31 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS (V), del estilo y uno.



Silla thonet, Número 14.

        Me voy enfriando con Los girasoles ciegos… Les he dedicado más entradas de las que tenía previstas. Miro en mis notas y aún tengo mucho material que debiera elaborar para exponerlo en unas entradas, mas…

         Ya fue suficiente del contenido tendencioso, para mí, y creo que demostrado, pero sin escándalo: supondría Méndez que era su hora, era su momento, era el “ahora nos toca a nosotros”, o algo así.

       Algo escribí de la estructura, que me pareció ciertamente acertada como los cambios de focalización, si no hubiera sido porque la intensidad y el color de la luz siempre fueron los mismos, el sustrato ideológico viciado, el mismo. En fin. Méndez se disfrazó y celó de distintos personajes, pero ciertamente el individuo era siempre el mismo: distintos collares, el mismo perro.

       Al hilo del léxico empleado, me acuerdo de mis alumnos. Esos mis alumnos queridos, por ejemplo, de 1º de bachillerato que me preguntaban el otro día, ante un poema de nuestro Nobel Juan Ramón, qué significa vereda, esquila…, ¡y doy clase en un pueblo, no en Nueva York! Me pregunto qué cara pondrán al leer algunas palabras incluidas en la obra –no se olvide que es lectura obligatoria en Andalucía para alumnos que pretenden acceder a la Universidad-: Atiplada, silla thonet, comentarios salaces, lenitiva, tabardo, moharra, bejuco, trizada, falleba, pecio, caterva, achicoria… Sin rubor reconozco que nunca antes oí calificar a una silla de thonet, mas ya he aprendido ya qué es una silla silla Viena bentwood, qué una Número 1 o una Número 14 (¡asombrosa la historia de Michael Thonet! Internet muestra miles de artículos sobre este señor y sus sillas. Todos los días son días de aprender). Aunque rime, ¡qué le vamos a hacer si produce cacofonía!, lo de amistad celante, otro palabro de Méndez, Dios me perdona, es adjetivo… ¡pedante! ¿o sencillamente fuera de lugar?

      En esta línea no me gustaría dejar de señalar el texto siguiente, que me produce risa. Es tal la deformación ridícula a la que somete Méndez la prosa del hermano Salvador que no alcanza la ridiculez buscada, sino la payasada increíble del aprendiz de cómico que no pasa de tonto: “Las oraciones se me hacían interminables, las ceremonias religiosas ya no provocaban en mí la desazón que todo pecador debe sentir ante los ojos de Dios, y, créame, Padre, que, de todas las lecturas de la Sagrada Biblia, de todas mis horas piadosas, sólo quedaba una frase de los Salmos en mi memoria: Son tus pechos dos crías de gacela paciendo entre azucenas”. El texto que cita Méndez no es de los Salmos, sino del Cantar de los cantares (4, 5)e ignoro si es un juego (más abajo comentaré otro), un error, un guiño, una burla al lector, así como el dar azucenas por lirios... en la traducción. Algo de todo esto hay en el Fausto de Goethe.
         Si ridículo es el texto citado, no lo es menos que por meterse en camisa de once varas confunda lebrato con gazapo. Eugenio Paz, el joven que mataba a discreción fascistas desde los tejados, ¡pero por ser fascistas carecía de importancia!, contó a Juan Senra que: “había sobrevivido en Brunete trillando la parva en el verano, arando durante el frío y sembrando avena antes de que comenzaran las lluvias de primavera. Nunca había ido a la escuela pero sólo con mirarlas sabía distinguir las gallinas ponedoras de las que sólo servían para caldo, qué oveja iba a tener un parto atravesado y qué galgos servían para cazar gazapos sin matarlos”: los galgos no cogen conejos, Eugenio, parece mentira que hayas estado toda la vida en el campo, leche. Los galgos corren liebres y la cría de la liebre no es el gazapo, sino el lebrato, ¿y tú eres del campo de toda la vida? Bien cierto es también, que al mejor cura, señor Méndez, se escapa un pedo.

