30 de junio de 2011

(Charlie-salida-15) Y si no salvo mi circunstancia…


    Hay frases, expresiones, que hacen fortuna. Sin duda la de Ortega, yo soy yo y mi circunstancia… es una de ellas sobradamente. Solía comentar Marías que raro era, sin embargo, quien sabía la continuación de esta frase y su correcta interpretación.
    Sin duda mi definición de felicidad, charlie, nace en parte de esa concepción orteguiana que me parece acertadísima. Cuando balanceo quién y qué soy…, sin duda en esas anotaciones contables debe consignarse la circunstancia, en singular: una y diversa.
    Hablábamos de la felicidad como esa realidad necesaria a la que tiende el hombre y que brota de su quehacer, de su movimiento. El hombre indigente va y viene, se azacana en mil realidades: un no parar, un continuo interactuar con la realidad, piensa, calcula, habla, hace con los otros hombres… La realidad nos condiciona, charlie. Hablábamos de la familia, del pueblo donde vivimos, la cultura en que nos desenvolvemos… He escrito nos condiciona, pero no más, pues como afirma K. Lorenz el hombre carece de nicho biológico. El hombre es capaz de adaptarse… ¡amigo mío!: ¡de adecuarse a la situación! Puede que ésta sea mejor, peor o mediopensionista, pero el hombre la puede transformar, la puede salvar, según en término orteguiano, dar cabal razón de ella, hacerla suya, medio felicitario y de ahí nace que, en el peor de lo momentos, de la necesidad podamos hacer virtud y salir airosamente felices.
Konrad Lorenz

    ¿Con quién o quiénes viajo? Hermosos versos de Manrique, acertados: las vidas son los ríos… Larga meditación del poeta en sus Coplas sobre la vida y la muerte. Ubi sunt? Sin duda es capital elegir bien los compañeros de viaje. La familia, el pueblo, la cultura en que nacemos… nos vienen dados. Pero, ¿y los amigos? Sí, charlie, sí: lo tengo anotado. Hablaremos en este A ras de tierra de los amigos y de la amistad, otra realidad innegablemente necesaria.
    El hacer del hombre es con otros hombres. Por eso la felicidad es puerta que abre hacia fuera. Quien insiste en cerrarse en su torre de marfil, el misántropo, el egoísta… no pueden ser felices. La soledad y el ensimismamiento son necesarios para reincorporarnos al torrente social, de relación con otros y con bríos renovados.
    Según Pilar ya, a estas alturas, el párrafo sobre la felicidad está resultando largo. Es posible. Hice lo que pude para este Leve prontuario para viajeros.
    Me dejo en el tintero, para otros derroteros, la importancia del amor –amar y ser amado- para ser feliz… Miro entre las notas y me acuerdo de quienes viven atados a una cama por su tetraplejia, Luis de Moya por ejemplo, de quienes los cuidan; de quienes nunca pudieron decir te amo, me duele, soy feliz, como Lola, la Niña; paralíticos cerebrales como Yiyo, que nunca andará sobre sus piernas; a quienes padecieron síndrome de Down y compartieron sus juegos conmigo en mayor o menor grado: Domingo Arteaga, Carlitos Gómez... Ellos están ahí para amar y ser amados bajo un velo terrible de ignorancia e incomprensión por nuestra parte.
    Podemos y debemos ser felices ahora. No esperes a mañana, charlie. No caigas en el error que Borges llamó pecado: “Cometí el peor de los pecados, no ser feliz”, Jorge Luis Borges.

29 de junio de 2011

La Felicidad: tristes balances, balances felicitarios…

    Cierto que contra gusto no hay disputa, es decir: De gustibus non est disputandum, aunque es impertinente e inhumano abandonar el edificio por la ventana del sexto, alegando prisa. Quizá tampoco sea muy inteligente ni felicitario.
    La felicidad, ahí estábamos, es balance subjetivo, general y positivo, de la adecuación entre el yo personal y el ideal y entre la persona y su circunstancia.
    ¿Quién soy yo? ¿Quién quiero ser yo y cómo y cuándo? Me defrauda y entristece la idea que alegan algunos para estudiar y trabajar para ser algo en la vida, expresión y modo de decir frecuente… “¡Para ser algo el día de mañana!”, aseveran convencidos: ¡Lástima de ese algo! Siempre respondo que ya por ser y ser persona se es alguien. Cuando se traduce ese ser algo o alguien en la vida como persona de relevancia, de prestigio, con medios, se me antoja un proyecto de vida pobre y decaído. En absoluto ilusionante por deslavazado y genérico.
    ¿Qué quiero ser yo? es pregunta que inquiere por la naturaleza de lo preguntado. Bien puedo responder que bombero en Lanzarote, ingeniero, padre de familia, santo… o feliz, por ejemplo. La ejecución de ese querer comportará quehaceres en absoluto incompatibles. Lo que sí debo es poner los medios adecuados, considerar los pasos que he de dar…
    ¿Quién quiero ser yo? es pregunta bien distinta a la anterior. En este caso se dirige a la mismidad de mi persona y sobre ella indaga. ¿Quién soy yo para mí, para los demás?, ¿quién soy yo en el mundo? Inevitablemente nos acordamos, charlie, de cómo trata esa cuestión del yo y el otro nuestro viejo amigo don Miguel de Unamuno (¿Y el Dasein de Heidegger?). Sí, soy padre y bombero… ¿y? Se me pueden asignar un sinfín de predicados: futbolista, lector, escritor, corredor, amigo, triste…, mas aún parece que no está respondida del todo la pregunta que indaga sobre quién soy…
      La infelicidad, la angustia, la tribulación, la desesperanza… nacen en la distancia entre lo deseado y lo conseguido. Cuando hago un balance entre qué y quién soy y entre qué y quién me gustaría ser, pueden emerger esos sentimientos arraigados y profundos que niegan nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestras metas y arrojan unos balances tristes, deficitarios, insuficientes, nos dicen que estamos en números rojos: nuestra vida no va por el camino deseado, buscado, anhelado. Esa vida se está malogrando, se puede frustrar y ahí, sin duda, hay un texto de Alejandro Llano que me parece inmejorable, largo para el caso, con perdón, pero espléndido, imposible negarme a reproducirlo:

Una vida malograda es una existencia herida y dispersa, que ha perdido el norte y la esperanza de recuperarlo. Como un avión mal pilotado, ha entrado en pérdida y no consigue remontar el vuelo. Ya no se procura entonces vivir bien, sino sim­plemente sobrevivir. No se trata meramente de que sea una vida mal orientada: está internamente empobrecida, porque se ha ido vaciando de su propia sustancia, de lo más valioso que podía ha­ber en ella. De modo que su desventura no depende sólo de lo que sucede fuera, de que la situación le sea desfavorable, de que las cosas le vayan mal. Es una vida que se ha dañado a sí mis­ma en puntos esenciales y no ha acertado a poner remedio a sus errores prácticos. El origen del problema no estriba en un superficial atentado contra la decencia, la sobriedad, la honradez o las bue­nas costumbres. La raíz de la cuestión está en que me he vuelto contra mí mismo y me he golpeado ciegamente y sin ninguna consideración, aunque probablemente haya sido con escasa vo­luntariedad, llevado más por la debilidad que por la malicia.
    Ha dicho. (Aplaudo a rabiar).

27 de junio de 2011

Cormac McCarthy, "La carretera".

    Me quitó las ganas mi amigo Juan Manuel Espinosa Wilhelmi: no le gustó La carretera de Cormac McCarthy. Me había yo leído de sopetón Meridiano de sangre, El guardián del vergel, Ciudades de la llanura, Todos los hermosos caballos, En la frontera… Reconozco que iba lanzado, admirado. Recomendando al yanqui por doquier. Y me frené en seco ante La carretera. Semáforo rojo. Mi amigo Juan Manuel Espinosa es hombre de gustos literarios y con conocimientos que los sustentan. Quizá no tuve en cuenta que hay gustos muy dispares. ¿Cómo resistir a la tentación de leerla si en la librería la tenía a mano? Imposible. En estos días me he leído La carretera de McCarthy y he disfrutado lo indecible.

    Quizá todos nos hemos planteado, alguna vez, qué haríamos en caso de un cataclismo mundial que diera al traste con el mundo que conocemos. Esto es justo lo que nos narra McCarthy en su novela. Situada espacialmente en los USA, un padre y un hijo caminan hacia el sur. El camino tiene para mí un carácter iniciático: el padre y el hijo aprenden en el viaje, en la carretera. Al sur parece que hallarán una salvación indefinida, inconcreta. La presencia de la carretera, el polvo de ceniza de un mundo que está aún casi en llamas, la búsqueda de alimentos, el frío, la opacidad de la luz, la noche, más carretera, un carrito empujado por el padre, hambre, miedo… Subir a la carretera, bajar de la carretera, al sur… Hambre. Ellos son los buenos, le repite el padre. Ellos actúan, incluso en un mundo que agonizó, con una ética de otros tiempos: comparten algunas de sus provisiones con algunos otros buenos que encuentran en el camino. No podían faltar los malos que, empujados por el hambre, son capaces de comerse materialmente unos a otros… La necesidad es mucha y los malos están dispuestos a todo. Más carretera. El padre y el hijo dialogan en parlamentos breves. Los sueños del mundo que se marchó vuelven una y otra vez al padre. Su mujer no fue capaz de afrontar la adversidad. Lo que el padre transmite al hijo es una aporía: un saber aprendido ayer… ¿para qué y para cuándo? Somos los buenos, se dicen entre ellos. El padre viaja enfermo. MacCarthy emplea con armonía los saltos atrás en los sueños, en los recuerdos del padre. La carretera es obsesiva. El padre sigue tosiendo cada vez más. Tienen golpes de suerte y hallan comida donde otros no la encontraron. Frío, hambre, polvo, oscuridad absoluta. MacCarthy recorta su estilo: la frase breve, pero ajustada al tema, al párrafo: nada de estilo facilón; hay una clara voluntad de estilo y la forma se ajusta a lo que nos narra. Más carretera. Un sueño. Llueve durante horas. Avanzar hacia el sur. Empujar el carrito con la comida, con los cuatro chismes que consideran necesarios. Una pareja con el síndrome de Diógenes.
    ¿Serían intercambiables muchos de los párrafos separados por blancos que escribe McCarthy por otros? Es posible, pero habría que hacerlo con cuidado, pues aunque el progreso hacia el sur del padre y del hijo es lento, hay avance. También avanza con lentitud la novela…, pero avanza. La tos del padre se acentúa y es más frecuente; la delgadez de ambos es subrayada con más frecuencia; tras su caminar por la carretera les persigue la sombra de la muerte les sigue más y más de cerca.
    He visto también la película y me ha parecido buena también. En fin, Juan Manuel Espinosa: es la vida. Amigos, pero distintos; no obstante, sigamos viajando por La carretera. La bondad siempre encuentra al niño y el fuego, el verdadero fuego, hay que llevarlo, que transmitirlo.

