29 de abril de 2013

Miguel d'Ors: MANUEL MACHADO Y ÁNGEL BARRIOS


Ángel Barrios

     Inicio dubitativo el comentario de esta obra de Miguel d’Ors porque se me antoja complejo en su sencillez (aporía frecuente en la existencia). El resumen de la misma, que tiene dos partes, es simple: el libro es una investigación ejemplar por sus detalles, por el esfuerzo puesto, por la extensión de las búsquedas efectuadas, por el afán y el empeño que el autor ha realizado y todo ello para historiar una relación de amistad entre dos personas con un motivo de por medio. Si esta es la primera parte de la obra, la segunda es el libreto de la zarzuela de la obra La Lola se va a los puertos. Las dos personas de quienes nos habla d’Ors, como indica el título del libro, son Manuel Machado, poeta y dramaturgo sevillano, y Ángel Barrios, músico granadino. El motivo de la amistad de ambos es la relación que se establece con motivo de un trabajo común del poeta y su hermano, Antonio, con el músico para adaptar la obra de los dramaturgos, que tuvo bastante éxito en el teatro, y a la que Barrios iba a convertir, poniéndole música, en una zarzuela.
         Con este motivo y de esta relación nacerá una amistad que d’Ors rastrea en las cartas que se envían entre ellos, en las conversaciones de las que dejan escrito algo y que mantienen en Granada y Madrid, cuando se pueden ver. Acude el investigador infatigable a los familiares, a los archivos, indaga en los documentos, cruza los datos de sus investigaciones, realiza hipótesis y confiesa cuando no puede alcanzar certeza alguna que hasta ahí llegó el hilo de la cometa. Se me antoja que este modo de quehacer intelectual que quien suscribe ya conocía en este excelente y singular profesor -hoy ya por desgracia para quienes fueron sus alumnos y, a lo mejor, por suerte para él, fuera de la Universidad y en su tierra- es literalmente modélico. Ya se comentó en este mismo blog más de un ensayo suyo que alcanza el mismo nivel de indiscutible calidad que muestra el autor en esta.
         La obra teatral de La Lola se estrenó en el Teatro Pontalba, de Madrid, el 8 de noviembre de 1929. Ya olvidé quién me enseñó que, si Lorca tuvo suerte con la magnífica Margarita Xirgu que representó algunas de sus obras, no menos afortunados fueron los Machado al ser intérprete de algunas de las suyas la excelente actriz Lola Membrives, que encarnó a Lola.
         Los Machado estaban convencidos de que si Barrios ponía música a su obra teatral, convirtiéndola en zarzuela, sería un éxito seguro y sonado. El hecho es que por diversos motivos la concreción del trabajo se fue dilatando. Parece que a Luis Calvo, el empresario teatral (tío del actor Ricardo Calvo, muy amigo de los Machado, en particular de Manuel), que acogió con calor la idea no le resultaba fácil el montaje de la obra por pasar mucho tiempo en Barcelona. También entorpeció no poco, por lo que comenta d’Ors, que Barrios no fuera un dechado de diligencia… El hecho es que entre unas dudas y otras, entre intentos y amagos, sobrevino la guerra y fue más fácil hacer una película que estrenar la zarzuela. La película dirigida por Juan Orduña y protagoniza por Juanita Reina se estrenó en el 47, año en el que murió Manuel Machado el 19 de febrero, cuando empezaba el rodaje. Años después se hizo una nueva versión de esta, dirigida por Josefina Molina y protagonizada por Rocío Jurado.
         La obra, que obtuvo el Premio Nacional de Teatro Lírico en 1950, se estrenó como zarzuela con la música del maestro Barrios, por fin, en el 51 en el teatro Albéniz de Madrid, que no en 1950 como he leído en alguna ocasión.
         El estudio de esta relación, aventuro, es un escolio al inmenso trabajo que d’Ors realizó sobre Manuel Machado y de quien es uno de sus máximos conocedores. Sin duda, la obra que ahora termino de comentar en esta entrada, tiene un público lector muy concreto. A mí, de momento, me ha dado noticias de una persona de quien nunca antes, hasta d’Ors, había oído hablar ni leído de ella, Ángel Barrios.
* * *
         Quiero dejar también constancia de mi agradecimiento sincero a la señorita doña Olivia Munuera quien, en su empleo y función de bibliotecaria de su casa, me dejó esta obra junto con otras del profesor d’Ors y que voy comentando cuando y como puedo, alargando más de lo que debiera el préstamo y quizá abusando de su buena fe y paciencia. Muchas gracias.

