26 de febrero de 2014

Paso CUATRO de cinco, Bishop: Donde se reconduce el discurso iniciado y se da cumplida cuenta de la cuestión planteada…


            

               A medida que escribo, casi desde el primer momento, casi de inmediato, poquito a poco, se me van ocurriendo obras donde leí sobre todo esto. Me acordé de Platón y su relación entre la Belleza y el Bien. Me acordé de manuales de estética y de teoría y crítica literarias… Me vinieron a la memoria textos sobre la creación en general y la artística en particular, manuales y monografías sobre antropología, incluso de ascética: obras de Plotino. Me acuerdo de Marta Nussbaum y la fragilidad que el bien tiene. Me acuerdo de una obra que me gustaría releer y que tengo en casa, Filocalia o el amor a la belleza, que leí un verano de hace muchos años y que recuerdo con cariño… No hace demasiado repasaba en la Summa las ideas del bien y del mal morales. Todo esto me suscita un comentario, todo esto me ayuda a comentar. A todo ello me obliga el interés de un lector atento y magnánimo, llamado Bishop, ¿¡cómo no voy a agradecérselo!?
               Ignoro si será cierto o no, pero creo que fue Whitehead quien afirmó que toda la filosofía occidental no es más que notas a pie de página de la filosofía de Platón, digo esto porque creo que fue este quien en la Apología ya afirmaba que todos podían hablar mejor y con más tino que el propio autor  de la obra. Goethe advertía que el poeta no debe ser su propio explicador, ni traducir su poesía en prosa ordinaria; en este caso, dejaría de ser poeta. Recuerdo con pena en este sentido los comentarios de san Juan de la Cruz a sus poemas escritos “desde la otra ladera” (Dámaso Alonso dixit).
               Intento centrarme ya en lo que suscita problema grave en Bishop. Lo recuerdo citando su comentario en este blog:
Muy agradecido. Pero el análisis de la virtud y el comportamiento personal de un determinado individuo no tienen nada que ver con su obra artística, y menos todavía con la crítica literaria: si uno critica la música de Wagner, no puede hacrlo desde la consideración de que era un sinvergüenza y un antisemita, si uno critica la obra de Cela no puede hacerse teniendo en cuenta que era un zafio y un delator, etc. etc. Eso, insisto, sería caer en el argumento "ad hominem", una gran falacia mal que nos pese.
               Quedó sobradamente demostrado arriba que, por mi parte, puede que hubiera explicación deficiente, pero en ningún caso ataque a Gabriel García Márquez por su condición la que fuere. Quedó sobradamente demostrado el sentido de mis comentarios, el alcance de estos y su sentido. Quedó sobradamente demostrado que no es posible saber de la música de Wagner ignorando quién fue éste ni hablar de El viaje a la Alcarria o La familia de Pascual Duarte o de los apuntes carpetovetónicos… sin saber quién fue CJC.  Quedó sobradamente demostrado que la crítica literaria no se ocupa de la condición humana, ética, etc. de los autores. ¿¡De qué es, por tanto de lo que estamos hablando!? ¿Cuál es el problema al que nos enfrentamos?
               Podría acudir a otras fuentes y elaboraciones, pero me voy a valer de Antonio Ruiz Retegui, quien en paz descansa, y a quien brindo, como pobre homenaje, estos renglones. Resumo, adapto y retoco su escrito.
               A partir de la modernidad el concepto de producción no es que se sobrevalore y privilegie, sino que comporta un cambio absoluto en la concepción de la acción humana y su valor. (Con don Joaquín Valdivia comenté algo de todo esto no hace tanto: la distinción clásica entre facere y agere).
               Toda acción transeúnte del hombre es aquella que produce algo fuera  de la potencia actuante: poiesis lo llamaban los griegos, facere los latinos. La medida del facere, digamos, es la propia "idea" de la cosa que se trata de producir. La corrección del trabajo que realiza quien construye un artefacto bien se puede medir por la adecuación entre lo realizado y los planos proyectados. Quien actúa logra la realización plena y perfecta del facere si  realiza con perfección lo previsto. Quiero escribir un soneto y logro la estructura métrica prevista, el ritmo deseado… y no un poema de rima en los pares y de ocho sílabas…, pues en ese caso podría tratarse de un romance, que no de un soneto, y de un fiasco, por tanto.
               Esa acción transeúnte comporta, a su vez, una modificación en quien la realiza, es decir, se produce en el actor, tras la acción realizada, durante ella, desde su concepción, un efecto inmanente. Esta acción despreciada por la modernidad, anulada, era denominada por los griegos praxis; agere, por los latinos. En este sentido, digamos, la medida o el grado en que se alcanza el agere es la humanidad del hombre. La acción inmanente estará tanto más lograda en tanto que el hombre cumple con su verdadera humanidad (y no nos perdamos en la intención por Margaret Ascombe, Wittgenstein…).
               Estas dos dimensiones de una misma acción se presentan como irreductibles entre sí y con medidas diversas. ¿Qué cualidad personal capacita a la persona alcanzar un facere logrado, perfecto? Sin duda alguna, el arte. ¿Qué perfección, cualidad o virtud humana capacita al hombre para actuar rectamente, es decir, para que el efecto que su acción repercuta en él mismo de modo que no sólo no lo destruya, sino que lo vaya realizando según su verdad? La prudencia, auriga virtutum. La prudencia capacita a la persona para que con su acción se vaya haciendo mejor persona.
               ¿Es mejor persona aquella que al ser más cualificada por el arte produce artefactos más perfectos? Obviamente no: solo será mejor productor de lo que fuere a lo que su arte se ordena. No es menos cierto también que la acción productiva, tiene un resultado permanente (no encuentro la explicación exacta a esto del Estagirita en su Ética a Nicómaco), es decir: todo acto crea una disposición en la propia persona, pero ese efecto directo, al referirnos al facere, es el arte, es decir, la cualificación de la persona en orden a esa producción. El arte hace mejor a la persona no en sí misma sino sólo bajo cierto aspecto. Por el arte la persona se perfecciona no como persona sino como médico, como novelista, fontanero… o profesor.
                Aquí, estimado Bishop, entiendo está la explicación a sus afirmaciones: La irreductibilidad del agere y el facere se advierte cuando se ve que una persona puede conseguir gran perfección en el ámbito de la acción productiva, y sin embargo quedar a la vez frustrado como persona. Se pueden realizar obras externas de gran perfección a costa de dañar la propia dignidad personal. Y análogamente se pueden realizar otras defectuosas que, sin embargo, han supuesto un notable ejercicio de virtud, y, por tanto, un perfeccionamiento de la persona en cuanto tal. ¿Es esto lo que sucede a Wagner, según usted? Lo ignoro. ¿Es esto lo que sucede a Cela, según usted? Lo ignoro. ¿Es esto lo que sucede a García Márquez? Lo ignoro. Digamos que no me entra en el cupo, intenciones, fines, etc. de los comentarios que realizo en mi blog.