Segundo: Yo, mí, me, conmigo…, charlie.

    He vuelto a explicar la diferencia que existe entre ser feliz y estar feliz… Paso ahora a lo que me dicen muchos. Por ejemplo, mi amiga el Patio (no deje de visitar su amable blog: Suturas y segundas intenciones) me insiste, como otros, en que la felicidad depende de cada individuo, que según y cómo. Creo que algo ya dije sobre el particular en la entrada Cada uno baja las escaleras… (con letra de Serrat).
    Vamos a ir por partes. Es cierto, creo, como escribí, que hay sociedades, familias, culturas, barrios, ciudades… donde es más factible la felicidad: se dan excelentes condiciones para su cultivo y crecimiento. Hay situaciones que están en el límite de la condenación a la infelicidad de por vida, casi; aunque siempre hay resquicio para respirar por él y hallarla, advierto.
    Son innumerables quienes repiten la definición de libertad, cuyo origen desconocen, y que es de Stuart Mill: mi libertad termina donde empieza la de los demás. Esta definición es excelente para los poderosos, pues su libertad se puede extender ilimitadamente, sin conocer las lindes de la supuesta libertad de los demás y dejar a éstos más pegados que una pellejo a una pared (piensa, charlie, en los países ricos: ¿quién les pone el cascabel a lo que hacen, dicen, trajinan, maquinan…? “¡Es su libertad en expansión!”). El problema de la libertad está en su definición, aunque no toca hoy ese tema, pero viene al caso… La libertad es la capacidad de hacer el bien. Todo lo que no sea hacer el bien es hacer uso indebido del libre albedrío… Ah, charlie, pero ¿y qué es el bien? Aquello que a todos conviene… ¡a todos! Ahí tienes el bien común sobre el bien del egotista que lo expande hasta laminar al otro.
    El colibrí, el culantrillo de pozo…, por ejemplo, son seres delicados, mimosos, cualquier variación los aniquila. La felicidad, sin embargo, como la verdad, el bien… son realidades robustas, vigorosas que arraigan y crecen con facilidad en casi cualquier terreno y sobreviven ante cualquier adversidad. Hay sin embargo un hábitat que las hace inviables. La felicidad no cría ni vive ni crece en espacios donde está el mal. Es por ello que escribí que el mal es el límite de la felicidad.  
    El mal no se elige. Cuando opto por el mal es porque me he confundido. A la larga, mi error comporta abonar unas tasas. Las abono yo y las abonan quienes se relacionan conmigo, con el mal realizado, etc. Iba a escribir que cree el adicto a las drogas que con ellas es feliz…, pero no es así: pronto descubre que ha generado una jaula que lo encierra, lo limita, lo coarta…, lo hace infeliz y condena a sus prójimos a cargar con una trampa entre el bagaje.
    Me escribe mi amiga El patio: “Contemplar Las Meninas produce felicidad, sentarse a la sombra de una higuera produce felicidad, el abrazo de nuestros hijos nos produce felicidad, un regalo inesperado produce felicidad... Pues eso, Charli, cada uno es feliz a su manera”. ¿Qué hay, mi querida amiga, mi querido charlie, de común en todas esas actividades? Todo lo ahí citado es enriquecedor por ser conveniente a la persona, por ser bueno en distintos grados.
    Cuidado no obstante con las palabras… Creo que las palabras, como decía Saint-Exupéry por boca de mi amigo el Principito… hay que tener cuidado con ellas. Escribe el autor francés en Cartas a su madre: "Y uno se deja llevar por las palabras, las cuales engañan tanto como los sentimientos." Sobre la disquisición de los sentimientos y las palabras animo a leer los libros que sobre ellos escribió José Antonio Marina: La selva del lenguaje, El  laberinto sentimental, Diccionario de los sentimientos. ¿Puede una persona normal –con lo que este adjetivo comporta- vivir feliz a la sombra del sufrimiento de los demás  por el mal que el provoca? ¿Qué se dice esa persona? ¿Qué se dice el terrorista que asesina vilmente? ¡Que está haciendo justicia para su pueblo!, y se convence… Quien hace el mal a sabiendas no es feliz…, puede parecerlo, pero sobre todo es MALO.

24 de junio de 2011

Bernardo Munuera y la creación literaria...