         En su afán hiperbólico e irreverente se mete Méndez él solito en la caja de las cucarachas. Lo siento: Cuenta que para cazar palomas cogían “todo lo  que pudiera atraerlas: migas de pan, trozos de oblea que comulgantes desaprensivos guardaban después de las misas, cucarachas, chinches, posos de achicoria e incluso mondas de patata a las que alguien renunciaba para poder canjearlas por algo más necesario que el alimento”. Sentado en su silla thonet ignora que las palomas no comen cucarachas, lo de los chinches es una necedad sin paliativos ni lenitivos y lo de las obleas… una maldad ofensiva e innecesaria, una pura imbecilidad que entronca directamente lo formal con lo tendencioso y ofensivo ya hablado de la novela en su conjunto.

22 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS (IV): más DERECHA contra IZQUIERDA



Manuel Machado, a la IZQUIERDA, Margarita Xirgú y nuestro Antonio, a la DERECHA.

         De hecho, y enlazo con lo anterior, el escrito que nos deja el seminarista, el hermano Salvador, no tiene desperdicio ninguno. Sencillamente es increíble. Como el propio autor escribe, todo se hace confuso en su narración, tendecioso, maniqueo y así: Tampoco entendíamos qué significaba todo aquello, pero como todo el lenguaje era hiperbólico. ¿Se puede escribir de forma tan pedante, tan fuera de lugar, tan absolutamente ridícula como supuestamente lo hace el hermano Salvador? (Ojo con el nombre). Creo sinceramente que la hipérbole hace inverosímil al tipo este, en una novela que quiere ser, entiendo, imagen de lo que se vio, se oyó… cargada de realidad. Cuando el hermano Salvador deja su convento: escribe a su padre, entiendo espiritual y confidente: Herido, Padre, en la llaga de mi orgullo y avergonzado al mismo tiempo por las obsesiones que estaban cuestionando mi vocación sacerdotal, pedí autorización en el colegio para abandonar momentáneamente el convento y el colegio. Con la ayuda que me proporcionó mi familia, me instalé en una pensión que regentaba una anciana devota de Santa Gema. Como el lector comprenderá el añadido de la devoción de la anciana a Santa Gema redondea su ridiculez; más adelante comento el estilo.

         En este infierno de los vencedores no se salva ni el hijo del coronel Eymar, que siendo un quitancolumnista en el Madrid cercado, es ajusticiado –en este caso, entiendo, con una justicia coloreada- porque era un asesino, un estraperlista que negociaba con la salud de los demás… y por malo, ¿por ser de derechas?, fue asesinado… ¿O lo fue porque lo merecía su conducta de sobra? Igual da. Por ser derechas es malo y como es malo hacía cosas malas y así… y por ello, justamente, es condenado a muerte. ¡Es la guerra, querido amigo!

         Así, pues, tenemos que todos los rojos del libro, también llamados de forma equívoca por muchos aún hoy, los republicanos, los vencidos… todos son buenos. Los nacionales, los golpistas, los fascistas, los vencedores… todos son malos. No hay fisuras. Prietas las filas. Ni que decir tiene que en la obra también los policías son tan malos como los militares y los curas, como escrito quedó en entrada anterior. Este grupo no solo son unos malos hijos de Dios, sino lo que es peor son malas personas, cargadas de vicios, defensores de la causa de los vencedores y so capa de ella se aprovechan de los demás y, en particular, de los pobres y débiles, pobrecitos, los vencidos, etc.

         Méndez agita los fantasmas de una izquierda, desde mi punto de vista, trasnochada, ñoña, pacata y rancia, una izquierda inoculada del incurable virus guerracivilista, pero eso sí, una izquierda muy española, muy de la España de siempre. Por favor, tenga a mano el diccionario de antónimos radicales y sin matices, lo que se predique de la izquierda aplíquese el antónimo absolutamente opuesto a la derecha: La izquierda es progresista; la izquierda es culta; la izquierda es moral y ética; la izquierda es coherente y humilde; la izquierda es pobre, y honrada e íntegra; la izquierda es sincera, auténtica, genuinamente humana; la izquierda es solidaria; para la izquierda los policías, los curas, los militares son malos… (es curioso que entre los fantasmas atendidos en la obra no se diga nada contra la oligarquía yanqui, ni directamente contra el capitalismo).

