27 de noviembre de 2012

MIGUEL D'ORS: POSROMÁNTICOS, MODERNISTAS, NOVECENTISTAS.



           ¡Qué de añoranza y gustazo al leer esta obra de Miguel d’Ors! Por unos motivos y otros hace siglos que no leo crítica literaria, con perdón, sesuda –profusamente documentada-, académica -¡que no escolar!-, cargada de ese poso que dan las muchas horas de lectura, las muchas batallas con textos diversos y variopintos autores, el saber acendrado, lejos de la opinión gratuita e infundada, sin impresiones gratuitas.
         Recoge Miguel d’Ors en estos textos artículos que se han publicado en otras oportunidades, en otros volúmenes y quizá por ello, por la dificultad de acceder a su lectura, él hizo el gran favor de compilarlos. Comenta autores de finales del XIX y de comienzos del XX. Reconozco mi afecto incondicional a muchos de ellos, mis muchas lecturas… de ellos, sobre ellos.
         Los escritos sobre poesía, la mayoría, como excelente poeta que es el mismo profesor d’Ors, son deliciosos. Su Galicia entre brumas, camino de cualquier parte, con Rosalía son un regalo en este tremolante y lluvioso otoño de Andalucía. El lector agitado por la prisa pensará que d’Ors se mueve sinuoso y lento entre los versos, entre las palabras, que mima y acaricia antes de devolverlas en su contexto límpidas y claras, más comprensibles, más fáciles de amar. No hay prisa, vamos camino del saber, no de lo informe e informal y frívolo, mi amigo.
         Me hace gracia, lo ignoraba, el paso de Machado con Valle por Granada. Muchas veces me pregunté si vendría Machado para algo a Jaén. No me consta. En ningún libro lo leí. Siempre fue Machado más hacia la Sierra de Cazorla. Cierto que de paso seguro estuvo, pues desde Baeza –puede que me falle la memoria- el poeta fue con destino al oeste, olvidé el lugar y el motivo -¿Huelva?-, pero seguro que miró atónito el castillo de mi pueblo, sobre un peñón entonces sin pinares, jactancioso, roqueño, plomizo, seguro. Valle-Inclán, ese impar personaje de sí mismo, esa figura teatral que se representaba a sí propio y don Antonio Machado, sereno, tranquilo, junto al bullicioso Valle, por Granada: ¡las que uno se ha perdido!
         Los Barrios de quienes nada sabía servidor. Cierto que tengo por ahí un libro del mismo d’Ors –Dios queriendo se comentará en este blog más adelante- en el que se da cuenta y razón de la relación entre Ángel Barrios y Manuel Machado, de quien d’Ors sabe quizá más que nadie… Me cae bien Manuel Machado, aunque lo prodigué poco.
         También su abuelo, Xènius d’Ors, es objeto de algún artículo. ¿Quién lee ahora al genial catalán? Lo ignoro. No hace mucho anduve con un libro suyo sobre el juego, si no me falla la memoria, esa escopeta que dispara cartuchos donde la pólvora anda a remojo. ¡Cuántas anécdotas simpáticas no se le atribuyen al abuelo de Miguel! Chispeantes, graciosas, ocurrentes, cargadas de la inteligencia propia de quien fue un genio: “Los experimentos, con gaseosa, joven”.
         Suelo decir que a Juan Ramón no lo leo ni yo… ¡que tanto lo he leído! Juan Ramón es hoy solo objeto de estudio abocetado y presuroso en el último curso de bachillerato. A Juan Ramón le dedica Miguel algunas de las páginas excelentes de los artículos que componen este libro. Recuerdo vagamente, perdón por mi reiterada desmemoria, que me contó algo sobre un comentario que aquí se halla completo. La muerte de unas bañistas en el norte de España provoca en Juan Ramón un poema de Estío (XLV) que Miguel documenta hasta el mínimo detalle: qué felices y costosas pesquisas las que llevan a historiar la literatura y darles sólidas peanas, muros inexpugnables a la opinión infundada y lerda…
         Abruma y acuna el saber de d’Ors, ¡que bien me hubiera gustado contar entre mis maestros y ni siquiera alcancé a ser su alumno!, solo fui contertulio esporádico en su despacho siempre abierto a todos los vientos de una Facultad que compartimos: una puerta abierta y una sonrisa amable para quien quisiera hablar de Literatura, para quien quisiera preguntar por Ella, por la Poesía, por…
         ¿Se puede, don Miguel?

22 de noviembre de 2012

El hombre en busca de sentido y el suicidio de adolescentes...