    Por favor, visite La manía de leer (Pulse sin miedo). Este Bernardo Munuera es un preguntón. Un tipo pariente lejano de Sócrates. Sí, de Socrátes, el griego, el auténtico, el desterrado y todo eso de sóloséquenosénada y dale que te doy con la pregunta.
    Anda el tipo ensimismado persiguiendo el punto y el modo en que el creador se arranca con una novela, por ejemplo, y no la deja, y la persigue y se atora, pero continúa. El primer chispazo es lo que él quiere ver. Creo yo que anhela asistir en barrera a la repetición de la creación del mundo. Sentarse allí y ver cómo sale el fulgor divino que dio comienzo al festival. Algo así, creo yo.

    Ya le he explicado varias veces que mis novelas nacen, crecen y sobreviven, mal que bien, de un mismo modo. Nunca las llamo, sino que soy llamado por ellas. Se me ocurre una ideíta. Un tipo que va por la calle. Una conversación en la ferretería mientras miro un porro de cinco kilos, unas cadenas inoxidables, un taladro para abrir más de una mollera por comprobar su contenido… La señora que fuma descarada con las piernas mal cruzadas y las bragas verdes. La chica elegante e inteligente: no tiene por qué ser guapa y tonta; las hay bien guapas e inteligentes.
    Pues bien. Ya lo tenemos ahí. Ese señor del sombrero y la mancha en la cara. Parece una quemadura. Una vieja herida que se hizo, imagino, cuando sirvió en el Rif. Entonces España era aún, en las pesetas, una unidad de destino en lo universal gobernada por un Franco que era Caudillo de España por la gracia de Dios. Ahí es nada. La quemadura, el tío, el cinto apretado. Ha perdido peso. No es ya joven, pero está fibroso. Se mueve con lenta seguridad. El vaso lo lleva a los labios y apenas bebe. Toma vino blanco en caña de cerveza. Piensa. ¿Recordará aquel amor de unos meses que se perdió en el secarral de las dunas? ¿Acaso piensa en el capitán que los mandaba? Sí, claro que recuerda su nombre: inolvidable. La sexta compañía, la suya, “¿La sexta, señores? La sexta –les dijo- es la mejor compañía de este puto campamento. La sexta es el orgullo del ejército español… La sexta… -ya rojo, casi espumeando saliva-… ¿La sexta, señores? La sexta es la polla”… “Eso eran arengas enardecidas”, medita, lento. Mira sin mucha convicción. Tiene la seguridad plena de que nada le sorprenderá: lo ha visto todo, cree.
    Y así va siguiendo un texto que se enriquece con temas, con citas, con notas que se recogen aquí y allá, que se transforman. Imposible en el tranvía: no lo hay en mi pueblo. Hay raíles, pero no tienen billetes que lo empujen. Esto es lo de Abundio: que vendió el coche para comprar la gasolina. ¡¡Intelectuales de la política!! Digo que no anoto en el tranvía, pero sí en el coche… “Que no se me olvide esa estampa”: anoto los colores que pinta la noche mientras arropa al atardecer…
    Convivo durante mucho tiempo normalmente con los personajes y con las historias mientras sigo recolectando ideas que escribo en el ordenador: Woody Allen lo hace en una máquina de escribir; y Paco Umbral, que en paz descansa, también lo hacía en máquina de escribir.
    Luego, un día, otro día, me siento y escribo y escribo y escribo… A eso lo llamo generar texto. Todo el texto que puedo. Escribo y escribo. Voy ordenando las notas al par. Descripciones físicas, psicológicas, espaciales… Asigno temperamentos, caracteres, personalidades…
    Y Bernardo pregunta y pregunta y pregunta. Todo le llama la atención. Es un niño preguntón en una feria de muestras para tiendas de chinos… Ninguna contestación le satisface: más, más, más… ¿Y luego? Pulir y recortar y despreciar y retocar párrafo a párrafo y hacer catas de estilo y dejarlo descansar mucho, más: más descanso y más distancia con respecto a lo resuelto, lo dado por finalizado y no, no es eso, no era eso. No salió lo apetecido, lo anhelado, lo buscado. Insatisfacción. En fin. Es mi engendro, es mi hijo… Lo amo como es, pero lo deseaba mejor, perfecto… Imposible.
    Y vuelta a empezar, Bernardo…

23 de junio de 2011

Primero: Ser o estar feliz, charlie.

    Mi querido charlie, me llegan notas –unas publicadas y otras privadas- sobre lo escrito de la felicidad. Muchas gracias a quienes me han animado con sus críticas, con sus comentarios…, pues éstos me ayudan a meditar sobre este asunto tan importante: a repensarlo, revirsalo, acendrarlo. Muchas gracias. Para servir estamos.

