obispo de Hipona, san Agustín, cómo el tiempo es medida de un antes y un después. Los metafísicos habían explicado que medía el movimiento, el paso de la potencia al acto… El ser hombre comporta desplegarse en un antes y en un después, en un ahora y en un luego, en un hoy y en un mañana… donde la muerte amiga aguarda.

Tan callando;

         Apenas nada sabemos de la vida mundana de Manrique. Sus biógrafos, tan ávidos como escasos de información, buscan hacer una etopeya a partir de sus escritos. Quiere Serrano de Haro ver en el joven vástago de la casa de Lara un hombre hipersensible para las sugerencias de la muerte, ¿y qué será eso? Me pregunto. El compañero de armas, ese que codo con codo cabalga, corre, come, bebe, asalta y mata…, ese que tras el fragor de la batalla, en el silencio… ha quedado todo él tendido, muerto, muerto para siempre, en silencio para siempre... Y el campo todo, sombrío y en silencio, invita a la meditación. ¿Era Manrique un carácter retraído, pensativo, silencioso y esquivo, tímido e inseguro en cuestiones amorosas, carente de ingenio, humor y agudeza? como Serrano de Haro apunta. Lo ignoramos, pero sabemos que era hombre de genio vivo: su viuda, doña Guiomar, se queja de malos tratos y de que había hipotecado sus bienes sin contar con su permiso, ¡ay don Jorge! Alda Tesán y otros comentan que era joven introvertido, delicado y melancólico, a la par que belicoso y arrojado… lo que posiblemente se pueda predicar casi de cualquiera

cuán presto se va el plazer,

         ¿Qué edad tendría Manrique cuando compuso sus Coplas? Lo ignoramos porque la crítica atrasa o adelanta su fecha de composición valiéndose de indicios escasos: ¿escribió sus Coplas estando preso en la fría Baeza allá por 1477? ¿Las tenía ya comenzadas cuando don Rodrigo murió allá por 1476 o las comienza a la muerte de este? Sea como fuere don Jorge ya no era un joven mancebo… La frescura de su estilo, a veces, comparada por algunos con la del joven Neruda en sus Veinte poemas… Nada tienen que ver salvo en la justeza del ritmo de lo sentido con el léxico y la adecuación empleadas. Era el castellano de la época bien empleado, escribió Menéndez Pidal… no más.

cómo, después de acordado,

         Ay, no olvide quien duerme que ha de aprovechar la vida, que el tiempo con sus placeres es hierba hermosa y fresca hoy, flor espléndida ayer, que mañana es solo escoria de lo marchito y lo pasado. Collige virgo rosas, escribe Ausonio en su dístico, que continúa: dum flos novus et nova pubes… )qué fueron sino rucíos / de los prados?, escribe Manrique andando adelante sus Coplas. Hay que ser feliz, hay que alcanzar la vida lograda, pero se requiere esa prosoche, ese dominio que solo se alcanza con la verdadera meditación, con el verdadero ejercicio del espíritu… Platón, Aristóteles, Orígenes, Plotino, Porfirio, Epícteto, Marco Aurelio, Doroteo de Gaza, Evagario, Pablo de Tarso, Agustín de Hipona… usted y yo, con perdón.
         Esto empezaron siendo dos apuntes en tres renglones… y, sin embargo, así sucede todo, “tan callando”, tan en silencio… Nos sobreviene la muerte, gozamos de estos versos de un hombre que murió hace muchos siglos, en la primavera de 1479, allá por abril. Descanse en paz el alma del poeta y vivan por siempre sus versos en nuestras vidas.

