31 de diciembre de 2013

Fontana, Josep, Historia de España. La época del liberalismo. Volumen 6 (parte I)



  

                                              A don Luis Coronas Tejada.

         Son muchos de ustedes de entre los avisados que visitan este blog quienes me preguntan por mi versatilidad lectora, por mi studiositas en general… Es esta la que me lleva a leer casi de todo cuanto en mis manos cae, aunque siempre intento hacerlo con algún criterio. Vaya esto por delante.
         En este caso se trata de un volumen de historia, que da continuidad a las biografías que leí no hace tanto de Isabel II (dos), de Amadeo de Saboya, de Alfonso XII y de su hijo Alfonso XIII, y que pretendían refrescarme una historia que estudié hace muchos años. Este volumen, y el que le sigue, querían ser un recordatorio –como en las vacunas-, insisto, de lo aprendido hace años y en parte olvidado en sus detalles… Todo ello me lo explicaba don Luis Coronas Tejada, a quien como arriba se ve, dedico con afecto y agradecimiento sus clases.
         En general la historia toda de España por afición y devoción (que es la primera obligación) me la he paseado, con más o menos garbo o detenimiento, algunas veces. No hace tanto anduve dando vueltas por el siglo XVI al que le tengo ley y reconozco que dejé abandonado un tanto el XVIII que, por su petulancia, no me resulta simpático; aunque aseguro que volveré sobre él. En esto de las lecturas, hablado y escrito lo tenemos, las emociones se imponen a veces a los sentimientos y las razones más o menos razonadas o razonables.
         Mi colega y compañero don Joaquín Balbín, siempre de feliz memoria, fue quien me apuntó al historiador catalán, Fontana, a quien no tenía el gusto de haber leído, autor de este volumen y coordinador junto con Ramón Villares de esta colección a la que pertenece este volumen. Me habló de esta colección de libros hace un par de años, quizá, y poco a poco me fui acercando a ella y a los libros de Fontana.
         El XIX es un galimatías de absolutistas, guerras, liberales, republicanos, demócratas, gobiernos de mermados, imbéciles, laicismo, golpes de espadones, místicas monjas, ambiciones, generales a caballo, alguna putísima reina a pie y algún rey consorte bujarrón, heroísmo con tortilla española de patatas y sangre, codiciosos, hijosdeputa, reyes y reinas nefastos, conspiradores, políticos miopes, rencores, dictadores liberales, otro cuarto y mitad de guerra, ladrones, constituciones, curas trabucaires, absolutistas liberados, franceses e ingleses dándonos por donde no debían y nosotros amollados en popa para… En fin. Me temo que en el XIX se gestaron las dos Españas por lo que voy viendo… y no descarto hallar sus raíces, con claridad, y como voy buscando, en el XVIII. Las dos grandes fuerzas, las dos Españas, las que han de helar el corazón a todo español (en versos de Antonio Machado), las Españas que representan no tanto a Caín y a Abel, sino a dos caínes armados, irracionales, absurdos, ridículos, insolidarios, vacuos…, redivivos, reeditados, corregidos, aumentados, tiroteados, vilipendiados… ¡esas dos fuerzas se van cociendo a fuego lento en el XIX para organizar la Gorda en el 36 del XX!
         A medida que voy conociendo más, y con más detalle, la historia de España me pregunto, ¿hubo algún momento dulce y amable en este calvario lleno de cruces de regentes, políticos, reyes… y un pueblo incivil, inculto, visceral donde todos y todo pena? “Miré los muros de la patria mía…” escribió Quevedo, a quien le parecieron “un tiempo fuertes”… pero no sé si se debió tal ilusión a su mala cabeza o a su peor miopía ¿eso cuándo acaeció?, me pregunto, don Francisco.
         Cuando era pequeño aprendí en la Álvarez y en los libros de la época, años 60, que España era un espacio donde sus claros varones alcanzaron de la patria que fuera una unidad de destino en lo universal, ¡que vaya usted a preguntarle a José Antonio y a sus exégetas qué quería decir!  Ahora no tengo tiempo de detenerme al punto en ese perro que al par me ladra. Toda época de la patria era una pieza más en el singular y espléndido mosaico que conformaba esa nación de singular riqueza en todos los ámbitos: económico, industrial, agrario, pesquero… España era concebida como un organismo vivo avocado a ser Europa, a alejarse de África y a ser un Imperio inmarcesible en América. Carlos V me hacía emocionarme, por serlo el I de España: el Emperador… Su niño enlutado, Felipe II, dijo que el sol no se ponía por su reino y tal…, pero, a medida que me fui haciendo mayor y fui aprehendiéndome el cuadro, entraron decididos en él los tonos oscuros, ocres y sanguinolentos que daban equilibrio a tanta fúlgida luz como pusieron en mi infancia, y tanta oscuridad sobrevino que fuime de la mano a los terribles aguafuertes de Goya:

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

26 de diciembre de 2013

López Miñarro, Pedro Ángel, MITOS Y FALSAS CREENCIAS EN LA PRÁCTICA DEPORTIVA



                                                                               
                                                                              A Julio J. Rodríguez       

¿Morirse? No, gracias. Al hombre, ese animal también, estando sano, le repugna la muerte, aunque sea el único animal que se sabe moriturus. Ese instintivo rechazo a la muerte ha llevado al hombre a la búsqueda desesperada por estirar lo más posible el chicle de la vida, por muy penosa y desgraciada que sea la que le tocó vivir. Los sabios alquimistas buscaban la piedra filosofal que, resumiendo, convertiría en oro lo que tocaba ¿y para qué el oro si la vida cesa? Por esto, esa misma piedra daba lugar al elixir de la eterna juventud, a la panacea universal… ¿Morirse? No, gracias.
         La realidad, sin embargo, es muy testaruda. Todos los vivientes mueren. Hoy en el siglo XXI y desde hace ya muchas décadas, el afortunado joven, varón, apuesto, blanco, occidental, “libre”, universitario, con empleo… ¡y atlético! es el modelo, el ideal (también gracias al esfuerzo de todos, la mujer se puede incluir en esos parámetros, aunque la violencia bárbara de tantos brutos atente de forma casi epidémica contra ellas).
         Las calles se pueblan de corredores y andadores que buscan ese ideal, que corren o andan atosigados tras la panacea. Suspiran por un cuerpo que se adecue a los cánones. Los gimnasios están a rebosar de cuerpos que desean parecerse al Discóbolo que desean y anhelan y miran. Somos los gordos…, nuevos marginados de la sociedad: ¿qué puede esperarse de un gordo o una gorda? Hoy por hoy, poco. Está fuera de la línea de salida de todo. Se halla de patas metido en enfermedades sin cuento, con problemas de tallas a la hora de vestir… En realidad, todo gordo, y toda gorda, es un enfermo potencial, un enfermo diagnosticado socialmente, alguien que vive el margen, marginado, marginable. Los hospitales psiquiátricos, las consultas de los psicólogos y psiquiatras se llenan de personas con alteraciones esenciales para seguir una vida “normal”: anorexia, bulimia, obesidad, depresión, autoconcepto dañado, sobrepeso… Dietistas, nutricionistas, neurólogos, biólogos, gordólogos…
         La publicidad de continuo nos recuerda cómo debiéramos ser, pero el espejo nos devuelve la imagen inmisericorde y terrible de la realidad. Nadie se contenta. “Dentro de cien años, todos calvos”, nadie se consuela. Deseamos aproximarnos al modelo, a las modelos, a los cánones de belleza que establecieron ¿quiénes?

Lo siento: no hay pantalones de su talla.
No tenemos tallas grandes, disculpe…

A lo peor alguno de ustedes que siguen con continuidad este blog piense que ya definitivamente no tengo arreglo: que mi diagnóstico no solo implica a mi peso, sino también a la regulación de mis neurotransmisores y mis incapacidades. Diagnóstico fallido. Sigo comentando… libros.
         Mi colega Julio, al hilo de unos comentarios míos y unas preguntas que le hice sobre lo que es el área de su conocimiento, el ejercicio físico y su educación, solucionó el problema del mejor modo: dándome un libro. Contra la ignorancia, la formación. “Primero, lees el libro, y cuando sepas algo… lo hablamos”, impecable el razonamiento y el sentido común del caballero.
         Nunca leí un libro tan general de esta materia. Los había leído sobre deportes concretos y los ejercicios que deben acompañarlos de forma específica. Creo que el título es atractivo. Se ajusta a lo que yo dudaba e ilustra a la perfección al lector, pues la redacción es sencilla y la comprensión fácil.
         Quizá se pueda opinar que el término mito es excesivo para dar título a lo que son meros errores, falsas creencias o sencillamente mentiras calculadas por calculado interés ¿económico? Me da la impresión de que el libro nace de una investigación científica y es un resumen divulgativo que pone al alcance de cualquier fortuna intelectual lo que vamos a dejar en falsas creencias en las prácticas deportivas.
         En cuatro capítulos despacha lo que conforma una religión de la que son adeptos y fervientes creyentes los parroquianos del hambre, el gimnasio y la  moda. Todos los capítulos se encabezan con: Mitos y falsas creencias…
1.     relacionados con la ingestión de sustancias
2.     relacionados con la pérdida de peso
3.     relacionados con la mejora de la forma física
4.     con el ejercicio físico y la salud
Confieso que he hecho deporte durante toda mi vida y lo hice además de forma exigente y con frecuencia de manera inadecuada. En los años del baby boom daban clase de gimnasia profesores voluntariosos en ocasiones y preparados a veces, pero no siempre. Nunca que yo recuerde hice estiramientos antes de correr lo que entonces se llamaba “campo a través” (aún me acuerdo de Mariano Haro que campaba campeón por las Españas), antes de correr los cien metros, antes de iniciar un partido de tenis de mesa… ¿Estiramientos? No, entonces no había ninguna cultura…, pero tampoco hoy la hay.
He querido sugerir con el enunciado de los epígrafes: les aseguro que dentro hallarán por qué no se debe hacer deporte forrado de plásticos, por qué no se debe tomar azúcar para evitar o paliar las agujetas o hacer mil abdominales para perder directamente la panza… porque es inútil; de poca utilidad para el caso sirve correr en las horas de más calor, salvo que se desee ligar bronce o una insolación…
         Obra de misericordia corporal es enseñar a quien no sabe y de bien nacidos el ser agradecidos…, por ello: muchas gracias don Julio.

10 de diciembre de 2013

Valle-Inclán: MARTES DE CARNAVAL: LAS GALAS DEL DIFUNTO. LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA. LA HIJA DEL CAPITÁN. (II)