    Como realidad intelectual, la felicidad es un concepto enrevesado, denso. Por mucho que la quiera tratar sin abundamiento excesivo, es inevitable la complejidad. Trivializarlo sería una impertinencia. Cierto que una cosa es la complejidad propia de la materia y otra bien distinta que mi modo de exposición sea prolijo e ininteligible. Lo segundo es indeseable, pues pretendo ser sencillo.
    Dos son las directrices que llevan los comentarios que se me hacen y los dos fueron explicados, si bien se ve que no con la claridad que requerían, pues no convencieron: vencer no es posible aquí; lo mejor es vencer contigo, charlie. La evidencia es la más decisiva de las demostraciones, sostenía Cicerón.
    Primero. Hay que distinguir, creo, entre ser y estar feliz. Ser feliz comporta un balance general positivo de la existencia, etcétera, con una continuidad; la felicidad se mantiene en el tiempo, en los altibajos cotidianos, en las más diversas circunstancias. Es posible que no se lleve dinero en la cartera en ese momento, pero se tiene en el banco.
    El estar feliz, sin embargo, comporta transición. “Estoy feliz”, me digo, si el balance vital  arroja un saldo grisáceo y confuso de la existencia, las más de las veces, negativo. No soy feliz, estoy feliz. Se abandonan el subsuelo y el espacio tenebroso en que se vive y se sale por unos momentos a la hermosa luz de la felicidad: estoy feliz. Ha cruzado una buena racha. Algo amable y felicitario se presenta, pero con carácter transitorio, va de viaje, no se detiene… mañana se vuelve a ser infeliz, se carece de armonía, de equilibrio, de la paz necesarias para respirar hondo y mirar el presente y el futuro con el sólido y claro optimismo de quien se sabe afortunado, capaz, con un proyecto firme de vida, etcétera. Mal negocio, insisto: hay que detenerse a meditar qué no va bien, qué hay a mi alcance que se pueda modificar para dejar de estar feliz y pasar a ser feliz.
    Así pues, quien está feliz le ocurre como me dice un conocido: muy interesantes, sí señor. Lo [que] poseo es "alegría momentánea" (aunk el moment sea una semana) pro seguiré buscando la felicidad. Quien es feliz tiene la convicción, la firme convicción, de que lo será mañana…, aunque mañana no exista.

21 de junio de 2011

(Charlie-salida-14) Cada uno baja las escaleras… para ser feliz.

    Estábamos acendrando la definición que di de felicidad, charlie. Me gustaría que la ganga cayera. Deseo que sólo quede lo seguro, la apoyatura intelectual que me ayude, y te ayude, a movernos con felicidad, pues hemos quedado que ésta surge, brota, emana en situación de actividad.
    Hablábamos del balance y su subjetividad. Y deseo detenerme a remirar este rasgo de esa realidad que llamamos felicidad. Es subjetiva en cuanto que es personal, ¿o hay sociedades que, en su conjunto, son más felices que otras? No creo, charlie. Esas medias que inventaron los sociólogos para medir la cantidad de coches por personas, de jamones que se consumen por familia, suelen ser engañosas: hay quien se come cuatro pollos y da una media de dos pollos por cabeza, cuando el otro individuo ni los olió. La felicidad es personal. Es cierto que habrá sociedades, estados, naciones, culturas que faciliten el poder acceder mejor a la felicidad. Entiendo que la cultura en que nazco, la nación, la familia puede condicionar notablemente mis posibilidades…, y huyamos del biologismo determinante. Sin duda, como tú, esto lo conozco de primera mano, no es lo mismo nacer y crecer en una familia equilibrada que hacerlo en una familia desestructurada. No es lo mismo charlie…
    También es subjetivo el balance en tanto que no lo puede hacer nadie por mí. Sólo yo puedo saber si soy o no feliz. La mirada al vecino risueño y próspero no mide su grado de felicidad. La consideración de la señora vieja, gorda, fea y amable no mide su grado de felicidad, pues es difícil conocer la clase de adecuación que con todo ello, ¡y mucho más!, tiene esa señora.
    Pienso que todos los coches de gasolina se mueven con gasolina. Eso, al menos lo tienen en común. Luego hay coches de muchas clases. Creo que el hombre tiene un suelo y un techo antropológicos que le hacen común al resto de los hombres. Es por ello que, enfocando cada uno su vida, como puede, le dejan, quiere, etc. debe de tener unos parámetros en común con el otro para alcanzar la felicidad. Creo que ese techo y ese suelo vienen limitados por el mal. Todo aquel que se hace mal, que hace el mal, no puede ser feliz, aunque él lo pueda creer, aunque él pueda engañar, engatusar a su inteligencia. Algo le dice, seguro, que o pone gasolina o gripará el motor. Quien hace el mal es malo y el malo no puede ser feliz.
    Cada uno bajará las escaleras como quiera, pero convendrá no bajar por las ventanas altas del edificio: las caídas, a veces, no tienen buenas consecuencias.
    No lo dude: pique en este enlace, no se arrepentirá: Joan Manuel Serrat.

18 de junio de 2011

(Charlie-salida-13) Una definición de felicidad, mi definición... (II)