24 de abril de 2013

Bergoglio Jorge, Rubin S. y Ambroguetti F.: EL JESUITA (y III)






            Nadie ama lo que ignora o escrito de otro modo: solo puede amarse aquello que se conoce. Reconozco que mi entrada al conocimiento del actual Papa por este libro ha sido un medio excelente para empezar a conocer y a amar al nuevo Pontífice, hoy con rostro e historia.
         En algún momento cuando habla sobre la educación (cap. 5) parece que estuviera haciéndolo yo con algún colega en la sala de profesores. Con su enfoque más o menos personal, con su experiencia, profesor de Literatura y Psicología, Bergoglio comenta cómo en el fondo todo educador debe ser una persona que ama a su educandos. Educar es un acto de amor. El resto es pura necedad: literalmente perder el tiempo. Como profesor de Literatura son muchas las citas que hace de escritores y obras de allá y de acá a lo largo de las entrevistas: Borges con quien tuvo cierto trato; Ricardo Güiraldes (por Don Segundo Sombra), Santa Teresa, Hölderlin (por quien siente especial inclinación), Machado, Cervantes, Goethe (por su Fausto), José Hernández (por su Martín Fierro), Dostoievski y ¡hasta Corín Tellado!, de quien bromea.
         Enlazo al profesor con el cura. Me llama la atención su estar muy pegado al terreno, saber qué tierra pisa. De la anécdota de la vida cotidiana enlaza con el Evangelio o el pasaje literario. De todo se aprende, de ese mismo todo meditado se puede enseñar al otro y así enseña cómo se debe “relativizar un poco la mística de la eficacia”, “la paciencia cristiana no es quietista o pasiva”, la clericalización de los laicos por parte de los curas, lo que no pasa dice de ser “una complicidad pecadora”. Me recordaba, entre muchos, a Gilles Lipovetsky cuando habla de la religión a la carta…
         Los temas que aborda, el modo de hacerlo y contarlo me empujan a decir que la Iglesia católica tiene hoy Papa que cayó al Vaticano directamente de la calle. Recuerdo que se decía de Juan Pablo II que era el Papa que vino del frío, pues bien, Francisco I es el Papa que se acaba de bajar del autobús ante la plaza de san Pedro. Habla de las justificaciones que todos nos buscamos, de las coartadas para seguir respirando, pero que, en fondo, son mentiras, componendas, composiciones y así quien aborta ¿acaso cree que lleva en su vientre “un cepillo de dientes”? Cierto que nadie puede llegar, sino por la mano larga de Dios, a todo y a todos y, además, a fondo. Las necesidades son muchas, urgentes, importantes, la humanidad reclama y gime de dolor y el hombre anda enredado en su egoísmo, en sus prejuicios, incapaz de salir al encuentro del otro, a escuchar al distinto, al diverso, a quienes actúan y piensan de otro modo… Hay que ir a la periferia ha dicho siendo Papa, y ya lo dijo y lo hizo en Buenos Aires. Todo ello lo cuenta Bergoglio con gracia, entre letras de tangos (de los que gusta), entre expresiones muy de allá que dan un especial gracejo a su castellano, digamos hoy. 
         Para el lector ajeno a la Argentina, la última parte de la obra, una larga reflexión a partir del Martín Fierro de José Hernández, quizá sobre. Supongo que esto irá en gustos.
         Ahora, supongo, habrá que esperar sus próximos escritos, sus homilías y mientras bien puede, quien tenga gusto en ello, ir leyendo lo que hay publicado de él, una docena de libros… ¿alguien que oriente y comente entre esos títulos?
         Bienvenido a mis afectos desde tan lejos…

21 de abril de 2013

Bergoglio Jorge, Rubin S. y Ambroguetti F.: EL JESUITA (II)