         Me cuesta comprender que a estas alturas, a 77 años del final de la guerra, a 23 años de que haya pasado un siglo, aún pueda leerse un párrafo como el siguiente:

         Cruz Salido estuvo de acuerdo, no podía pedírselo. Como hablar le extenuaba, decidió hacerlo hasta el agotamiento y fue poniendo voz a su memoria, llorando a Besteiro, que agonizaba en la cárcel de Carmona, a Azaña, qué gran hombre Azaña, acallado para siempre en un lugar perdido y olvidado de Francia sometida ya a los designios de Hitler, a Machado, nuestro Machado, en Collioure silencioso...

            Mi paisano Francisco Cruz Salido es una persona real que cobra vida en esta novela poco antes de ser condenado a muerte y fusilado. Besteiro, posiblemente fuera llorado por Cruz, pero no así por quienes lo laminaron dentro del propio PSOE, como cuenta Julián Marías en sus Memorias, cortándose unas posibilidades muy distintas para España. A Azaña…, ¿de qué Azaña habla?; y lo dejo aquí. ¿Pero por qué, mi querido Méndez, nuestro Machado? ¿Descubre el lector el guiño del autor? Es muy simple, el autor sigue distinguiendo entre los míos y los tuyos, entre mis muertos y los tuyos, españolito que vienes al mundo. Y Machado había dos, como comentó Borges en una de sus pícaras maldades, “Manuel y su hermano”. ¡Por favor!


20 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS: entre los MALOS, los curas, los militares… (III)



         Los militares, los policías y los curas… son una tríada malnacida siempre en este tipo de novelas. Quiero recordar, si no me falla la memoria, que también hubo militares que no se alzaron en el golpe y los supongo cultos y no desvencijados, y trasnochados, y perezosos, y zafios, y crueles, y conniventes con el asesinato, etc. como lo son los militares que nos encontramos en el libro, especialmente en el cuento tercero donde Juan Senra (hombre también caritativo, culto, etc.) prisionero y desarmado por las fuerzas nacionales asiste a su propio juicio y nos detalla cómo se producían las sacas de personas de las cárceles madrileñas, lo que es desgraciadamente cierto, para matarlas en el paredón tras una justicia militar incolora, según Méndez.
         Ya que estamos con Senra (que no es un acrónimo como alguien me dijo, pues el apellido existe), y en el tema de los buenos y los malos, no deja de llamarme la atención la piadosa capa que cubre al imberbe y amable compañero de Senra, en la cárcel de los vencedores… por nombre -curiosa coincidencia- Eugenio Paz… (Eugenio: que significa el bien nacido), quien Participó en la guerra como quien juega, sólo para que no ganara el adversario, sin ideales, sin pensar en las razones de su toma de postura. Y, como en un juego, cumplió las reglas hasta el final, disparando como francotirador cuando las tropas de Franco entraron en Madrid llevándose por delante a todos los que se encontraban a su paso. Desde las azoteas de los edificios acosaba al ejército contrario con estratagemas de francotirador que mantuvieron en jaque a los vencedores hasta el tercer día de la Victoria (p. 71). La negrita es mía. Piadosa actividad en la que el niño mataba, ¡pero eso, por ser del bando que era, el autor lo cobija como quien juega!
         Me parecen terribles las distinciones que el pobre Méndez hace en su novela.
         Hay un artículo antiguo, de los años 70, que me pareció muy bueno, sobre los retratos inverosímiles de un viejo anticlerical de la cepa vieja como fue Baroja. El artículo lo leí en un libro recopilatorio (de editorial Taurus y la colección El escritor y la crítica: con los que disfruté muchísimo y de la que tengo las obras sobre Baroja, Quevedo, García Márquez, Juan Ramón, Antonio Machado…, ¡excelentes obras!). El título del artículo -¡lo escribo ya!: no desespere- Los curas en Baroja… Había otro artículo por ahí que hablaba de los curas en Galdós y creo que se podría hacer alguna tesis doctoral -¡sería ilustrativa, sin duda!- sobre las imágenes que se transmiten del sacerdocio entre determinados escritores anticlericales en España: lo anti es España es todo temperamento heriditario. Sin duda se podría meter en la selección el párrafo que copio de Los girasoles ciegos: Recuerdo que en una ocasión en la que estábamos todos reunidos en torno al poyete de la clínica dental que daba a la calle Ayala, pasó por delante el párroco de la iglesia de Covadonga, un ser casposo y sucio con un lobanillo en la frente y unos labios nacidos siempre húmedos que salpicaban saliva cuando predicaba tonante contra el pecado en la misa del domingo y acumulaba una espuma densa y blanca en las comisuras al bisbisear sus oraciones. Todos nosotros, siguiendo las enseñanzas que habíamos recibido en el colegio, nos precipitamos a besarle la mano que él, sin detenerse, dejaba lánguidamente a merced de nuestro obsequioso respeto. Todos menos Silvenín, que, cuando se recompuso el grupo, nos preguntó: «¿Creéis que los curas no se limpian el culo?». Esta faena descriptiva de cura, la firmaba Baroja sin dudarlo. Creo que no le falta detalle. Quizá haber mirado de soslayo el canalillo de una señora descuidadilla que cruzaba en ese momento y así…