    Ser feliz no es estar alegre. Ser alegre no es ser o estar feliz. El feliz no está en una situación continua de placer o en placenteras circunstancias. Yerra en esencia quien espera una situación vital ideal para ser feliz. Tiene esperanza o ilusión quien aspira a lo mejor que está aún por llegar… (oye, charlie, hay que ser feliz ahora mismito).
    La felicidad es estado de plenitud, encontrarse bien –por dentro y por fuera-, tener la conciencia tranquila, es paz, orden… Armonía. Equilibrio. Posesión racional de todo ello. Convicción de estar en lo bueno, en lo mejor o en camino de conseguirlo. Asentimiento y aceptación de lo alcanzado, bueno y menos bueno, de lo padecido, de lo bregado por alcanzar. Mi vida tiene sentido en el mundo que me rodea: entre mis semejantes y la realidad. Me sé. Me tengo.
    Mi condición humana me impele a moverme por ser indigente. Sólo el Ser es motor inmóvil. Quien no necesita no se mueve dice Aristóteles en su Física y en su Metafísica. Charlie, tú y yo nos movemos: no hay más cáscara.
    No me resisto a reproducir una cita que anoté de Simón Leys. Recogía éste una cita de D.H. Lawrence, hablando del estado de gracia del creador llevado en volandas por la inspiración, afirmaba: “Esa absorción feliz e intensa en un trabajo que se lleva tan de cerca como es posible de la perfección es un estado en el que se está con Dios, y la gente que no lo ha conocido jamás ha orillado la vida”. Texto complejo, sin duda… Algo así es la felicidad, pero no hace falta poner cara de bobo satisfecho y sonriente, ni de indescriptible estado placentero. Se puede estar en la cama de un hospital con una enfermedad incurable y ser feliz. Lo marqués, en este caso, tampoco quita lo valiente, que escribió Baroja.
    Me vuelvo con paz sobre la definición que escribí de felicidad. La someto al fuego de la diatriba propia y ajena, de la objeción. La saco a pasear a la plaza pública para que le dé el tiempo, todos las inclemencias de todos los razonamientos a mi alcance.
    La felicidad es un balance subjetivo, general y positivo, de la adecuación entre el yo personal y el ideal y entre la persona y su circunstancia.
    En tanto que balance, como recoge el diccionario de la RAE -pues necesitamos asideros lo más estables posible- es, en su segunda acepción, “2. Estudio comparativo de los hechos favorables y desfavorables de una situación”. Al cotejar si soy feliz o no, no hago una contabilidad exhaustiva, ni siquiera todas las partidas deben ser positivas. Como en el autoconcepto general (de esto leí algo a M. C. González y Javier Tourón y creo que a Aquilino Polaino en alguno de sus libros, quizá Familia y autoestima; no lo recuerdo, lo siento), en el balance felicitarlo se busca una media que es, además, subjetiva, no mensurable con ningún sistema de medidas conocidos. Esto nos lleva a entender realidades en apariencia confusas: muere feliz el hombre magnánimo por una causa grande, que él considera elevada, merece dar y entregar la vida… y muere feliz. Muere Aristóteles Onasis y dicen que afirmó haber sido el hombre más rico del mundo “y no he sido feliz” (la canción que mi paisano Joaquín Sabina le escribió a su hija, Cristina, no tiene tampoco desperdicio: la gordura, la falta de afecto, parece, dicen…, no es fácil calibrar esto, le impidieron ser una mujer feliz, teniendo mucho medios materiales, poder, etc.).
    Diógenes es feliz sentado a la puerta de su barril mientras toma el sol. Epícteto es feliz bebiendo el agua con la mano y sin necesidad de usar un vasito para ello.
    Entonces, charlie, me sugieren, cada uno es feliz a su manera. Pues mira, según y cómo…
Nacho García, Fotografías de Naturaleza.

16 de junio de 2011

Charlie, ¿por qué los indios de mis entradas?

The Young Hunter
     El personal está a la que cae, charlie. ¿Que por qué pongo tantos indios y caballos y vaqueros… en los santos que adornan mis entradas? Fácil. Las películas del oeste siempre me atrajeron irresistiblemente. Si el desierto es para Exupéry un espacio abierto al encuentro, a múltiples posibilidades… La llanura, las montañas, la pampa, los animales… alientan en mi espíritu un arranque irrestricto por saltar, por ir, por salir al encuentro.
    Los indios del post miran hacia el cañón. Descansan un momento. Callan y miran. Contemplan. El esfuerzo es grande porque la meta es complicada, valiosa. Todo bien es arduo afirma Santo Tomás. Desconfía, charlie, del “Aprenda inglés este fin de semana” o “Aprenda chino mientras duerme”. No. Los pieles rojas saben que sortear el cañón (véase), como patear la vida, va a ser duro, arriesgado, sólo para gente que lo tiene claro y tiene las higadillas de ir a por ello jugándose su vida al tablero.
    Por eso, charlie, por eso me gustaban las películas del oeste cuando era chaval… Un caballo es el viaje; la naturaleza un mundo por descubrir; los animales una escuela al aire libre; un rifle, el arco medios de poder para ayudar. Aún recuerdo la primera vez que vi La conquista del Oeste en un cine que ya no existe o La policía montada del Canadá en otro cine que tampoco existe…, aún lo recuerdo, charlie, y han pasado no menos de cuarenta años, ¡qué sueños no alentarían en mi alma de niño estas películas!
Cowboy Heaven

15 de junio de 2011

(Charlie-salida-13) Una definición de felicidad, mi definición...