 
         Me hace gracia porque los periodistas, la mayoría, como quizá sea lógico, viven de la actualidad y cuanto más escabrosa, oblicua, sicalíptica y sangrante… ¡mejor!: que la sangre, sea física o moral, siempre alimentó mucho. Esta es una reflexión que hace Bergoglio: los argentinos y en general el hombre (añado yo: ese bicho social, torcidamente curioso y a veces muy cutre) vive del chisme en los “conventillos” los llama él –“capillitas”, decimos en el castellano europeo-. El grupo reducido, la murmuración, la calumnia, el cuchillo por la espalda, la mentira, la sombra, lejos de la luz… y no podía ser menos en el nombramiento de un Papa, que esas personas, a lo primero a lo que dieron pábulo –esos periódicos- fueron a su relación –todo contado desde ese ángulo oscuro- con los dos jesuitas que deseaban constituir una nueva orden, que fueron detenidos por los militares de la dictadura… y que todo ello, con la palabra de Bergoglio, queda en nada por cuanto a su implicación con todo este suceso. Queda acallado y sellado el morbo.
         No dejan de insistir los publicistas en cómo vive Bergoglio y su relación con la pobreza. Nada nuevo. Conozco a muchas personas que viven así, pudiéndolo hacer de otro modo. La austeridad, virtud que tiene que ver con la templanza, no es comunitaria, sino personal, íntima. ¿Quién sabe de qué prescinde nuestro vecino por virtud? Dormitorios como los de Bergoglio los he visto a cientos entre quienes pudieron, como él, disponer de mobiliario más confortable, etc. Me parece bien y lo aplaudo, pero ya está: no me mueve, lo siento. Todo cuanto se ha afirmado de su acercamiento a los pobres… no es nuevo en la Iglesia ni entre lo papas recientes.
         A nadie le leí lo que a continuación digo y ahí escrito y explicado, sin mojigatería, me parece iluminador con respecto al temple de este hombre que hoy es Papa y tiene un temple bien distinto: Su afán por amar, su rechazo a la soberbia y su condición de pecador. Comenta cómo se confesó de tal o cual asunto porque eran pecados que ofendieron a Dios y le arañaban el alma, incluso, algunos de ellos, cuando pasado el tiempo él comprendió que ese pecado –que en su momento pasó desapercibido- estaba anidando y ensuciando su alma. Hermosa la condición del pecador que se sabe tal (él afirma que quien se niega a reconocerse como tal, en el fondo, lo confiese o no, se sabe así, pecador, y yo añado: y soberbio por no reconocerlo, además de tener una conciencia culpable). Todos somos pecadores, pero el Papa no tiene inconveniente en decirlo públicamente: para mí, con todos mis respetos, es un acto de humildad que va más allá del lavatorio de los pies a los presos, viejos, limpios o sucios del cuerpo, pues en el fondo ese acto de servicio es acto de amor que me hace recordar mi condición de pecador. El siervo de los siervos de Dios, el Papa, se humilla hasta la condición de pecador, insisto, y lo dice públicamente. ¡Imponente!
         No le importa decir, y hablar de sus defectos, lo que es tanto como  mostrar flancos débiles, cuando lo valioso hoy es mostrarse, perfectos, intachables, incorruptibles…, literalmente impecables. Mostrar debilidades es invitar a otro a atacarnos por ahí (¿o es que Bergoglio solo ve en el otro al hermano, al amigo y nunca al enemigo?). Mis primeras reacciones ante lo bueno o lo malo, confiesa, son malas. No reacciona bien: necesita de la paciencia y de la prudencia ante lo inesperado. Se me antoja excelente que se conozca y obre en consecuencia y me admira su humildad. Muchos periodistas a esto lo llaman gestos porque ignoran qué es la gesta de luchar por Amor contra los propios defectos, luchar por ser santo, lo que es la ascética del momento a momento, minuto tras minuto, hora tras hora...
         Continúa…

16 de abril de 2013

Bergoglio Jorge, Rubin S. y Ambroguetti F.: EL JESUITA (I)