        Hoy, día 22, murió hace muchos años un alumno que lo fue mío. La causa, terrible. Hace más años aún, en algunos de sus libros, en sus clases y conferencias, allá en los Estados Unidos de América, profetizaba el psiquiatra y creador de la logoterapia, Viktor E. Frankl, que la primera causa de muerte entre la juventud no serían los accidentes con vehículos a motor, sino el suicidio.
         Cierto que desde que leí esto ha pasado mucha agua bajo los puentes. Cierto que son miles los alumnos que he tenido en mi dilatada carrera como docente, pero la profecía del psiquiatra judío se ha cumplido.
         Siempre me pregunto, cuando llegan estas fechas de rememoración y tristeza, de dolor y desgarro, qué movió a esos chicos a tomar esa irreversible decisión. Usted sabe, lo habrá leído, que son muchos los muchachos que se suicidan en los países de Oriente, Japón y Corea del Sur. Dicen que se les presiona mucho en sus estudios. Dicen que se exigen mucho a ellos mismos. Dicen que la hiperresponsabilidad atosiga sus vidas. Los chicos de Oriente también me ocupan, pero el amor es ordenado y, por tanto, me ocupan más aquellos a quienes tengo próximos, quienes son prójimos: el amor desordenado nunca es amor.
         ¿No tuvieron el tino de hallar a la persona adecuada, a la persona que les pudiera contestar sus preguntas? ¿No encontraron quien rebajara su tensión quien les hablara de la hermosura de la vida, de lado luminoso de la existencia al que la nada y la desesperación no llegan? MacIntyre afirma en su Historia de la ética que somos éticamente kantianos: el deber ser nos paraliza y nos guía; la jaula de hierro es la imagen que usara Max Weber en su La ética profesional del protestantismo ascético para decirnos que estamos atrapados y sin solución: no hay salida, el hombre no tiene salida, él no la halla.
         Vivir es un aún no. El alma dormida debe recordar sin aspavientos ni temores que el hombre va de paso. Está vivo y morirá. El estatuto propio del ser humano es el de quien va de camino, el llamado status viatoris. La muerte segura, en este tiempo de misticismo relativista, y opiniones necias a trochemoche, no admite cuarto a espadas. Usted se morirá y yo no quedaré para simiente de rábanos.
         Copio un diálogo del genial Valle y de su no menos genial obra Luces de bohemia:
            MADAMA COLLET: Otra puerta se abrirá.
         MAX: La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente.
         MADAMA COLLET: A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max!
         MAX: ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?
         MADAMA COLLET: ¡Es muy joven!
         MAX: También se matan los jóvenes, Collet.
         MADAMA COLLET: No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo.
         MAX: Entonces, se matan por amar demasiado la vida. Es una lástima la obcecación de Claudinita. Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno.
         MADAMA COLLET: No desesperes. Otra puerta se abrirá.

         Doctores tiene la Medicina y habrá sesudos estudios –los hay, me consta- donde se estudia desde el punto de vista sociológico y psiquiátrico el suicidio. Lo mío es, como casi siempre, más de andar por casa. Hoy los chicos no se matan por amor, afirma Collet, ni “por amar demasiado la vida”, como apostilla Max. ¿Acaso no dicen que estamos sitiados por los ninis? (Cuando me acuerdo de mi Nini de Las ratas, asociado, a estos pobres muchachos me da un vuelco el corazón y la mente). Los ninis no se suicidan, ¿o sí? Los ninis son tan perezosos que no se aman ni a ellos ni a cuanto les rodea, pobres, ¿o no? Pierden pie y no encuentran salida quienes no hallan el sentido, aquellos que no tienen verdaderas razones para vivir. Recuerdo que Fernando Corominas - ¿qué habrá sido de él?, me pregunto- solía hablar de su RAPOVERCA… Razones poderosas y verdaderas de cambio… No cambiaré, no me moveré mientras no encuentre el sentido de mi movimiento.
         Dicen que esta crisis occidental lo viene siendo desde hace años de valores… ¿pero de qué valores?, me pregunto yo.

21 de noviembre de 2012

Kenneth Slawensky, J.D. SALINGER. UNA VIDA OCULTA (III): HUIDO.

        El mundo de Salinger, como el de Juan Ramón, se llena solo y exclusivamente de su creación: creo luego existo, escribir es mi existencia. El moguereño afirmó tener en su casa a la Poesía: Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados y añado yo: pobre Zenobia. El neoyorquino se ve que tenía el misterio atado y escondido en Cornish…: el bunker del que escribí arriba tenía llenas las paredes con papeles pegados con nombres y relaciones de la disfuncional y famosa familia Glass… Muchos días ni siquiera volvía al hogar, a la casa que estaba en la misma finca, para estar con su mujer y su hija, sino que se quedaba a dormir en su búnker, donde llevó una cama y tenía un sillón especial de coche o algo así, quiero recordar.
       Ambos, Salinger y Juan Ramón, curioso, tendrán obsesiones semejantes por la edición de sus obras: el tipo de letras que se usaban en los textos, las portadas… Quien ha tenido la fortuna de ver un ejemplar original de Helios, comprenderá a qué me refiero. Las portadas de Salinger… ¡le llevarán incluso a romper con sus editores y amigos!: Whit Burnett fue amigo del joven Salinger a quien le dio clase de algo que interpreto como un taller de escritura. Burnett será quien le ofrezca la revista que dirigía, Story, para que el joven Salinger, escritor aprendiz, pudiera editar. La revista no era un hoja volandera de tres al cuarto… y, sin embargo, por problemas de edición se enemistará con él. Otro tanto le sucederá con Jamie Hamilton, su editor en Inglaterra y amigo, hasta el punto de que tras sus experiencias con The New Yorker en relación a Slight Rebellion Off Madison y con The Saturday Evening Post, que cambió los títulos de sus relatos, la aparente traición de Burnett venía a reafirmar lo que Salinger ya sospechaba. Durante el resto de su carrera se mostró suspicaz ante los métodos y motivaciones editoriales (p. 248).
        Me resulta inquietante cómo una persona de la sensibilidad de Salinger, una persona que dedica gran cantidad de tiempo a la meditación, a su supuesta mejora personal… ¡no alcanza a comunicarse con el otro o con los otros inmediatos, con su prójimo! ¿Cómo es que tanta sutileza, tanta capacidad, tanto conocimiento solo se queda en el papel de sus novelas, entre los dedos y las mentes irreales de sus personajes? Él que tanto anheló la sencillez de la niñez, ¿por qué derivó en una personalidad tan compleja, tan complicada, tan agria, tan… enfermiza, quizá?
           Cita Slawenski la relación entre Salinger y Kerouac, Las correlaciones entre Salinger y Kerouac son fascinantes. La generación beat, la generación de los rebeldes, de la liberación sexual, las drogas, las religiones orientales… los Holden Caulfield de los 50 en los USA, no quieren la fama adquirida. Les abruma tanto a Salinger como Kerouac. Salinger se enclaustró por amor a su creación literaria, y los Glass, y Kerouac se encerró en el alcoholismo, que lo llevó a una muerte prematura.
           J. D. Salinger no eligió de forma deliberada apartarse del mundo, escribe Slawenski. Sin duda, por esta afirmación, Salinger no es libre, carece de libre albedrío. ¿Qué o quién decide por él? Su aislamiento fue una progresión insidiosa que lo envolvió lentamente. Reconocía con tristeza las sombras que descendían sobre él, pero se sentía impotente para cambiar el destino. Su obra se había convertido en una obligación sagrada y aceptaba que la soledad y el encierro quizá fueran el precio que debía pagar por ella (p. 442). El creador es un loco y por ello en su República, Platón afirma contundente que los poetas han sido expulsados de ella porque “la razón nos lo ha exigido+ (607 b). Lacónica explicación. La razón… nos lo… ha exigido.
        Como es fácilmente comprensible, Salinger en ningún momento se prestó a que alguien escribiera una biografía suya y quien lo intentó se vio con él en los juzgados. Tampoco iba él a escribir su autobiografía. Alguna vez escribió algunas palabras para las solapas de sus libros sobre él mismo. En la que escribió para la de Franny y Zooey Confesaba la sensación de que se estaba disolviendo en su obra y admitía: «Hay un peligro bastante real, supongo, de que tarde o temprano me sumerja, quizá desaparezca por completo, en mis propios métodos, locuciones y manierismos». Y decía todavía albergar la esperanza de sobrevivir a las exigencias de su cometido, pero no quiso o no pudo o… alterar la senda elegida y por la que caminaba desde hacía años.
        Desvivirse en los personajes afirmó Delibes que había hecho en la recepción de su Cervantes. Su vida se había visto absolutamente condicionada por su condición de creador… Me planto.
         He disfrutado mucho yendo con Slawenski por la vida y la obra de Salinger. Me he divertido repensando cómo fue la creación de su obra. He sufrido con su vivencia en la Segunda Guerra Mundial… y en el fondo todo esto Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.