16 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS: los ciegos ven VENCEDORES Y VENCIDOS (II)



          Ignoro por qué el libro está compuesto por cuatro cuentos independientes que se suturan tangencialmente y que, por lo visto, en alguna oportunidad incluso anduvieron vida independiente (¡qué hermoso tanto –ente cacofónico!), con sus premios al lomo incluso. Podría pensar que quizá al autor le faltaba el llamado fuelle narrativo y así con sus cuatro cuentos de temática semejante, cosidos, levantó una novela de 150 páginas, más o menos. Su artefacto estructural y la trabazón argumental no son, Dios nos ayude, ni el Yoknapatawpha County de Faulkner ni el Macondo de García Márquez, con todo lo que esos mundos comportan. (Por cierto, a este se le ha puesto como lectura obligatoria, Crónica de una muerte anunciada, en vez de la excelente novela que estuvo en los últimos años, un libro de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor que leí con sumo agrado recién salido y que aconsejé en innumerables ocasiones a alumnos como lectura recreativa y refrescante para el verano, ¡y que aprovecho para aconsejarles también a ustedes! ¿Incomparables Sepúlveda y Gabo? Cierto).
         Lábil o no, por carecer de fuelle o tampoco, a mí, sinceramente, los enfoques narrativos que el autor emplea me parecen un acierto para la que interpreto como su pretensión. La realidad es polifacética y contada y vista desde distintos ángulos da una aproximación que se me antoja enriquecedora: la literatura también intenta bucear en lo que pudo haber sido y no fue, lo que se pensó sin llegar a ser... A esto creo que se le llamaba en crítica literaria forma caleidoscópica, no sé si admitiría ser llamada coral… Todo ello habría tenido cumplida cuanta si el fondo ideológico de cada supuesto narrador no fuera uno y el mismo.
         Las suturas entre los cuatro cuentos las componen unas referencias vagas en ellos a los personajes que anduvieron entre unos cuentos y otros y la temática guerracivilista en su final madrileño. El primer cuento tiene lugar en el año 39 y los tres restantes en los años sucesivos, 40, 41 y 42 para los respectivos siguientes cuentos.
         Me pregunto, y abordo temas con poco orden y desconcierto: ¿Se puede escribir de la guerra civil con la suficiente distancia como par no caer en los tópicos y sesgarse hacia uno de los bandos? Me temo que no, parece que no. ¿Sería razonable que así fuera, es decir, que se pudiera escribir sobre la guerra con asepsia y objetividad? Me temo que no, parece que no.
         Lo último que leí o trabajé, novelado, sobre estos temas fue España no perdona, obra con la que puse hace años mi granito de arena en esa contienda sobre la contienda (siglos peleándose los españoles entre ellos y justo vine a padecer la única guerra fratricida que no se olvidó ni condonó). Con el título que bauticé mi novela deseaba mirar la guerra desde el presente, y tras leer la obra de Méndez, me confirmo en lo acertado que estuve al ponerle el título que lleva: España no perdona. España, los españoles, quienes guerrearon en el 36 no perdonaron, sus hijos tampoco, no lo han hecho sus nietos y aun sus biznietos siguen sin olvidar y, por supuesto, sin perdonar.
         Leí también la obra de Javier Cercas, Soldados de Salamina, que se aproximaba más, por su orientación, a estos Girasoles ciegos que a la España no perdona. En ambas, en los Girasoles y Soldados, lo digo sin tapujo alguno, opino, la división de los hechos entre un bando y otro, entre los vencedores (?) y los vencidos (?) es falazmente maniquea. Hay unos buenos buenísimos que son hijos de Dios, los llamados rojos, y otros que son malos malísimos aunque incluso se les pueda atribuir también la condición de hijos de Dios, pero, por su decir y actuar, maldita la falta que les hace tal filiación. Según una anciana resoluta y supuestamente roja, personaje de Méndez, afirma: “«Todos somos hijos de Dios, hasta éstos»”, se refiere a un militar nacional, es decir, según parece, en España, al Cielo van a ir las de siempre, que decía aquella (¡¡de locos!!).
         No deja de ser curiosísimo, ¡y creo que ya está bien de falsear la realidad!, que los buenos siempre son de un bando, como el padre de Lorenzo: profesor de literatura -¡vaya por Dios!- y traductor no del francés, lengua al uso entonces ente gente culta, sino del inglés (traduce a Keats y sus complejos versos, recuerde el alma dormida cómo alcanza a comprender y cuándo Juan Ramón Jiménez al poeta inglés… ¡en fin!): Ricardo, satisfecho porque acababa de encontrar la forma de traducir un endiablado verso de Keats, dejó en el aire sus dedos sobre el teclado de la Underwood como si le hubieran sorprendido haciendo algo prohibido.
         La mamá de Lorenzo es una mujer caritativa, que trabaja denodadamente (cosiendo ropa interior para sacar a su hijo y su marido emparedado y hasta ella, que no tiene donde caerse muerta, da trabajo y pan a otra señora… ¡buenísima la mamá de Lorenzo!). Donde trabajaba: Resultó ser un taller de confección de prendas íntimas femeninas cuya hechura se realizaba por encargo de lúbricas mujeres que, sin duda, formaban parte de lo más disoluto de nuestra sociedad. Elena cosía a destajo para este taller y, debo confesarlo, sentí cierta ira al ver que aquellas manos, nacidas para acariciar a sus hijos, a sus allegados, se estaban desperdiciando en tan fútiles labores.

