29 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Conclusión con final gamberro


         Es penoso que el fin con que nace algo se desvirtúe por su mal uso, por la mala condición de algunos, por la humana necedad las más de las veces. Nunca te quise tanto como para no matarte es la ilusión trabajada de una persona que escribe una novela, con mucho empeño y esfuerzo, para… cualquier fin menos para que la califiquen de machista o de lo que la calificara ese atajo de necias, que no tengo tiempo de volver sobre ello.

         Nunca te quise tanto es una novela divertida, ciertamente gamberra, escrita con arrestos, con cierto oficio y que nunca debió acabar en la picota de la vindicta pública, que llamaba Valle, no sin sorna, como yo.

         En las críticas de los periódicos en particular, y en las críticas de libros en general, el guante blanco, el pasteleo, el do ut des, el dar cera, el pelotear es costumbre vieja. El editor envía el libro al crítico para que este dé dos duros al pregonero. Algunas editoriales incluían –entiendo que seguirá ocurriendo-, unas orientaciones que podían ayudar y socorrer al crítico potencial, y ocupado, en lo que debía exponer en su trabajo público. En el ABC que fue Literario y luego Cultural de Blanca Berasategui hubo un crítico que me gustaba especialmente y que se dedicaba a la literatura, a la orientación, a la crítica –constructiva o no, que quien construye es el criticado que no el crítico- y lo hacía con razones y sin ambages, su nombre, no se me olvida, es Leopoldo Azancot (tiene una hija que también ejerce el oficio, pero son otros sus modos, quiero recordar, aunque a ella no la seguí ni la sigo, aunque hablara con ella alguna vez). Azancot, Leopoldo, decía a las claras al lector de crítica si la obra que él había criticado merecía el tiempo que un lector atento deseaba dedicarle. Hablaba de hallazgos, de novedades, de errores, de carencias… Se dirigía al lector y al autor. Razonaba sus críticas y sus opiniones no eran caprichosas. Me parece bien. Esto he pretendido aquí. En ello estoy. La verdad no tiene por qué ofender, llevo años repitiéndolo: puede ofender el modo de decirla o el modo en que se recibe.

         Nunca te quise tanto no es una obra maestra. Lo escribí y lo sostengo. Carece de la elegancia, la armonía, el equilibrio… que dan el conocimiento del oficio, la contención y la sobriedad en el uso de las armas del escritor, del dominio del lenguaje y sus posibilidades, el armazón de la estructura y la trama… Requiere de mayor austeridad. Todo esto afirmado en el contexto de la conclusión en que me hallo y en el contexto de lo ya escrito en entradas anteriores.

         “Nadie nace aprendido” y esta es la primera novela de Ochoa a quien vuelvo a felicitar –y me felicito en lo que me afecta, como amigo y como lector y crítico, aficionado, de la obra-. Además es de bien nacidos el ser agradecido y así lo hago por el buen rato que he pasado leyéndola y trabajándola.

         Concluyo: Ciertamente es lamentable el proceso de horno crematorio por el que pasó esta obra en el lager intelectual de algunas socialistas de la Diputación de Jaén, mas, permítanme que me revista momentáneamente de Paco Galindo y con él afirme que, dado el caso: Todo es bueno para el convento –que decía el fraile-, ¡y llevaba una puta al hombro!

23 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Del estilo y formas de la novela negra gamberra (IV).



Javier Ochoa

          Para millones de españoles que acabaron COU- después llamose 2º de bachillerato, mañana ya veremos- no hay más poeta que Antonio Machado ni más poesía que la suya. Algunos, con la boca chica, añaden a Juan Ramón Jiménez, aunque confiesan apenas haberlo leído. La razón es muy simple: sus poemas son lecturas obligatorias para la selectividad en algunas comunidades y lo fueron en tiempos para toda España, cuando ese artefacto era una patria.

         Machado resultaba fácil. Machado, por supuesto, el hermano de Manuel, se leía bien, se entendía bien…, mas solo el ignaro y simple lo consideraba así, pues, tras la aparente sencillez, hay una concienzuda labor del poeta, y una realidad de riqueza oculta que el lector superficial nunca llega a gustar del todo, ni a hacer suya, ni convertirla en materia felicitaria y de crecimiento personal. Todo esto lo explicaba muy bien ese excelente profesor, crítico y poeta que fue Ricardo Gullón.

         Antonio Machado es sencillo tras templado forcejeo vivo contra las palabras, la sintaxis y las correcciones sucesivas de sus textos. Bien es verdad que también Juan Ramón -premio Nobel, por cierto- revivía sus poemas, mas la sencillez no era su nervio y sentido.

         García Márquez confesaba escribir a diario no más de un folio a doble espacio, y se nota en su prosa y lo goza el lector. Otro campeón contra las palabras en aras de hallar la justeza sintáctica y léxica, un exquisito en esta materia y oficio, era don Camilo -premio Nobel, por cierto, también-.

         Contra los tres casos precedentes presetaríase Pío Baroja, pensará alguno; mas es incierto. Baroja lo intentaba, Baroja lo batallaba, mas sus logros no alcanzaban la altura y calidad de los precedentes autores citados en ese sentido (dejo más modelos: Miró, Pérez de Ayala…).

