31 de diciembre de 2012

El silencio: la tentación de la nada (II)




         No entiendo nada de zen, esa filosofía budista. Mi último contacto con ella lo tuve por la vía de Salinger y de un libro que leí sobre la India no recuerdo por qué motivo. Lo lamento, pero no chanelo los vericuetos filosóficos orientales. Se trata de una obra plena, llena de nada, la consecución del puro vacío zen. Es el vacío lleno de la nada zen. Ya ves, para mí es un oxímoron resultón desde el punto de vista estético: plenitud vacua. ¿Racionalmente o es irracionalidad pura?
         El concepto abstracto de la nada es siempre atractivo. Cuando se estudia el status viatoris, es decir, la condición propia de aquel que va de camino, se trata necesariamente con detalle de dos polos: la esperanza y la nada. La nada tiene el atractivo del origen: Esta relación de la criatura con la nada radica en el hecho primario de que todo lo creado se crea de la nada. En la nada naufraga la esperanza y se conforma como desilusión, más literalmente: como desesperanza. En la nada nada hay. De la nada nada se saca. ¿Está la nada vacía o llena? En tanto que nada es no-ser y por tanto, entiendo, se encuentra vacía, es decir: sin nada.
         Cuando escucho la obra de Cage no oigo nada. ¿Se oye el silencio? O, mejor: ¿se oye la ausencia de sonidos? No se olvide que el sonido es una sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire. Si de algo me puedo jactar, lo afirmo cargado de humildad y humillado, es de tener muchos amigos. Me voy al blog de mi amigo Rafa Ballesteros y este me ilumina al punto: No nos engañemos. La misma renuncia a los sonidos significa la autodisolución del sujeto. En definitiva, los sonidos, queramos o no, no son más que sonidos humanos. El mismo ser humano, con su estructura auditiva, convierte en sonidos parte de la gran cantidad de vibraciones que andan dispersas en su alrededor (piénsese en los infrasonidos y los ultrasonidos). Es absurdo, pues, asignar al sonido un estatuto ontológico ajeno al hombre.
         Mi querido charlie: es curioso como la verdad flota. La verdad se defiende siempre como gato panza arriba. Lo que Rafa nos dice es que sin hablarnos –un medio capital de la comunicación humana- el ser humano se deshace. El hombre sin comunidad ni comunicación es un jaramago universal (Ortega). El ser humano, lo hemos repetido muchas veces, es ser social (Aristóteles), es ser dependiente (MacIntyre). La mudez y la sordera son anormalidades: la normalidad hace sujetos hablantes y oyentes, comunicativos (el autismo es un trastorno humano grave). Los planteamientos de Cage, según Rafa, significan negar la posibilidad de comunicación, en cierto modo, de cualquier tipo de humanidad, de ética, de moral en definitiva.
          La tentación de la nada, la llamada del silencio, el atractivo de la soledad… Entiendo que hoy más que nunca, mi querido Jesús, tiene una fuerza irrefrenable para el ser inteligente que actúa como tal. Hoy donde somos hipersolicitados. Somos reclamados por mil naderías. Se nos pide opinión –y opinamos- incluso de lo que ignoramos. El silencio, la huida, el deseo de ambos, de soledad sonora y creadora… es respuesta al hartazgo. Cierto que el silencio impuesto es el propio del dictador: ¿recuerdas La casa de Bernarda Alba? La primera palabra de Bernarda en la obra será un ¡Silencio! imperativo, el final, la última palabra, también suya, será otro silencio idéntico: ¡Silencio! Ese silencio es perverso, inhumano, imposible.