14 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS: una lectura (I)



         Antes de nada, QUIERO decir que la lectura de esta obra fue por exigencias del guión profesional de quien escribe: motivos de obligación profesional. Sinceramente no me venía bien su lectura y tampoco mi interés por ella era excesivo. Quienes deseen hallar estudios escolares sobre Los girasoles, la red rebosa de excelentes profesores que los han hecho para que, en Andalucía, sus alumnos de 2º de Bachillerato se enfrenten a un posible comentario en caso de salirles un texto de Los girasoles en la Selectividad.

         He estado también tentado a hacer una crítica más detallada y ordenada con finalidad didáctica, pero no me vaga, que dicen algunos campesinos de mi pueblo: ni tengo tiempo, ni me lo merece, ni me resulta amable. No haré una faena de aliño, pero sí que voy a escribir sin más orden una opinión –nada respetable, si se desea- escrita a partir de mis muchísimas notas tomadas y mis reflexiones.

         Empezaré justificando por qué no tenía interés en la obra y me cargaba de desconfianza ante su lectura. Hace muchísimos años, cuando Luis Landero publicó Juegos de la edad tardía, entiendo que por razones de amistad con quien coordinaba entonces la Selectividad en la Universidad de Jaén, se impuso esta obra como lectura obligatoria para los alumnos. Y me desagradó el lance.

         Primero, era autor que por esta novela tenía más premios que obra;

         Segundo: las críticas positivas que había leído siempre venían desde el mismo lado ideológico;

         Tercero: siguiendo el dictado de mi maestro, Alfonso Sancho Sáenz, desconfiaba de todo aquello que no estuviera de pie… durante años, es decir: una obra, recién publicada, por un autor desconocido, alabado por una crítica muy concreta, para alumnos de último curso de instituto… me olía mal.

         Leída y detalladamente comentada, tuvimos la fortuna de que Luis Landero en carne mortal, entonces profesor de instituto, viniera a darnos una conferencia en la entonces Escuela de Magisterio de Jaén, a la que asistí devoto con mis alumnos. Recuerdo que el autor coincidió conmigo, entre otros muchos detalles, en que le sobraban páginas a su novela. Desde entonces casi le perdí la pista a Landero y a su obra y no sé qué fue de él. Supe que publicó Caballeros de fortuna, que no llegué a leer y que resultó decepcionante para la crítica, eso sí lo recuerdo. Visito la Wikipedia y averiguo, primero, que está jubilado y, segundo, que mi memoria aún funciona.