         En la novela de Ochoa tenemos que distinguir a esos Pacos Galindos de los personajes que hablan como quienes son, es decir, como unos mandrias y unos mermados; y lo que escribe el narrador, en este caso Javier Ochoa. Es aquí, en el estilo y su discurso, donde la novela - bajo mi punto de vista- tiene más debilidades, y más graves. Quizá, sugiero, sea aquí donde convenga centrar la atención para obras posteriores, que seguro que las hay.

         Se notan especialmente los noveleros malabares en el deseo ferviente por evitar la repetición de vocablos y las posibles cacofonías. Este rebuscamiento da pie a piruetas léxicas propias del escritor novel que trabaja en el alambre del diccionario y así: el jabalí es cochino salvaje y también paquidermo ungulado (pp.37-38); el café es brebaje y la taza pasa a ser recipiente que contiene el reconfortante líquido; el mechero o encendedor pasa a ser instrumento en sentido amplio y figurado como medio y realidad (p. 70).

         También chocan giros o construcciones sintácticas que Ignoro si forman parte de lo que he supuesto, ironía de la novela gamberra, o simplemente trabajo que tiene por delante el autor: “El efecto amnésico del exceso de ingesta de alcohol había borrado una parte de los recuerdos de su memoria” (p. 89) es, sin duda, simpáticamente excesivo; como lo es: “Paco no ingirió nada sólido delante de testigos para dar mayor credibilidad a su papel de víctima” (p. 123) y otros.

         El español, funcionario o no, cuando sale de su currelo a media mañana suele hacerlo a desayunar (o hacer unas cosillas), pero nunca a tomar un refrigerio (p. 69), así como rara vez, aunque es correcto, toma duchas, sino que se las da. Tampoco -supongo porque no gasto- quienes van a un pub gay son calificados de parroquianos (más propio de bares, de tabernas e iglesias, por antonomasia), sino de clientes, (p. 34), aunque más adelante pasarán a concurrentes (p. 69).

         El submundo de la adjetivación especificativa y explicativa lleva a Ochoa e extraños maridajes no siempre acertados. El adjetivo, por veces, es un jodido tolondrón.

         La abundancia de expresiones de uso corriente, moliente y vulgar forma parte, sin duda, de la gamberrada y, si puestas en boca de los Pacos no importan, en la tecla del autor no siempre son lo más adecuado, pero esto también es opinión nada respetable. Encontramos lo previsible y manido: presa del pánico, mente calenturienta, meter las cabras en el corral, braguetazo, pasta (por dinero), declaración de guerra en toda regla; cien millones de las antiguas pesetas (abuso del epíteto); enrollársela por ‘enamorarla’ y pasársela por la piedra por ‘follársela’; “irradias un karma muy chungo”; con el cipote empalmado; el más tonto hace relojes de madera; montar el pollo; la gran cagada; ¡y cómo no!, no podía falta: el para nada… La lista es larguísima.

         Menos de recibo son antigua estirpe; la confusión del apóstata con el ateo, o estar bajo los efluvios del alcohol, cuando tenía una talega como un catre y por tanto estaba bajo los efectos del alcohol; los rugidos soporíferos… son cualidad extraña para un rugir. Me recordó e hizo gracia cuando leí que el canario estaba muy muerto (p. 85). Esa expresión me largó a La Ametralladora, La Codorniz, y su troupe, en particular de Miguel Mihura: estar un poquito casado (a eso se le dice en mi pueblo arrejuntase), esta señorita no está embarazada del todo, solo a medias… Pues el canario de Paco no solo estaba muerto, y ni siquiera muerto y bien muerto, sino que al estar muy muerto era un muerto superlativo.

         Sin duda también el autor busca, y alguno halla, golpes de efecto e ingenio en giros, en expresiones, en ironías, en eufemismos, en aliteraciones… que resultan simpáticas y que me hicieron, en algún caso, esbozar más que una sonrisa. Permítanme un recuerdo de la infancia de Ochoa y de servidor que narro aparte y que ilustra lo que aquí afirmo.

         Siendo unos niños, jugando al fútbol (nosotros no jugábamos a la pelota, actividad propia de quienes lo hacían en la calle, porque teníamos espacio para echar partidos de fútbol en toda regla) embarcamos (curiosa expresión) el balón por la ventana de un vecino –militar él, brigada- que vivía en el bajo. Lo normal, cuando esto ocurriría, era que la pelota fuera devuelta por los vecinos molestados y molestos con cajas destempladas y etcétera. Aquel, sin embargo, la devolvió rajada, y si no recuerdo mal, hecha trizas. Conjurados, aquella noche, con el ánimo de no dejar dormir ni al mílite ni a su familia le hicimos la primera cacerolada (nunca lo llamamos así ni usamos cacerolas) de la que soy consciente en mi más de medio siglo de vida. A la vez que tocábamos con palos sobre latas viejas le gritábamos a voz en cuello: “¡¡Peloticida!! ¡¡Peloticida!! ¡¡Peloticida…!!”. Paco Galindo llamará a Araceli “canaricida”, por haberle matado su amado canario, lo que es una suerte de condición que me llevó al recuerdo del brigada… Disculpen esta perífrasis que aquí trajo la memoria de este que va siendo viejo.