           Leer a Valle es disponerse a aprender con él en las fuentes vivas del vocabulario variopinto de lo vulgar y lo culto, lo hispánico y el español del otro lado del charco. Asistimos al alumbramiento del vocabulario de la germanía, el verbo barriobajero y marginal, lo tabernario y lo vulgar, junto a términos de jergas, neologismos, palabras que cobran nuevos rebrillos al deformarse o conformarse en contextos dialógicos solo imaginables por el genio y es allí donde la palabra nace y se rehace, cobrando, por su pronunciación deformada, o por su sentido, un significado asombroso, casi mágico.
         Apunto algunas expresiones: “una hembra tan barbi”, que interpreto como un neologismo por acortamiento léxico, derivando barbi, entiendo, de barbiana, es decir: desenvuelta, airosa, gallarda, achulada, arriscada… (En el Diccionario de argot español, de León se puede hallar este término; pero no en el de Delfín Carbonell). “Un kilo de billetaje”, “Estirar el remo”, “aflojar los busilis”. Me hace gracia el oído de Valle que juega con esa expresión que a veces aún hoy, entre quienes menos se espera, se oye: “¡Me es inverosímil!”, dice el ignaro pedante por “Me es indiferente”. Naturaca por naturalmente; aciclonada neologismo derivado del sustantivo ciclón que daría el verbo aciclonar y de este el citado participio: ¡menuda tarasca! “Combina de mucho pote” por combinación, asunto, ocupación de mucha importancia (pote, seguro derivado de postín, palabra derivada del caló o gitano como afirma Corominas y recoge Tineo Rebolledo en su Diccionario Gitano-Español). Cabildear, pendonada, zarandazo, chamelista, mamasita… Maricuela por marica, de por sí, diminutivo de María y por tanto, maricuela… más aún, pues dudo de su origen del español chileno, maricueca. Guinda que es otro acortamiento léxico de guindilla, ‘guardia’, en sentido despectivo. “Una hembra tan de buten”, es decir, ‘Una mujer hermosa’…
         Cruzan por este teatrillo de la España astrosa y ridícula, la España trágica sin tragedia, porque eso es el estafermo que nos retrata Valle de la España de los veinte: la tragedia española no es una tragedia, escribe. Espadones de más o menos estrellas o galones se cruzan por sus páginas, recordemos al capitán Pitito, capitán de los équites municipales; don Friolera, ese teniente tonante y tronado; bohemios, pelmas, toreros, chulos de navaja y con coima, o sin puta ni navaja, organilleros, churreros, taberneros, libreros, camareros, camelistas, trileros, putas distinguidas sin distinción alguna… Es la vida que bulle entre las páginas de Valle.
         Permítame el lector que me alargue por un regalo que deseo hacerle, la reproducción de un par de acotaciones del genio gallego. De suyo estas acotaciones, escritas, leídas, son un espectáculo y un regalo de este modelo estético.
ESCENA CUARTA

         Una rinconada en el café Universal: Espejos, mesas de mármol, rojos divanes. Mampara clandestina. Parejas amarteladas. En torno de un velador, rancho y bullanga, sombrerotes y zamarras: Tiazos del ruedo manchego, meleros, cereros, tratantes en granos. Una señora pensionista y un capellán castrense se saludan de mesa a mesa. Un señorito y un pirante maricuela se recriminan bajo la mirada comprensiva del mozo, prócer, calvo, gran nariz, noble empaque eclesiástico. La SINIBALDA, con mantón de flecos y rasgados andares, penetra en el humo, entre alegres y salaces requiebros de la parroquia. Se acoge al rincón más oscuro y llama al mozo con palmas.

         Entran el andoba del organillo y un vejete muy pulcro, vestido de negro: Afeminados ademanes pedagógicos, una afectada condescendencia de dómine escolástico. El peluquín, los anteojos, el pañuelo que lleva a la garganta y le oculta el blanco de la camisa como un alzacuello, le infligen un carácter santurrón y sospechoso de mandadero de monjas. Le dicen el Sastre Penela. En voz baja conversa, con la Sini. El golfante le muestra una fotografía entre cínico y amurriado.

         ¿Está Valle vivo en el mundo de los lectores?, me pregunto. ¿Qué sería de Valle si Luces de bohemia no fuera lectura aconsejada-obligatoria en tantos distritos universitarios para la selectividad? ¿Si no fuera por Luces qué alumbraría hoy Valle?

         De momento, servidor, ante faenas como estas obras cree que solo resta achantar la mui y hacer mutis por el foro y para más señas, Ruiz Fernández, Ciriaco, El léxico del teatro de Valle Inclán (Ensayo interpretativo), EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA, Salamanca, 1981.

3 de diciembre de 2013

Valle-Inclán: MARTES DE CARNAVAL: LAS GALAS DEL DIFUNTO. LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA. LA HIJA DEL CAPITÁN. (I)


          Me reconozco providente y desconfío del azar. Sospecho que la casualidad no existe, pero a lo que voy. A estos textos de Valle que ahora comento, a estos esperpentos vallinclanescos, les debo mucho, aunque quizá de suyo no venga al caso y hago gracia del motivo. Recuerdo haberlos leído hace muchísimos años. En medio me los volví a cruzar, o ellos se me atravesaron, y, en parte, sin exagerar, literalmente, me cambiaron la vida. Tal cual, sin hipérbole andaluza, insisto: quede claro.
         Valle me parece un genio. Me admira su aparente facilidad para escribir, para crear. Cierto que las tres obras reunidas en este volumen de Austral no son lo mejor del gallego, mas sí representativo de lo que fue una creación genial: su esperpento. En las tres obras encontramos esos espacios comunes que Valle conocía bien y explotó lo mejor que pudo -¡y pudo mucho y bien!- desde el punto de vista creativo, estético.

         (¿Habrá alguien –me pregunto- que haya leído en estos últimos años a Julio Casares y su Crítica profana o su Crítica efímera? Ya no recuerdo en cuál de las dos comentaba el sabio políglota cómo Valle no solo plagió a otros autores, sino que se plagiaba a sí mismo, ¿acaso es el colmo del ególatra apurado? Lo ignoro, pero a don Ramón no le importaba maldita la higa, que lejos de cualquier timidez aparatosa y pusilánime, sin cohibirse, publicó otros textos plagiados que se le habían pasado desapercibidos al sabio don Julio y él se los cedía graciosamente como ejemplos de esos sus autoplagios ¡Eximio escritor y extravagante ciudadano!, que lo llamó Primo de Rivera, ese espadón, el dictador).
         Entre Luces de bohemia y La hija del capitán hay siete años de diferencia en sus fechas de edición. Luces se empezó a publicar por entregas en la revista España en el 20 (su versión definitiva, en volumen, es del 24). La Pluma publicó en el 21 Los cuernos de don Friolera, que fue libro en el 25 y El terno del difunto, del 26, quedó titulado como Las galas del difunto en el 30, fecha en que las tres obras se publicaron bajo el título de Martes de carnaval.    Dicen que para gustos, colores, pero se me antoja indiscutible que de entre los cuatro esperpentos, estas tragifarsas, que se dijo, la mejor es Luces de bohemia con diferencia, aunque en las cuatro se halle la factura del genio y la mano –la del brazo derecho- del maestro que conduce el trágico artefacto.
         Los temas que trata son intrascendentes, más en las que hoy comento que en Luces, donde se encuentra España cadáver de cuerpo entero y presente, la de ayer y, ¡ay!, la de hoy, mas espero que no la España del mañana (Machado tampoco fue profeta). De anécdotas sin importancia crea Valle una historia con sus nudos y sus esquinas, todo ello, sin lugar a dudas apoyado en sus personajes, en el lenguaje que estos emplean y en un contexto escénico que les da arropo a su contoneo.
         No me detengo en las historias ni en los personajes de estas tres obras, en esos fantoches al servicio de un titiritero que es su autor, cierto que sombras, fantoches, peleles, pero muy alejados de las figuras nivolescas, pálidamente trágicas, de Unamuno. Me voy derecho al meollo de lo que son estas tres obras, insisto, que se sujetan como los zapateros sobre el agua, casi de modo milagroso, sobre su lenguaje y sus parlamentos, ¡y cómo no!: en sus acotaciones magistrales de las que ahora reproduciré un par de ellas porque no puedo resistirme a mostrarlas para quienes no hayan tenido la fortuna de gustarlas.