25 de febrero de 2014

Paso TRES de cinco, Bishop: Donde se reflexiona del comentario de obras



       
         Recuerdo con cariño a don Antonio Aldaz, profesor que fue de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada, quien mantenía que una tesis doctoral sobre un autor y la interpretación de su obra carecía de sentido, pues lo que se podía decir al respecto ya lo había dicho el propio autor y no necesitaba escoliastas. Gerardo Diego -escribía Daniel Innerarity- recordaba una vez que alguien le había preguntado qué había querido decir con unos versos, y él le contestó: he querido decir lo que he dicho, porque si hubiera querido decir otra cosa, la habría dicho. (Esta resistencia a la paráfrasis o la traducción es más evidente aún en el caso de la música, con la que la poesía guarda un estrecho parentesco).
               En un primer paso, ¿hasta qué punto es deseable, necesario, el comentario, la explicación de una obra? ¿Acaso alguien escribió una obra para que fuera comentada? Todo comentario, se entiende, comporta de algún modo una alteración del texto. ¿Qué puedo hacer ante un cuadro además de mirarlo, o al oír una sinfonía además de escucharla, o al leer un poema… además de gozarlo?
               Cuenta el evangelio en Hechos 8, 26-39 que, movido por el Espíritu, Felipe se fue al camino entre Jerusalén y Gaza donde halló al eunuco etiope que leía a Isaías y quien, a la pregunta de Felipe de si entendía o no el texto, responde: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?”. El bien de suyo es difusivo, afirma el Aquinate. Quien tiene algo bueno desea comunicarlo a quienes le rodean… Así, Felipe quiere explicar al eunuco el texto, por ejemplo.
               En el siglo V antes de Cristo, en las escuelas de corte platónico el comentario es un medio de enseñanza y aprendizaje, y mejora. ¿Qué son si no los llamados Coloquios de Epicteto? Ciertamente esos comentarios en las escuelas filosóficas tienen una finalidad moral, didáctica. Todo comentario era considerado un ejercicio espiritual, no sólo porque la indagación del sentido de un texto exige en realidad cualidades morales de modestia y de amor a la verdad, sino también porque la lectura de cada obra debe motivar una transformación en el oyente o el lector del comentario, como lo atestiguan por ejemplo las oraciones finales que Simplicio, exegeta neoplatónico de Aristóteles y de Epicteto, colocó al final de algunos de sus comentarios y que en cada ocasión enuncian el beneficio espiritual que se puede obtener de la exégesis de tal o cual escrito, por ejemplo, la nobleza de sentimientos al leer el tratado Del cielo de Aristóteles, o la rectificación de la razón al leer el Manual de Epicteto.
               Todo texto, entiendo es… como es y resulta imposible alterar cualquier texto literario sin destruirlo, sin atentar contra él de alguna manera. «Podría incluso afirmarse –escribe Coleridge- que es más fácil sacar con las manos una piedra de las pirámides que alterar una palabra o la posición de una palabra en Milton o Shakespeare (al menos en sus obras más importantes) sin hacer decir al autor algo distinto o peor de lo que dice».
               Mi afán en tanto que humilde comentarista de obras, como lector, es un afán comunicativo. Deseo hacer partícipes a los demás de lo que leo, de lo que disfruto con la lectura. Intento siempre mejorar, crecer como persona, en cuanto hago… No olvidaré nunca, y tampoco creo tener un motivo especial para recordarlo, pero así es, desde que lo leí, la primera vez que me acerqué a Platón. Lo hice en el manual de Hirschberger y se me quedó grabado que Platón comienza su filosofar donde terminaba el de Sócrates, en el problema de la esencia del bien. Continúa…

