30 de julio de 2012

Miguel d’Ors, SOL DE NOVIEMBRE




         Segundo libro que leo de Miguel d’Ors seguido de un primero, casi sin pausa, sin solución de continuidad. “¿Estoy leyendo qué libro?”, me pregunto. Y me respondo: “Estoy leyendo a una misma persona, a un mismo poeta. Eso da unidad a la poesía”. ¿Cuántas veces no hemos leído u oído decir a los creadores que muchas veces, ellos mismos, tienen la impresión de estar con un mismo libro, con una misma obra que, por no alcanzar lo deseado, se crea y recrea desde distintas facetas, como algo distinto, siento todas ellas una unidad, etcétera, etcétera?
         Brota y mana mansa la poesía de d’Ors de un yo poético concreto, de carne y hueso que vive y revive en los poemas, tamizado o zarandeado, recreando su vivir, queriendo imaginar lo vividero, lo vivible, lo posible e incierto que el futuro cierra. La poesía es por y para la vida, desde el yo para un tú, para convertirnos en un nosotros, amor al otro, al fin y al cabo. ¿O es miedo a la soledad?, para ahuyentar las sombras que nos rodean, que nos hablan de un tiempo que huye, de la vejez que se avecina, de la muerte… ¿Por qué pongo una disyunción y no una conjunción?
         El poeta otoñal vuelve la mirada a su pasado y el recuerdo le muestra estampas de un tiempo imposible, pues se fue de verdad y para siempre. Me da la impresión de que el poeta se coge a las emociones que, tras trabajarlas, se convierten en sentimientos. El amor, entiendo, a su mujer esa gorda que nombra; la familia; los espacios gallegos o granadinos; el campo y me pregunto ¿por qué tantas urracas, don Miguel? Me resulta graciosa la familia de allá, la familia de otros tiempos: esos tíos esplendentes de Miguel, como el tío Chano: ginecólogo rico y cazador, lector del Times y feliz de esposa y de hijos y de barcos y de amigos; un tío registrador, lento bebedor de café y de la vida y lector del ABC… Tíos hoy imposibles –la vida los tiene ahora prohibidos- que habitan en el “descanso eterno”.
         Necesita el poeta descansar, anhela descansar. Un afán por un tiempo donde el tiempo desaparezca y no transcurre. Vivir es ver volver, decía Azorín… No es el caso: vivir es ser y estar fuera del tiempo. A veces, aspiramos ciertamente al limbo. En el fondo es la nada de la que venimos la que nos tienta, clama por nosotros, frente a la esperanza que anhela una vida sobrenatural con un Dios que de ella nos crea por Amor.
        
         Siempre lo mismo: el sueño
         de estar en otra parte

         La tentación más vieja del mundo. Adán y Eva, que viven maravillosamente, desean ser como Dios, vivir como dioses menores. Quiero ser el otro. Me pongo en venta. Quiero ser ese; quiero una situación como esa; busco vivir como aquel y así sucesivamente.
         El poeta vive y anhela un don excelso que aún no llega… ¡porque eso justamente es la vida!, un aún no, todavía no, propio del status viatoris, propio de quien está de camino y aún no llegó a la meta. Un todavía no, por eso Polo comentaba –y Miguel lo debe conocer, y yo lo repito con frecuencia- que todo éxito es prematuro… El signo positivo de la cruz necesita de la gracia de la fe: sin ella, la vida se convierte en una cruz de martirio como la vista por griegos y judíos, escándalo y locura.
         Trenza y destrenza. Teje y desteje… Penélope para que el tiempo no transcurra. El poeta va y viene. Vive en el presente, pero también se sabe pasado, condicionado, cargado con la impedimenta de sus recuerdos. Lamenta y nota el tiempo que pasa y hace su labor: cansancio, desgaste, operaciones, muertes, lo que nunca será ya.
         Brota emocional la poesía de d’Ors del manantial íntimo del vivir cotidiano, de la experiencia del paso del tiempo, de los sucesos, de los espacios, del otro y del Otro… y se remansa en sentimiento firme y claro, en pensamiento irónico, sin sombra de melcocha sentimentaloide o plañidera, porque aún por noviembre hay sol.

26 de julio de 2012

Miguel d'Ors, LA IMAGEN DE SU CARA, (y termino).


       
         Dos apartados más componen esta obra. Más breves que la primera, pero no por ello con menos enjundia, no por ello con menos sorna…
         Se me olvidó decir en la anterior entrada –que para esto también está esta- que el poeta teje un trazado semejante al que da pie indirectamente, entiendo, con las palabras de Borges al título del libro. Hace referencia a algunos otros de sus poemas o de sus libros, de sus gustos literarios o musicales y genera así un mundo que no puede ser tan cerrado y próximo al generado por el novelista –Faulkner o García Márquez, me vienen ahora a los dedos-, pero no es una mera reiteración repetitiva y redundante como sucede en algunos poetas de los que ahora no quiero acordarme.
         En la segunda parte, tras Álbum, El arte por no helarte escribe el poeta:

Y me dice: un poema
debe ser como esta cartulina marchita:
debe reunir en un solo instante de magia
lugares, tiempos, vidas,
sueños que se entrecruzan con más sueños

y cosas que no pueden entenderse.