26 de noviembre de 2013

García-Villoslada, Ricardo; Llorca, Bernardino, Historia de la Iglesia católica. III: Edad Nueva: la Iglesia en la época del Renacimiento y de la Reforma católica (1303-1648)



        
           Mil páginas de Historia de la Iglesia en letra menuda, bien leídas, no son cuestión de un rato. Esto es lo que he hecho durante estos meses, a la vez que trabajaba o leía otros textos, otros libros.
         Cierto que había leído y estudiado con detalle algunas etapas de la Iglesia, pero nunca lo había hecho con tanto mimo y durante tanto tiempo.
         De la obra quiero decir que en algunos momentos me ha parecido muy general y anticuada, así como excesivamente complaciente con determinadas realidades, hechos históricos, personas, etc. que en las teclas de una persona no creyente o de un sacrofóbico laicista serían puestas en la picota, que no crucificadas. Supongo que los autores se sujetaron a lo que se puede hacer en una historia general y que para completar están las monografías (muchas de las citadas ciertamente muy antiguas, ¿no se ha editado nada más nuevo desde hace treinta o sesenta años? No obstante, algunos más tiene la República de Platón y aún se deja leer…).
         Para una persona creyente creo que esta historia quizá muestre que la Iglesia, sin duda, es la historia de las misericordias de Dios. Allí donde los hombres se equivocan por necedad, indigencia, maldad, etc. el Espíritu Santo drena, limpia, cauteriza, achica agua… para que la barca de Pedro no se hunda y pueda permanecer fiel hasta el final de los tiempos sin que con ella puedan ni los mismos cristianos, entre los que estamos tantos pecadores: todos lo somos. Supongo que el no creyente hablará, al referirse a esta aventura y a esta historia, de buena suerte y solo verá poder y ambiciones sin vislumbrar otras dimensiones que no se ven con los ojos de la cara, como dice ese sabio que es el Principito.
         El momento sobre el que he leído es el siglo XVI y abarcaba desde el papa Bonifacio VIII hasta el Concilio de Trento. Insisto en que lo había estudiado algo, pero no con tanto detalle y ahora comprendo que quienes no lo hayan hecho nunca -como les ocurre a la mayoría de quienes, por ejemplo, imparten clases de historia- solo sepan sobre ello cuatro generalidades, cuatro lugares comunes que solo conducen, depende de donde beban y de dónde coman y dónde lo lean, a un tipo u otro de explicaciones. Recordaba mucho de lo tratado, por ejemplo, en el concilio de Trento, pero no todos los vericuetos que supuso llegar al final de dicho concilio y, sin lugar a dudas, de la importancia que tuvo para la renovación de la Iglesia católica. Es cierto también que o no supe o había olvidado todos los movimientos, tensiones, ideas, iniciativas… que dentro del seno de la propia Iglesia pretendieron una renovación que alcanzara a todos los fieles, desde el Papa al último laico de la cristiandad y cómo todo ello se va concretando con gran cantidad de sufrimiento, de errores, de avances y retrocesos… y aquí me detengo.
         Una vez más me pregunto: ¿cómo es posible que un Dios bueno y omnipotente, necesariamente, de existir, permite tanto mal en el mundo incluso entre aquellos que decimos amarlo? ¿Cómo es posible que dentro de la propia Iglesia, por mucho que lo contemple a la luz del momento y de la época histórica, se puedan hallar tantas maldades, tantas personas realmente alejadas del afán de santidad? Es más, ¿qué bien se persigue de la división y ruptura del cristianismo con toda la quiebra que aportan Calvino, Lutero…? Pasaron por los mismos centros de educación a veces, por ya citados, Calvino, Lutero… y san Ignacio de Loyola, Erasmo… Ciertamente nuestros caminos no son los caminos del Señor, podríamos alegar con Isaías.
         De momento me doy un respiro entre tanta púrpura y tanto renacimiento, entre tantos reformadores, santos, pecadores, malvados, traidores... y me alejo del siglo XVI en mis lecturas que me han llevado mucho más allá de lo que yo pretendía, pero precisamente muchas de las lecturas que hice nacieron de lo que esta obra me sugería.