    Charlie, ya tenemos al hombre, ese perfeccionador perfeccionable, ese ser que tiende a querer mejorar cuanto hay a su alrededor y que haciendo tal mejora él mismo. Para ello debemos situarlo en un mundo donde hay más personas, otras personas. Ahí está ya ese ser en el mundo… Insisto, trabajador, activo, actante, homo faber, bípedo implume, capaz de comunicarse… Quizá lo ignore, pero es una inteligencia deseante, que quiere, que ama… y, sobre todo, que necesita y por ello se mueve. El hombre, ser indigente, menesteroso, sale a la búsqueda y de excursiones vitales, en su despliegue se siente o se sabe feliz o no…
    Amigo mío, aquí te sirvo lo que entiendo por felicidad, lo que defino como felicidad. Lo sepan o no, creo que en esta definición se encierra aquello que los hombres anhelamos. La he pulido como la empuñadura de un cuchillo de monte que corta por los dos filos. Lo sé: nihil novum sub sole… Muy bien, charlie, gracias. Ahí va:
    La felicidad es un balance subjetivo, general y positivo, de la adecuación entre el yo personal y el ideal y entre la persona y su circunstancia.
    Creí no llegar nunca a escribir la definición. Me arranqué desde tan lejos, charlie, que temí no llegar, ¡qué barbaridad!
    Una vez aquí creo que hay que mover el cocotero, como tú dices, para conseguir más y más.
    No nos vamos a ir a cocotero lejano, que para eso tenemos el mío: ¿He sido feliz mientras escribía esta entrada o post –me dicen que son sinónimos en la red-?
    Ahora confieso que estoy feliz. He llegado a la definición, no sin dar muchas vueltas y revueltas. Me encontré a veces atorado. Veía lo pobre de mi exposición, siendo tan hermosos los campos, las montañas que me rodeaban. Seguí una humilde vereda intelectual. La que podía sobrellevar con mis conocimientos, con mi limitado bagaje intelectual. Deseaba hacer diáfano el camino sin otro afán que aclarar algo para otros, y también para mí. La felicidad me parece una realidad soslayada en la conversación ordinaria, pero de continuo presente en las vidas de las personas. Ahí estaba mi intención buena y recta: ayudar a quienes pudieran leer estas entradas. Te invito, les decía, a pensar conmigo, a seguirme por estos campos hermosos, fíjate, ¡qué maravilla! Podemos ser felices. Continúa. Detente lo justo. Mira, recréate y sigamos. Vamos juntos. Seamos amigos. Vamos arriba. Háblame. Cuéntame. Te iré diciendo con mis escritos lo que he pensado. Te lo regalo de buena ley. Me sirve. Lo quiero probar contigo, con tu lectura, con tus sugerencias, con tus desacuerdos… Quítale la ganga a cuanto te escribo y vamos… Seamos felices.
    ¡Qué barbaridad, charlie, sin duda que estoy –y soy- feliz en este momento! Desde esta altura de la definición creo que se comprende o puede comprender mejor lo escrito antes y lo que sucede ahora, lo que deseo seguir añadiendo sobre esta misma realidad. Reconozco mis limitaciones, pero no me arredran, no tanto porque la ignorancia sea atrevida, como por el afán de seguir aprendido desde la magnanimidad, desde el espíritu aventurero que me anima.

“Mea culpa”. Los hombres no son ríos… Simon Leys.

    El padre, ya fallecido, de un amigo mío, charlie, me enseñó una vez, con un ejemplo, una idea que no había yo visto así. “Los hombres no son ríos –me dijo-. Se pueden volver atrás”. Es cierto que la vida es irrevocable: no tiene segunda oportunidad. El tiempo o nosotros o lo que sea pasa… y el agua del río ya no es la misma cuando te bañas al día siguiente (el monismo dinámico, creo que se llamaba aquello de Demócrito).
    La palabra de los hombres de una pieza pesa un mundo. Si la palabra cambia uno es calificado de veleidoso: malo. Su palabra se la lleva el viento.
    Releo algunas páginas de la obra de Simon Leys, La felicidad de los pececillos. No es frecuente que yo haga tal, pero el libro aún no ha ido al lugar que le corresponde en la librería, por aquí anda todavía. Lo abro, miro lo que he marcado en sus páginas. Releo las notas escritas al hilo de su lectura, lo que me sugería. De este paseo sin intención resulta un tono, un aroma agradable. Es lectura en diagonal.
    Más extraño aún… Del libro me voy a la entrada que sobre esta obra hice. Me molesta sobremanera corregir lo que ya di por terminado (Machado y Unamuno, por ejemplo, abominaban de la corrección de exámenes de sus alumnos porque, creo, es un estar continuamente sobre lo mismo, ¡sobre el mismo disparate de ordinario y por desgracia!).
    El hombre no es un río… Me repito. No. No le hice justicia a Leys. La impresión primera tras la lectura de su obra fue de superficialidad, de obra ingeniosa, de cohetería y artificio pasajero… Me equivoqué. Me vuelvo atrás.
    Insisto en recomendar la obra (por favor, Acantilado, corrige la portada: ‘antípodas’ es masculino en español y no femenino; cambia las antípodas por los…). A estas alturas ninguna obra debe ser leída, pero, si vas a leer algo, charlie, si no sabes qué elegir… Este libro no es extenso, es variado, entretenido, te dará noticia amable de ilustres… Pasarás un rato agradable, si el ensayo no te echa para atrás.
    Escrito queda.

14 de junio de 2011

(Charlie-salida-12) La felicidad brota del quehacer...