20 de febrero de 2014

Paso DOS de cinco, Bishop: De donde se sigue en la contestación a un comentario…


Rafael Ballesteros en faena

        Rafael Ballesteros es un impaciente y quiere que acelere el paso de esta contestación, cuando todo debiera ir manteniendo siempre un pie en el suelo, por sus pasos contados… No obstante… Continuamos… 
                Luego, el impaciente, dirá que otros son unos "consentíos"...

               Al comentario a Bishop respondí en el mismo blog (Antonio José Alcalá10 de enero de 2014, 21:47):

Muchas gracias por su comentario. Me gustaría estar de acuerdo con usted, pero no dispongo de tiempo para mantener antipatía contra nadie, ni siquiera mínima -¡aún menos abultada!- y en ningún caso a un escritor. Es un problema de inversión de tiempo e inteligencia. Como recomendación general, puede leer a Alasdair MacIntyre, en particular pienso en ANIMALES, RACIONALES Y DEPENDIENTES... esto quizá le oriente por el sentido de PERSONA y COHERENCIA DE VITAL... Otro saludo para usted.

               Como de bien nacidos es ser agradecidos… Eso hice. Agradecer con sinceridad. Y aclarar lo que me parece de antigua y clásica sabiduría: no quedarse atrapado en la antipatía, el rencor, contra alguien porque eso esclaviza y envilece. Procuro estar a favor de… más que en contra de… Me agrada más lo positivo que lo negativo y enfermizo… Por tanto: no ha lugar.
               ¿Por qué volví a dar bibliografía, como al anónimo curioso del ojo morado de Gabo? Pienso que un buen libro puede enseñar mucho. Pienso que el diálogo con una obra, “escuchar con los ojos”, que escribió Quevedo, ayuda a un ritmo adecuado al pensamiento. Y me ahorraba un tiempo del que no disponía  y explicaciones.
               Bishop, es obvio, no leyó el libro que le recomendé, y me volvió a contestar y comentar:
Muy agradecido. Pero el análisis de la virtud y el comportamiento personal de un determinado individuo no tienen nada que ver con su obra artística, y menos todavía con la crítica literaria: si uno critica la música de Wagner, no puede hacrlo desde la consideración de que era un sinvergüenza y un antisemita, si uno critica la obra de Cela no puede hacerse teniendo en cuenta que era un zafio y un delator, etc. etc. Eso, insisto, sería caer en el argumento "ad hominem", una gran falacia mal que nos pese.
               No lo encaminé yo hacia After Virtue ni siquiera del todo a los estudios éticos de MacIntyre, sino a un libro posterior, más depurado… Sobre la marcha –la prisa, me pierde, confieso- le dije ese libro por lo que él me comentaba sobre la falta de relación que existe entre el creador y la obra. Y aquí se me encendió el asombro, se provocó la studiositas y la memoria me gastó una excelente pasada a partir de lo que se me contestaba. No me queda más remedio: debo agradecer de nuevo encarecidamente el comentario, pues me pone en la pista de algo que realmente me interesa y que hacía tiempo que no meditaba con calma, pues la teoría literaria y las disciplinas próximas hace años que no las trabajo ni reflexiono sobre ellas, ni leo sobre esto… ¡hay tanto que me interesa y dispongo de tan poquito tiempo!
               Comparto con Bishop que no es competencia del comentario literario ni de su autor el juzgar la ética de un escritor, ¿pero puedo, o debo, olvidar al autor en su circunstancia, digamos, en términos orteguianos? La interrogación es retórica por la evidencia de la respuesta.
               En innumerables ocasiones he recordado -y vivo está el autor del lance- que un joven alumno de COU me escribió al hilo de un comentario de un texto de Lorca, como inicio, lo siguiente, creo que textual: “Este rojo maricón fue fusilado…”; penoso modo de expresión y del todo punto impertinente. No obstante y al hilo: ¿Se podría entender la obra de Lorca en su conjunto sin contar con su condición homosexual? mas, ¿qué alcance tiene en su obra su pensamiento político y su condición de homosexual? ¿O en la de Aleixandre o Cernuda o Whitman? ¿Acaso podríamos desdeñar la formación como pintores de Juan Ramón, Alberti o Buero… en tanto que escritores? ¿Es tangencial en la obra unamuniana su condición de pensador y catedrático de griego, padre de nueve hijos? ¿Sería Cervantes el autor de El Quijote de no haber estado preso en Argel? ¿La obra de García Márquez sería la que es de no haber nacido en el Caribe, de no haber vivido con su abuelo? ¿Qué habría sido de ese llamado realismo mágico 
Rafael B... ¡sigue la faena!


