19 de junio de 2013

Crouzet, Denis: CALVINO (y II)



         Será en el año 36 cuando Calvino publique por primera vez su Institución de la Religión Cristiana. Será ya a partir de ese momento cuando Calvino, un hombre convertido, un hombre nuevo, dedique su vida por entero a lo que cree haber visto (me pregunto cuántas personas no hacemos o dejamos de hacer, movidos por las buenas intenciones, con intenciones que nacieron rectas, y que luego, con el paso de la circunstancia, se tornan torcidas, imposibles, dañinas… He pensado varias veces en ello a lo largo de la lectura de esta obra, aunque reconozco que Crouzet no da datos de la intimidad de Calvino que nos lleven a conocer con exactitud al hombre en su intimidad).

         Es el momento de los grandes reformadores de toda laya, a un lado y otro. Reformadores en la iglesia que protesta lo serán Lutero, Melanchton, Zwinglio, Bucer, Guillermo Farel y el Inglaterra John Knox, Thomas Cranmer… Erasmo ese gigante equívoco (pronto, Dios queriendo hablaré aquí mismo de él). Entre los reformadores de fieles a Roma: Bernardino de Siena, Vicente Ferrer, Juan Gersón, Alano de Rupe, olivetanos, jesuatos, jerónimos, mínimos, jesuitas…, nuevas órdenes, nuevos movimientos piadosos, nuevas ascéticas, la devotio moderna… ya desde el siglo XV eran innumerables los intentos de reforma y los reformadores… Sin duda, de modo muy resumido, había que reformar: las costumbres de todo el pueblo cristiano sean quienes fueren, altos y bajos, ricos y pobres, clérigos o laicos; la vida pública y privada del clero, especialmente de los que tenían a su cargo la cura de almas; y la curia de Roma y su régimen fiscal que apestaba a toda la jerarquía de la Iglesia.

         Anhela Calvino la reforma no solo de la Iglesia y del mundo sino del propio hombre en sí, que la mirada fija en Dios y solo en Dios, renace de la palabra de Dios que se dirige a él y que en el trabajo se encuentra con los demás. El nuevo creyente, el hombre reformado se deja llevar por la palabra de Dios que, en su providencia, lo trae y lo lleva. De esto se deduce la importancia que Calvino da a la instrucción de los fieles y, por supuesto, a la educación de los niños y los jóvenes: todo en la ciudad debe estar al servicio de la implantación del reino de Dios según es concebido por Calvino. Todo debe ser controlado, fiscalizado, evaluado, sometido a los pastores que procuran que el rebaño permanezca seguro, firme, unido como una familia en torno a la palabra de Dios, al catecismo, a su catecismo.

         Cierto que son muchos quienes han visto en Lutero (de este también pretendo hablar tras leer una excelente biografía) y muy particularmente en Calvino un catalizador que precipita, favorece, innovaciones de otra clase, de tal manera, que se dieron avances en los dominios religioso, cultural, político, social y económico que conducirían al mundo moderno, aunque Crouzet lo pone en duda, y yo me limito a consignar afirmaciones contrapuestas, sin opinar porque no lo conozco con el detalle que me permita tal.

         Para Calvino todo empieza y acaba en un Dios que todo lo tiene atado y bien atado. Es el hombre quien debe volverse a Él. Calvino cree en el Dios que Él se ha forjado. Un Dios que él ha extraído de las Escrituras y que parece conformar más su propia imagen que darla y en esa fe se vuelca un hombre que cree sin tasa. Calvino es un hombre de fe, pero de la fe que él se ha forjado, del Dios que él ha creado. Afirma Crouzet que es también “el hombre de las más profundas certezas fue también el hombre de las incertidumbres más intensamente asumidas y aceptadas, porque la providencia significaba abrir un espacio al misterio”. La fe siempre como virtud tiene un crecimiento irrestricto, pero la fe es la arriesgada seguridad del cristiano y en ella, a su manera, se adhiere Juan Calvino. Me resulta extraña –mentirosa y molesta- esa imagen que nos presenta a Calvino rodeado de impíos, de tontos, de malos y él se erige en el mirlo blanco… ¿acaso no es extraño?

         Es curioso que siendo Calvino un hombre muy trabajador: predicador incansable, proselitista, hombre apostólico, escritor continuo, que se relaciona con cientos de personas, gran devoto de la lectura, gran amigo –en apariencia al menos y, por lo que deduzco en esta obra, de sus amigos- sin embargo concluya en que el hombre es incapaz de hacer el bien por su pecado de origen. Escribe miles de páginas contra todos: nicodemitas, anabaptistas, antitrinitarios, libertinos, unitarios, “luciánicos”, indecisos, papistas, ultarluteranos, contra los astrólogos… y yo me pregunto ¿quién queda limpio?