29 de diciembre de 2012

El silencio: nada que decir (I)



         Querido charlie:

         Hace mucho que no te dedico unas letrillas. Es la vida en sí. Hoy lo hago porque nuestro amigo Jesús G. C. me ha contestado a un correo. Es curioso, ¿sabes?: le escribí allá por febrero del año en curso y hace unos días me llegó una respuesta suya. ¡Siempre son bien recibidas las noticias de los amigos! Sus letras están en la línea de una realidad que él llevaba tiempo ensayando, recorriendo…, creo.
          Sin duda le agradezco en lo que vale el esfuerzo que ha hecho por contestarme, pues no es solo el hecho de escribirme, sino el de ir contra lo que en el mismo correo afirma: Supongo que no es algo muy frecuente llegar a tener la sensación de que no tienes nada que decir. No me refiero a no decir nada, absolutamente nada. Uno tiene que seguir viviendo y realizando todas las funciones de la vida cotidiana. Me refiero a la sensación de no tener nada verdaderamente importante que comunicar (la negrita en estas entradas siempre será mía, charlie).
         En realidad su correo arranca desde la obra 4:33 del compositor John Cage. Te copio y pego para que mejor comprendas el arranque del razonamiento de Jesús: Dicen que John Cage compuso esta obra un día en que el ruido del tráfico en la ciudad era tal que le impedía concentrarse para trabajar en su música. Es algo circunstancial, en realidad, estoy convencido de que fue solo su profundo conocimiento del taoísmo zen lo que verdaderamente le llevó a componer esta obra, a mi juicio una de las cumbres musicales del siglo XX. Supone no solo una reivindicación social desde la música, un grito de protesta desde el silencio más profundo, sino la manifestación de la totalidad minimalista. Se trata de una obra plena, llena de nada, la consecución del puro vacío zen. Es el vacío lleno de la nada zen. Absolutamente maravillosa, impecable, sin una nota de mas, la exaltación de un signo musical, elevado a su máxima expresión. Es la búsqueda de un ideal, el silencio pleno, puro, al parecer no imposible de conseguir. Me adjunta un enlace donde se puede oír la obra de Cage (lector atento, sí, usted: por favor, pulse sobre este enlace, y tú también, charlie, aunque ya hayas escuchado la obra, me consta: http://www.youtube.com/watch?v=hUJagb7hL0E).
         Para mí todo esto es muy problemático. No obstante, en absoluto es algo muy frecuente llegar a tener la sensación de que no tienes nada que decir. Al contrario, Jesús, es muy común, cierto que frecuentísimo, un clásico de la humanidad. Desde hace muchos años, lo tengo escrito, a esto lo he llamado la tentación de Jonás, aquel que por no predicar en Nínive se largó a donde no alcanzara la mano de Dios y se lo zampó la ballena. Es la tentación de la isla solitaria. Es el ¡Un día me iré a dónde nadie me diga mamá…!, que dicen algunas madres (El príncipe destronado, de Delibes). “¡Me voy a largar donde no me conozcan!”. La tentación es esa. Sin embargo, quiero ir más allá. ¡Me resulta tan sugerente lo que me escribes!