         Cierro por hoy con un apunte biográfico del autor que pondrá luces y mejor conocimiento y comprensión en algunos pasajes de la novela. Ochoa siempre fue alumno y estudiante de Ciencias. Sus inicios universitarios fueron de albañil refinado, que decía un amigo, es decir: de arquitecto. Esto les da la pista, entiendo sobradamente, de por qué en la novela hallará el lector un sinfín de referencias a términos matemáticos que nos hablan del pasado científico del autor: referencias a ecuaciones, al cero, conjunto vacío; cuadrar los sumandos; un gramo de cariño…

         Les aseguro que en la siguiente entrada concluyo los comentarios de esta entretenida Nunca te quise tanto como para no matarte.

21 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Temas de la novela negra gamberra (III).



         Ignoro si en la red está todo. Se me antoja hiperbólico, pero sí acepto un casi todo. Busco en ella el Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales) y hallo, sin ninguna sorpresa, una imbecilidad más de este mundo cargado de imbéciles supercherías, es decir: me vuelvo a tropezar, a estampar contra el término Violencia de género (?), y es que cogida la vereda, o se acaba esta o se acaba el tonto, en este caso la tonta. Ignacio Bosque escribió ya sobre esto un informe y quien lo desee leer que lo busque. El género, por su propia naturaleza y esencia, no es violento, como las hemorroides no son etéreas. Basta ya de eufemismos… ¿se imaginan ustedes a los periodistas americanos o a sus políticos hablar de violencia de género en el denigrante caso del secuestrador de Cleveland?
         Iba a mirar cuántas son las mujeres que han sido asesinadas por hombres en lo que de año va. Lo ignoro. Si hay una es demasiado, pero seguro que, por desgracia, son más. A nadie se nos escapa que el hombre no es un ser bueno, pero quienes desean implantar el Cielo en la Tierra por decreto aún siguen creyendo que Emilio es un ser angélico (quien no conozca a este que lea a Rousseau como hemos hecho los demás).
         El tema de la novela Nunca te quise tanto está recogido en su título y es Paco Galindo, el cutre, quien “mata” a Araceli, la Vacaburra. La relación que se da entre ellos ha dado pie a otro eufemismo: forman una familia desestructurada. La incomprensión, la indigencia humana, el egoísmo, los vicios, las limitaciones de todo tipo llevarán a Paco a planear, y consumar, según creyó, el asesinato y desaparición de quien fue su esposa (ellas dirían su pareja, su compañera…, aunque compartió, creo, algo más que el pan). Por desgracia esta es la sal de muchos telediarios, noticia de ordinaria administración. Un hombre mata a una mujer; más rara vez, una mujer mata a un hombre (¿no les pondrá alguna luz a estas lúcidas lumbreras esta realidad para comprender que el animal macho es distinto al animal hembra, incluso entre los racionales dependientes?).
         Este es en el fondo el tema de la novela negra gamberra de Ochoa. Este es el pecado que cometió para que le birlaran el premio que un justo jurado le otorgó.
         Ya lo escribí en entrada anterior. Este modelo de novela que Ochoa propone tiene un alcance a la mano lectora de cualquiera: común y corriente, vulgar. Se encuentra repleto de lugares comunes tanto en el enfoque de los temas, como en las previsibles expresiones que usan sus personajes. Puro topicazo son: la casa y el matrimonio, el ambiente familiar. La carencia de comunicación en el matrimonio que termina en esa insistencia casi obsesiva de Galindo: la Vacaburra no lo respeta (pero tampoco él se respeta a sí mismo, ni ella a sí misma). La ausencia de comunicación es una situación asentada en ese matrimonio: la realidad es muy tozuda. Paco en su torpeza masculina, incluso, le regala a su mujer la posibilidad de que, si gana un premio literario, el dinero sea para ella: es un modo de querer tender un puente entre ellos; incluso poco antes de matarla… insiste en su vocación ingeniera…, pero no hay respuesta positiva desde la otra ladera. Es cierto que Paco se empeña en la reconstrucción de su matrimonio y acomete la rocambolesca historia que comporta regalarle a su mujer, por san Valentín, los derechos de autor de una obra presentada al premio Satélite con la intención de reconciliarse con ella…, insisto: los machos humanos son así de torpes.
         Al final, todo se tuerce y se reconduce. Lo que empezó en desamor por sutil egoísmo encubierto y justificado termina siendo egoísmo bestial que rompe en un asesinato por el miserable dinero del posible premio y no porque Araceli fuera un pesado fardo en la paupérrima existencia de Paco, ni por su falta de respeto, ni de amor, etc. (v. p. 115).
         En Nunca te quise hay todo un tema relacionado con la Literatura, su creación, y tangencialmente con ella, es decir, con los premios literarios. Todo ello, ambos, tienen que ver más, entiendo, con el imaginario del propio Ochoa que con Paco Galindo, personaje-escritor, guardia de seguridad. El premio Satélite –evidente- y sus jeribeques ahí explicados; el trabajo del escritor, su sacrificio, y otras milongas, etc.; las disquisiciones sobre los premios literarios; la presencia directa de Umbral, que es citado, y de José Manuel Lara, que es convocado…
         Todos estos temas-ingredientes en la coctelera que Ochoa maneja dan lugar a una obra que, insisto, se deja leer y entretiene. Siempre se puede pedir más, pero no peras al olmo.