16 de noviembre de 2012

Kenneth Slawensky, J.D. SALINGER. UNA VIDA OCULTA (II): HUYENDO

               En segundo lugar no me deja de admirar que un autor con cuatro obras editadas y unos cuantos cuentos publicados y sueltos en algunas revistas americanas, haya podido vivir y sobrevivir sobradamente toda su vida de sus escritos. Cierto que con escribir una obra maestra se cumple de sobra. Salinger no escribe en diarios, no pronuncia conferencias. Salinger se esconde, se retira de la vida pública porque rechaza la fama que conlleva haber escrito un libro como El guardián. Sus convicciones filosóficas orientales nacidas cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial, en los campos franceses, le orientaron a la convicción de que la escritura es un medio de meditación y salvación. Esta convicción filosófica, entiendo que para él, también religiosa, es una combinación del misticismo cristiano con las ideas zen.
               Escribe Slawenski: “The New Yorker publicó Para Esmé, con amor y sordidez el 8 de abril de 1950. Después de los ajetreados años 1948 y 1949, entre abril de 1949 y julio de 1951 Salinger sólo publicó este relato”. Me quedo confuso, admirado… Salinger y así se repite una y otra vez dedica enormes cantidades de tiempo e ingente esfuerzo para escribir unos cuentos que, por lo que ahora me parece descubrir en esta biografía, esconden delicada y exquisita máquina de relojería que no percibí -¿del todo?- en mis lecturas y comentarios (no leo la obra en inglés).
               Una y otra vez el biógrafo repite una idea que Salinger adopta como propia y piedra angular de su existencia: su trabajo es dictado por Dios y a Dios se lo debe y a nadie más. Escribir como forma de meditación exigía aislamiento y concentración totales. Una vez que Salinger abrazó este método, empezó a considerar que el clamor de la publicidad y la fama lo apartaban de su trabajo y de sus plegarias (p. 248). A partir de esta convicción Salinger se pasará toda su vida huyendo de quienes lo acucian, lo persiguen por el interés de saber de él, del autor, de quienes se le acercan, según él, para distorsionar su trabajo. Todo ello terminará encerrándolo en su bunker –no es hiperbólico, sino ad pédem litterae- en la ya de por sí aislada finca de Cornish. Ignoro y solo podría opinar -me temo que como la gran mayoría- sobre la realidad de lo que contó su hija en El guardián de los sueños. Lo que cuenta sobre su padre, opino, es exagerado, si bien ya de suyo lo que su padre hizo me lo parece. Me pregunto: ¿La creación de la obra está por encima de la vida del creador y de su circunstancia, en términos orteguianos? Entiendo que esta situación se ha repetido innumerables veces. La creación literaria –la creación artística- se ha teñido de tintes seudorreligiosos, enfermizos y ha llevado a los autores al aislamiento. Recuerdo ahora lo que alguna vez se contó sobre Juan Ramón, nuestro Nobel. Poco antes de la muerte de su mujer, estando en el hospital, en una entrevista que concedió a un periodista sueco (se presumía la concesión del Nobel al moguereño), este le preguntó qué opinión le merecía la poesía española del momento –estaban en 1956 en Puerto Rico-. Juan Ramón le contestó por escrito –se negó a recibirlo personalmente- que ignoraba qué era de la poesía española, que no sabía ni entendía sino de su propia poesía… ¡con el agravante contrario!: los demás no entendemos, sino con mucho esfuerzo, de su poesía de esos años. Juan Ramón se había encerrado sobre sí, siguiendo una dinámica de años… Su deseo de aislamiento llevó a Zenobia a recubrir de corcho las paredes del despacho de don Juan para evitar los ruidos molestos.
               Salinger se aleja de la comunicación que supone toda creación. Llega un momento en que desprecia la opinión de sus editores, no aprecia a sus lectores, encerrado sobre sí, no le importa perder su matrimonio y el  amor de su esposa, el trato y la educación de sus hijos… solo le interesa ese extraño entramado de una familia, fruto de su creación, los Glass, que resulta extraña por rara y por lejana a los lectores. ¿Merece la pena? ¿Le mereció la pena a Salinger? ¿¡Y qué me importa a mí si le mereció o no la pena!?