25 de noviembre de 2013

Grisar, H., MARTÍN LUTERO





   Termino abrumado el libro de Grisar sobre Lutero. La cantidad de información en letra menuda y apretada, más menuda aún en algunas páginas y en el propio texto, las referencias a estudios y estudiosos… me ha anonadado y salgo, bien lo sabe Dios, con la cabeza caliente y los pies helados en este otoño… He leído el libro en un período muy largo de tiempo: empecé en primavera y termino en otoño, mientras otros asuntos se cruzaban, incluidos varios libros leídos entre medias, etc. y sé que no saco una idea cabal, sino muchas ideas sueltas, un alubión, y un tanto deslavazado todo: lo reconozco.
         El libro es un volumen editado en España en el año 34 (no lo hallé de año posterior), que he conseguido nuevo (estaba intonso) en una librería de Valencia y al que me enviaban como referencia de una obra donde bien podría hacerme una idea de quién era Lutero, por qué actúo Lutero cómo lo hizo… y bien es cierto que todo ello está ahí en el monumental trabajo de este jesuita alemán llamado Hartmann Grisar.
         Saco en claro que el ambiente familiar en que Lutero se cría lo condiciona, mas desconfío de estos condicionamientos excesivamente sociologistas, como me parece que lo hace Grisar, pues todos tenemos la experiencia de hermanos de padre y madre y que, viviendo en un mismo ambiente, tienen trayectorias vitales absolutamente desemejantes. Ambiente de pobreza, en zona minera, creyentes en brujas y supersticiosos, todo ello envuelto en una profunda ignorancia y carencia de formación, hace que el niño Martín, aún siendo mayor, siga obsesionado con esas ideas y que el demonio se halle presente muy de continuo en sus homilías y sus escritos y la presencia física del maligno la viva como una realidad manifiesta, material, en apariciones que dijo padecer etcétera.
         Otro asunto al que continuamente hace referencia Grisar es al estado psíquico desequilibrado de Lutero desde que era muy joven y que condicionará toda su vida, su creación, su pensamiento y que da razón de muchas de sus teorías y de sus planteamientos personales, espirituales y doctrinales, vitales.
         Craso error, por lo que observo, el de Lutero que hace extensiva su vivencia y experiencia personales a todos los demás. Es cierto que los animales, racionales, dependientes (A. MacIntyre) nos parecemos mucho, pero de ahí a generalizar como evidencia que lo que a mí me sucede le sucede al resto… media un trecho. (Algo así hizo Freud al mentirnos con sus teorías, al partir de sus fracasos personales y las experiencias con sus enfermos).
         He podido ver con más claridad todo lo que hace referencia a la fe en la doctrina luterana y el problema que le plantean las buenas obras, las virtudes y la justificación, la gracia divina, etc. Lastimoso el vericuetismo que lleva al portalón sin salida de altas paredes y donde hay que empezar a inventar historias, como Sherezade, para que no se cumpla el final horrendo de quedar en ridículo contra cualquier inteligencia medianamente bien formada.
         Ha logrado Grisar que pase en el libro de una especie de rechazo a Lutero por su testarudez (todo tonto lo es) a una suerte de compasión por él y quienes creyeron en él, que no en Dios, de quien con tanto tino muchas veces predica y dice. Ya se ve que la buena voluntad mezcla a veces con la soberbia y la ignorancia, dando al traste con lo mejor pintado.
         Al final me quedo con una pregunta y esta no tiene respuesta, pero aventuro una solución. Afirmo: con una visión de humana, de contable humano, sin duda, Lutero supuso con mucho una gran quiebra en la Iglesia, un auténtico desfalco, donde muchas almas toman un sendero errado: todo ello fue una quiebra mayor que la organizada por Calvino, Enrique VIII… Y ahora pregunto: ¿Y cómo, si Dios existe, y asiste a su Iglesia, permitió que tal sucediera? La respuesta en san Pablo, Rom., VIII, 28.

11 de noviembre de 2013

Huizinga, Johan, ERASMO (II)