         Cierto que tuvo problemas con algunos que fueron o creyeron ser sus amigos, pero contra sus enemigos se mostró siempre inflexible e inmisericorde, absolutamente implacable.

         El siguiente texto de Crouzet ilustra también al hombre y su empeño: “Diseña de esa manera un pensamiento que, aunque se articula en la sincronía amor-odio, aunque se base en la «rectitud» y en el rechazo de la menor concesión a cualquier cosa que pudiera alejar a la humanidad del amor de Dios, aunque no tenga por fin más que la ampliación de la gloria de Dios, es mucho más flexible y adaptable de lo que parecía. El imaginario calviniano era enormemente plástico, era un providencialismo pragmático. Calvino era un actor de Dios porque se veía arrastrado por un imaginario de la «vocación», pero un actor que tenía conciencia de que a Dios todo le era posible, y que el hombre de fe que él mismo era nunca debía anticiparse demasiado a la historia, nunca debía influir demasiado sobre la historia, nunca debía tratar de frenarla demasiado o, por el contrario, de hacerla avanzar”.

         Me dejo atrás importantes aspectos de la vida y de la doctrina de Calvino: la fe que tenía en la potencia liberadora de las palabras, la capacidad que estas tenían de transportar por las Sagradas Escrituras a los hombres al primigenio y original mundo de una Iglesia que vivía en torno al Crucificado; toda su larga prédica y su concepción del trabajo y su importancia a la que Crouzet dedica páginas esclarecedoras.

         Con esta biografía continúo poniendo en situación un momento de la historia que me resulta especialmente atractivo.

6 de junio de 2013

Crouzet, Denis: CALVINO (I)



         Densa biografía sobre Calvino que también admite, sin duda, el calificativo de buena a medida que se va leyendo y que al final se me antoja excelente. Biografía, cierto, no estrictamente biográfica, si se me permite la aparente paradoja, sino ideológica, teológica, intelectual, dogmática. El comienzo de la obra es de una densidad apabullante en cuanto a los contenidos que el autor expone sobre el calvinismo y las relaciones que se hacen de las reformas. Será más adelante cuando el biógrafo nos muestre a Calvino en medio de las consecuencias que tiene la imposición, no siempre por las buenas ni de buen grado, de su nueva visión de Dios, del mundo, del hombre, de la religión, etc.

         Denis Crouzet se mantiene muy dentro de los límites formales de lo que está contando, insisto, con densidad y hondura, no siempre con claridad para el lector que debe estar, de continuo, sobrealerta. Añado: Hay que tener un conocimiento del momento y de muchos aspectos de la religión católica para contrastarlos con las innovaciones de este reformista llamado Juan Calvino.

         No cabe duda que, si se conoce la historia de la Iglesia en el momento en que nos encontramos (Calvino vivirá entre 1509-1564), comprenderemos que se está sentado sobre un polvorín donde se han mezclado un sinfín de productos inflamables, explosivos y poco estables.

         Huir del miedo es la señal del inicio intelectual de la marcha de Calvino de la Iglesia de Roma hacia su reconversión. Escribe Crouzet: “Contra el fantasma renaciente y culpabilizante de la disgregación o la fragmentación de sí, contra la angustia y el recelo, el reformador hizo de su existencia, enteramente dedicada al servicio de Dios, un universo subjetivo unificado en el «trabajo»”. Sin duda es tiempo de inseguridad, pues la fe que los hombres de Iglesia transmiten parece tambalearse, decrecer: la jerarquía no traslada ejemplos de vidas santas y el fiel laico se siente desorientado y perdido en un mundo cargado de dudas lacerantes, un mundo demasiado oscuro y terrible al que Dios parece haber abandonado a su mala suerte. En medio de todo ello, siguiendo la estela abierta por Lutero, “La vida de Calvino es conmovedora, patética, teatral, violentamente viva y vibrante en las historias paralelas o engastadas unas en otras que despliega, desde la infinita tristeza anterior a la conservación hasta la fe providencialista y la razón práctica de los años de combate”.

         Calvino, el niño asustado, estudia en Montiagu, donde ya lo hizo tiempo antes Erasmo y quien puso a esa institución a caer de un burro, pues cuanto allí había era penoso, desde la didáctica –por llamarla de algún modo- a las comidas. Poco a poco el joven Calvino se va creyendo un papel -que para Crouzet es teatral- y que consiste en representar, hasta alcanzar la convicción plena, de que es un profeta singular de Dios, un heraldo e intérprete de la recta palabra que Dios ha transmitido a los hombre por medio de la Biblia y que no cesa de seguir hablándoles, mas estos hombres, quienes están dentro de la Iglesia de Roma, han dejado de escucharlo, de atenderlo, es por ello que se necesita una Reforma y el llamado para llevar a término este proceso no es otro que él, un hombre de fe inquebrantable, providencialista sin límites, pero pragmático y racionalista hasta la previsión de lo más nimio en el mundo todo.