13 de noviembre de 2012

Kenneth Slawensky, J.D. SALINGER. UNA VIDA OCULTA (I)



               Olvidé quién me habló por primera vez de El guardián entre el centeno. Olvidé por qué causa leí esta obra. Ignoro dónde leí sobre Holden Caulfield por vez primera… Sí sé que lo tengo como libro que recomiendo con frecuencia a alumnos de bachillerato o universitarios desde hace muchísimos años (ahora precisamente lo tengo prestado). También recuerdo cuándo y por qué lo leí la última vez. Me consta que es una novela que deja una extraña sensación en sus lectores. ¿Al final en qué quedamos?, nos preguntamos no sin cierta justificada suspensión.
               De su autor, de Salinger, sí había leído bastante antes de esta obra que hoy comento. También había hablado en varias oportunidades, había dado clases sobre sus textos: todo lo editado lo he leído e incluso en algunos casos lo he trabajado algo. En la difunta Revista de libroshoy resucitada!- leí una crítica sobre la biografía que Kenneth Slawenski había escrito sobre un Salinger recién muerto, editada por Galaxia Gutemberg, en excelente edición, como siempre.
               Antes de que me diera tiempo de leer este libro se lo llevó de casa BernardoLuis Munuera, ese entusiasmo lector continuado y férvido, imbatible… Fue leerla y, como deseaba subrayarla y garrapatearla, leída me la devolvió y se compró él su ejemplar… ¡supongo que habrá hecho lo que dijo, como es su costumbre! Rápido calificó la obra de imprescindible, ¿acaso alguna obra no lo es para él? ¿Acaso no lo es, en cualquier caso, cualquier obra? (Recuerdo a Pieper y sus tesis sobre el amor… ¡qué bueno que tú existas!).
               Ahora me toca a mí hacer algún comentario, me temo que estos sí son prescindibles… ¿o no? Traigo a este presente la memoria de quien se fue demasiado pronto y me dio algunas clases de Filosofía que aún recuerdo: ¿qué puedo decir yo sobre un filósofo en una tesis que no haya dicho o escrito ya él mejor que yo? Esa era su tesis sobre las tesis. Y no estaba mal visto.
               En primer lugar, escribiré que, a mi entender, Slawenski abusa de la traslación y el biografismo al establecer relaciones entre la obra de Salinger y su vida ordinaria y su biografía en general. Las piezas que Slawensky corta encajan a la perfección en el puzzle trazado y dibujado por él de antemano. Lo que sienten o dicen los personajes, sus vivencias como creaciones se corresponden de forma unívoca a la vida de un Salinger que –lo escribo ya- queda tras una nebulosa de datos que nos aporta su biógrafo. No hay realidad de su vida, insisto, que no tenga una correspondencia, un correlato inmediato, directo, inequívoco en alguna de sus obras, en la boca de uno de sus personajes, en alguna acción por baladí que sea. Me parece una interpretación mecanicista de la que huyo o leo no sin escepticismo.
               Aún en esta primera apreciación, añado: el biógrafo nos lleva de la mano por la vida y la obra de Salinger como expliqué en el párrafo anterior y se le supone al lector un conocimiento exhaustivo, vivo, fresco, inmediato de la obra del autor… ¡cosa que en mi caso no se da! Al biógrafo no le basta con que su lector tenga trabajada y leída la obra completa de Salinger, sino palpitante y fresca, insisto. De El guardián sí tengo más recientes recuerdos, pero no así de los Nueve cuentos y menos aún de Levantad carpinteros… y de Franny y Zooey que son una mezcolanza en mi recuerdo, avivada tras la lectura de esta obra que hoy comento. Imposible la presunción que hace el biógrafo salvo que se haga como comentó mi amigo Bernardo Luis Munuera: leyó la biografía e hizo propósito de releerla y, a la vez, según me dijo, releer la obra completa de Salinger (algo de todo ello escribió en su blog).
               Abusa también el biógrafo, considero, cuando con tanta frecuencia comenta que: en ese momento con tal motivo…, con esa lectura…, tras conocer a… quien fuere, cualquiera… algo cambió para siempre en la vida de Salinger. El hombre es puro cambio pues la vida es movimiento, pero no resulta tan fácil repartir en una vida setecientos momentos de cambio radical en una persona… Todo momento vital es crucial, toma de decisión, elección… Se me antoja hiperbólico.
               Hasta aquí por hoy. Continuará...

12 de noviembre de 2012

Parafraseando: la pornografía es violencia.



          Hace unos años, antes de la divulgación de Internet, una tesis doctoral, entre sus finalidades tenía la recopilación, selección y actualización de bibliografía sobre el tema tratado. Antes incluso de ello, comentaba Julián Marías -¡excelente escritor, excelente español, excelente pensador!- que ya era imposible, con los medios que se contaba, acceder a todo lo escrito sobre cualquier realidad, fuera la que fuese. (Por cierto, desde aquí reivindico la figura de Julián Marías, con quien pasé horas inolvidables).
         Imposible por tanto estar al cabo y al tanto de todo lo publicado: imposible. Escrito esto añado que de ahí a repetir como novedad lo que se halla en la Biblia, en los clásicos griegos y latinos, apropiárselo, difundirlo, etc. sin darle a cada uno lo suyo es injusto.
        Leo hoy (EL MUNDO, 12-11-2012) que toda pornografía es “violencia, vulgaridad y misoginia” y me quedo perplejo. Todos los miércoles no se puede inventar la pólvora sin humo. Todos los jueves no se escribe el Fausto ni El Quijote. Todos los días es complejo descubrir el Mediterráneo. Enmudezco al leerle al periodista “¿Moral a la hora de hablar de sexo? «Sí, porque es amoral y necesita de una moral para que nosotros podamos enfrentarnos a él»”, estas palabras últimas son del pensador francés Comte-Sponville, que presenta en estos días en España el libro al que hacen referencia las palabras del periodista, Ni el sexo ni la muerte. Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad (Paidós).
       TODO ACTO HUMANO ES ÉTICO O ES INHUMANO. TODO ACTO HUMANO ES MORAL -inteligente, voluntario-, O ES ANIMAL.