  
         Desde muy joven Erasmo se siente cansado y viejo, haciendo no tanto lo que quiere como lo que puede o lo que él cree que debiera (si hubiera leído a Kant, podríamos decirle con MacIntyre, que era moralmente kantiano).
         Su gran pasión es el saber, el aprender, el bucear, el clarificar en las bonae litterae: en los escritos de los antiguos se halla oculta la sabiduría, la felicidad, el equilibrio, pero para llegar a la verdad prístina y virginal hay que hacer un esfuerzo titánico para librar los textos de la pátina del tiempo, de las malas traducciones, de las intenciones aviesas de los malos hombres. Hay que volver a los antiguos, allí, en sus escritos está la salvación: el Verbo se halla en ellos. La Biblia, este libro intangible para tantos (en muchos lugares materialmente encadenada); los Padres de la Iglesia; los clásicos griegos y latinos… El latín lo habla y lo escribe Erasmo con singular elegancia (si hoy es recomendación que los niños deben hablar el inglés desde la cuna, entonces ya aconsejaba Erasmo que hablaran esa lengua franca que era el latín). Para alcanzar ese conocimiento tuvo que aprender en una dura escuela el odio a la barbarie, lo que le inspiró los Antibarbari en los albores de su carrera de escritor. El epíteto insultante para designar todo lo que era anticuado e inculto era «gótico», godo. Para Erasmo, el término barbarie abarcaba buena parte de lo que ahora apreciamos más dentro del espíritu medieval. En el espíritu de Erasmo se ancló una rígida concepción dualista de una lucha entre la antigua y la nueva cultura. En los partidarios de la tradición no veía más que oscurantismo, conservadurismo e ignorancia respecto a las bonae literae, es decir, respecto a la buena causa por la que él luchaba. Bonae literae es intraducible. Esta expresión designa la literatura, la ciencia y la civilización clásicas, consideradas como un conocimiento sano y saludable, en oposición al pensamiento medieval.
         Nace Erasmo con la imprenta ese “instrumento casi divino” (como nos sucede a muchos cuanto podemos teclear en un ordenador, corregir, imprimir). Erasmo vivió materialmente con grandes impresores de su época. Escribe y lee entre tintas, tipos y prensas. No le molesta. Corrige a veces menos de lo que desea o debiera, pero tiene prisa por ver lo que escribe impreso. Moro le advierte: «No publiques demasiado deprisa, están esperando para cogerte en falta.» Erasmo lo sabe bien: como siempre, vuelve a corregir, revisar y completarlo todo. Odia este trabajo de control y de corrección, pero se resigna con incansable perseverancia; trabaja apasionadamente y en ocho meses, según cuenta, acaba con el trabajo de seis años.
Viaja con sus libros y por sus libros. El motivo de su vida no es otro que aprender y escribir y leer… ¿Enseñar, darse…? Se equivoca este hombre, supuestamente sabio, que a veces tiene la sensación tremenda de infelicidad, ¿acaso ignoraba que la felicidad es una puerta que abre hacia fuera? ¿Desconocía que en la entrega y no en el encerramiento en sí está la felicidad? Me temo que no sabía de ello. Se me antoja, y es opinión, que es la suya una vida malograda.
Varias veces afirma Huizinga que a Erasmo le llegaban muy amortiguados los movimientos de su entorno: de hecho no es persona que prevea qué se está cociendo en el momento en que vive, le faltan luces para vislumbrar el vuelco que se dará en el mundo con las Reformas. Ciertamente la Iglesia, el mundo, estaba necesitado de una reorientación, pero él, ¡que tanto pudo hacer!, soñaba con que otros –el Papa, el Emperador, los reyes- lo harían mientras él fantaseaba con su retiro plácido, con su jardín de humanistas, de personas cultas y sus coloquios… Anhelaba vivir con y de sus libros, bajo toda seguridad… Tenía miedo cerval a las corrientes de aire, a ponerse enfermo, a las epidemias… y siempre que podía huía de allí donde no estuviera cómodo, bien bebido, bien comido, con un aire que le fuera propicio y que pronto echaba de menos, pues era muy sensible, nos dice Huizinga, a los aires impuros. No le importaba, por tanto, hacer cuantas veces fuera necesario las maletas para ir o venir, subir o bajar, pero siempre buscando prebendas que fueran de su interés.
         ¿Atarse a algo o alguien? En absoluto. Ni a su convento, ni a su orden, ni a los Papas, ni a los obispos, ni a los señores que lo beneficiaban con su mecenazgo… Se creía con derecho a ser mantenido por algún mecenas que le diera todo cuanto necesitaba: libros, casa, comida, tiempo… para él seguir adelante con el desarrollo de su amable labor como estudioso… “Quien se desprecia a sí mismo nunca conseguirá nada…” (que no deja de contrastar con la simiente que ha de morir para dar fruto, con el seguimiento de un Maestro que muestra como camino y trono una cruz).
         Tendrá algunos discípulos, algunos alumnos a quienes les dedica algo de su tiempo ¡por el interés que le aportan! El ser su preceptor le ayuda a viajar, conocer otras naciones, pero sabe que los maestros, como recoge Huizinga (p. 146), son unos desgraciados, por tanto, mejor es no tener a nadie que nos haga sombra, nadie a quien instruir, carecer de discípulos, mejor no formar… Da la impresión de que Erasmo de continuo desea apropiarse de tal o cual prebenda, de tal o cual beneficio para pronto inventar la excusa que justifica su acción (¡qué humano!).

7 de noviembre de 2013

Huizinga, Johan, ERASMO (I)



         Para la inmensísima mayoría, Erasmo es un tipo de perfil, con una pelliza y un bonete, una pluma en la mano derecha, varios anillos en la izquierda y que escribe atento con mirada afilada y nariz aguileña. Como fondo una cortina oscura con diversos motivos. El retrato es de Holbein, el joven, amigo de Tomás Moro quien, a su vez, también fue muy amigo del pensador de Rotterdam. Poco más. Queda oscura, dependiendo de la mella y la erosión hecha en la memoria y su ausencia, de quien nos diera clase, de si Erasmo fue o no partidario de la Reforma o sí, pero no tanto, quién fue en realidad y me pregunto: ¿Su obra quién la lee?
         El autor de esta biografía, Huizinga, es para mí, lo reconozco, un hito y un mito entre mis lecturas. El otoño de la Edad Media fue para mí un libro deslumbrante que, se ve, leí en un momento en que llegaba con buena hora para disfrutarlo… No lo olvido. Si esta obra me dejó recuerdo imborrable, me alegro vivamente de haber leído esta otra, esta biografía de Erasmo, que no me lo deja menos admirado. Vengo de leer la biografía de Crouzet sobre Calvino y me resulta inevitable la comparación, si aquella fue muy buena, esta me pareció menos densa, más clarificadora, deslumbrante. Las dos son biografías muy trabajadas, pero a la de Crouzet le sobraron páginas y la de Huizinga supo ponerme de nuevo en la situación, en el momento histórico y en revivir en él a Erasmo.
         Sobre Erasmo sabía por Igor Chafarevich y por Marcel Bataillon (Erasmo y el erasmismo), algo de Francisco Rico, por lo leído en los manuales de la Historia de la Iglesia y en los manuales que hablan del humanismo, alguna monografía sobre el Renacimiento, en alguna biografía de Carlos I, por su amistad con este, en alguna de Felipe II y su condena al holandés… En todos ellos es cita inevitable. Si la Celestina marca una raya, un antes y un después entre el otoño de la Edad Media y el Renacimiento, con Erasmo y con su vida sucede otro tanto: él nos ayuda a cruzar la muga de unos siglos que hoy, solo para unos necios que aprendieron ayer y olvidaron seguir cultivándose, son oscuros, inútiles, medios… hacia la supuesta luminosidad del renacer.
          Es la infancia el paraíso perdido, dicen, de quienes alcanzamos la edad adulta, sin embargo ese paraíso, me temo, se halla repleto de deseos insatisfechos, de ilusiones que nunca fueron, de la mala memoria que lo envuelve de unos colores amables de los careció de continuo. No, la infancia no es una patria adámica. No lo fue para Calvino, tampoco lo fue para Lutero ni para Erasmo, tampoco para mí y ojalá que sí lo fuera para usted.
         Su origen incierto, y vergonzoso para él –era hijo de un sacerdote y de su sirvienta-, le llevó indirectamente a ingresar en un convento, sin vocación y con muy escaso convencimiento, más bien forzado –parece ser- por la circunstancia y por sus tutores. De esta realidad Erasmo renegará de por vida: no le resultaba deseable el espacio conventual que le parecía burdo, inculto, etc. ni era él hombre especialmente piadoso (ordenado sacerdote no parece que dedicara tiempo a sus obligaciones como tal, entre ellas el oficio de la santa misa).
         Digamos que me ha llamado muchísimo la atención ese rasgo característico del carácter de Erasmo como es su tibieza. Me ha producido, ciertamente, un rechazo notable, un distanciamiento de su persona –bien sé por qué- y del concepto que de él tenía. Hombre cultísimo, pero tibio y pusilánime hasta la náusea tal y como afirma san Juan en su Apocalipsis: “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca”, y esa es la sensación que me llega del Erasmo de quien nos cuenta Huizinga: miedoso, timorato, indeciso, calculador… Carece, para mí, de la grandeza de Lutero, de Calvino, de Teresa de Jesús, de Ignacio de Loyola… Este sabio amante de las letras clásicas carecía de la sangre en el ojo que tuvo Cisneros o Isabel la reina castellana. Lo tibio me repele, es lo que hay, y esa actitud, en un intelectual, en quien debió tomar parte decidida, porque tenía los medios –la inteligencia, la formación, las lecturas… los talentos- se conformó con ser ave de corral, gallina, cuando debió volar alto y poner a Cristo en la cumbre del mundo y se contentó con llevarlo, sí, seguro, no lo juzgo, en su corazón. Parece que si no creyente férvido, sí que fue creyente y amante de Dios, aunque no fuera para él el sentido primero, continuo y último de su existencia.
         Dentro de ese temperamento, de ese carácter que terminará siendo una personalidad (astuta, cauta, interesada, calculadora, timorata, reservada, disimulada), también hallamos al hombre que valora en justa medida la amistad, es decir: muchísimo. Es curioso que hallo en él también un rechazo terrible a la mentira (a lo que me apunto de patas con toda mi impedimenta), mas ¡él era un mentiroso! (mal negocio la incoherencia de vida, la falta de unidad en ella).