Memento homo, quia pulvis eris…

20 de marzo de 2014

Simenon, Georges, EL EFECTO DE LA LUNA



         He olvidado de dónde saqué varios libros de Simenon, es decir, por qué los adquirí. Quizá esté en los comentarios de obras anteriores que hice de este mismo autor y de obras semejantes, entiendo, de la misma editorial…
         La que ahora comento… Cuento algo de su argumento… Joseph Timar, un chico bien, de origen francés, llega a Libreville con intención de labrarse un porvenir. Cuenta con el cobijo del apellido y con su tío político. En la capital de Gabón hace gestiones para alcanzar su meta, pero se tropieza (hoy día diríamos que se enrolla) en el ambiente haragán de la ciudad, pero sobre todo con Adèle, la esposa de un moribundo, que a todos los poderosos del lugar, o recién llegados, admite en su cama, siempre generosa y abierta. En el hotel que poseen Adèle y su marido agonizante aparece asesinado un negro que trabajaba para ellos. El asesino no es hallado, aunque todos saben quién es. Muerto el esposo de ella, el joven Timar se marcha con Adèle a la selva para ocupar una concesión que consiguen en ella…
         La novela no me ha gustado, aunque me ha entretenido. Por momentos pensaba que Simenon conocía el ambiente y, en otros, me daba la sensación de que era un mero baño de realidad con aditamentos de lecturas sobre el lugar y una bien dispuesta imaginación. Lo ignoro. Me molesta, desde casi empecé a ser lector, no conocer los contextos de las obras, los autores porque creo que dispongo de menos información (mi amigo José Manuel Tapia opina que esto de clasificar y poner en relación… es muy español: lo ignoro, él sabrá; a mí me parece muy del conocer humano).
         No logro asociar esta novela a ninguna obra concreta que haya leído antes, sin embargo me suscita sensaciones parecidas a las que he leído de autores sudamericanos que recrean el ambiente tórrido, caluroso, pegajoso… de las zonas del ecuador y los trópicos. No atino a dar con ningún título ni ningún nombre y con seguridad, aunque una y otra vez me vienen los de Bajo el volcán, de Malcom Lowry, El poder y la gloria… He escrito autores sudamericanos y no doy con ninguno, quizá Rulfo, Azuela... Los blancos ricos o menos, pero dedicados a lo suyo, sobreviven como náufragos en un ambiente y una circunstancia que nada tiene que ver, parece, con sus vidas y las de los indígenas que los rodean (negros en este caso). La superioridad es desproporcionada: hasta poder matar a un negro impunemente, entre el silencio de unos y otros. La relación, de cuasi esclavitud. Sería interesante contar cuántas veces se habla de consumir alcohol en la obra: tomar güisqui, pernod, calvados…, siempre en exceso, en todo encuentro, en toda relación, en todo momento y siempre con un efecto que ayuda a desvaír aún más una realidad ya de suyo densa, casi opaca, donde las relaciones entre unos y otros son pastosas, equívocas, interesadas…
         Escribí arriba entretenida porque en ningún caso el argumento llega a tener momentos climáticos tensos, ni el ritmo narrativo es especialmente ágil. Todo parece estar impregnado de esa misma lentitud de la que vengo hablando. Ni siquiera queda claro el peso de la causa por la que el negro es asesinado, aunque sí hay, si se desea así ver, una crítica al poder local establecido, a su incuria, a su dejadez absoluta… ¿Se critica a quienes viven en las colonias y su molicie? Lo ignoro. ¿Era la finalidad de la novela llevar al lector hacia la somnolencia de un mundo exótico? Lo ignoro.
         Olvidé por qué adquirí esta obra de Simenon, insisto, y no estoy seguro de haber acertado con alguna de las buenas de este autor. Otra vez será. A seguir barajando…