               Continuará…

19 de febrero de 2014

Paso UNO de cinco, Bishop: Donde se cuenta del porqué de esta entrada



       
               Nunca me han arredrado las controversias, si de defender alguna idea que consideré acertada y verdadera se trataba. El debate me agrada si busca la verdad, porque me reconozco un apasionado admirador y pretendiente de ella.
               Paso a explicarme y lo intento con brevedad y claridad. Hace casi un año escribí una entrada en este blog de lecturas. Era un comentario sobre una obra de Gabriel García Márquez y su Crónica de una muerte… (García Márquez: CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA). La entrada citada recibió un comentario de un señor, o señora, Bishop, de quien solo sé que tiene un blog titulado La balsa de Nostromo (http://labalsadelanostromo.wordpress.com/). Por el tenor lo considero varón. Su comentario fue:

                   Bishop2 de agosto de 2013, 17:31
Bueno. García Márquez es un magnífico escritor, domina perfectamente el lenguaje, en sus libros y relatos se mascan la miseria y el calor húmedo del Caribe, que se funden con las vidas de sus personajes. Me parece muy razonable que a usted le aburra profundamente. Respecto a la foto del ojo morado y la referencia a sus casas, son ataques "ad hominem" que poco tienen que ver con la crítica literaria y mucho con la abultada antipatía que debe usted sentir hacia él. Un saludo.

               Sinceramente no me interesaba entrar a batallar lo innecesario, es decir: lo evidente. Gabo es un novelista valorado mundialmente, de categoría museística literaria contrastadísima, de quien en ningún caso he afirmado que me aburra. Al texto me remito.
               Obvio también, tras la lectura de mi comentario, que no se pueden considerar como ataques ad hominen el poner una foto de GM con un ojo a la virulé (di referencia bibliográfica -me encantan hacer prosélitos para la lectura- de una obra, en esa misma entrada, para que el curioso que me preguntaba por el motivo de ese ojo así, pudiera satisfacer su necesidad, acudiendo a una fuente fiable, Antonio José27 de marzo de 2013, 17:50). Tampoco considero otro ataque ad hominem que la referencia a la temperatura y ambiente del Caribe que mantiene en su casa mejicana sea no más que una referencia de una realidad que el mismo Gabo ha repetido como necesidad maniática para escribir, como otros antojos puedan tener él y otros muchos escritores, sudamericanos o no… (léase por ejemplo, Cuando llegan las musas, donde se da cuenta de muchas chifladuras de conocidos escritores o en el recién salido, y más amplio, Rituales cotidianos de Currey). Que al comentar mi obra alguien afirme que tengo una finca serrana de recreo, básicamente para la caza y donde paso largas temporadas para leer y escribir… y que ese alguien lo cite como una realidad de mi circunstancia (personal, social, creadora…) no lo entiendo como un ataque, como un argumento ad hominem, sino como un dato, que, en este caso  desgraciadamente es falso.
               En un comentario literario, más o menos crítico, dirigido a un público con un conocimiento general de la Literatura, en general, en un blog, tan general, como el mío, el poner una foto u otra tiene un sentido orientativo bastante vago. Casi siempre busco algo relacionado con la obra comentada, el autor de la misma y su contenido. La finalidad de la foto (lo pienso ahora con más detalle al hilo de todo esto) es activar la curiosidad… y procuro, siempre, que sean fotos atractivas, sugerentes, aunque me reconozco bastante lego en la materia y no excesivamente meticuloso. Me pareció un contraste atractivo el mostrar a GM risueño, irónico y con el ojo morado, por un puñetazo –dado desde la derecha, apostaría yo-. No iba más allá. ¿Dónde está el ataque ad hominem? No lo veo. No lo entiendo. No me defiendo: pido una explicación.
               La conclusión a la que llega Bishop al atribuir a mis pobres comentarios sobre esta obra un alcance de necesaria antipatía contra GM –la perífrasis de infinitivo lo atestigua, ‘debe usted sentir’- se me antoja, ahora sí, un auténtica falacia ad hominem, en este caso, contra mí, es decir: se me ataca a mí por algo que ni siquiera he escrito ¿y se me atribuye una repulsión por GM basada en una foto que puse en el blog y un comentario sobre una casa con un determinado ambiente…? Sin duda su falacia se podría clasificar, dado el caso, entre las llamadas falacias abusivas y circunstanciales, pero esto no me importa, sinceramente: es agua que cae y escurre. No quiero internarme hoy en la Lógica ni esa realidad. De veras. No me siento ofendido en absoluto y casi ni aludido.
               Sí lamento no haberme explicado lo suficientemente bien como para que una persona, Bishop, a quien entiendo interesada y culta no haya podido comprenderme mejor por mi limitación: Lo siento. Me resulta enojoso que Bishop se haya sentido incómodo hasta el punto de escribirme. Se lo agradezco. Y, además, se tomó la molestia de escribirme con motivo de aquello que no me expliqué bien y me corrige –lo que obviamente agradezco- y, además hace obra de misericordia espiritual, antes así llamada, cual es enseñar a quien no sabe. Sinceramente le agradezco todo esto. Les pido a los lectores y a Bishop que no vean ni un punto de ironía en lo que afirmo. (No sería la primera vez, por desgracia, que dando las gracias a quien me corrige, ve en mi agradecimiento burla, chanza, ironía… Se lo agradezco y buena prueba de ello, creo, es el tiempo que le estoy dedicando). Continúa…