        En ningún momento el autor hace una defensa de la calidad de la obra que Paco Galindo presentó al Satélite. Sencillamente Ochoa explica cómo su personaje -¿él mismo?- ha estudiado los premios, cómo se pueden ganar, qué hacer, cómo hacer, siguiendo al dueño que se enriqueció con la editorial Satélite (y que nunca arriesgó casi nada en nombre de la Literatura, ese andaluz llamado José Manuel Lara)… Paco Galindo se cree un maestro de la novela porque cree saber qué debe hacer para ganar un premio (p. 77-78).
         Todo esto se me antoja -que el autor lo escriba o lo diga, que es quien lo sabe- un elemento mimetizado más dentro de toda la obra que no es sino una ironía, un juego, una broma. La gamberrada muchas veces carece de maldad. El gamberro… (CARAMBA: consulto el diccionario de la RAE y leo que significa en andaluz ‘mujer pública’ y extrañado acudo al Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada, abuelo de servidor, y ahí está, leche: gamberro también significa puta, etcétera. Todos los días son de aprender); más no nos perdamos: la acción propia del gamberro es la gamberrada, que nunca es un acto delictivo de envergadura, sino más bien una acción molesta, ¡que puede resultar graciosa y simpática! No es infrecuente usar el término gamberrete diminutivo de gamberro como bribón, pícaro –Lázaro de Tormes no es un delincuente, pero sí un pícaro que hace algunas gamberradas-, etc.
         ¿La novela negra gamberra es una broma irónica cargada de lo ordinario cotidiano, pero que se resuelve en tragicomedia esperpéntica no exenta de cierta burla, ingeniosidad, etc.?

17 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Novela negra gamberra (II).



        Novela. Negra. Gamberra. Supongo que Ochoa tendrá muy pensados los tres términos que usa para llamar así al género novelesco donde encuadrar su obra. De momento voy a seguir con la caracterización de la misma a partir del modelo propuesto hasta la fecha por su autor. (Quién desee abundar en el adjetivo negra, referido a la novela, tiene mucha bibliografía sin abandonar la red).

         Vamos a ver ahora qué características encontramos en los personajes de esta negra gamberrada de novela.

        Hace unos días murió Alfredo Landa, ese excepcional actor, que tan bien me caía en su última época, especialmente encarnando a Paco el Bajo.  El protagonista de Nunca te quise, Paco Galindo, se me antoja un poco un Alfredo Landa en su más aguda época de landismo, travestido de criminal canalla, a mitad de camino entre Torrente y el Fernán Gómez de Balarrasa. Todo ello le da a tu novela un tono menos negro, la aclara y la sitúa más próxima a una comedia Spanish, sin llegar a tragicomedia. Galindo no es el criminal de Cleveland (las mojigatas chicas de Diputación, supongo, habrán mandado secuestrar todas las tiradas de todos los periódicos y las emisiones radiofónicas y televisivas donde se hablaba de esa rama putrefacta de la sociedad capitalista para que no cundiera la violencia de género (?) machista, fascista… entre los machos violentos del poblado). Si Paco Galindo es el arquetipo de la novela gamberra, insisto, es un pobre, un miserable, una mala persona: no es solo que asesine a su mujer, ese espantajo superpuesto a su existencia como compañera, sino que no hay por donde coger a un pollo tan cutre: es infiel, mentiroso, pedante, petulante, bravucón, cateto, pardillo, ambicioso, soberbio… ¡no tiene hueso moral vivo, tú! (Galindo, como sabrás, Ochoa, significa torcido, pero ni siquiera lo es tu Paco, para torcido y en negro, el citado Ariel Castro, ese ser de Cleveland).

         Permítame que cambie el foco narrativo. Tu Paco Galindo, Ochoa, es un tipo increíble, querido. Es un paria de tu novela y no niego que exista, porque la realidad es mucho más rica que lo imaginable, incluso por ti en Cangas. Tu Paco, si es el arquetipo de este tipo de novela, es un tipo tópico, un mandria de pensamientos típicos y alicortos. No se es fiel ni a sí mismo: más corto que el rabo de una boina. A sus propios ojos y conciencia, es don Perfecto y tú le echas un cable en su incompresible y prodigiosa cultura, vocabulario, etc. por boca de Miranda Ojos de Gata. Lo siento. Galindo se beneficia de su creador, de ti. Tú, su creador, le das una proximidad a ti, a su prosaísmo y raciocinio, que Paco, sin duda, es tu Paco y aunque narres en 3ª has montado una marioneta, un espantajo.