11 de noviembre de 2012

Crueldad y violencia






       Mi amigo Rafael Ballesteros (http://ballesterror.blogspot.com.es/), que no da puntada sin hilo, me escribe y me sugiere que me lea una buena entrevista realizada en EL PAÍS a Steven Pinker y de la que dejo aquí su enlace: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/09/actualidad/1352470952_766370.html.
       La entrevista gira en torno a la publicación de un nuevo libro de Steve Pinker, Los ángeles que llevamos dentro, y que el periodista tituló como: Hacia el fin de la crueldad.
       Busco el título original del libro. The Better Angels of Our Nature: A History of Violence and Humanity y completo el título según lo edita Paidós en España: Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones.
     El diccionario es muy cruel, pero no es lo mismo violencia que crueldad. La violencia no siempre es cruel, aunque la crueldad siempre comporta violentar al otro. La crueldad conlleva el deleite, según el Diccionario de la RAE y el diccionario de María Moliner afirma que el cruel actúa “Sin conmoverse o con complacencia”. La violencia deriva del latín VIS, ‘fuerza’ y comporta la violación del otro. CRUDELIS, en latín, hace referencia a lo inhumano (lo cruel en Berceo es lo ‘crudo’, es decir, ‘lo sangrante’).
     Parece que Pinker demuestra en su libro (a ver si me hago con él) que la violencia ha decrecido. Que a pesar de los pesares, el hombre, aunque también por razones tan viles como el interés económico, prefiere la paz a la guerra, al menos entre los países ricos (otro cantar es que armen a los pobres para que se maten entre ellos y venderles sus armas). Decrece la violencia a gran escala  en la humanidad: hay menos eventos violentos, guerras, ejecuciones, etc.
    ¿Decrece la crueldad? ¿Decrece la violencia? Lo ignoro. Al libro de Pinker y a sus datos y a sus razonamientos remito. Y me pregunto: ¿es realmente mensurable y divisible la violencia, la crueldad, la justicia, la libertad…? Mucho me temo que toda violencia, toda crueldad, toda opresión, toda injusticia… ¡todo mal! es una grave ofensa contra todas y cada una de las personas que deseamos y buscamos lo mejor. Es un problema de conocimiento y conciencia de ello. Un niño que muere de hambre allá donde sea, un hombre que es humillado en su empleo, quien pasa sed, una familia acogotada por el paro, la indigencia… ¡todos y cada uno de ellos, esos millones de males son baldones humillantes para una humanidad que camina hacia lo mejor, pero que aún no ha llegado! Leonardo Polo lo decía: todo éxito es prematuro, pues eso, señor Pinker, cualquier violencia, cualquier crueldad es excesiva, demoledora, monstruosa.
     Mi querido Rafa, pues eso..., seguimos...

8 de noviembre de 2012

José Ovejero, La ética de la crueldad (IV)