17 de febrero de 2014

Mallorquí, César: LAS LÁGRIMAS DE SHIVA



   
            Cuando era un niño no fui ni un buen ni un mal lector, sencillamente no era lector. En los sesenta del pasado siglo mis amigos, esos otros niños, muchos de ellos, tenían hermanos mayores y eso les facilitaba el acceso a libros y, sobre todo, a tebeos y cómic (entonces todo lo dibujado con viñetas, en mi barrio, eran tebeos: de guerra, de risa, de vaqueros…, pero no eran cómic). En mi infancia leí pocos tebeos. Si no recuerdo mal, mi padre me compró solo un tebeo en mi vida: uno de ellos, lo recuerdo perfectamente al salir de pelarme en la barbería (entonces no existían peluquerías de caballeros, sino barberías y estas se ahorraban la aclaración, ¡aunque en la feria exhibían a la mujer barbuda!). El otro tebeo que tuve fue de El Coyote, aunque no recuerdo quién me lo regaló.

               Ya, al final de mi infancia, sí que leí a Asterix y Obélix, completo. Muchas de Las aventuras de Tintín. Me atraían El Jabato y El capitán Trueno y algunas leí. Esporádicamente leía a Mortadelo y Filemón, Rompetechos, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio… siempre en ejemplares prestados o de la llamada biblioteca infantil.

               Las lágrimas de Shiva enlazan con lo que he escrito porque el libro me lo ha prestado una alumna de 3º de la ESO, Ana Pestaña. Me paso la vida rodeado de alumnos adolescentes, entre los 14 años y los 19 o algo así, pero ignoro lo que leen. Me interesaría saber qué leen, pero lo desconozco. Me explico. Los alumnos que leen… ¡leen muchísimo!: de forma compulsiva, mas lo cierto es que la inmensa mayoría no lee ni siquiera los libros que se les recomiendan en el instituto. Lo que leen quienes leen tengo la sensación de que es disparejo en los temas, como si hubiera muy diversas tendencias que no se encuentran sino en el mero acto lector… Me asombran los lectores de trilogías y de sagas interminable, donde los libros tienen muchos de ellos cientos de páginas (no menos de 400 o 500, y de ahí hasta unos miles). Me dejan atónito. Son libros traducidos, de origen yanqui, por lo que oigo, editados en editoriales que no conozco, con unos títulos que se me antojan muy semejantes entre sí. Tengo un grupo de alumnos que incluso escriben un blog maravilloso donde se hablan de libros… para jóvenes y donde se hace una crítica fresca, espontánea, simpática… y que recomiendo desde aquí y ahora: el rincón de la magia (un saludo amable para ellos y mi agradecimiento).

               No hubiera recordado quién era el autor de El Coyote, sin embargo, un buen amigo, Daniel Arias de Saavedra, al leer el autor de Las lágrimas de Shiva lo reconoció de inmediato: “Es el mismo autor de El Coyote”, me dijo y efectivamente me sonó el nombre, y me extrañó que un señor, que debería ser muy mayor, escribiera un libro como este, ganador de un premio infantil. Pensé que ese señor, a estas alturas, no estaría ya ni para escribir ni para premios. Efectivamente se trata de su hijo, el autor de esta obra es el hijo del autor de aquella novela que quizá una tía mía me regaló y que leí (me inclino a pensar que era un cómic más que una novela).