       En esa clave de realismo gamberro o chabacano en que tú has creado tu novela, Paco es un tipo abducido por un marciano. Lo dotas, por ejemplo, de unos conocimientos sobre la Universidad (sabe lo que es un becario) que no tienen ni los alumnos de 3º de carrera; su vocabulario no es solo que sea inverosímil y ridículo (una gamberrada tuya) sino cursi. Quiere ser simpático cuando supuestamente carga con el cadáver de su mujer: “«Últimamente estás abandonando mucho la dieta mediterránea, querida»” (p. 112), que piensa tu Paco mientras va con su mujer al hombro tras haberla matado a golpes y haberle abierto el cráneo con una azada unos minutos antes, y la lleva camino de deshacerla, de deshacerse de ella. Paco, en tu piedad, reza para que el cielo no se cubra cuando va camino de asesinar a su esposa… (p. 110) y tras matar brutalmente a la Vacaburra, a Araceli, a su esposa… se muestra con absoluta normalidad como un hombre sin escrúpulos ni remordimientos… La narración de la muerte del canario, su entierro y la nota…, como contraste de la supuesta ternura de un asesino potencial mueve a la risa (v. pp. 86 y ss). ¡Increíble!

      Paco Galindo mata a su esposa, y muy humano él, se razona: “«Pero es ella quien se lo ha buscado», intentó justificarse” (p. 106): confiesa su ofensa, la reconoce y, sin propósito de la enmienda y sin penitencia, él mismo se absuelve sin parpadear: quien no se contenta es porque no quiere, teniendo tan a mano el evangelio de san Mateo.

    La situación que planteas, con todos mis respetos a todos -incluidas las distancias que hay que salvar-, tu obra en algún momento me pareció una evolución brutal (gamberra, descerebrada, macarra, grosera) hacia la disolución de Cinco horas con Mario. Mario es bueno. Menchu es mala. Paco es malo. Araceli es buena. Negro y blanco. No hay gris. A Araceli, a quien Paco bautiza como la Vacaburra en su vocabulario particular, es un animal de bellota junto a otro animal egoísta y etcétera. Esta Araceli, mi querido Javier, es una parienta lejana de la Menchu delibiana, pero en el alba del siglo XXI; empleada en una guardería en precario (pp. 34, 35), ama de casa (p. 42) y una maruja total con el arradio al lomo, la tele delante y la revista (y los rulos que no le pusiste y la guatiné –que llaman en tu pueblo a la boatiné- que no le vestiste, pero que me la puedo llegar a imaginar). Cierto que tiene la mala leche de una pantera hembra cabreada… No. Me temo que, siendo la mujer, en la mística de lo políticamente correcto, siempre buena, esta pobre Araceli tuya no lo es: es rencorosa, malhablada, ordinaria, vulgar, grosera y tú la has caracterizado a lo largo de la obra como un animal salvaje, que no racional, y así ruge, es calificada de fiera y de continuo, cazadora, carnívora, está al acecho.

    No me detendré en todos los personajes y, si acaso, más adelante vuelvo sobre alguno de ellos. Cierro, si te parece, este apartado de los personajes con la doctora Miranda, Miranda Ojos de Gata Suárez, con todo su golpe de universidad y todo eso se me antoja otra Araceli. Es otra cazadora. Es malhablada como la Vacaburra. No tiene escrúpulos en colaborar en la infidelidad de Paco. Ella sí es descrita idílicamente (p. 73-74) en la huida de Paco desde la Vacaburra hasta los brazos de la doctora, que cae rendida en un pispás en la cama Paco Galindo, ¡menudo personaje!: Dios los cría… El fogonazo amoroso entre ella y Paco se me antoja una férvida efervescencia adolescente cargado por el recuerdo (p. 94).

    Hace muchos años, un ginecólogo pretendió darme unas clasecitas sobre la generación del 27 y aún sigo corrido por la vergüenza ajena que me hizo pasar inmolándose en el ridículo, con las tres chorradas que evacuó. Tú a Miranda, la pediatra, la emparentas con el ginecólogo literario y así ella sabe mucho de literatura (p. 77). La verdad es que tanto el guardia de seguridad como la médica son unos conocedores de la Literatura parejos a mi admirado Dámaso Alonso (v. pp. 77-78).

16 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Novela negra gamberra (I).



         Algunos de ustedes, por medios que no son escritos –que siempre dejan huella: scripta manent- me dicen que si es necesario tanto rollo para explicar lo que en las dos entradas anteriores servidor contó. Ignora servidor si lo era o no, pero sí le consta que raro es lo simple en esta vida y que más vale explicarse bien y por menudo que no en trazo grueso y mal, pero esto es opinión y, como toda opinión, en absoluto respetable.

         Escrito esto, sigo. Una vez explicado cómo actúa la nomenklatura para salvaguardar la decencia laicista –esas virginales conciencias de las señoritas mojigatas de la izquierda-, de esa nueva religión que es lo políticamente correcto. Hecha ya la quema inquisitorial del libro de Ochoa donde actúan ellas –como sacerdotisas y peluqueras- previo juicio y contra el veredicto de los jueces: quémese al hereje, aunque el juez lo declaró inocente… (la Inquisición era más llevadera: otros vendrán que bueno me harán; los llamados órganos de Stalin dejaron estas y otras secuelas). Podemos pasar ya a lo sustantivo de todo esto, a lo importante… Hemos mirado a las perrillas que nos ladraron en el camino, insisto: las hemos mirado. No las hemos despreciado, mas no hay más remedio que seguir adelante.