         No deja de llamarme la atención cómo, dando la impresión de que Calvino huye del oscurantismo de la Iglesia, desemboca, sin embargo, en un Dios triste y duro, que odia al pecador, un Dios implacable, un Dios encolerizado, eternamente irritado, que predestina al hombre a arrastrarse por una existencia cuyo final no está en las manos del propio hombre, sino que Dios ya “ha escrito”.

         Desconfío de las interpretaciones psicoanalíticas, lo confieso. Crouzet, sin embargo, por ellas transita cuando nos habla de la infancia de Calvino, niño siempre temeroso, huérfano de madre, con un padre inflexible, imagen que trasladará a su Dios… No me cuadra y se me antoja un sociologismo falaz, ¿pues cuántos niños no vivieron y estudiaron en el mismo colegio Montaigu, tuvieron situaciones semejantes, etc. y no desembocaron en lo mismo que Calvino, incluido el citado Erasmo?

3 de junio de 2013

Domínguez Berruete, Juan: EL CARDENAL CISNEROS




         Olvidé de dónde saqué la recomendación de leer el libro que comento. Cierto que recuerdo haberlo adquirido en USA, por 9 euros y a través de Iberlibro al que doy las gracias por su eficiencia y eficacia.

         Imposible hacerse una idea de quién es Cisneros tras la lectura de esta obra, agotada, del año 29 y que no recomiendo, pues con ella no se llega a ninguna conclusión clara.

         Me sorprende una idea que siempre, de forma vaga –en su sentido y mi actitud con respecto a ella- se ha achacado a los años de la oprobiosa, que llamábamos algunos amigos, es decir, a los años del Imperio renacido, de la España de Franco y todas sus milongas. Pues no. También en el año 29, a juzgar con claridad, por lo que se escribe en este libro, lo que escribió José Antonio “España es una unidad en lo universal” y tal… ya lo habían dicho antes muchos. Recordaba las famosas frases de Costa sobre el sepulcro del Cid, que luego quiso él mismo abrir y todo eso…

         Historia negra de España en el gobierno de unos Reyes que, por Católicos, lo eran excelentes, en particular ella, la Reina Católica, que no tanto don Fernando que bastardeaba un tanto. Un alemán, flamenco, como Carlos I, peor: no cae bien a Domínguez Berrueta y que lo pone a bajarse de la burra y la calesa por su escasa austeridad (más aún comparándolo con Cisneros, que lo fue tanto) y a quien compara en esto, como en otros aspectos, a sus abuelos y el retrato del Emperador sale pálido.

         ¿Colón? Un santo varón. ¿El Padre las Casas? Un bandolero que no dejó d echar leña a la historia negra de la imperial España que Juderías trabajó en su conocida obra (por ahí anda). ¿Pizarro, Hernán Cortes? ¡Y se preguntará el lector si acaso no estoy yéndome por los altos andamios de las flores…! ¡Pues no señor!: en la supuesta biografía de Cisneros, con todo su mérito, que el hombre, sin duda, lo tiene -y ahí están Alcalá y la Biblia Políglota…- y todo el bien que el buen fraile hace es un biografiado más entre cuantos he citado; con más detalle, pero arropado por las biografías de los campeones del encuentro con América, que no resultó a los años descubrimiento glorioso y todo eso, que para nada aprende uno las cosas, si luego se las ponen patas arriba: fue un encuentro en culturas, tan idénticas la de Europa como la hallada por 1492 en América, que en esto de la cultura ni hay niveles, ni clases, sino todo relativo y adelante con los faroles.

         No es fácil hacerse una idea de la vida exacta de Cisneros contada por Domínguez Berruete porque este no hace aportaciones originales, sino que su obra es un refrito, un resumen de noticias, a veces sueltas, inconexas, casi de estampas donde se nos cuenta tal o cual anécdota referida al Cardenal y de estos sucedidos, a veces nimios, se desea hacer categoría. Sin duda, por lo que se deja entrever en lo que el autor nos cuenta, pues a la obra le falta sobriedad y le sobra grandilocuencia y generalidades, sin duda Francisco de Cisneros fue hombre capital en años complejos de la vida española, mas para averiguar sobre él habrá que andar por otros libros.

         Ignoro si la anécdota es cierta. Su protagonista no es actor ni director de mi devoción, Woody Allen. Cuentan que tras hacer un curso de lectura rápida, este comentó, al leer Ana Karenina, que se había enterado de que la novela iba de algo de rusos… ¡y tiene mil páginas! Mucho me temo que algo así me ha ocurrido a mí con esta biografía multibiográfica para mayor gloria de las Españas imperiales. Iba de algo de un tipo estupendo como persona, como hombre, como político…, el fundador de la Universidad de Alcalá… Sin duda, un gran hombre.