               Larguísima introducción. Lo siento. Es el contexto…

               Nada puedo decir de su autor, pero la obra, Las lágrimas de Shiva, me ha parecido una obra entretenida cargada de tópicos, pero que no por ello pierde interés y más aún, entiendo, para un adolescente.

               El autor sitúa a su protagonista en un verano, como tantos adolescentes han sido colocados en ese momento en innumerables obras. El verano es la posibilidad de la aventura, el espacio y el tiempo libres…: el campo, la playa, las ciudades ajenas, campos de la imaginación en el veraneo, en este caso en Santander. Unos adolescentes, ellas y ellos. Ciertas aventurillas o comentarios picantejos (sin pasarse: la escena del biquini, muy de los años 60), la descripción de la prima en la ducha, la rijosa adolescencia de algún personaje (el hermano de Javier). Un enigma del pasado cargado de romanticismo adolescente y esquemático: la tía Beatriz Obregón desaparecida sin morir, con una valiosa joya. Un título que invoca un dios oriental… Unos tíos cultos y ricos y dueños de hermosa casa: lectores, inventores, entendidos en música clásica. Comentarios de títulos de libros que puedan incitar a la lectura en el lector, y ninguno contemporáneo. ¡Qué libros leían los niños de entonces! ¡Qué barbaridad lo que parece que hemos atrasado con el paso de los años! (¿o es que con esas edades no se leía El guardián…?). El increíble toma y daca de libros entre Javier y su prima Violeta: asombroso… Fantasmas, aventuras policíacas, hechos históricos memorables (la llegada del hombre a la Luna), piratas, familias enemistadas hasta el odio irredento por viejos ultrajes de honor ya irrecuperables, una tía rica que se enamora de un negro buscavidas, capitán de barco y viajero sin familia… Y un final feliz.

               Nadie me preguntó, pero diré que el libro me pareció correcto. Tiene, entiendo, todos los ingredientes, para que pueda captar la atención de un niño o una niña (creo que se escriben ex profeso libros para chicas y distintos para chicos).

               No me gustó, no podía ser de otro modo, que tengo la sensación de una receta ejecutada a la que le falta el atrevimiento de la originalidad. No hay riesgos. Se produce también un choque, para mí, violento, entre el tono realista de la obra y el fantasma que pulula por la ella escribiendo en los muebles, moviendo libros y oliendo a nardo (la planta se me antoja fea, pero me encanta el olor de su flor). Se producen en la obra, ignoro si es por su proceso de construcción, momentos climáticos altos y otros inmediatos que dan la sensación de ser puro relleno: “hinchar el perro” lo llamaba un catedrático de Literatura que me impartió clase. La solución del fantasma para llegar a la joya… me ha parecido una solución semejante a la del autor teatral que, no sabiendo cómo sacar a un personaje de escena, lo saca con los pies por delante porque le da un ataque al corazón… muy del teatro de corte benaventino. Por cierto, los galgos no persiguen conejos, sino liebres, aunque cualquiera tropieza y coge… ¡una liebre!

               Hace muchos años leí muchas obras infantiles. Decenas de ellas. En ocasiones casi una a diario. Entonces hacía listas de obras que eran de mi agrado, del agrado de los niños… Es decir fui lector de obras infantiles siendo adulto: pueden ser cientos las que podría citar de las editoriales entonces punteras en la edición de nuevas obras, muchas de ellas escritas por autores catalanes o nórdicos… (qué lejanos estos a nuestra mentalidad).

               Me pierdo hoy, insisto, en el galimatías lector de nuestros adolescentes, pero creo que Las lágrimas de Shiva puede ser una obra atractiva en la que invertir un amable rato.

9 de febrero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE IV y última, por ahora)