27 de diciembre de 2012

BENEDICTO XVI: La infancia de Jesús (II), sin mula ni buey



    
    Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado, escribe Benedicto XVI en su escrito PORTA FIDE con la que se convoca el año de la fe. Creo que es sustancial para la salvación y la comprensión de la existencia y la vida de Jesús, si hubo o no una mula y un buey como testigos mudos de su nacimiento. Lo que oigo en la calle sobre esto, promueve en mí firmes avances en mi fe y me anima al servicio del prójimo, ¿y a usted? ¿Y lo de que los reyes magos se escaparon de una comparsa gaditana –que, por cierto, no me gustan porque no las entiendo- no le mueve a usted a ser santo? ¡Con sus matasuegras y todo, esos reyes en camellos! La fe no es un estado de nada ni un modo de ser, sino una virtud que se acrecienta por la humildad y, a su vez, en cuanto teologal, es don que Dios concede. Miro en el Credo y no hallo en él que sean verdad de fe: que hubiera una mula y un buey en el nacimiento del Salvador ni que hubiera Reyes ni oro ni incienso, ¡fíjese!: ¡ni mirra…!
         El Papa publica esta obra con su nombre de pila y el elegido para su papado. Joseph Ratzinger. Benedicto XVI. No es obra magisterial, se dijo en la presentación, sino obra magistral –esto lo escribo yo- de un hombre sabio que, en su búsqueda serena y firme de la Verdad, lee, investiga, medita y a la luz de la fe escribe una obra sobre la Persona en quien reconoce a su Maestro, y a su Padre en un niño que nació de una virgen en Belén de Judá. La realidad y la verdad son muy testarudas, como la historia… ¿y qué le hacemos?
         ¿Qué sentido tiene este libro para quienes no tienen fe? ¿Quiénes hemos comprado este libro y por qué? El texto tiene sin duda tiene un sentido catequético para quienes somos cristianos. ¿Acaso pretende el papa convencer a quienes no lo son de que hace unos 2020 años nació –no apareció como algunos han escrito: nació- del que se dijo que era Dios y él mismo eso dijo de sí? La indiferencia es esencial al agnosticismo y, por tanto, quien lo sea no se ocupará ni invertirá su tiempo en leer a quien de entrada calificará de ignorante y dogmático, por lo menos.
         El ateo, si es español, como si es creyente, no habrá dios menor que lo mueva de su postura: Soy católico porque mis padres lo son y es tradición en la Corona española o algo así vino a responder nuestro actual Príncipe, don Felipe de Borbón, respuesta, como se ve, muy acorde con la actitud de su pueblo y en los antípodas de una fe viva, reflexionada, meditada, elegida… (se ve que gustó de elegir a la esposa, pero lo de la fe, le vino dado; aquí se es católico y de derechas y del Real Madrid… porque nos viene por la teta, ¡y se acabó! Que le pregunten a Juan de Valdés, autor del Diálogo de la lengua).
         Negar nuestro origen judeo-cristiano como europeos, ignorar que nuestra lengua española procede del latín, que nuestra cultura entronca con la Grecia clásica vía Roma, despreciar a los pensadores árabes o alemanes…, no disfrutar a los autores de habla española del otro lado del charco… es mancar nuestra cultura y nuestras posibilidades. En un mundo global y globalizado es labor de tontos comerse el verdín de los rábanos y dejarse estos. Mis alumnos ignoran quien es Lázaro el amigo de Jesús; mis alumnos supongo que no saben quién es Herodes, ni el Grande (quien tampoco parece que mandara matar a ningún niños, según Antonio Piñero en su biografía del déspota); me consta que no saben quién es Job (nombre que leen como si del término inglés, job, [ʤɒb], ‘trabajo’, se tratara y así al paciente bíblico lo llaman Yob, El libro de Yob, me dicen de la obra del pobre fray Luis); si les preguntara por el viejo Simeón o por Ana la profetisa… Ignorar quién es Jesús, dónde nació, por qué lo hizo allí… Se me antoja que es conocimiento de persona que desea ser  medianamente culta y por eso desde este blog se anima a que se lean este libro, incluidos los sacerdotes cristianos (se ha pasado el adviento y no oído ¡ni una referencia en ninguna homilía a ningún cura sobre el libro! Ya se ve que la afirmación tomada del Papa con que se inició esta entrada es bien cierta).
         Añado, aunque me alargue:
         Les aseguro que no harán grandes descubrimientos si conocen y meditaron algo el Evangelio o leyeron alguna vida de Cristo (aún recuerdo con agrado la Vida de Jesucristo de Ricciotti).
         El Papa les acercará amablemente a las realidades sencillas de la vida que nace de quien muchos pensamos que es Dios: de lo avatares de su nacimiento, de sus papás, de quienes le amenazaron… Es amable saber de quien se ama.
         Me quedo boquiabierto ante la capacidad de síntesis y la sencillez del Papa, cuando miro la bibliografía consultada, leída, meditada… (muerto ando de risa cuando veo algunos enmendarle la plana sugiriendo bibliografía… ¡siempre es hermoso enseñar a quien no sabe!).
         Espero que disfruten tanto como yo con la infancia del Niño.