        Si me preguntaran cuántos nombres de cardenales conozco, no creo que llegara a completar los dedos de una mano. Es así, y eso que ahora, tras el cónclave para elegir al nuevo Papa, han sido muchos los nombrados.
         El cardenal que fue Ratzinger, era persona conocida del entorno de Juan Pablo II. Era hombre de reconocido prestigio teológico, lo decían sabio, por sus escritos –que yo no había leído-, y conocido también por las duras críticas que le infligían los enemigos de la Iglesia y quienes diciéndose amigos cobijan lobos so piel de oveja. Sabía que había sido profesor en Alemania, que había participado activamente en el Concilio Vaticano II, que era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ahí terminaba mi viaje. Nombrado Papa mi primer acercamiento a su persona lo hice a través de un libro de Peter Seewald, Dios y el mundo, que me dejó muy sorprendido. Por razones de edad, formación, etc. mis lecturas de los papas o sobre los papas arrancaron con Juan Pablo I, el papa sonriente que tan poquito nos lo dejó Dios (de Albino Luciani leí, creo, Ilustrísimos señores, pero no recuerdo nada de ese libro). Por la obra de Juan Pablo II no diré que me movía como Pedro por mi casa, pero es cierto que su papado fue largo, los libros y vídeos sobre su vida muchos y buenos, lo escuché a él personalmente en innumerables ocasiones (tuve la oportunidad de verlo bastantes veces en los años ochenta, por ejemplo, en el patio de San Dámaso en el Vaticano)… y lo leí y medité sus palabras muchísimo: son incontables las horas dedicadas a todo ello. Es por esto que cuando leí y escuché por primera vez a Benedicto XVI me sorprendió, insisto. Me acerqué a su palabra, a su discurso, sin prevenirme y lo intuí sin pensar, una continuidad de Juan Pablo II (las comparaciones serán odiosas, pero son necesarias para conocer). Nada más lejos… eran dos personas distintas…, con dos estilos distintos en todo, también en su forma de escribir, de explicarse, de acercarse y acercar a Cristo. Juan Pablo II fue perdiendo la densidad del filósofo poco a poco a medida que su papado avanzó: había que leerlo con pies de plomo al principio… Benedicto XVI es  la elegancia en el razonamiento del teólogo: con él iba de asombro en asombro, aunque no escribiera nada nuevo dentro de la Iglesia, pero sí sus enfoques eran esclarecedores, luminosos, de formas suaves.
         Nunca en mi vida había oído hablar de Jorge Mario Bergoglio, o como gustaba a él presentarse Jorge Bergoglio, cura. Por  lo que leo y escucho el cardenal Bergoglio desde que fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires pasó a ser muy conocido. Al cardenal Quarrachino, cuando lo propuso como obispo, le vino a decir algo así como no me saque de Buenos Aires, que fuera de acá no sé hacer nada: soy casalingo, le digo, es decir, hogareño… ¡y ahora aterrizó en Roma!
         Quiso la providencia –¿con minúscula o con mayúscula?- que me acercara al cardenal Ratzinger mediante una larga y espléndida entrevista y otro tanto me sucede con el actual Papa, entonces cardenal Bergoglio.
         El título del libro se antoja excesivo y excéntrico, El jesuita; aunque considero que se escribió muy enfocado para el consumo interno de lectores y católicos argentinos. Es curioso, se me antoja también sobre el título del libro, porque apenas si se habla de la Compañía de Jesús. Se abordan temas de la Iglesia universal y la visión que tiene Bergoglio de ella, de la Iglesia en la Argentina y, particularmente, de la relación de esta con la situación política que atravesó ese país desde la dictadura al tuerto –como llamó el presidente uruguayo, José Mújica, a Néstor Kirchner al referirse a su mujer y al difunto presidente de la Argentina: "esta vieja es peor que el tuerto"-.
         Mucho me temo que volví a picar y pequé de inocente. Fui prevenido y pensé que Bergoglio por jesuita, por sudamericano, por alejado de la curia, diría algo novedoso… Alguna vez lo cité y no me importa repetirlo. Goethe por su Fausto afirma que el hombre es animal que gusta de la novedad (cupidissima bestia rerum novarum; ahora me dicen que la frase es de san Buenaventura, lo que me obliga a citar el Eclesiastés 1:9…, ¡ay!: nihil novum sub sole).
         Continúa…

11 de abril de 2013

Dan Ariely: POR QUÉ MENTIMOS y decimos necedades (y III)



El Opus Dei nació en 1928: parece que san Pedro de Alcántara tampoco era miembro de esta institución.

      Escribía Ortega que todo intelectual ante un problema que plantea aporta una solución al menos. Así pues, llegado a este punto, el último capítulo, como aparente intelectual, Ariely se pregunta cuál es la solución para este problema de la deshonestidad, la mentira, etc.: “¿qué hemos de hacer?”… y da a luz, nuestro hombre, un ratoncillo vergonzante y vergonzoso.