         A lo largo de la obra voy pensando que emparentas ideológicamente con fray Antonio de Guevara, que no es, a mi juicio, mal compañero de camino, extraño en tu caso, pues en tu obra no dejo de hallar su menoscabo de corte y alabanza de aldea que se cumple con el plástico final “Madrid es una mierda” (Artaud hablo de esa misma literalidad, la mierda).
         He repasado hasta aquí la filiación de tu novela, los temas que tratas y cómo, y voy ya camino de otros detalles y algo de lo formal.
         En la novela del geógrafo culto de cierta filiación francesa no podían faltar ciertos rasgos culturalistas: el Caín de Cormon, con todo lo que suponía su vagar sin tasa al este del Edén: ¿A dónde ir si ya no hay thelos, no hay meta, si se quebró el sentido? (¡Ay mi amigo Viktor E. Frankl quien ganó por goleada a Freud!) Tampoco me ha pasado desapercibido el poema de Apollinare… Le pont Mirabeau: el Sena va hacia el oeste, se mueve bajo el puente, es agua que corre y pasa, vida…, mas “yo quedo”. Me planto o soy plantado, dejado, abandonado… Quise unir dos riberas, pero el agua tozuda se empeñó en pasar, en seguir, en dejarme mirando…
         De entre todos los personajes, permíteme el salto, el que más atractivo tiene para mí es, sin duda, La Romana: esa finca que todo lo inunda, esa finca que de todo parece tener. Tu novela comienza con una inmersión del lector en ese espacio donde quieres ubicarlo. De ese paisaje nacerá un paisanaje concreto, personajes hechos con el barro de la finca.
         Si la estructura, considero, es lo más lábil de la novela, la prosa, como creo que te escribí se me antoja dura, recortada, poco flexible, de afilado verbo y con poca concesión a la función poética: quizá se deba a mis recuerdos de otras fincas y otras Amandas.
         Los giros y las expresiones y el vocabulario de Juan y María introducen un punto de irrealidad en la novela donde se pretendió la plasmación de un realismo, que se escabulle por ahí (como ejemplo pp. 65-66). Los cambios súbitos e inexplicables de tiempos verbales dotan al texto de aspectos verbales que sorprenden al lector (143, 144-145, 154).
         Al final, en el final de la novela, ha actuado el fatum: esa mano que condena a morir a Calixto sin confesión, a Celestina asesinada y, en nuestro caso, a malrotar La Romana por manos de quienes nunca hubieran sabido hacer nada distinto de lo que nos dejas -está vez sí- apenas insinuado: La Romana, ese personaje, para mí, principal muere a manos de los primos de Julián por obra y gracia del Millonario. Efectivamente, “¡Madrid es una mierda!”. Madrid es el símbolo de la corte, modelo del progreso que regresa a la selva de hormigón que da cumplida cuenta del gregarismo ovino del ser humano.
         Me sorprendiste con la publicación de la novela, donde otra mano, me dijiste, tuvo que actuar para que viera la luz. Mi amigo Leonardo Polo siempre decía que ante la duda convenía actuar, dar pie a lo que está en potencia y convertirlo en ser… Bien hecho por la publicación de la novela. Ahí está como testigo inerte a la espera del lector que desee despabilarla y adentrarse en los vericuetos de luces y sombras de un mundo donde ya no caben los dinosaurios. Muchas gracias, esta vez, también, por tu obra.

6 de febrero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE III)





           El novel escritor de novelas, y por esa calle hemos pasado quienes a ello nos dedicamos en el grado que fuere, cae en la tentación de, permíteme, “echar el resto” en su primera o primeras creaciones. Pone encima de la obra más de lo que el andamiaje (estructural, temático, argumental) de esta soporta y algo de ello percibo en algunos pasajes de la tuya. Dejas bien poco para que el lector imagine. Hay una especie de horror vacui que tiende a quererlo completar todo, concluirlo todo y se echan de menos ciertos silencios que darían más holgura a los textos, a la obra y a la libertad del lector. Remarcas y eres concluyente en oraciones, en descripciones. Tengo aquí anotadas las páginas 124-125.
         Permíteme que vaya más allá. La gran elipsis de tu obra, lo único inconfesado es la relación entre Julián y Luis, ¿debiera de pensar que tiran al pelo y a la pluma? El señorito Julián, queda explícito, parece estar copulando una tarde en La Romana con una amiga, mientras Luis y la otra amiga están en la sobremesa, mas ¿qué hay en esa convivencia de ambos que apenas queda de manifiesto en la obra? ¿Qué clase de convivencia es esa con su piso en Madrid, etcétera?
         Julián y Luis, los dos señoritos, son versos de idéntica rima y con semejante ritmo de una misma estrofa. Son dos gotas de agua que tienen un papel muy semejante en la novela. Ambos son la ciudad, los urbanitas… Cierto que Julián conoció el campo en su niñez, pero no parece que tenga afán por él: desea conservar La Romana casi por inercia, por ejemplo. Luis es ese Dante, ese Pablo que cae del caballo y descubre un mundo para él oculto y sorprendente, asombroso, que es el que tú, una y otra vez, nos muestras y cómo, por ejemplo, se cazan los topos (148-150) y donde Luis y tú lamentáis que se pierda la cultura del pillatopos (149).
         Frente a los urbanitas están María y Juan, Jesús, el cazador de ratas, el Manijero, quienes, en distintos grados, al igual que aquellos y en oposición no complementaria del todo, estos representan el lado amable y bueno: el campo y todo lo genuino, lo auténtico, lo que merece ser conservado de una cultura ya escribí, moribunda, en fuga, muerta, derrotada, aniquilada.
         Los dinosaurios son estereotipos. El día de caza que describes (p. 154 y ss.) es un retrato tópico: los franquistas y sus modos; los socialistas y los suyos. La derecha rica, grosera y franca, la izquierda hambrona y arribista… Todos ellos plantas que nacen, crecen, se enriquecen y viven en los mismos ideales: el egotismo bandolero que desemboca en la codicia por la mentira. Paco el Millonario es el prototipo del rico de la España del pelotazo (q.e.p.d.). Todos estos modelos puede que sean tópicos, hiperbólicos si quieres, esquemáticos, si alguien lo desea, pero son los modelos que hemos conocido, a quienes podemos poner nombres porque aún pasean por nuestras calles.
         El ambiente playero de la costa granadina –me ha hecho gracia- también se lleva su repaso, pues no deja de ser el apéndice frívolo y veraniego de la superficialidad de las apariencias urbanas. Ni Luis ni tú gozáis de ese ambiente (apúntame con toda la impedimenta a mí).