         El principio del filosofar platónico comienza donde lo dejó Sócrates, es decir, en la intención en el obrar. Bien está que toda obra en su comienzo sea de intención buena y recta, pero no es suficiente para que la acción culmine en bien. ¡A ver!, cosas que pasan. El pueblo suele decir que las buenas intenciones no bastan… y que con buenas intenciones está empedrado el infierno, que lo dirá, supongo, quien estuvo allí y lo vio, que servidor no gasta.

         El autor calificó varias veces su obra de novela negra gamberra, y si este es el arquetipo del nuevo subgénero, quiero empezar por caracterizarlo, aunque solo sea por aquello de ser el primero.

         Escribir una novela, el mero hecho de hacerlo, de poner en pie unos personajes, de echarlos a andar en un mundo de ficción creado por uno, es admirable y de ello dejó constancia una maestra del género como lo es mi amiga Ana María Matute. Si esto es así: Es admirable la persona que ha escrito Nunca te quise tanto como para no matarte.

         Hay quien se cuaja una obra maestra en su primera novela. No es el caso y eso debe saberlo su autor. Nunca te quise es una novela entretenida, que se deja leer. ¿Acaso no debió ganar un premio? Ese no es el problema de servidor. ¿Quizá nunca debió editarse? Estoy convencido de que sí, que debió editarse; y sigo en esta afirmación a Leonardo Polo y a Julián Marías: uno no debe esperar a criarse para clásico ni anhelar serlo. “Escribo para mí”, dicen muchos escritores frustrados. Puede que sea cierto, pero entiendo que quien escribe lo hace para otro, aunque sea para uno mismo desdoblado, para comunicarme con otro, para ponerme a mí mismo en claro, para aclararme. Escribir se podrá, supongo, por mil motivos, sin hipérbole. Ignoro para qué lo hace Ochoa.

         El libro está estructurado en nueve capítulos sin título. El dinamismo narrativo es positivo por las estructuras oracionales, descripciones escasas, la abundancia de verbos y los diálogos rápidos. El uso de la elipsis me parece razonado en su equilibrio. Todo ello conforma el estilo que Ochoa –más adelante me detendré más en este- que se adecua y concuerda con los temas sobre los que narra: su estilo es prosaico como sus temas son vulgares (en general), así es también el modo de tratarlos. Insisto: Ortega lo llamaba la vida en rama. Ochoa ha puesto el objetivo de su cámara narrativa –la comparación es de Cela- sobre una realidad de su entorno y se ha grabado lo que se ponía delante, todo cuanto la cámara ha recogido en el sentido en que era enfocada.

         Ochoa, como tantos autores, por boca de un personaje, Miranda, nos habla de la supuesta novela que Paco Galindo presentó al Satélite y que viene a coincidir y ser un calco de la suya: “No estamos hablando de una novela que parezca requerir la tediosa recopilación de una documentación específica o concreta. Ni es un trabajo histórico o técnico ni tampoco se trata de un ensayo especialmente complejo o especializado. Es una historia sencilla, aunque muy original, que apela a los instintos básicos y primarios de la condición humana en la que consigues justificar sus bajas pasiones, que se desarrolla en la época actual y cuyo resultado no sorprende a nadie” (p. 77).

       Afirmar que esta novela negra gamberra emparenta, en aspectos de su temática, con el tremendismo y el feísmo de la novela de los 40 del siglo pasado es mucho afinar, pero algunos detalles nos pueden recordar a Susana March, Rosa María Caja, Pedro de Lorenzo y quien cargó con el mochuelo grande y con los ojos más abiertos: Camilo José Cela.

9 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Breve historia de una jodienda políticamente correcta. Novela policiaca con payasos (y payasas).



Cierto que por aquel entonces no nos dijeron que la vida fuera fácil.

         Una vez situado el posible lector de esta entrada, de haber leído la anterior, en el contexto socio-político-geográfico de un premiado sin premio es ahora llegado el momento de leer qué escribió el susodicho jodido, premiado, sin premio.

         Les hago gracia de muchos detalles y les resumo:

         El 17 de diciembre, la presidenta del jurado, doña Francisca Pérez, comunicó a Javier Ochoa que, de retirar su novela de un premio cordobés donde también concursaba, le sería concedido el de la Diputación de Jaén. Así se hizo y una hora más tarde lo llamó la diputada provincial doña Mª Francisca Olivares para felicitarlo por el premio.        

         El 28 de diciembre (festividad de los santos inocentes, mal día mi querido amigo) envió Ochoa un correo a la presidenta para preguntar por lo suyo, pues no se publicaba el fallo. La respuesta de la señora presidenta fue una larga callada (ya había sido, sin duda, aleccionada).

         El vuelva usted mañana fue una llamada por teléfono el 16 de febrero. Ochoa logra hablar con una funcionaria anónima que muestra su extrañaza por lo que este le cuenta. Ella en su papel, rasgadas las vestiduras de la decencia y las filacterias del clientelismo: “Tomo nota y mañana tiene una llamada y una explicación”. Ahí está: con dos ovarios. Hasta el día de hoy, fumando espero, que está Ochoa con Sarita, hecho un atún.