         Ya nos advirtió páginas antes que las leyes de transparencia no sirven para nada. (Por cierto, entonces ¿la que se está elaborando en España sirve para eso mismo, es decir, ¡para nada!? ¿Están los políticos españoles haciendo de nuevo el gamba, la ley y la trampa?). Así pues, de transparencia nada de nada.

         No deseo desviarme. Un investigador aparentemente tan importante en todo el mundo como Dan Ariely no se puede permitir el aserto de que es bueno que se hable de uno, aunque sea mal. Un error en su investigación al final podría echar por tierra todo cuanto afirmó antes. Si miente en una realidad, si hay una realidad que explica erróneamente “¿por qué no pueden ser falsas o erróneas el resto de sus investigaciones, sus posibles conclusiones?”, me puedo preguntar. ¿Cómo es posible que haga unos comentarios tan necios a la solución de la mentira? ¿Cómo es posible que un señor tan culto (?) e importante, se supone, se tome a la ligera el sacramento de la confesión y lo compare con el ramadán, que bien pudo hacerlo con la Cuaresma –que ignoro si sabe qué es-, también próxima al Yom Kippur que también cita? ¡Puestos a decir necedades!

         No contento con esto dedica casi dos páginas a hablar de las disciplinas (palabra que no saber usar, pero que existe en inglés: disciplines) que usan los miembros del Opus Dei al que califica de secta… ¿Un sociólogo, profesor de Universidad, es capaz de escribir esto? ¿De veras cree que la solución a la mentira es la mortificación?..., (palabra que por supuesto tampoco nombra, porque ignora el sentido que tiene…). Seguro que no escribe esto el doctor Ariely como una mentira. No es una trola que sa cuajao. Seguro, incluso, que no hay mala voluntad, lo que en un investigador de su nivel es más grave aún pues hay desidia, pereza, ignorancia irrespetuosa por pública y unas necedades muy propias de un mermado.

         De haberse molestado, de haber sido diligente, que no perezoso, podría haber encontrado en Internet toda la información que necesitaba, sin investigación, sin gastar un dólar y sin quedar y ponerse en ridículo por explicación larga, equivocada y mentirosa sobre una realidad importante para concluir su obra sobre la mentira. Servidor, sin colaboradores, pero con la Wikipedia le puedo cortar y pegar que: «Adolphe Tanquerey define la mortificación como "la lucha contra las malas inclinaciones para someterse a la voluntad y esta a Dios." Esta práctica pertenece al patrimonio espiritual de la Iglesia: Francisco de Asís, San Benito, Tomás Moro, Pablo VI, Madre Teresa de Calcuta, hermana Lucia de Fátima y el teólogo suizo y ex-jesuita Hans Urs von Balthasar, son algunos dentro los muchos monjes, religiosos y laicos que la practicaron y todavía la practican con sentido cristiano»". Ninguno de los citados, por cierto, es del Opus Dei; fue un práctica frecuente en la ascétic precristiana en diversas escuelas filosóficas.

         Ignoro si Ariely sabe quién es Cristo y de sus cuarenta días de ayuno en el desierto, de lo que significa su vida, su muerte en la cruz y su resurrección; o san Pablo, discípulo de este, y lo que escribió sobre la mortificación..., ambos de la misma raza que Ariely, judíos. Después de los disparates leídos hay que andarse con pies de plomo intelectuales. Tampoco estoy seguro de que sepa que hay un nuevo Papa, y estoy absolutamente seguro de que no habrá leído el libro El jesuita donde el entonces cardenal Bergoglio explica el sentido cristiano del sufrimiento, del dolor, de la mortificación, etc. Tema inagotable en la ascética tanto cristiana como, insisto, precristiana (v. Pierre Hadot), ¿sabrá Ariely que es el Antiguo Testamento y los ayunos del pueblo judío?

         Le escribí a Ariely para darle y pedirle explicaciones sobre estas necedades de su escrito. No me contestó: solo las personas de mucho nivel intelectual, humano, espiritual, etc. contestan siempre (es la tesis de Dani Arias de Saavedra y lo tengo comprobado desde que yo era un niño y le escribía a personas de ese perfil). Aún está a tiempo, señor Ariely.

         La solución, señor profesor, a cualquier vicio no es sino la virtud. Hay que alejarse de la peste del relativismo y de quienes confunden las almorranas con las témporas, la virtud con los vicios, los vicios con valores y de quienes so capa de ciencia dicen y escriben estupideces.