3 de febrero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE II)



          Cierto que la novela es testigo de un mundo que se marchó, un mundo imposible, marginal, pero no es menos cierto que tú deseas mostrarnos lo que de él queda, lo que aún se puede hallar en la escombrera de la postmodernidad.
         Desde el punto de vista estructural y desde el temático, sin llegar a ser Los últimos dinosaurios una bildungsroman, en cierto sentido con ella emparenta. Tu novela se convierte en un viaje de aprendizaje. El viejo Juan es el Virgilio que lleva al Dante-Luis por el pasado y el presente de La Romana y Luis-José Manuel nos lleva a los lectores con ellos por la finca. Don Luis es un Dante urbano, converso al campo, que viaja bajo el patrocinio de rústicos y místicos Virgilios que le van enseñando los recónditos rincones de un mundo en fuga o fugado o muerto o asesinado. La estructura se repite mecánicamente, estampa tras estampa, y así seguimos una especie de itinerario… donde nos cruzamos con un sinfín de personajes delibianos, por más próximos a mí, que emparentan con los tuyos: el tío Ratero y el Nini (Las ratas), Paco el Bajo y el señorito Iván (Los santos inocentes), con el señor Cayo (El disputado voto), con Lorenzo (Diario de un cazador) y muy especialmente, en lo temático y en la estructura, con una novela que no conoces Un año con Manuel, de José Alcántara Blanca.
         A lo largo de la obra veo en ti como novelista más al geógrafo culto y observador que al creador, pero esto puede ser deformación subjetiva del conocimiento que de ti tengo y de lo que dijiste en la presentación de la obra: la posible tesis que nunca llegaste a escribir es esta novela (no lo entrecomillo, que ya sabes lo ocurrido). En algunos pasajes de la novela, por su lenguaje y contenido, esta se convierte en un acto cuasi notarial, donde la función del lenguaje es más referencial que poética: se levanta acta de la toponimia, de los enseres, de las realidades que amueblan el campo… El vértice geodésico (p. 137) es culminante.
         Trece capítulos tiene la novela, y no tenemos tiempo de ser supersticiosos. Creo que en el V es donde se halla la clave de nuestra conversación primera sobre lo que era potencialmente esta obra. Todo él es un es un ajuste de cuentas con el tiempo vívido, un tiempo virginal y límpido, que dedicaste a la política, un servicio que pensaste tal: ayudar a generar un mundo mejor, más justo, y de donde saliste corrido y aliquebrado, pues la politicucha y los politicastros te traicionaron. Bien que lo siento, pues, mucho me temo que esta política de vuelo de gallina corralera no la ocupan los mejores, ya que a estos no se os da cabida: ni los demás os lo permiten ni vuestros estómagos lo soportan. Por tu quijotada pagaste unas altas tasas.
         Como es lógico, el mundo del que nos hablas, como bien explicaron tantos –en una lectura reciente mía, Los hechos, de Philips Roth, por no ir más lejos- se nutre en toda novela de lo vivido, de lo imaginado, de lo oído, soñado, de lo que pudo haber sido, de lo hubiera llegado a ser… y así en tu novela encontramos la vega granadina, de donde partes y donde con tanta intensidad y verdadera pasión vives: las choperas, las tierras de los alrededores de Santa Fe, la caza, con sus torcaces y sus conejos, el agrado por el buen vino y la tertulia ¡y hasta los piononos no han faltado!
         Una vez más, al hilo de esta lectura me asalta la sonrisa incontenible ante la vacuidad de ciertas palabras con afán de etiqueta: progresista, conservador, liberal, conservacionista, verde, pacifista… Al leerte, quien no te conozca, quizá se pueda dejar llevar del tópico y vea en ti al autor añorante, al involucionista, al conservador… ¡y qué equivocado estaría! Hay progresistas que conservan lo mejor y pacifistas guerreros… (solo los pacíficos pueden otorgar la paz).
         A lo elegíaco de la obra, yo añadiría que en tu novela hay un aire, insisto, de ajuste de cuentas -sin afán de arrabal-, ánimo de balance y repaso, con los hechos y las personas, con las costumbres y los relatos de un ámbito donde el metarrelato sustituye con sus creencias, tradiciones, dichos, supersticiones al saber y las supuestas verdades urbanas, científicas, tan orgullosas como incautamente creídas.