             
           Es cierto que existen individuos como Höß. Se pueden hallar: han sido, son, serán, pero no lo es menos que son más los Kolbe, aquellos que quieren salir de la ciénaga, aquellos que se elevan sobre sus miserias, sin histrionismo, sin fingimiento, sino con la humildad de quienes saben la distancia entre el bien y el mal, entre Dios y su criatura, entre la soberbia y la humildad, y saben, además de las dos caras de la luna, del barro que se adhiere a las alas y de las alturas que se contemplan desde la libertad que da la elección del bien, la búsqueda de lo mejor.
          ¿Podría ocurrir que estemos partiendo de una premisa falsa y estemos llegando por un fiasco a una conclusión también falsa? ¿Nos podría ocurrir quizá como al varias veces citado en la obra, Sigmund Freud? Se pueden sacar conclusiones erróneas por partir de premisas falsas. La sociedad vienesa que visita al joven psiquiatra no es la media de las personas de la Viena de su época, ni de la anterior ni de la posterior. Por eso, Freud, quizá, se ve obligado a mentir como un bellaco cuando habla de aquello que solo cura, si acaso, apenas como un placebo (tras lo sabido, por ejemplo, por medio de MikkelBorch-Jacobsen, citar al creador del psicoanálisis es correr por un alambre, poco tenso además y sin forma de verga).
         Ovejero habla con decidido desparpajo del consumo de lo pornográfico y lo violento, que no percibo primera y principalmente como un atentado a la moral, como pecado, como inmoralidad, sino como un ataque frontal y denigratorio a la persona que lo padece y también para quién lo contempla. Siento la vergüenza de quien pagaba por ver a la mujer barbuda, a las hermanas colombinas o de quien pasea a su hermano anormal en un carro, como cuenta Cormac McCarthy (excelentes libros La carretera y Todos los hermosos caballos). ¿Qué hace el mirón sino agraviarse ante la contemplación del mal, de lo perverso, ante la crueldad que se ejerce sobre un tercero? ¿Qué busca? ¿Cómo espera crecer, mejorar por ese medio? ¿O es que estamos buscando la peregrina justificación del Arcipreste de Hita con su Libro y de la Rojas con el suyo?
          Ciertamente no me arroban y escasamente me interesan los pensamientos teológicos de las señoritas catequistas, con todos mis respetos, pero menos aún la lectura de una obra donde la crueldad gratuita, la inhumanidad bestial, son el medio para no sé qué sentido y una triste y abyecta finalidad. Digamos que la experiencia de la ruleta rusa me desagrada y hastía. No es necesario provocarme para moverme. Es innecesario el hierro candente en mi rostro para levantarme, para elevarme, para que me rebele contra lo injusto, lo inhumano o lo vil, contra lo indigno… contra el mal, ¿o es que el mal no existen y por tanto Kolbe y Höß, sus vidas, son equiparables, igualmente dignas y valiosas? Entiendo que la dignidad está a prueba de robo, mas se puede derrochar, dilapidar.
               Sí, ciertamente, el hombre es un ser indigente, miserable, pecador, capaz de los mayores horrores inimaginables, un ser mezquino, incomparable con cualquier otro animal, pero no por ello su deseo de profundizar en el bien, por mejorar, por buscar y luchar por una sociedad más justa… es un proceso propio de hipócritas, de pequeñoburgueses, de aburguesados, de pacatos, de estreñidos mentales…
              En la obra se nos habla de impulsoras sevicias, crueldades que nos impelen, torturas que nos perturban. Maltrato, humillación, sometimiento, sadomasoquismo, vulneración, violación, corrosión, subversión, el deseo de dolor, coprofagia (si puede, vea el vídeo que hay bajo este enlace, confieso que he vivido y vivido mucho, pero no fui capaz de soportarlo desde que intuí su continuación en el inicio; le advierto que es degradante:  (http://www.youtube.com/watch?v=Obih9L0U9fY). ¿De veras esto libera de algo, descubre algo que no supiéramos, nos eleva?
               El profesor Ovejero nos habla de una realidad tangible, verdadera, existente, pero no es toda la realidad. Él cita el tremendismo de Cela, que ni este bautizó ni creó, aunque practicó. Cela solía decir que con contar lo que sucedía se cumplía, pero no olvidemos que yo puedo pasear la cámara por la vida de Kolbe o la de Höß, tan real la una como la otra, más distantes, tan absolutamente distintas. Puedo Mostar la vida tras la tela metálica electrificada o fuera de esta (v. las fotos en la anterior entrada). Posiblemente Luisgé Martín nos haga reflexionar sobre verdades, pero no sobre la verdad ni por todas las verdades ni por la verdad más evidente.
               ¿Es la acción de Kolbe un acto hipócrita? ¿Es la buena educación una reacción pequeño-burguesa? ¿Quién gusta de la pornografía es un rebelde o el quebranto brutal, bestial, del ser humano que retrocede a una época inimaginable, infrahumana? ¿Acaso espera el profesor Ovejero, cuando imparte clase, que los alumnos de improviso le muestren sus culos, se tiren pedos y se meen en su ordenador? A mí, si me lo hicieran mis alumnos, me parecerían actos violentos, depravados, impertinentes, improcedentes, desacertados, inoportunos, inhumanos…
               No, disculpe: Bataille -con sus personajes- no busca la suprema libertad, sino la sumisión indeleble al mal y a la maldad, a la corrosión y la deshumanización por rechazo a todo lo que de bueno hay en lo humano.
               No, disculpe, quizá usted, quizá las personas que le rodean, desea ser como los personajes de la novela de Bataille (v. p. 194), pero muchos, la mayoría, no necesitamos que se nos llame aburguesados o gregarios… para mantener una actitud vigilante, activa, previsora y de búsqueda del verdadero progreso. La fe, lo siento, implica necesariamente a la razón y la presupone, no solo, insisto, no la excluye, sino que la acredita.
               No, disculpe, no necesito erguirme, levantarme o enderezarme porque no me siento ni tumbado ni arrellanado en la nada (v. p. 194). Quizá intentó escandalizar, mas no lo logró. Tampoco me convenció su planteamiento.
               No, disculpe, Kolbe no es intercambiable con Höß sin que se resienta la historia, sin que se anule la verdad de los hechos. El doctor Jekyll y Mr. Hyde son dos caras de una moneda que tintinea a falsa.

               Sin ironía alguna. Muchas gracias por su obra porque puso a templar parte de mis convicciones, algunas de mis creencias y  mis lecturas, algunas de mis ideas y de mis principios. Muchas gracias. Ha sido divertido.

5 de noviembre de 2012

José Ovejero, LA ÉTICA DE LA CRUELDAD (III)


Prisioneros del campo de Auschwitz.

