Cierto
que había leído y estudiado con detalle algunas etapas de la Iglesia, pero nunca
lo había hecho con tanto mimo y durante tanto tiempo.
De
la obra quiero decir que en algunos momentos me ha parecido muy general y
anticuada, así como excesivamente complaciente con determinadas realidades,
hechos históricos, personas, etc. que en las teclas de una persona no creyente
o de un sacrofóbico laicista serían puestas en la picota, que no crucificadas.
Supongo que los autores se sujetaron a lo que se puede hacer en una historia
general y que para completar están las monografías (muchas de las citadas
ciertamente muy antiguas, ¿no se ha editado nada más nuevo desde hace treinta o
sesenta años? No obstante, algunos más tiene la República de Platón y aún se deja leer…).
Para
una persona creyente creo que esta historia quizá muestre que la Iglesia, sin
duda, es la historia de las misericordias de Dios. Allí donde los hombres se
equivocan por necedad, indigencia, maldad, etc. el Espíritu Santo drena,
limpia, cauteriza, achica agua… para que la barca de Pedro no se hunda y pueda
permanecer fiel hasta el final de los tiempos sin que con ella puedan ni los
mismos cristianos, entre los que estamos tantos pecadores: todos lo somos.
Supongo que el no creyente hablará, al referirse a esta aventura y a esta
historia, de buena suerte y solo verá poder y ambiciones sin vislumbrar otras
dimensiones que no se ven con los ojos de la cara, como dice ese sabio que es
el Principito.
El
momento sobre el que he leído es el siglo XVI y abarcaba desde el papa Bonifacio
VIII hasta el Concilio de Trento. Insisto en que lo había estudiado algo, pero
no con tanto detalle y ahora comprendo que quienes no lo hayan hecho nunca -como
les ocurre a la mayoría de quienes, por ejemplo, imparten clases de historia-
solo sepan sobre ello cuatro generalidades, cuatro lugares comunes que solo
conducen, depende de donde beban y de dónde coman y dónde lo lean, a un tipo u
otro de explicaciones. Recordaba mucho de lo tratado, por ejemplo, en el
concilio de Trento, pero no todos los vericuetos que supuso llegar al final de
dicho concilio y, sin lugar a dudas, de la importancia que tuvo para la
renovación de la Iglesia católica. Es cierto también que o no supe o había
olvidado todos los movimientos, tensiones, ideas, iniciativas… que dentro del
seno de la propia Iglesia pretendieron una renovación que alcanzara a todos los
fieles, desde el Papa al último laico de la cristiandad y cómo todo ello se va
concretando con gran cantidad de sufrimiento, de errores, de avances y
retrocesos… y aquí me detengo.
Una
vez más me pregunto: ¿cómo es posible que un Dios bueno y omnipotente,
necesariamente, de existir, permite tanto mal en el mundo incluso entre aquellos
que decimos amarlo? ¿Cómo es posible que dentro de la propia Iglesia, por mucho
que lo contemple a la luz del momento y de la época histórica, se puedan hallar
tantas maldades, tantas personas realmente alejadas del afán de santidad? Es
más, ¿qué bien se persigue de la división y ruptura del cristianismo con toda
la quiebra que aportan Calvino, Lutero…? Pasaron por los mismos centros de
educación a veces, por ya citados, Calvino, Lutero… y san Ignacio de Loyola,
Erasmo… Ciertamente nuestros caminos no son los caminos del Señor, podríamos
alegar con Isaías.
De
momento me doy un respiro entre tanta púrpura y tanto renacimiento, entre
tantos reformadores, santos, pecadores, malvados, traidores... y me alejo del
siglo XVI en mis lecturas que me han llevado mucho más allá de lo que yo
pretendía, pero precisamente muchas de las lecturas que hice nacieron de lo que
esta obra me sugería.