26 de diciembre de 2012

BENEDICTO XVI: La infancia de Jesús (I)





      

         Como ustedes saben el conejo lerdo siempre gusta más de las hojas que del rábano. Entre los humanos no siempre el tardo se come las hojas, pues entre estos animales se encuentran los mentirosos, los egoístas, los interesados, los tergiversadores profesionales… Mezclas de necios, mentirosos, tendenciosos… son quienes al hablar del libro de Benedicto XVI comentaron qué sucedía con el buey y la mula y qué con los reyes andaluces: todo follaje, pura hoja, nada de rábano. Dudo de que su comprensión del texto fuese tan infame y tan ínfima: habría que ser muy memo. La interpreto con seguridad  maliciosa. Cierto que luego, entre los ignorantes, los perezosos –no se olvide que el agnóstico lo es-, se dio dos perras al pregonero y los profesionales llamados de la información –en muchas ocasiones in-forme, de-forme, etc.- se lanzaron a repetir las necedades que los voceros del mal promovieron desde sus altoparlantes. El titular y el vocerío no matan la verdad, pero la apabullan. Aceite sobre agua, afirma Cervantes de la verdad. Se hace sonar interesadamente el río que agua no lleva, se habla de lo accidental de forma oblicua, blablablá, se olvida lo sustancial por la tangente, se frivoliza todo un poco, “¡Un cuarto y mitad más de superficialidad!”, se agita y así seguimos por los caminos que llevan al perdedero de la mentira. ¡Qué tolerante y llevadero el ignorante!
          El libro La infancia de Jesús forma parte de una trilogía en la que, siendo el primero en el orden cronológico de la temática que se trata, la vida de Jesús, es el último, sin embargo, en ser editado: el broche. Ya se vieron antes Jesús de Nazaret: del bautismo a la Transfiguración (2007) y Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la resurrección (2011). En estas realidades de lo misterioso y la vida eterna parece ser que los últimos serán los primeros. Desconozco si será el caso. Conste que por su extensión y redacción esta obra se me hizo más llevadera con diferencia que las anteriores: a veces el cuerpo no lo coge todo igual. Es la edad.
         Leí muchísimo a Juan Pablo II. He leído algo a Benedicto XVI. Las diferencias entre uno y otro son abismales, se me antoja. El primero comenzó siendo un escritor denso, complicado, un filósofo que desde la cátedra de Pedro se fue comunicando poco a poco más y más, mejor y mejor, con una visión universal de las realidades sobrenaturales y humanas. Era personalmente atractivo, fue elegido joven, tenía un aspecto imponente –lo vi muchas veces en vivo, en directo y cerca: en su casa-, tras el atentado, tras sus viajes, sus sufrimientos y sus trabajinas, siguió siendo el mismo hasta alcanzar el grado de un viejo amable, gastado: le temblaba un brazo, pero nunca el pulso porque era el dulce Cristo en la Tierra. A Ratzinger le precedía su fama, una fama que sus enemigos (quienes cultivan el bien siempre los tiene) airearon confusa, desorientadora, borrosa y padecí de esa intoxicación. Un alemán que tenía un gato y amaba la música clásica. Reconozco al punto, sin embargo, que tras las primeras lecturas de alguna de sus obras me deslumbraron sus escritos. De Juan Pablo II, de su etapa anterior al papado no había leído nada, que yo recuerde, de Ratzinger, sí: como ensayista, como teólogo, como conferenciante… Brillante en su sencillez, deslumbrante en sus planteamientos convincentes. Por su edad, por su aspecto físico, Benedicto XVI no era Juan Pablo II. Por sus escritos, para el lector atento, es Ratzinger muy diferente al Papa polaco y otro intelectual de una talla indudable. Quien dude de ello es también, indudablemente, un ignorante. En este párrafo que cierro no descubro ningún  mediterráneo, ¿hay acaso algo nuevo bajo el sol?

24 de diciembre de 2012

Hagan feliz la Navidad a los demás y serán felices...

 
  El farolico aún sigue siendo poco luminoso entre tanta tiniebla y tanta oscuridad como hay este año de nuevo. Seguiremos, no obstante, con dolor y sufrimiento, por la senda segura, si vamos de la mano de la Luz, si la Verdad, el Camino y la Vida van en brazos de la Señora, junto a San José.

El portal es de madera,
las ovejitas, de barro,
los pastores, de resina
y las nubes de algodón;
las estrellitas, de plata
y el pesebre, de serrín;
pero el Niño que está en el portal
¡ese si es de veras
ese sí es de Verdad!"