         Lástima de libro malogrado al final…

9 de abril de 2013

Dan Ariely: POR QUÉ MENTIMOS... (II)



             ¿Qué nos descubre Ariely en sus estudios sobre la mentira? Dice que todos mentimos lo que es, sin duda, una mentira: hay quienes no mentimos, pero esa primera afirmación es una mentira consoladora y ese consuelo nos reconcilia con nosotros mismos, con la imagen que tenemos de nosotros, con la imagen que pretendemos dar a los demás de nosotros, con la imagen que los otros tienen muchas veces de nosotros como personas íntegras. Como todos mienten… yo, que también soy todos, los demás, la gente, etc. miento como lo que soy: un buen bellaco.

         Mienten quienes valoran más otros intereses que la verdad: es sencillo. Porque todo fin justifica los medios y es arduo alcanzar el bien que supone hacerlo en el obrar y evitar el mal, pues eso…, porque ande yo caliente… y así llegamos a la conclusión de que:
1.     Todos mentimos, insisto, afirma;
2.                mentimos por interés particular: hacemos un balance entre lo que deseamos, queremos, buscamos… y la posibilidad de ser sorprendidos y si esta es menor que aquello… ¡nos la jugamos!;
3.                mentimos lo justito para no denigrarnos ante nuestros propios ojos, por eso, incluso, nos mentimos a nosotros mismos: ¡uy, mentirijillas piadosas!, medias verdades: ¡es tan duro el torso de la verdad completa!;
4.                mentimos para ensalzarnos: recordando realidades enaltecedoras de nuestro pasado que no son del todo ciertas (nunca estuvimos en el desembarco de Normandía por más desembarcos que hiciéramos en nuestro servicio en Infantería de Marina); nos otorgamos títulos de universidades a las que no asistimos o cursos que no nos impartieron, amores que no tuvimos: ¡hubiera sido tan hermoso!;
5.                mentimos por agotamiento: en situaciones de cansancio, por compensación… nos decimos, ¡qué demonios –que dice Punset- que tampoco por un día…! ¡Y nos dejaremos caer en la tentación y nos pasamos con todo el bagaje al enemigo!;
¿Algo nuevo hasta ahora? Parece que no. Sigo. Es normal que quienes llevan marcas de prendas falsificadas mientan más que quienes no las usamos, ¿les sorprende? A mí no. Quienes hacen uso de esas prendas suelen ser personas acomplejadas por mil motivos que no dudarán en salvar las apariencias por los medios que sean: incluida, por supuesto, la mentira.
         La mentira es contagiosa. Allí donde uno miente, los demás tienden a mentir: ¿Dónde aprenderán nuestros hijos a mentir?, me pregunto indulgente. ¿Recordamos aquello de la manzana podrida y el canasto y el que a buen árbol se arrima… y tal? Pues eso.
Ejemplos nos cuenta Ariely de grandes empresas, supuestos personajes, personajillos… cazados en sus mentiras, atrapados en sus propias telas tejidas para otros donde ellos fueron también sus propias presas y víctimas. Sigo pensando que esta crisis económica mundial que padecemos es fruto de las pequeñas mentiras que se dijeron en muchos tratos entre los hombres. Pues sí, asombroso, pero cierto: deseo y anhelo que los negocios se hagan con la verdad por delante, que se viva con la verdad delante, detrás, debajo, al lado… ¿Que soy un iluso? No le llevaré la contraria, pero le digo, por si le sirve, ¿por qué cree usted que escribo yo este blog y usted lo está leyendo? Lo evidente es innecesario decirlo y cuando se hace necesario es porque corren malos tiempos, ya sabe. ¡Ilusos ilusionados!
Todo esto y mucho más, con indudable gracejo, Ariely, bien traducido al español, hace más que llevadero y amable, como escribí, la lectura de esta obra sobre temas relacionados con nuestra experiencia, el sentido común, nuestras intuiciones… todo relacionado con el mundo de la vil mentira.
Sí, mentimos… todos mienten, ya saben… Pero y la solución, ¿cuál es la solución para que no se mienta, qué hacemos para no mentir, para que no nos mientan? Conozco a muchos que mienten, pero no conozco a nadie que le guste ser engañado, afirma el obispo de Hipona, ¿sabe usted quién es, don Dan?
¿La solución?... en la siguiente entrada…