Buenas tardes de nuevo...



         Ya no recuerdo si lo conté alguna vez en este blog lo que a continuación escribo, pero sí es cierto que lo he relatado en alguna ocasión. Olvidé dónde. Los viejos tendemos a repetir las mismas historias.

         Cuando el frenesí lector de mis adolescencia y juventud se desmandó en una lectura continuada, incontenible, desordenada… me di cuenta de que confundía títulos de autores (esto me pasaba especialmente con escritores adscritos a la generación del 98) y volvía a sacar novelas de unos y otros que ya había leído… Me ocurría especialmente con Baroja y Valle. Pensé que lo prudente era anotar los libros de los autores que iba leyendo en unas fichas que me hice con papel sucio y ahí estaban autor y obra.

         Pasados los años, animado por algunos amigos más avezados que yo en el trabajo intelectual, empecé a escribir comentarios de las obras en fichas. Y así lo hice. Escribí a mano fichas en octavillas de papel usado. No recuerdo bien qué escribía en ellas, pero lo podemos comprobar porque esas octavillas sí las conservo. Estoy, sin embargo, casi seguro que mi primer archivo desapareció sin remedio: también es seguro que no se perdió gran cosa, unos nombres, unos títulos.

         Pasados los años, con los primeros ordenadores que tuve ya empecé a escribir esos mismos resúmenes en las máquinas. Ahí me extendía más. Escribía parte de lo que anotaba en los folios que siempre acompañan mis lecturas. Hice muchas fichas. Escaneaba incluso algunos textos… que luego corregía, pues los escáneres no eran muy fiables.

         Toda esta labor me sirvió siempre para ejercitar mi memoria, para mejor recordar detalles de obras, ideas… y comportó un ejercicio singular de síntesis y análisis que ha dado con una razonable, entiendo, capacidad para hacer crítica de obras, al menos, un determinado tipo de crítica. Me ayudó a crecer.



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         Es hora quizá de reflotar este blog que hace meses que no visito ni yo. Lo haré, sin embargo, con un sentido distinto al que tuvo desde su creación. En él deseaba servir a los demás con mis lecturas, orientar en la medida en que podía hacerlo, dar noticia de mí y de lo que iba leyendo… Algo se ha logrado; sin embargo, lo voy a usar como archivo de las lecturas que voy haciendo sin más. No tendré en cuenta a quienes puedan o no leerlo, sino que lo usaré para mi propio servicio como mero archivo. Lo dejo abierto para quienes mirar en él, servirse de él, quieran comunicarme algo y como ventana abierta a quienes me buscan en Internet y deseen algo de mí.

         Creo que en realidad la finalidad del blog seguirá siendo la misma, aunque con el orden invertido. No es exactamente que sea primero, mi menda y aluengo el deluvio, que decía aquel, pero bien podría aproximarse un tanto.



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         Publicaré ahora en pocas semanas libros que he leído en estos meses de verano y lo que llevamos de otoño-invierno. Si alguno de ustedes, curioso, se pregunta en qué anduve, le diré que enjaretando una novela que ya tiene su color, pero que aún tiene mucho por pulir y que con ella no ando en estas fechas porque ahora, en estos meses, otros menesteres se imponen con la fuerza de lo imprescindible. Todo se andará.

         Por tanto, bienvenidos de nuevo. Y un saludo a todos los que pasen por este blog. Para servir a Dios y a usted, que me enseñaron.