         Sirva lo hasta aquí escrito como introducción a Los girasoles ciegos en la que se cumple todo lo anterior, con la salvedad de que Landero, gracias a Dios aún está vivo, y Alberto Méndez, por desgracia, falleció en el 2004.
         Se atribuye a d’Ors, Xenius, la anécdota del joven que deseaba descorchar un cava excepcional de un modo novedoso y ante el posible fiasco, don Eugenio, casi siempre brillante, y en este caso temiendo lo peor, le dijo al joven aquello de “Muchacho, los experimentos con gaseosa”. Pues otro tanto diría yo a mis colegas, sean quienes sean, que para alumnos de bachillerato, que no leen, que ignoran qué sea la Literatura española, en su conjunto, y la del siglo XX en particular, más les valdría leer una obra de un autor consolidado, que esté de pie, que se haya quedado de pie… que no andar con experimentos de urgencia. ¿Quién leyó últimamente Juegos de la edad tardía, por poner un poner, o La saga/fuga de JB de Torrente? Pues eso.

8 de enero de 2013

El silencio: donde nadie sobra (IV)


Este niño asesinado TAMPOCO SOBRABA.

         En mis comunicaciones escritas, que quedan, que ofrecen la oportunidad de volverse a leer, me dan esa sensación de que sobraba todo lo dicho, que carecía de importancia alguna, que estaba de sobra.

         Queda claro que lo sustancial hemos de repetirlo. Parece que sobra lo dicho, pero puede no ser así. De hecho esta es mi cuarta entrada a lo que considerabas carente de importancia alguna, que estaba de sobra. Tú no sobras. Lo que tú escribas o digas no está de más.

         Es cierto que en el mundo abunda la necedad y la maldad y estas sobran y están de más, pero no la palabra certera, la presencia amable de quien es. El hombre que con sinceridad busca, indaga sobre lo verdadero, el bien... La sencillez no es simplicidad. El simple es el tonto cuya producción natural es la tontería. La humildad de la que tú me escribes (me recojo en la humildad aprendida de quien guarda silencio, de quien escucha y en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo) es virtud de sabio que comprende la distancia que existe entre el Creador y la criatura, sabe de su posición en el espacio, de sus limitaciones. Te cuento: Tomás de Aquino dejó inconclusa la Summa. Era capaz de dictar textos distintos a copistas distintos a la vez –no lo recuerdo con seguridad, creo que era a cuatro: recuerdo que leí su biografía estando en servidor en Galicia-. Llegó un momento, sin embargo, en que comprendió que mucho de lo que decía no se aproximaba a lo que él intuía que es Dios. Su humildad le llevó a cesar la producción de su obra. Lo dejó. Optó por el silencio, no sin antes habernos dejado una obra maravillosa, ingente, que tantos y tantos desprecian de un plumazo. Desprecian cuanto ignoran, escribe Machado.

         Esa misma distancia, desde otra óptica, más cargado de otras realidades, entre ellas la ignorancia teológica, escribió Juan Ramón en sus Eternidades
                               ¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!


         ¡Ay, el pobre Juan Ramón panteísta! Juan Ramón quiere como Adán y Eva, como todos los soberbios y los ambiciosos…, quiere, sí quiere SER DIOS. Él quiere nombrar y crear. El Ser, de existir, es necesariamente motor inmóvil. ¡Amigo mío! pasamos en párrafo aparte a la Palabra mayor.

         En el Prólogo de San Juan nos encontramos con que


1       En el principio existía el Verbo,

         y el Verbo estaba junto a Dios,

         y el Verbo era Dios.


         Dios nombra y crea, mas Dios encarnado, Jesús, segunda persona de la Santísima Trinidad, es Dios que “nos ha hablado por el Hijo”, según san Pablo (Hb 1,2). Su Palabra ha tomado aquella forma por la que puede darse a conocer a los sentidos de los hombres: “así el Verbo de Dios, por naturaleza invisible, se hizo visible, y siendo por naturaleza incorpóreo, se hace tangible”, afirma San Agustín. El logos –no exactamente el logos de la filosofía neoplatónica de Filón-, nos quiere decir san Juan, esa fuerza absoluta, se encarna y habla, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios que comunica de sí, sobre sí. Mateo y Lucas hablan de la historicidad de Jesús, san Juan habla de lo sobrenatural y lo celeste de Dios. Dios habla a los hombres en un sentido metafórico, pues el Verbo solo se predica como realidad personal en Dios, que no esencial. Dios ya no se valdrá de los profetas, como en el Antiguo Testamento, no: es Dios mismo quien habla.