         ¡Claro mi amigo, claro! Para eso estás tú, para tantear con tus versos en lo enigmático y misterioso del hondón de la existencia, de la realidad y de las almas, del que va camino del Santiago eterno, bajo el status viatoris… Es el poeta el encargado de atisbar, de mostrar, si puede, eso que es incomprensible y ahí están tus versos que me llevan por tu Álbum a no quedarme helado y volver sobre mi existencia y mis recuerdos. El poeta vidente, el poeta torre de Dios
         De pasear por otros poetas, por otras voces, por otros ámbitos, te pasa a ti y nos sucede a todos, que, al final Mis mejores versos los escribieron otros poetas… Como bien escribes (hoy le comentaba a un amigo de un cretino, bien podría ser político, que recomendaba entre todas las obras habidas especialmente, encarecidamente… ¡las suyas! Mi repugnancia más leal para él). Meditamos en los versos y los escritos de otros y nos parece estar remedando, copistas en la torre, lo que otros pensaron, lo que otros vieron… ¿No se trata, de eso, al final, Miguel, de ir y volver cien veces por la misma vereda hasta llegar hasta a su final, allí, al otro lado de la pared sin muro?
         Darditos envenenados para los eruditos a la violeta, para los sabios de salón, para los listos de los congresos, para los publicones de necedades insustanciales… No son citados con sus nombres quienes se autoproclamaron y denominaron enemigos pero sí los amigos: Felipe Benítez, Andrés Trapiello…
         Concluyo con la cita que en la obra no es sino un trocito de pan, Mateo 5,11, pero que sopo y dice: Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
         Me quedo con la verdad indeleble de su poesía, don Miguel. Ahora vengo.

24 de julio de 2012

Miguel d'Ors, LA IMAGEN DE SU CARA, (I)


     
 
                                        A Oli, con mi cariño, por ser 
                                        tan buena bibliotecaria.

       En una razzia amable la casa del amigo saqueo. Su hija primogénita es la bibliotecaria. Ella, muy seria, en su papel, toma nota exacta de todos los libros que cargo. Adhiere un papel donde me indica cuándo he de devolverlos. Bien hecho. No lo olvidaré. Gracias al amigo, gracias a la bibliotecaria.
           Leer poesía es volver, a veces, por una senda semejante a otras recorridas. Volver a casas de algún modo conocidas… Quiero dar, primero, me permitirán, las gracias al poeta por su donación a fondo perdido de su existencia en versos… ¡Qué maravilla!
         “No comprendo la poesía y por eso no la leo”, me dice una buena amiga. Esto me recuerda a veces al viejo anuncio de la tónica Finley… en la que la conclusión es “que la ha probado poco”. Es posible que así sea.
         Conocí a Miguel d’Ors hace mucho tiempo. En la Facultad de Letras de Granada. No tuve la fortuna de que me diera clase. La vida a veces se muestra esquiva; mas como no es fácil conformarme, aunque no me diera clase, me colaba de rondón en su seminario para alumnos –la puerta del despacho siempre abierta donde él, dentro, solía estar solo y leyendo- hasta que descubrió sí que yo era alumno, pero no de sus clases. Nada le importó. Nos gustaba la Literatura con la que él había convivido tanto y a mí me gustaba saber de sus caminos posibles, de sus ciudades y castillos, de sus casas encantadas, de sus albergues, de sus noches, de la soledad muda…
         Dividida La imagen de su cara en tres partes, en la segunda, El arte por no helarte, allá por su poema Nuevas tendencias de la crítica literaria concluye con un rotundo “Quita tus puercas manos de mis sueños”. Cierto, ¡ah!, claro que sí… ¿¡Cuántas veces, mis queridos escolares, no reflexiono sobre esa realidad grosera que disecciona con manos y mentes sucias poemas que fueron concebidos tan solo para ser leídos? ¿Con qué derecho llegan, o llegamos, los demás para decir o dejar de decir…? ¿Es que acaso no está bien dicho y escrito lo que el poeta escribió y está ahí en el libro?
         Tengo las manos limpias. La mirada clara…, porque no soy como esa rubia que no ve al poeta. Entro de puntillas en la poesía con el afán de no despertar los versos, como un vientecillo suave que los airea y vivifica.
         Son los poemas, casi todos, de los años noventa, comienzos. En su primera parte, en Álbum, el poeta nos invita o se invita o es invitado, o todo a la misma vez, a remirar y repensar y recordar lo pasado. Un álbum esconde el pasado quieto en unas instantáneas. Unas fotos que recogen una risa helada y forzada o amable u olvidada. ¿En que fue a parar ese que fui yo? Viene a decirse el poeta.
        Miguel, no lo conozco lo suficiente, creo que por gallego, por curtido, por inteligente mira con cierta sorna, con ironía cierta sobre él y su quehacer, lo que le permite tomarse perfectamente serio en broma. Fácil decir lo del gallego en la escalera que no se sabe si sube o si baja, cuando la realidad es simple: está parado. No más.
          De la mano por su Álbum el presente lleva al pasado y este sitúa el ayer en ahora, en este mismo instante, en suave vaivén de un tiempo que carece de relojes y de días y de almanaques.
        Rememoración amable, a veces, no tanto en otras, que se guía por los sentidos externos –el olfato y la vista principalmente- de pequeños detalles apenas perceptibles para el niño que era entonces el poeta. De lo insignificante se carga el revólver que dispara hoy sus versos con balitas ayer llenas de pormenores fragmentarios. El colegio, los antepasados con laberínticas relaciones de sangre, las fotos que sugieren mundos extinguidos o falsos.
         Nostalgia, saudade, añoranza, sin sobresaltos, sin queja, sin anhelo de recuperación sino solo constatación de lo recordado: los objetos, las personas, los momentos… Los seres en sus espacios y sus tiempos colocados en la caprichosa balda del recuerdo donde todo se acomoda de forma extravagante y caprichosa. Ahí desfilan: Tía Pepita, tío Atilano, su padre en el frente de Guadalajara allá por la Guerra fratricida del 36, el Hermano Isidoro dando clase…
         Se envuelven los poemas en la misteriosa sencillez de lo cotidiano, de lo vivido con presuroso paso y que ahora, en el verbo del verso, se remansa y estanca, se sitúa y acomoda. Todo parece tan elocuentemente sencillo en el suave vaivén de los poemas de d’Ors que invitan a la propia rememoración: ¡qué enigma de laboriosa sencillez!
         Recuerdos de sus tierras de allá del norte, de Galicia y Navarra, de Pontevedra y Pamplona, Granada en su sierra… Por allá anda ahora el poeta. ¿Tendrá plantas como en el sur?