19 de junio de 2013

Crouzet, Denis: CALVINO (y II)



         Será en el año 36 cuando Calvino publique por primera vez su Institución de la Religión Cristiana. Será ya a partir de ese momento cuando Calvino, un hombre convertido, un hombre nuevo, dedique su vida por entero a lo que cree haber visto (me pregunto cuántas personas no hacemos o dejamos de hacer, movidos por las buenas intenciones, con intenciones que nacieron rectas, y que luego, con el paso de la circunstancia, se tornan torcidas, imposibles, dañinas… He pensado varias veces en ello a lo largo de la lectura de esta obra, aunque reconozco que Crouzet no da datos de la intimidad de Calvino que nos lleven a conocer con exactitud al hombre en su intimidad).

         Es el momento de los grandes reformadores de toda laya, a un lado y otro. Reformadores en la iglesia que protesta lo serán Lutero, Melanchton, Zwinglio, Bucer, Guillermo Farel y el Inglaterra John Knox, Thomas Cranmer… Erasmo ese gigante equívoco (pronto, Dios queriendo hablaré aquí mismo de él). Entre los reformadores de fieles a Roma: Bernardino de Siena, Vicente Ferrer, Juan Gersón, Alano de Rupe, olivetanos, jesuatos, jerónimos, mínimos, jesuitas…, nuevas órdenes, nuevos movimientos piadosos, nuevas ascéticas, la devotio moderna… ya desde el siglo XV eran innumerables los intentos de reforma y los reformadores… Sin duda, de modo muy resumido, había que reformar: las costumbres de todo el pueblo cristiano sean quienes fueren, altos y bajos, ricos y pobres, clérigos o laicos; la vida pública y privada del clero, especialmente de los que tenían a su cargo la cura de almas; y la curia de Roma y su régimen fiscal que apestaba a toda la jerarquía de la Iglesia.

         Anhela Calvino la reforma no solo de la Iglesia y del mundo sino del propio hombre en sí, que la mirada fija en Dios y solo en Dios, renace de la palabra de Dios que se dirige a él y que en el trabajo se encuentra con los demás. El nuevo creyente, el hombre reformado se deja llevar por la palabra de Dios que, en su providencia, lo trae y lo lleva. De esto se deduce la importancia que Calvino da a la instrucción de los fieles y, por supuesto, a la educación de los niños y los jóvenes: todo en la ciudad debe estar al servicio de la implantación del reino de Dios según es concebido por Calvino. Todo debe ser controlado, fiscalizado, evaluado, sometido a los pastores que procuran que el rebaño permanezca seguro, firme, unido como una familia en torno a la palabra de Dios, al catecismo, a su catecismo.

         Cierto que son muchos quienes han visto en Lutero (de este también pretendo hablar tras leer una excelente biografía) y muy particularmente en Calvino un catalizador que precipita, favorece, innovaciones de otra clase, de tal manera, que se dieron avances en los dominios religioso, cultural, político, social y económico que conducirían al mundo moderno, aunque Crouzet lo pone en duda, y yo me limito a consignar afirmaciones contrapuestas, sin opinar porque no lo conozco con el detalle que me permita tal.

         Para Calvino todo empieza y acaba en un Dios que todo lo tiene atado y bien atado. Es el hombre quien debe volverse a Él. Calvino cree en el Dios que Él se ha forjado. Un Dios que él ha extraído de las Escrituras y que parece conformar más su propia imagen que darla y en esa fe se vuelca un hombre que cree sin tasa. Calvino es un hombre de fe, pero de la fe que él se ha forjado, del Dios que él ha creado. Afirma Crouzet que es también “el hombre de las más profundas certezas fue también el hombre de las incertidumbres más intensamente asumidas y aceptadas, porque la providencia significaba abrir un espacio al misterio”. La fe siempre como virtud tiene un crecimiento irrestricto, pero la fe es la arriesgada seguridad del cristiano y en ella, a su manera, se adhiere Juan Calvino. Me resulta extraña –mentirosa y molesta- esa imagen que nos presenta a Calvino rodeado de impíos, de tontos, de malos y él se erige en el mirlo blanco… ¿acaso no es extraño?

         Es curioso que siendo Calvino un hombre muy trabajador: predicador incansable, proselitista, hombre apostólico, escritor continuo, que se relaciona con cientos de personas, gran devoto de la lectura, gran amigo –en apariencia al menos y, por lo que deduzco en esta obra, de sus amigos- sin embargo concluya en que el hombre es incapaz de hacer el bien por su pecado de origen. Escribe miles de páginas contra todos: nicodemitas, anabaptistas, antitrinitarios, libertinos, unitarios, “luciánicos”, indecisos, papistas, ultarluteranos, contra los astrólogos… y yo me pregunto ¿quién queda limpio?

         Cierto que tuvo problemas con algunos que fueron o creyeron ser sus amigos, pero contra sus enemigos se mostró siempre inflexible e inmisericorde, absolutamente implacable.

         El siguiente texto de Crouzet ilustra también al hombre y su empeño: “Diseña de esa manera un pensamiento que, aunque se articula en la sincronía amor-odio, aunque se base en la «rectitud» y en el rechazo de la menor concesión a cualquier cosa que pudiera alejar a la humanidad del amor de Dios, aunque no tenga por fin más que la ampliación de la gloria de Dios, es mucho más flexible y adaptable de lo que parecía. El imaginario calviniano era enormemente plástico, era un providencialismo pragmático. Calvino era un actor de Dios porque se veía arrastrado por un imaginario de la «vocación», pero un actor que tenía conciencia de que a Dios todo le era posible, y que el hombre de fe que él mismo era nunca debía anticiparse demasiado a la historia, nunca debía influir demasiado sobre la historia, nunca debía tratar de frenarla demasiado o, por el contrario, de hacerla avanzar”.

         Me dejo atrás importantes aspectos de la vida y de la doctrina de Calvino: la fe que tenía en la potencia liberadora de las palabras, la capacidad que estas tenían de transportar por las Sagradas Escrituras a los hombres al primigenio y original mundo de una Iglesia que vivía en torno al Crucificado; toda su larga prédica y su concepción del trabajo y su importancia a la que Crouzet dedica páginas esclarecedoras.

         Con esta biografía continúo poniendo en situación un momento de la historia que me resulta especialmente atractivo.