5 de abril de 2013

Dan Ariely: POR QUÉ MENTIMOS... EN ESPECIAL A NOSOTROS MISMOS







   Reconozco mi admiración ante los ensayistas, científicos, estudiosos y divulgadores de los Estados Unidos. Me parecen personas de una eficiencia y una eficacia para estudiar, constatable, reconocible y reconocida. Son capaces de escribir un ensayo rápido y de extensión, digamos, suficiente, de fácil lectura, de escasa hondura, tras estudios ingeniosos de campo o laboratorio, a veces costosos, en colaboración con colegas de apellidos ajenos al origen troncal común de su lengua inglesa, profesores importantísimos de universidades de las que solo ellos saben o conocidas a rabiar, donde agradecen -casi siempre al comienzo de la obra- la colaboración a una incontable cantidad de personal y las facilidades aportadas por no sé cuántas instituciones públicas y privadas que apoquinaron parte de los gastos, el tiempo de residencia en no sé que universidades, departamentos y etcétera y etcétera. ¡Jauja! Todo ello se concentra en una obra donde, por ejemplo, nos explican cómo funciona un destornillador, para qué sirve, cómo lo podríamos usar en el hogar, cómo lo usan los chicanos de la frontera sur, cómo la Hermandad Nacional India del Canadá, cómo lo hacen los universitarios medios de los campus medios de las universidades medias del medio oeste… y después de ciento cincuenta páginas –no más de doscientas- con una frescura que hipnotiza, con una soltura envidiable, concluyen que la mayoría de todos ellos, tras los muchos estudios realizados, usan los destornilladores para tres actividades básicas: una, para atornillar tornillos cuyas ranuras se corresponden en su cabeza con la llamada boca de la herramienta denominada destornillador; dos, para desatornillar tornillos cuyas ranuras se corresponden en su cabeza con la llamada boca de la herramienta denominada destornillador; y tres, y última, si bien en tantos por cierto que no siempre son significativos desde el punto de vista estadístico, para limpiarse las uñas. Y todo ello, ya digo, como quien silva. Eso sí: póngasele un título y una portada atractivos al artefacto. Admirable…
         Sin duda el párrafo anterior tiene algo de base verídica y gran parte de todo ello de hipérbole. Una exageración. Y lo escrito lo hago no sin cierto enfado y defraudado.
         Quienes me conocen y siguen algo este blog saben de mi acendrada atracción por la verdad y la virtud de la sinceridad. La verdad, pienso muy firmemente, nos hace libres. Sé que la virtud principal es la prudencia, pero a ver, no siempre a uno le atrae la chica más guapa del grupo, sino esa otra pecosilla y pequeña o esa alta rubia de aspecto… Son inclinaciones no fáciles siempre de explicar.
         Hace un par de meses quizá, en realidad, olvidé exactamente cuándo, me topé con el título de un libro que me resultó simpático: Por qué mentimos… en particular a nosotros mismos. Me resistí a comprarlo, pero en esta faceta de la adquisición de libros me ocurre lo que aquel decía: suele ser tanta la insistencia y tan poca la resistencia… que terminé haciéndome con él. No leí ni he leído nada del libro y de su autor no lo he hecho con más detalle hasta que he terminado la lectura de la obra.
         Empecé a leer la obra y comprobé que de forma más o menos exacta su contenido y redacción se correspondía con lo que en este primer párrafo expongo. Digamos que las experiencias vitales de muchos eran constatadas por el profesor Ariely y sus muchos y variados colegas, tras realizar innumerables e ingeniosas investigaciones en diversos centros, con diversas personas, etc. En general se comprobaba que lo que el sentido común dicta, se aproxima en general a lo que sus investigaciones decían, salvo en algunas experiencias donde parece que se producían ciertas desviaciones de la media, lo previsible, etc.
         Nadie tiemble ante la lectura de este libro por no ser un experto sociólogo, ni haber cursado con especial aprovechamiento la asignatura de estadística: innecesarios esos viajes para vestir este sayo. Con un poquito de leer, con no excesiva atención, Ariely desgrana sus investigaciones y uno va pasando un rato amable. Así de amable iba mi rato que incluso, a mitad de la lectura del texto en alguna oportunidad, lo aconsejé a algunos colegas, como la obra que era, como divertimento, como constatación insisto de lo que la experiencia nos tiene enseñado. Ya lo siento.
         Continúa…