         21 de marzo escribe Javier Ochoa: “una ¿funcionaria/libre designación/puesto político de confianza…? apellidada Mora (he olvidado el nombre, sin duda, debido al shock psicotraumático) me ha informado que se me desposeía del premio PORQUE UNA COMISIÓN DE TÉCNICOS HA VALORADO EL LENGUAJE, EL ARGUMENTO, EL NOSÉQUÉ Y EL NOSÉCUÁNTOS DE MI OBRA… Y ERAN INCOMPATIBLES CON LA POLÍTICA DE IGUALDAD QUE ESA INSTITUCIÓN (PUBLICIDAD: 2 MINUTOS) ESTÁ LLEVANDO A CABO Y QUE SI PATATÍN Y QUE SI PATATÁN… LLEGANDO A PRONUNCIAR, EN LA EXPLICACIÓN, EL TÉRMINO «VIOLENCIA DE GÉNERO»”. (La tal señora Mora, de apellido, debe ser doña Manuela, es decir, la Directora de la sección de Cultura y deporte en la Diputación de mi pueblo).

         Llegados a este punto ya tenemos el gato en la talega, mi querido Plinio: el cadáver, el móvil, las pruebas y a los culpables.

         Para la nueva hornada de los puretas puritanos pacatos de una incierta y supuesta izquierda lo políticamente correcto sería reescribir la historia, esa realidad dramática, traumática, injusta, cruel, transgresora… y convertirla en las aventuras de una señorita catequista progre, en una Naturaleza arcádica e idílica… que esto es lo que suelen traer por veces esas panzas llenas que da el poder omnímodo, la cartera con billetaje seguro, el puesto del partido y la convicción de quien manda… sobre todo y en todo, sean almas o haciendas (las almas muertas).

         Así pues. Un jurado mejor o peor elegido por la propia Diputación por boca y firma de la señora diputada, doña Antonia Olivares Martínez, a quien Dios guarde en su casa muchos años, concedió el premio. Hallábanse en el jurado su erudito a la violeta (me engañaste una vez y no serán dos ni más, tomás), su cura -sin barbero-, su periodista, sus profesores de universidad… todos más o menos próximos a la cosa de la Casa, entiendo, que lo comprendo… ¿¡Y van y agarran las políticas de turno, puestas en jarras, mismamente unos basiliscos, hechas unas agustinasdearagón frente al indecente transgresor… y le quitaron el premio a su Ochoa!? Sí, señorita. ¿Quiere un vasito con agua de azahar?

         Uno de los tics de la izquierda es creer que ella le tiene puesto piso y amancebada a la Cultura –con mayúscula-, tal que Juan Ramón decía tener secuestrada en su casa a la Poesía. Dada la superior seguridad que el régimen otorga, el desaguisado que les narro no se atajó a tiempo. Se cuela la noticia, porque alguien se toma una libertad que no debió, y comunicó al autor que era el vencedor: Ochoa obtiene el premio, pero las comisarias políticas, que confunden las almorranas con las témporas, llegan tarde. La noticia ha salido del Jurado, la culta diputada de Cultura se excede y llama y felicita… ¡pero no hay problema!: se alegan excusas las que fueren y “que aluengo de menda que venga er deluvio universal. A la hija de mi mae no le madruga naide y tiene espardas pa eso y pa más”.

         “Solamente unos pocos tienen derecho al ejercicio puro y limpio del poder. Esos pocos son los nuestros, es decir, nosotros. No hay más límite en su ejercicio que lo material: el resto no nos merece ningún respeto sea quien fuere (el fin justifica los medios). Sólo a través de estos pocos se hallará asegurada de manera incondicionada y completa el entendimiento entre el bienestar social y el progreso de la cultura: la eliminación de clases, la equiparación de todos (por abajo), incluidos gobernantes y gobernados, el paraíso sin clases (a base de lucha y por cojones), pero nosotros seremos quienes os gobernemos, quienes os mandemos. Nosotros somos la Justicia, el Bien, la Paz. Nosotros somos los nuevos enviados, los nuevos apóstoles de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad (esta solo entre los compis del partido mientras no se interpongan en mi camino)… Somos la nueva senda y la luz que la ilumina…” y ¿sabes lo que le pasó a Clavijo en Ceuta, verdad, Ochoa? ¡Pues eso! 
         Y a esperar la siguiente entrada que será sobre la obra ganadora del premio: Nunca te quise tanto como para no matarte.


         (A la izquierda fetén, con o sin carné, que la hay, no se la cita aquí).

7 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE Contexto socio-político-geográfico de un jodido premiado sin premio.



Javier Ochoa y servidor en el solar que hoy ocupa la Universidad de Jaén.