      Mucho me temo que el profesor Ovejero y yo no tengamos la misma concepción de la literatura. La diferencia en muchos ámbitos es evidente. Casi seguro que él tiene toda la razón, al menos a juzgar por la aceptación de su creación literaria y la mía. Él con su obra Las vidas ajenas, que no he leído aún, ganó el Primavera de Espasa. Yo, pobre, llegué con mi Amanda solo hasta las cuatro de la tarde o algo así de la final, hora en que la echaron de aquella mesa del Ritz (aquel año ganó Ignacio Padilla con Amphitryon, creo que fue, olvidé qué año corría). Ellos son unos marginados, yo, un integrado, ¿un integrista, un fundamentalista? Curioso sin duda que esta literatura aburrida, pero profunda, laboriosa y estreñida, agitadora y elitista, alcance el éxito del autor que la prodiga y el favor de las editoriales restrictivas y pacatas que viven de llevar el consuelo a esos lectores no menos adocenados, aborregados. Sin duda se trata de un nuevo despertar.
     Es posible que uno no sea sino un tío casta, un bienpensante, un pequeño-burgués, un paria levítico y hasta algo políticamente correcto, pero la literatura no la entiendo así. No. La literatura, opino –y recuerdo que las opiniones no son respetables- no es un medio de zarandeo y agitación. La finalidad de la literatura no es ética, sino que la literatura, en cuanto obra humana, es ética o es inhumana, como lo es la crueldad, por ejemplo. Todas las formas de crueldad: desde la violencia a la pornografía que cita de algunas obras que son de su gusto… como La historia del ojo, de Bataille –ya perdonarán, pero no anduve sobrado de tiempo y no la leí- se me antojan infrahumanas. No creo que eleven la dignidad de quien las lea y aseguro que ese tipo obras no abrazarán en absolutola idea de que el arte pueda transformar siquiera mínimamente la realidad” (p. 37), mediante el cambio del lector, ¿cambio en qué sentido? Todo cambio por serlo no es progreso si carece de sentido, ni mejora.
   Hace unos días, por no irme más lejos, el escritor argelino Yasmina Khadra que presentaba en Sevilla su nueva novela, La ecuación de la vida, afirmó con toda sencillez que no creía que la función y sentido de la literatura fuera la transformación de nada. Lo afirma un escritor que tiene muchos motivos para desear transmutar una realidad tan adversa como la de su país (¡tanto como lo pueda ser la de España, por no ir más arriba!). África afirmaba el escritor argelino no interesa a nadie, pero él tiene la convicción de que su escritura no tiene la finalidad de dar a conocerla, de interesar al lector sobre ella…
    Ignoro hasta qué punto el profesor Ovejero ha provocado lo que en la contraportada dice que se propone –si es que lo escribió él-: “hay una crueldad que no satisface el morbo del espectador ni corteja sus valores, sino que lo confronta con sus hipocresías, sus miserias, sus mezquindades. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, aunque a veces tenga que agredirle para ello: no le ofrece certidumbres sino todo lo contrario”. “El fin último de la crueldad en la literatura es algo más humilde. No completar la construcción de la realidad, pero sí mantener el proceso en marcha y, al menos, disipar la niebla que esconde la realidad a nuestros ojos” (p. 103), perdone, ¿a los ojos de quién? ¿Quiénes somos nosotros? Me temo que yo no soy de los nuestros. La liberación del hombre por medio de la escritura y llegar al fondo de la realidad humana es también una meta de la escritura automática del surrealismo. ¿Por qué vamos a considerar más genuinamente humana la crueldad, la sexualidad desbocada, la animalidad, que la bondad, la búsqueda del bien, la racionalidad? ¿Es que caso Höß es más humano que Kolbe por ser depravado, amoral, inmoral? ¿Es acaso más auténtica la realidad que vive el nazi que asesina que la vida del judío que es sesgada en la cámara de gas, que padece la violencia del otro, que lo humilla y aniquila? ¿Dónde está la raya entre la enfermedad y el mal? ¿Quién viola, ahoga y descuartiza a sus hijos, los mete en una maleta y reparte sus restos por las cunetas de las carreteras, mientras fuma y escucha a Bach, es una persona enferma, una persona mala o simplemente es una persona normal que tiene una mala tarde? “Se trata de rebelarse, como Luzbel, pero no para derrotar a Dios ni a la muerte, que sería absurdo, sino para rechazar someterse a sus designios; qué importa convertirte en un marginado, en un proscrito, en un criminal.” (p. 165). El marginado, el marcado con una estrella, el humillado y ofendido, el proscrito es Kolbe y todo ese tinglado de los lager y sus soluciones finales, de liberadores que nos desean liberar de nuestra  humanidad tiene un carácter ciertamente demoníaco.
     Es obvio que el profesor se cuela de frenada al afirmar que “Todos estamos a favor de la justicia, pero sólo unos pocos actúan para conseguida” (p. 72): no, tampoco seamos ingenuos. Los asesinos, los violadores, los terroristas, los defraudadores, los pederastas… no están a favor de la justicia. Buscarán su bien y su verdad y su liberación, que serán sus valores, pero ignoran en absoluto que sea el bien, la verdad, la libertad… y como usted mismo dice, la inteligencia es lo suficientemente astuta como para justificar el mal que hacemos, nuestras vilezas.
El mismo Auschwitz al otro lado de las alambradas.

3 de noviembre de 2012

José Ovejero, LA ÉTICA DE LA CRUELDAD (II)