2 de abril de 2013

Apuleyo Mendoza, Plinio: EL OLOR DE LA GUAYABA








      Cuando ignoras el camino, es magnífico tener quien te guíe. En cuanto se refiere a la Literatura del otro lado del charco tengo a Ángel Esteban que es catedrático de esta en la Facultad de Granada donde estudiamos: bien es verdad que unos más que otros. Cuando le pregunté qué leer para ayudar a los alumnos con Crónica de una muerte anunciada, me mandó a Plinio Apuleyo Mendoza y a su obra El olor de la guayaba.
         Alguna vez dije y quizá escribí que mi relación con García Márquez fue tangencial y tardía. No recuerdo que lo estudiara en la Facultad, donde Álvaro Salvador oficiaba. Lo que leí del colombiano lo hice por mi cuenta y por mi riesgo. Aún tengo en casa el García Márquez de Peter Earle, de Taurus, en su colección El escritor y la crítica que tanto me ayudó a conocer a muchos autores, desde Quevedo a Baroja, pasando por Machado, Lorca, Cortázar… ¡todos ellos aún en la biblioteca de casa!
         En la portada de El olor de la guayaba se lee que la obra nació en 1982 de prolongadas conversaciones entre Plinio Apuleyo Mendoza, escritor y periodista colombiano, y su viejo amigo Gabriel García Márquez. Recuerdos de infancia y de juventud, evocaciones de imágenes y olores del Caribe, relaciones con sus amigos anónimos y famosos, literatura y creación, política y compromiso... Quien las quiera buscar encontrará aquí las llaves que abren algunas de las puertas del universo de Gabriel García Márquez.
         Cierto que todo ello está ahí en esa obra que ahora acabo, pero no es, ni mucho menos, lo que yo deseaba para unos alumnos de 2º de Bachillerato que requieren de un material escolar, organizado, estructurado, clarificado, etcétera, pero ya que fuimos…
         Me sigue asombrando el rigorismo con que G. M. persigue su irracionalidad. Hace unos listados de palabras, de tipos de personas, de realidades… que tienen “pava”, es decir, que traen el mal fario, que te buscan la ruina con solo mentarlas, ponértelas, acercarte… y así afirma que el 13 trae buena suerte, y como los yanquis lo saben, se lo guardan para ellos (?). Como escribía Polo: una auténtica mitología, es decir, un hierro de madera. Descartes mete en su cuadrícula racionalista una selección de brujas de su barrio para casarlas con los fantasmas. Es lógico, viene a decir: quien no tiene a Dios, quien no cree en Dios, cree en la superstición, a la que le da una entidad que me produce risa. Su adhesión da yuyu.
         De todo hablan G. M. y Plinio Apuleyo. De sus amigos: Mitterrand, Fidel Castro, Torrijos, Felipe González… De las mujeres que pasaron o pasan por su vida y con solo una se queda, con la Gaba, su mujer de quien habla en Crónica de una muerte anunciada. Confiesa ahí, en su Crónica de una muerte, que: “Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después”. Hablan de sus hijos varones, de las rosas amarillas que debe haber en su casa y en su mesa de trabajo para que la prosa y la historia fluyan… De sus inicios y el premio Nobel que aún no había llegado.
         Creo que a lo largo de estos años, tras haber leído muchos artículos tanto suyos como de otros, lo sabía todo cuanto aquí se cuenta. Quizá, es cierto, no reparé suficientemente en todo ese mundo de irracionalidad y la férvida fe adhesiva que tiene el escritor a él. Viene a confesar que se mueve casi exclusivamente por intuiciones y se me hace increíble, pues esto más lo aproxima al instinto que todos los animales tenemos que a la racionalidad que casi todos los humanos disfrutamos.
         Me gustó sobremanera algo que le escuché de viva voz y que aquí no se recoge. Cuando habla de sus curiosos afanes políticos (no sometidos, entiendo, tampoco a mucha racionalidad), viene a decir que el más revolucionario de los actos es el trabajo bien hecho. Cierto que estoy de acuerdo con él. Ignoro si es el más revolucionario de los actos, pero sí entre los más revolucionarios, sin duda, se halla esa realidad, lástima que la idea no sea original, pero no importa: no por repetirlo de otros que lo dijeron antes deja de ser verdad… y decir la verdad es otro acto de revolucionario magno.
         Lean si pueden a Gabo y disfruten de su prosa y su mundo… el Caribe.