¡Qué de añoranza y gustazo al leer esta obra
de Miguel d’Ors! Por unos motivos y otros hace siglos que no leo crítica
literaria, con perdón, sesuda –profusamente documentada-, académica -¡que no
escolar!-, cargada de ese poso que dan las muchas horas de lectura, las muchas
batallas con textos diversos y variopintos autores, el saber acendrado, lejos
de la opinión gratuita e infundada, sin impresiones gratuitas.
Recoge
Miguel d’Ors en estos textos artículos que se han publicado en otras
oportunidades, en otros volúmenes y quizá por ello, por la dificultad de
acceder a su lectura, él hizo el gran favor de compilarlos. Comenta autores de
finales del XIX y de comienzos del XX. Reconozco mi afecto incondicional a
muchos de ellos, mis muchas lecturas… de ellos, sobre ellos.
Los
escritos sobre poesía, la mayoría, como excelente poeta que es el mismo
profesor d’Ors, son deliciosos. Su Galicia entre brumas, camino de cualquier
parte, con Rosalía son un regalo en este tremolante y lluvioso otoño de
Andalucía. El lector agitado por la prisa pensará que d’Ors se mueve sinuoso y
lento entre los versos, entre las palabras, que mima y acaricia antes de
devolverlas en su contexto límpidas y claras, más comprensibles, más fáciles de
amar. No hay prisa, vamos camino del saber, no de lo informe e informal y
frívolo, mi amigo.
Me
hace gracia, lo ignoraba, el paso de Machado con Valle por Granada. Muchas
veces me pregunté si vendría Machado para algo a Jaén. No me consta. En ningún
libro lo leí. Siempre fue Machado más hacia la Sierra de Cazorla. Cierto que de
paso seguro estuvo, pues desde Baeza –puede que me falle la memoria- el poeta
fue con destino al oeste, olvidé el lugar y el motivo -¿Huelva?-, pero seguro
que miró atónito el castillo de mi pueblo, sobre un peñón entonces sin pinares,
jactancioso, roqueño, plomizo, seguro. Valle-Inclán, ese impar personaje de sí
mismo, esa figura teatral que se representaba a sí propio y don Antonio
Machado, sereno, tranquilo, junto al bullicioso Valle, por Granada: ¡las que
uno se ha perdido!
Los
Barrios de quienes nada sabía servidor. Cierto que tengo por ahí un libro del
mismo d’Ors –Dios queriendo se comentará en este blog más adelante- en el que
se da cuenta y razón de la relación entre Ángel Barrios y Manuel Machado, de
quien d’Ors sabe quizá más que nadie… Me cae bien Manuel Machado, aunque lo
prodigué poco.
También
su abuelo, Xènius d’Ors,
es objeto de algún artículo. ¿Quién lee ahora al genial catalán? Lo ignoro. No
hace mucho anduve con un libro suyo sobre el juego, si no me falla la memoria,
esa escopeta que dispara cartuchos donde la pólvora anda a remojo. ¡Cuántas
anécdotas simpáticas no se le atribuyen al abuelo de Miguel! Chispeantes, graciosas,
ocurrentes, cargadas de la inteligencia propia de quien fue un genio: “Los
experimentos, con gaseosa, joven”.
Suelo decir que a Juan Ramón no lo leo
ni yo… ¡que tanto lo he leído! Juan Ramón es hoy solo objeto de estudio
abocetado y presuroso en el último curso de bachillerato. A Juan Ramón le
dedica Miguel algunas de las páginas excelentes de los artículos que componen
este libro. Recuerdo vagamente, perdón por mi reiterada desmemoria, que me
contó algo sobre un comentario que aquí se halla completo. La muerte de unas
bañistas en el norte de España provoca en Juan Ramón un poema de Estío (XLV)
que Miguel documenta hasta el mínimo detalle: qué felices y costosas pesquisas
las que llevan a historiar la literatura y darles sólidas peanas, muros
inexpugnables a la opinión infundada y lerda…
Abruma y acuna el saber de d’Ors, ¡que
bien me hubiera gustado contar entre mis maestros y ni siquiera alcancé a ser
su alumno!, solo fui contertulio esporádico en su despacho siempre abierto a
todos los vientos de una Facultad que compartimos: una puerta abierta y una
sonrisa amable para quien quisiera hablar de Literatura, para quien quisiera
preguntar por Ella, por la Poesía, por…
─ ¿Se puede, don
Miguel?