          La oscura, difícil y triste vereda de la sacrofobia, el ateísmo, la iconoclastia y sus escolios, sus derivaciones, sus hijuelas y sus siervos me llevaron hace más de un año a comenzar un cierto orden en una línea de lecturas que han ido derivando hasta llevarme a donde actualmente me encuentro: envuelto en ensayos históricos y biográficos que tienen que ver con la Contrarreforma, la historia de la Iglesia, la vida de personajes de la época que actuaron en las Reformas protestantes y los interesantes intentos reformistas, antes de Trento, por parte de quienes después serán llamados católicos.

         He descubierto, por ejemplo, aun creyendo conocer algo la obra de Caro Baroja que este historió parte del anticlericalismo español, en un libro que aún no tuve tiempo de leer. Caro Baroja siempre me pareció un caballero y con eso todo lo expreso. Tomo nota.

         Ya ven, en eso estaba, lento, pero seguro, acumulando notas, lecturas y libros…, todo disfrutón, cuando me llegó una fantástica noticia. Mi amigo de la infancia Javier Ochoa había ganado el premio de novela de la Diputación de Jaén para escritores noveles, pero los políticos se lo habían desconcedido por causas extraliterarias: ¡por ser su novela una obra sexista! ¡Ahí es nada lo del ojo!

         Mi ignorancia por pasos:



1.     Ignoraba que Javier Ochoa escribiera novela;

2.     Ignoraba absolutamente que hubiera un premio para noveles novelistas en la Diputación de mi pueblo;

3.     Ignoraba que le hubieran otorgado el citado premio al citado amigo de mi infancia;

4.     Ignoraba que los socialistas del alma mía, investidos del poder que tienen los políticos con poder, se lo hubieran arrebatado, una vez concedido por el jurado nombrado para tal efecto.



         Se insiste tanto en que con los amigos hay que estar en los malos momentos, que a veces se nos olvida que hay que estar también en los buenos. Y este era un buen momento para hablar con mi amigo Javi, leer su obra y así sumarme a este festín inaugural público de Javier Ochoa, mi amigo, en su condición de novelista, quien ha tenido la buena fortuna de que la Diputación de su pueblo, y el mío, que no es Orihuela, sino Jaén, le concediera un premio y se lo quitaran por razones espurias y bárbaras, lo que viene a ser en román paladino, por pura arbitrariedad, una genuina cacicada facha lo llamarían si contra ellos fuera.

         Como comprenderán ante tamaño dislate no puedo menos que ponerme a ello. Les cuento y les advierto de antemano que lo que les narro son batallas con pistolas de agua y espadas de cartón, ni siquiera de madera. ¿Qué es al fin y a la postre ese suceso en un mundo globalizado, simple, urgente, simplificador? Una tormenta en una palangana de agua sin gas.

         Si usted no es español ni vive en España, si usted vive en España, pero no es andaluz, necesita quizá que yo contextualice esta realidad, para mejor comprender tamaño desafuero. Vamos a ver. En Andalucía, donde está Jaén, como muchos españoles ignoran, gobierna un partido (desde hace años convertido en un régimen, pues aquí estamos montados en el machito desde el año 1978, que es tanto como decir que fue cuando Dios dijo hágase la luz en esta democracia de chichinabo que tenemos por estos pagos). Les explico a quienes no estén al tanto de la cosa porque esto de la pública cosa –que no es una puta por ser esta persona-, sino esotro del gobierno de los hombres, que hoy dícese hacer en democracia en Hispania y en el Al-andalus, lo hace o deshace a su sabor y según su leal saber y entender el PSOE.

         Puestos a ser puritanos, pacatos, pusilánimes, timoratos, simples, mermados, necios, gilipollas… no hay quien nos gane a los españoles, como en casi a todo aquello en lo que nos pongamos de verdad y con un “no hay cojones” por delante, y no estoy haciendo patrioterismo.

         Ahí situados, en Andalucía, en el socialismo progresista (?) español y en la imbecilidad militante vinimos a dar, de unos años a esta parte, en hablar de asesinatos de género, discriminación de género y todo chorrea de lo políticamente correcto. Algunos creen que estas mixtificaciones son yanquis y de ayer, siendo alemanas y con un siglo de vida casi. Es decir, que esa milonga marxista de lo políticamente correcto, de la que ya hablé aquí al comentar un libro de Lapied (y siguiendo un excelente artículo de Linde), nace en la Escuela de Frankfurt y de uno de sus filósofos más señeros, el profesor Horkheimer quien, en su parafernalia de la lucha de clases, viene a decirnos en su elaboración de la «Teoría Crítica» que esta debe determinar quién sufre y quién hace sufrir, qué grupos tienen poder sobre qué grupos para, justamente, terminar con su dominación y el sufrimiento. Por supuesto, el grupo catalogado como débil tiene derecho a todo, incluida la violencia, la injusticia, etc. y, siendo largo de contar, la mujer cae en la sección de débiles del mundo y por tanto es lo bueno, mientras el varón, que se le supone fuerte, etc. es malo como los banqueros, los poderosos y los tractores, supongo, etc. (Si hay quejas sobre lo inmediatamente escrito no dejen de leer el libro de Lapied y envíen la instancia y la queja a su casa, que servidor, repite lo allí leído y que justifica de sobra ideológicamente –así lo considera- por qué mi amigo ganó un premio y fue despojado de él).