12 de marzo de 2014

Marina, José Antonio, Las culturas fracasadas





              Creo que el primer libro que leí de José Antonio Marina fue Elogio y refutación del ingenio…, hablo de memoria. Desde aquella obra hasta hoy he leído muchísimas y la mayoría las tengo en casa. Me hice devoto lector de sus artículos en ABC, junto a él, en la otra página, en la vecina, escribía Adela Cortina (a esta también le leí algún libro, pero me era más sugerente Marina, ¡vaya por Dios con las rimas!: Cortina, Marina, vecina…). Le escribí alguna vez, alguna vez hablé con él. Reconozco que me asombraba la cantidad de información que manejaba. Sus imágenes explicativas, propias o ajenas, propiciadas por su profesión, como ya comentara Ortega, me ilustraban: era la metáfora en las manos del maestro. Mas es cierto que desde hace ya bastantes títulos no logra engancharme en el carro del asombro. Es como si le hubiéramos perdido él y yo el tranquillo… y nos costase más hablarnos: me he quedado con el caballo de cartón del retratista, con la pata levantada y sin dar el paso.
               He leído decenas de libros de RAMÓN y creo que no sabría muy bien qué decir de sus novelas y de sus mixtificaciones, ensayos, biografías… ¡de sus obras!: de su Circo o de su Piso bajo, o de La mujer de ámbar, o de miles de greguerías, o de sus biografías, de El caballero del hongo gris, de La quinta de Palmira, El torero Caracho, El incongruente, Cartas a mí mismo, Cartas a las golondrinas… El ramonismo es un estilo conformado con la sangre de RAMÓN y su inagotable creatividad que termina por llevar agotado al lector que va, a matacaballo, tras sus párrafos y sus imágenes, tras sus greguerías en rosario, enristradas. Casi imposible decir por dónde va El rastro.
               Algo así creo que me está pasando con el marinismo… con ese estilo del que él mismo se confiesa en esta obra: “Las múltiples referencias históricas, culturales de este libro, la acumulación de datos y testimonios, no es presunción erudita, sino transcripción abreviada de esa universal sesión de creatividad” (p. 612). Dicho queda. Llega un momento en que, en la obras de Marina, son tan sugerentes las ideas seleccionadas, tan continuas, tan de síntesis de otras obras que en cada renglón nos tropezamos con tal cúmulo de aforismos, de ideas nucleares… que no da la lectura para comprender su alcance, para pensarlas, meditarlas… y termina uno por padecer un atracón de sobreinformación paralizante.
               Tiene Marina una valentía intelectual singular porque tengo la convicción de que no se arredra ante los retos que se propone, o que se tropieza. Se ocupa de vericuetos existenciales, vitales, sociales… que son muy interesantes para los lectores, pero echo en falta una mayor calma (¿existía realmente en sus primeros libros y en sus artículos o es un mero recuerdo errado y mío? Tendría que comprobarlo y ahora carezco de tiempo para ello). Me gustaría leer más de su cosecha, que cesase su recolección de perlas en las obras de otros autores y que estirase sus propias proposiciones sin tener que andar de continuo colgado en la autoridad de otros, siguiendo las pistas de otros… No hay por qué ocultar las fuentes en que se bebe: de leales y bien nacidos es ser agradecidos, pero me gustaría, como escribo, hallar un pensamiento más pausado, más moroso, ideas que ayudaran a mejor meditar al lector, sin tenerlo acribillado, fusiladito a ideas sustanciales que pasan por la ventanilla del tren de la lectura sin apenas ser entrevistas.
               Tomo nota de obras que cita, de autores que se me antojan interesantes y que anoto. Anoto páginas e ideas: procuro estar alerta con mi folio y lápiz en ristre. Recopilo ideas para buscarles un mejor acomodo en las estanterías intelectuales de que dispongo. Leo con esmero las notas finales y el comentario de la bibliografía y su camino recorrido.
               También felicito a Marina –y con él me felicito, y a quienes lo disfrutamos- porque sus iniciativas son muy poco españolas. Decía Julián Marías que el español tiende a preguntarse qué va a pasar y rara vez se apunta al qué voy a hacer. Marina no pertenece a esa estirpe: es hombre de acción que ante el problema no busca ni responsables, ni culpables, ni se ve acogotado…, sino que negocia, investiga y escudriña posibles soluciones. Magnánima postura a la que, con mis posibilidades, me sumo.
               Aún me quedan dos títulos suyos sin leer en las estanterías. Libros de repescas y otras noticias: vamos a verlos.
               Leo el libro de hoy a la par que el proceso llamado de la Restauración que se produjo en España, allá entre 1874 y el 31, opiniones aparte. Leo Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades a la par que sigo leyendo una excelente biografía sobre Maura (pronto espero poder ocuparme de ella aquí): tengo la sensación de que una España fracasada, atorada, atrapada, enfangada se regodea en su fracaso, diciendo desear salir del lodazal… sin hacerlo. Ni sabe ni puede: la pobreza de quien dirige y la indolencia indócil de quien debiera ayudar la lastran. Leo del fracaso de parte sustancial de mi cultura… mientras leo en los periódicos de hoy las noticias. Y hago un balance que me entristece. Esta sociedad no ha generado cauces claros, diáfanos, para que el ciudadano de a pie pueda llegar a los centros tangibles de poder…
               Quizá, como siempre pensé, como en la educación, como en la vida… sumar +1 es siempre mejor que no sumarlo, siempre es preferible encender una cerilla en la oscuridad que no disponer de ella y siempre será mejor entrar en el juego ineludible, por muy malas que sean las cartas recibidas… que no entrar, intentarlo, porque peor sería ser echado de la mesa… sin intentarlo siquiera. Que por mí no quede, que decía el otro.

3 de marzo de 2014

Y paso CINCO de cinco, Bishop: donde se recoge un hermoso texto que dice de lo aquí tratado



 
 Mientras tanto, se me planteó el problema del sabor de las cosas. Y los de este campamento fabricaban vasijas de barro que eran bellas. Y los de este otro, las fabricaban feas. Y comprendí con evidencia que no había ley formulable para embellecer las vasijas. Ni con inversiones para el aprendizaje, ni mediante con­cursos y honores. Observé incluso que aquellos que trabajaban en nombre de una ambición distinta, por la calidad del objeto, aun­ si consagraban las noches a su trabajo, sólo lograban obje­tos pretenciosos, vulgares y complicados. Porque, de hecho, sus noches en vela las dedicaban a su venalidad; o a su lujuria, o a su vanidad, es decir, a sí mismos, y ya no se intercambiaban en Dios intercambiándose con un objeto convertido en fuente de sacrificio e imagen de Dios, donde las arrugas y los suspiros y los pesados párpados y las manos temblorosas de haber modelado tanto y las satisfacciones del atardecer después del trabajo y el desgaste del fervor van a confundirse. Pues sólo conozco un acto fértil, que es la oración; pero conozco también que todo acto es oración si es don de sí para llegar a ser. Es como el ave que construye su nido, y el nido es tibio; como la abeja que fabrica su miel, y la miel es dulce; como el hombre que moldea su vasija por amor a la vasija, es decir por amor, es decir por oración. )Crees en el poema escrito para ser vendido? Si el poema es objeto de comercio, ya no es poema. Si la vasija es objeto de concurso, ya no es vasija e imagen de Dios. Es imagen de tu vanidad y de tus apetitos vulgares.
                                                       A. de Saint-Exupéry.



               A su disposición pongo el blog para que usted argumente cuanto desee sobre lo que he escrito. Le ruego que me envié, de considerarlo pertinente, su escrito al correo que en el blog se halla y sus reflexiones serán publicadas en él sin modificar una coma, siempre que se encuentren a la altura de la corrección propia, etc. ¡de lo que no dudo!
               Reiterarle mi agradecimiento.