23 de julio de 2012

CARPE DIEM!

Con los colegas en la puerta de casa.
         Casi de puntillas, un punto corrido por avergonzado regreso por aquí. Buenas tardes. Lamento haber dejado en desamparo mi blog, pobrín.
         Permítanme una breve explicación quienes con cariño me siguieron y esperaban mi vuelta o preguntaron por mí.
         El creador, el escribidor, el emborronador, el productor-generador de textos, el artista que pinta o compone, que cincela o baila… es, cada uno, un mundo distinto. Dicen que los artistas tienen o tenemos nuestras manías, ¿acaso quienes no lo son no las tienen? La manía es congénita al humano y más aún cuanto más viejo. Es mi caso, querido lector, que no puedo escribir otros textos cuando estoy centrado en alguna aventura compositiva larga, compleja, etc. Cuando me hallo en esa situación, me encuentro absorto, embobado, secuestrado por lo que hago y no puedo dedicarle tiempo a otros textos. Tomo notas, sí, pero no puedo escribir algo con cierto alcance. Es la explicación de lo que sucedió en estas semanas.
         La pregunta se sucede lógica: “¿Y en qué andaba vuessa merced embarcado, seor escribidor?”. Pues el caso es que no deseo decirlo hasta que se concrete, porque estas cosas ni van ni vienen, sino que se mueren en los cajones muchas veces y de ahí quizá no deban salir. De ser, ya lo diré aquí y con gusto, pues para ustedes es y, por tanto, nobleza obliga.

* * *

         Me preguntan qué leo en verano. Lo que no deja de sorprenderme. ¿Es que hay lecturas de verano y de invierno como si de ropa se tratara? La verdad es que lo ignoro. En verano y en invierno, a quien guste, que lea lo que le dé la real de la gana, siempre que sea de bueno y de provecho. La falta de tiempo no es enemiga de la lectura, sino la falta de previsión en el horario para leer. Si no tengo previsto hacer deporte, no lo haré. Si no tengo previsto a qué hora voy a clase de alemán, no leeré a Goethe en su lengua… ¡es sencillo!
         En los próximos días les voy contando aquí qué leo…, porque estoy, además muy ilusionado.
         De lo leído para lo trabajado callo para no dar pistas. Solo decir que me lo pasé bien. Es curioso que, las lecturas de esos libros, me llevaran a esos momentos en que los leí, algunos de ellos hace muchos años. Ha sido un viaje hermoso. También les contaré llegado el caso.