         Me mantengo aquí: Con mis mejores deseos de siempre también para estos días, y los que vienen, a los lectores de este blog. Dios nos consuela a todos en el evangelio de San Mateo,
                                                                                         
                                                                                      Antoniojosé.

6 de diciembre de 2012

Tomás Hijo, LEYENDAS DE SALAMANCA



         Mis amigos Angelines y Rafael Cano me regalaron el libro que hoy comento, Leyendas, milagros y rumores extraordinarios de Salamanca, en su tercera edición de 2009. La editorial y el autor me eran desconocidos también. Amarú ediciones y Tomás Hijo, respectivamente. El libro incluye un CD.
         Pero vayamos por partes. En primer lugar quiero dejar sentado que el libro, por el papel elegido, por su impecable impresión, por su diseño, su texto y sus ilustraciones, todo del propio autor, me ha dejado una muy agradable sensación de buen gusto y originalidad. El papel es agradable al tacto, su tono… ¿Por qué tan grande en su formato? Supongo que el autor ha querido huir del libro de bolsillo, del formato grande y optado por el infolio porque de ese modo el texto puede quedar centrado en la página, dejar blancos amplios y aproximarse así a los libros antiguos. Más molesto quizá para manejarlo, pero también un acierto estético.
         En segundo lugar, y me planto, Hijo, su autor, nos sumerge en una Salamanca cargada de leyendas –como las que hallamos en todas las ciudades antiguas de nuestra península- y lo hace casi por horas y con salero como introducción. Nos cuenta brevemente la historia de la ciudad, nos indica con escuetos gráficos cómo situarnos en ella y llegar a los lugares que se citan en las narraciones y se sumerge con gusto en un mundo de fantasías y leyendas de siglos atrás.
          Repasa el autor desde la fundación, allá en la oscuridad de sus tiempos, hasta ese personaje, tan atractivo para mí, como fue Diego Torres de Villarroel, que ya de por sí es más personaje que persona, más leyenda que realidad y de quien leí su Vida y su visita con don Francisco de Quevedo, su admirado autor, a la Villa y Corte (ya entiendo yo que el gusto es vario, pero por si alguien tuviera curiosidad, en el enlace del Instituto Cervantes, hallará todo sobre este polifacético salmantino).
         Creo que no hay leyenda, chascarrillo, cuento, rumor o milagro en esta obra que carezca de su conveniente documentación y su salero al contarlo, pues Hijo no solo narra, sino que recrea, ajusta y mide… Las historias y sus distintas versiones seguro que andaban volanderas por la ciudad e Hijo las ha recuperado y les ha dado asiento en este libro suyo. De la historia del prostíbulo, y de la marcha de las putas a Tejares, y toda la historia de su ida, y de su vuelta con motivo de la Cuaresma, tuve ya noticias por personas que de allí remanecían. Difícil quedarse o elegir alguna leyenda o historia en particular, pero por mil motivos las relacionadas con estudiantes y la universidad son muy de mi agrado (aún recuerdo lo que disfruté con Universidad y sociedad en la España moderna de Richard L. Kagan). No obstante no hay leyenda o anécdota que no tenga una magra carga de sabiduría que el autor sabe administrar y resitúa al lector para que mejor la comprenda.
         La lectura hace muchos siglos que dejó de ser para mí un entretenimiento, una diversión, y entre los muchos libros siempre hay algunos, como estas Leyendas de Salamanca, que ayudan a desengrasar, libros que se leen bien y fácil, por sus temas, por el estilo, por la obra en su conjunto. No esta obra liviana ni frívola, pero nos sumerje en las aguas de otros mundos que nos refrescan o calientan, nos relajan y endulzan el paso a este lado del río.
         Muchas gracias a Angelines y Rafael. Muchas gracias, por supuesto, al autor que tan amablemente se molestó en recopilar, escribir, editar estas historias que tan agradable  me han hecho este trecho del camino, aunque no sé ya si me dio o no mandarina el judío durante el viaje… ¿o fue un sueño?