         Querido Jesús, Cristo también muchas veces calla. Guarda silencio ante la maldad humana, ante la iniquidad… No le asusta el pecado y habla con los pecadores. Habla, cortante, con Satanás que lo tienta. Dibuja en silencio en el suelo mientras el griterío de quienes acusan a la mujer sorprendida en adulterio habla, brillante por el odio, de muerte y ley, mientras ellos tienen el alma sucia. Temo que Cristo calla, como tú, porque en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo.

2 de enero de 2013

El silencio: espacio creador y necesario (III)



         El silencio autoimpuesto puede formar parte del necesario ensimismamiento que no huye de la nada ni hacia ella. Son tiempos de recogido silencio. Contracción del muelle que se impulsará después. Es el Silencio creador que da título al libro de Federico Delclaux, ¡hace mucho tiempo que leí esa obra! Todos necesitamos no solo oírnos, sino hablarnos, decirnos la verdad (me llamó la atención el título de una obra que me tienta: Por que mentimos en especial a nosotros mismos, de Dan Ariely, ARIEL, 2012). En la ascética precristiana de la que ya hablamos, Jesús, de la que nos contó el autor que tú me enseñaste, Pierre Hadot, el silencio interior, el examen de conciencia, son pilares capitales del avance personal de todo aquel que desea alcanzar la felicidad, el Bien (el status comprehensoris, el final satisfactorio de no todo status viatoris). Cierto que puede existir un silencio transeúnte, mas no inmanente (sigo al Aquinate en la Summa en esta diferenciación): Yo me hablo a mí mismo e incluso puedo engatusarme a mí mismo. De hecho me envío mensajes de continuo: Martin Seligman –en su obra: No puedo ser más alto, pero puedo ser mejor- lo llama canal de rimas… Baroja, según confesó, siempre se repetía Baroja, nunca serás nada; atribución amable, enaltecedora y animante muy propia de dicho individuo.
         Me remito a lo me decías y reproduje en mi primera entrada de esta serie: Me refiero a la sensación de no tener nada verdaderamente importante que comunicar. Es cierto que hablamos, a veces, por oírnos, por sentirnos vivos, nada verdaderamente importante que comunicar. Parloteo, charloteo, cotorreo…, ecolalia. No nos preguntan, pero contestamos: la soberbia de quien cree saber de todo y de todo opina. Si es posible, por españoles, en mi entorno: ¡a gritos!, elevando la voz, ¡que me se oiga!, ¡¡que se sepa que estamos aquí…!!
         Es mi caso, tengo la sensación de que todo está dicho, desde hace tiempo, y que por supuesto, no soy yo quién para decir nada. No me siento con la capacidad suficiente para aportar nada, me recojo en la humildad aprendida de quien guarda silencio, de quien escucha y en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo. En mis comunicaciones escritas, que quedan, que ofrecen la oportunidad de volverse a leer, me dan esa sensación de que sobraba todo lo dicho, que carecía de importancia alguna, que estaba de sobra.
         En una traducción deficiente para el español europeo, se dice en El Principito, capítulo I, que Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas y es cansador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones. Cansador… ¿mejor agotador? En el fondo produce hartazgo, desilusiona, fatiga… dar siempre y siempre explicaciones, las mismas explicaciones. Cierto: todo está dicho, todo está escrito. Nihil novum sub sole se dice en el Eclesiastés, 1, 9. Sin embargo, hay que repetir y repetir… Hoy, cuando corren malos tiempos (¿los hubo buenos?), hay incluso que demostrar lo evidente. El listo se hace el tonto. El vidente, el ciego. ¿Dónde el amor a la verdad? ¡¡Es cansador!! Una y otra vez. Te comprendo. Lo que aquí escribo estoy harto de repetirlo en clases y escritos: sí, no solo sobra lo dicho, está de sobra… ¡y también lo escrito! A veces uno desea, insisto en lo ya afirmado arriba, muestra evidente de lo repetitivo y cansador, uno desea, te repito, de-sa-pa-re-cer.