Silla thonet, Número 14. |
Me
voy enfriando con Los girasoles ciegos…
Les he dedicado más entradas de las que tenía previstas. Miro en mis notas y
aún tengo mucho material que debiera elaborar para exponerlo en unas entradas,
mas…
Ya
fue suficiente del contenido tendencioso, para mí, y creo que demostrado, pero
sin escándalo: supondría Méndez que era su hora, era su momento, era el “ahora
nos toca a nosotros”, o algo así.
Algo
escribí de la estructura, que me pareció ciertamente acertada como los cambios
de focalización, si no hubiera sido porque la intensidad y el color de la luz
siempre fueron los mismos, el sustrato ideológico viciado, el mismo. En fin.
Méndez se disfrazó y celó de distintos personajes, pero ciertamente el
individuo era siempre el mismo: distintos collares, el mismo perro.
Al
hilo del léxico empleado, me acuerdo de mis alumnos. Esos mis alumnos queridos,
por ejemplo, de 1º de bachillerato que me preguntaban el otro día, ante un
poema de nuestro Nobel Juan Ramón, qué significa vereda, esquila…, ¡y doy
clase en un pueblo, no en Nueva York! Me pregunto qué cara pondrán al leer algunas
palabras incluidas en la obra –no se olvide que es lectura obligatoria en
Andalucía para alumnos que pretenden acceder a la Universidad-: Atiplada,
silla thonet, comentarios salaces,
lenitiva, tabardo, moharra, bejuco, trizada, falleba, pecio, caterva, achicoria…
Sin rubor reconozco que nunca antes oí calificar a una silla de thonet, mas ya he aprendido ya qué es
una silla silla Viena bentwood, qué
una Número 1 o una Número 14 (¡asombrosa la historia de Michael
Thonet! Internet muestra miles de artículos sobre este señor y sus sillas.
Todos los días son días de aprender). Aunque rime, ¡qué le vamos a hacer si
produce cacofonía!, lo de amistad celante, otro palabro de Méndez, Dios
me perdona, es adjetivo… ¡pedante! ¿o sencillamente fuera de lugar?
En esta línea no me gustaría dejar de
señalar el texto siguiente, que me produce risa. Es tal la deformación ridícula
a la que somete Méndez la prosa del hermano Salvador que no alcanza la
ridiculez buscada, sino la payasada increíble del aprendiz de cómico que no
pasa de tonto: “Las oraciones se me hacían interminables, las
ceremonias religiosas ya no provocaban en mí la desazón que todo pecador debe
sentir ante los ojos de Dios, y, créame, Padre, que, de todas las lecturas de
la Sagrada Biblia, de todas mis horas piadosas, sólo quedaba una frase de los
Salmos en mi memoria: Son tus pechos dos crías de gacela
paciendo entre azucenas”.
El texto que cita Méndez no es de los Salmos, sino del Cantar de los cantares (4, 5), e ignoro si es un juego (más abajo comentaré otro), un error, un guiño, una burla al lector, así como el dar azucenas por lirios... en la traducción. Algo de todo esto hay en el Fausto de Goethe.
Si ridículo es el texto citado, no lo
es menos que por meterse en camisa de once varas confunda lebrato con gazapo.
Eugenio Paz, el joven que mataba a discreción fascistas desde los tejados,
¡pero por ser fascistas carecía de importancia!, contó a Juan Senra que: “había
sobrevivido en Brunete trillando la parva en el verano, arando durante el frío
y sembrando avena antes de que comenzaran las lluvias de primavera. Nunca había
ido a la escuela pero sólo con mirarlas sabía distinguir las gallinas ponedoras
de las que sólo servían para caldo, qué oveja iba a tener un parto atravesado y
qué galgos servían para cazar gazapos sin matarlos”: los galgos no cogen
conejos, Eugenio, parece mentira que hayas estado toda la vida en el campo,
leche. Los galgos corren liebres y la cría de la liebre no es el gazapo, sino el lebrato, ¿y tú eres del campo de toda la vida? Bien cierto es
también, que al mejor cura, señor Méndez, se escapa un pedo.
En su afán hiperbólico e irreverente se
mete Méndez él solito en la caja de las cucarachas. Lo siento: Cuenta que para
cazar palomas cogían “todo lo que
pudiera atraerlas: migas de pan, trozos de oblea que comulgantes desaprensivos
guardaban después de las misas, cucarachas, chinches, posos de achicoria e
incluso mondas de patata a las que alguien renunciaba para poder canjearlas por
algo más necesario que el alimento”. Sentado en su silla thonet ignora que las
palomas no comen cucarachas, lo de los chinches es una necedad sin paliativos
ni lenitivos y lo de las obleas… una
maldad ofensiva e innecesaria, una pura imbecilidad que entronca directamente
lo formal con lo tendencioso y ofensivo ya hablado de la novela en su conjunto.