José Ovejero

  
     A veces temo que cuando se anda con un problema, con algo entre las teclas, entre los libros y las lecturas, entre los sesos, con una realidad que se estudia con empeño, algo de todo ello tiende a invadir otros ámbitos, a expandirse y a afectarlo todo y ese todo se ve con cierta distorsión por el cristal casi inconscientemente impuesto.
    ¿Qué sentido tiene la creación literaria? ¿Es cierto que la creación literaria tiene algún sentido? ¿Tiene, acaso, sentido la existencia o las explicaciones sobre ella no pasan de ser consuelos opiáceos que pretenden adormecer nuestras tristes y tediosas vidas? ¿Tiene sentido la crueldad? ¿Tiene sentido la bondad? ¿El padre Kolbe al donar su vida por la de otro fue un santo, un mártir o un imbécil, un cretino, un embaucado? ¿Acaso no cumplía con su obligación Rudolf Franz Ferdinand Höß, SS-Obersturmbannführer, al mando del campo de concentración? ¿Por qué es mejor Kolbe que Höß? Podríamos decir que ambos cumplen a la perfección con sus convicciones y sus obligaciones: el fraile se marcha a su cielo, dando su vida por otro, como su Maestro, y el nazi cumple matando a judíos como medio para alcanzar la solución final, tal y como había dicho su líder, guía y Führer, Adolf Hitler… ¿Por qué uno es mejor que otro? ¿Por qué una vida es más digna que la de otro?
               Ovejero cita a Robbe-Grillet de quien cita: «¿Tiene la realidad un sentido? El artista contemporáneo no puede responder a esta pregunta: lo ignora.» El arte, la literatura en concreto, no puede cargar de sentido la existencia humana (no al menos como lo interpreto y aprendí en Frankl). El arte, la literatura, la lectura, el deporte, el trabajo… son realidades en las que se autoconstituye el hombre. Para Ovejero que la literatura entretenga, divierta (que es verter en otro espacio), descanse… es negativo. Esa es una literatura opiácea.
               Escribe Ovejero, perdón por lo largo de la cita: La literatura debe ser entretenida, afirman con frecuencia los propios escritores, y el público asiente. Qué obligación más rara; no debe ser profunda, sino entretenida. El mayor pecado de la literatura, dicen también, es aburrir. Sin embargo, a mí me gustan algunos libros que a ratos me aburren y a ratos me inquietan y sobre todo que a ratos me exigen trabajo. Porque he ahí el quid: lo que entretiene no exige esfuerzo; es inocuo, anodino, puede ser gracioso e ingenioso, ocurrente e incluso inteligente, quizá, en el mejor de los casos, provocar una emoción estética, pero no debe costar trabajo. La literatura como laxante, que no haya que apretar. La literatura como soma, para que no se nos vaya a ocurrir ocupar la mente con algo desagradable o inquietante; no inquietante como un serial killer de mentirijillas, sino inquietante como algo que no nos deja seguir siendo como éramos antes de leer el libro, que nos saca de la cómoda horma en la que hemos ajustado nuestras vidas. (p. 36)
               A Ovejero le interesa la literatura como realidad laboriosa, no le incomoda que sea una aburrida excavadora, instrumento que cava y profundiza, y así por tanto: literatura profunda. Para él la literatura cruel es palanca que muda al lector, una literatura también con una finalidad didáctica. Gusta él de una literatura que concibe como elitista: la de aquellos que la escriben para promover un cambio y de quienes la leen con esfuerzo y desasosiego, con esfuerzo; siguiendo su comparación, leen estreñidos. Nada que objetar. Para gustos, colores, pero por qué aseveración tan rotunda y excluyente: Los libros crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia (p. 72). El cambio es inherente a la indigencia humana, el movimiento una necesidad (de aquí que dijeran de Dios que es motor inmóvil). Es por ello que, como el mismo Ovejero cita de Clément Rosset, el hombre tenga «la necesidad de certidumbre [que] es perentoria y aparentemente inerradicable en la mayoría de la gente.» (p. 63). El hombre busca necesariamente la homeostasis frente al perpetuum mobile. Toda lectura es acción, movimiento, se califique de cruel o no, si bien es cierto que no toda lectura es necesariamente performativa. No sé hasta qué punto el Evangelio soportaría el calificativo de cruel y el propio Benedicto XVI lo califica de preformativo: no informa, no sirve para entretener, sino que cambia la vida (v. Spe salvi). Toda lectura ascética lo busca y hablo de una ascesis en sentido general, incluso pagana de la tanto sabe Hadot.
               De la finalidad didáctica del teatro ya comentó Aristóteles; la literatura como medio de cambio se dio al servicio de la revolución y la rebelión comunistas y se puso de manifiesto en el llamado realismo socialista: El materialismo dialéctico allá por el año 30 en la Rusia comunista defendió que la literatura debe ser un arma de clase y todas esas férvidas peroratas ya periclitadas por la tozudez de la realidad (hay un libro de Guillermo de Torre, Problemática de la literatura, Buenos Aires, Losada, 1951 donde se nos habla de todo lo ocurrido allá en la Rusia comunista de los años 30, el congreso de Jarkov, etc.).
               ¿Cuál es la ética que oculta la crueldad por la que cobra sentido toda obra literaria que admitiera tal adjetivo?
               Para Ovejero la inmensa mayoría de los escritores ha abandonado la idea de que el arte pueda transformar siquiera mínimamente la realidad (p. 37), ¿es este un planteamiento marxista? La creación literaria y sus productos, condicionados por el dinero y el gregarismo, se mueven entre ideas acomodaticias, actitudes pequeño-burguesas, no quieren incomodar a la mayoría y por ello, huyen de las minorías selectas que gustan de la literatura esforzada (A la inmensa minoría, Juan Ramón) camino de la literatura laxante (A la inmensa mayoría, Blas de Otero); es curioso lo que las cosas de la moral cambian, como afirma Ovejero, pues él, que defiende esa estreñida literatura de la elite, sin embargo y a juzgar por lo que leo, triunfa entre los lectores acomodaticios –yo que lo leo seré uno de ellos, por no ir más lejos- y entre las editoriales pacatas que lisonjean y nos atraen a la mayoría, como debe de serlo en este caso ANAGRAMA.
               Me sigo preguntando, desde el incruento ensayo de Ovejero sobre la crueldad. ¿De qué realidad nos desea mover este escritor con su trabajo y sus obras? ¿De qué nos quieren redimir los crueles? ¿No me ha dicho por boca de Robbe-Grillet que el arte no obra el sentido, por qué entonces la literatura cruel nos redimirá? En el fondo de qué hay que liberar al hombre ¿de su humanidad o de su animalidad, de su bondad o de su maldad? Para Ovejero la literatura cruel, que me habla de las perversiones del hombre, de su depravación, de su corrupción, de cómo denigrar al prójimo, cómo degenerarlo ¿es un modo de liberarme? ¿Es más libre Rudolf Höß que Maximiliano María Kolbe porque el primero deja brotar su perversidad y depravación frente a los judíos a quienes odia y no lo oculta, ni se tapa, ni se corrige, ni lo necesita, ni lo piensa, ni cree que haya que hacerlo… porque solo debe dárseles una solución, la solución final? Por lo que leí -por quedarme en ayer por la mañana- en La fragilidad del bien de la flamante Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Martha Nussbaum, ella no estaría de acuerdo.
Martha Nussbaum