* * *

         A lo peor es impertinente en un blog como este decirles que descansen todo lo que puedan. Ilusorio soñar con islas cuasi desiertas de playas blancas… Para descansar… cambiar un poquito de la actividad cotidiana. Regalarse espacios felicitarios. Les confieso que compré en un anticuario un hermoso azulejo donde reza ese Carpe diem! que se traduce en Hodie et nunc!, es decir, hoy, ahora, aprovecha el momento, sé feliz ahora… y si es leyendo… lea.
         Si fue impertinente, disculpe.

2 de julio de 2012

Bruce Bégout, LUGAR COMÚN. EL MOTEL AMERICANO.


         Como ya he comentado en alguna entrada anterior y con referencia a cómo uno selecciona los libros que lee, por qué los elige, cómo llega a ellos, cómo se antepone una lectura a otra… nos solemos encontrar ante el portalón del enigma. Es el caso del libro que paso a comentar.
         Me lo recomienda un geógrafo amigo, interesado en el urbanismo, persona de mi confianza… que me dice que lea a un autor y me da dos títulos de los que elijo uno al azar. Lo pido a mi librera y así llego a Bruce Bégout a su Lugar común. El motel americano. De reojo mi mujer me pregunta si el libro va sobre los locales de colorines que hay en las carreteras… le explico que no exactamente, pero que también en parte sí.
         Felicitar al autor y al traductor, pues leído en español el texto es un prodigio de creación y exactitud. Se ve que tanto uno como otro han mimado el hallar la palabra exacta y, además, han logrado cobijar adjetivos bajo sustantivos que nunca vi juntos, que nunca hubiera pensado amigos. Me gustó.
         Si usted me pregunta de qué va el libro, yo tendría que contestarle que de los moteles… Sí, así, de los moteles yanquis. Esos moteles que hemos visto en mil películas, que hemos imaginado –semejantes como dos gotas de agua- en las lecturas de tantos y tantos libros. ¿Pero y qué se puede decir de los moteles?, se puede preguntar usted y me pregunté yo…
         De los Estados Unidos en sí, digamos no he leído gran cosa. Quiero decir sobre su geografía, sus gentes, sus costumbres… Conozco de ellos lo que se nos ha colado dos millones de veces por la tele. Hace muchos años leí un libro de Miguel Delibes, USA y yo, que me aproximaba a esas gentes hace cincuenta años… También leí un libro de viajes que se cita en esta obra, un libro de Steinbeck, Charlie y yo, en el que se nos narra el viaje del novelista en una caravana, creo que era, por los Estados Unidos… No va más, si no me falla la memoria.
         El motel es el símbolo de una sociedad uniformada, una sociedad que anhela y busca lo distinto y halla un espacio semejante, casi idéntico, junto a la carretera, donde la gran sorpresa es que no hay sorpresas para el viajero. Todos los moteles son semejantes. Todos los moteles tienen prácticamente lo mismo. El motel es un espacio que se crea barato para dar albergue al viajero, de hecho el motel es palabra derivada de motor y hotel… El viajero impenitente, el hombre que necesariamente por su trabajo va y viene, atraído por unas luces de neón, paga unos dólares por descansar un rato.
         El motel ha sido motivo de mil películas (Psicosis de Hitchcoch), de novelas (Lolita de Nabokov)… Es el motel espacio para ocultarse, es el motel el espacio idóneo para el negocio poco claro, para las relaciones ilícitas… El ambiente desencantado y monótono, ¡ese es precisamente el confort del motel!: todo es conocido, todo es lo mismo, todo es repetido, todo es… idéntico: una cama semejante frente a un televisor casi idéntico, en un dormitorio la mar de parecido al de la noche anterior a quinientos kilómetros, con un aseo calcado al ya conocido, con un vaso envuelto en una bolsa de plástico que bien pudo ser el mismo que usó la noche anterior. El coche queda aparcado delante de la misma puerta. Nada se oye, a nadie se ve…
         Curioso el concepto que no habría sabido nombrar con exactitud del hobo… Llamado así en el inglés americano al hombre que vagabundea, que trabaja a veces, que está un tiempo en algún sitio, que luego se marcha, que no se adapta a un mismo espacio, incapaz de tener responsabilidades a largo plazo… No es el hobo un vagabundo, ni un pordiosero, ni un pedigüeño… Me ha recordado a ciertos personajes de las novelas americanas de los años 30 tras el crack…
         Libro de lectura amable, entiendo, para el viajero, para quien gusta del mirar y desde ese mirar deducir cómo es la sociedad que da lugar a un espacio como el motel y qué de deriva de ello. Eso creo que hace Bégout… hace de espectador atento, trascendente,… para el lector.