    Recuerda charlie, que hablábamos de la importancia del quehacer, del  trabajo, como medio para alcanzar la felicidad. De cómo el hombre es ser semoviente. Lo muerto no alienta. Ut operaretur, dice el Génesis que es el para qué del hombre sobre la tierra.
    Decíamos del trabajo, si lo piensas despacio, charlie, comprenderás por tanto las oleadas de infelicidad que nos acechan entre tanta persona alicortada, quebrada en sus deseos de trabajar porque se halla condenada a un paro laboral estructural. Trabajo hay de sobra, pero no hay empleo remunerado para todos. Frankl, el psiquiatra vienés, habla en sus libros sobre la neurosis del parado: el hombre laborante -y no me refiero al ideado y cocido en los caldos calvinistas- tiene más posibilidad de ser feliz, de sentirse feliz en el despliegue de sus posibilidades. Es necesario trabajar para ser feliz; no digo tener un empleo, sino trabajar; el problema es que si no tienes un empleo remunerado… te acecha la necesidad. También, entiendo que por esta misma causa es importante dar, acertar, con el empleo que uno desea, la labor que a uno le gustaría y que ¡tan difícil y complejo es! (“¿Tú qué quieres ser cuando seas mayor?”, le preguntan al niño ignaro, al pavitonto adolescente).
    Los estados de enajenación en tanto que situaciones de inconsciencia no pueden generar sensaciones, balances, felicitarios. El estado de enajenación por medio de cualquier droga, por ejemplo, no es situación digna de la persona humana. Todo cuanto disminuya el ser persona comporta una pérdida de tiempo. Pienso en los estados generados por medio de prácticas supersticiosas.
    Tengo que pararme aquí, charlie, para diferenciar entre lo que es hacer y obrar. Es necesario. Perdona. Todo esto lo explica muy bien, creo, Josef Pieper en alguno de sus libros: no recuerdo si en Las virtudes fundamentales o en El ocio y la vida intelectual, no recuerdo, lo siento. Todo hacer comporta una acción que realizada hacia el exterior resulta en una realidad tangible: hago una silla y ahí está a la vista de todos; escribo un texto, lo pueden leer. Este hacer supone a su vez una modificación interna en el sujeto que hace y que llamamos obrar (los griegos ya hablaron de esto, pero recuerdo ni quién ni dónde…, los años, charlie, son unos pellejillos, ya sabes). ¿Sería Platón al comentar la intención a la hora de la acción? Es posible. No repetiré lo que dijo a la sazón Wittgenstein. El hecho es que el hacer deja una muesca, una marca interior, una prueba, positiva o negativa, de lo hecho en mí y que llamo obrar. Las marcas positivas, buenas, convenientes me ayudan a crecer como persona. Cuando hago el bien soy mejor. Si pierdo el tiempo, empeoro; cuando aquello de que me ocupo es malo, hace daño, me daña y daña a los demás. Crecemos en tanto que mejoramos como personas. Crecer como persona supone plenitud que acerca al balance positivo de la felicidad.
    Entiendo, por tanto, que aquí encontramos al hombre en cuanto zonn politikon, ser relacional… Un hombre solo es un jaramago universal, repito con Ortega. Robinson es un ser ficticio que sólo desea volver a casa y, mientras tanto, reproduce allá, en su isla, lo que conoce de su cultura, de sus costumbres, de sus herramientas. Adán echa de menos a Eva. El ser hombre, como persona humana, hembra o varón, necesariamente implica ser con otros, estar con otros, trabajar, divertirse, salir, entrar… con otras personas. Me imagino a Adán, sentado en el poyo, charlando con Dios y viendo pasar a los animales, macho y hembra, las plantas…; les va poniendo nombre, cambian impresiones, son amigos: se llevan bien. Adán admira la belleza de cuanto observa, está al quite, pero un poco distraído tanto bicho, ve a la jirafa y al jirafo y dónde ponerlos ¡con ese pescuezo!…, mas de pronto Adán cae en la cuenta: “Estoy solo”, le dice a Dios. Y Dios le habló de Eva.
    Esto no quiero dejar de hacerlo expreso. Activo no es quien observamos que se mueve, sino también quien está enfermo y parapléjico en una cama. La actividad no es mero acto ad extra, visible y tangible, un hacer, sino que todo pensamiento, también lo es. El adolescente que mira absorto tras el cristal el agua que cae, y piensa, al ser preguntado por su quehacer: “¿Qué haces?”. Indefectiblemente responderá que nada: “Nada, no hago nada”, mas como la nada no suele estar a mano, algo hace. ¿¡Cuántos ratos así pasa el creador en ciernes, el pintor, el escritor, el músico!?

(Charlie-salida-11) La felicidad se demuestra andando.

    Querido charlie:

    Retomo la felicidad por donde creo que la dejé. Me pasa a veces como a Santa Teresa cuando escribía, que no recuerdo bien si ya lo dejé escrito arriba, me repito y todo eso. Repetirse no es malo si sirve para recordar, creo yo, vamos.
"The new colt", Loren Entz.
    En medio de esto y aquello ha fallecido Jorge Semprún. No mentiré diciendo que lo siento, pues no fue autor leído por mí ni persona de mi agrado. Reconozco mi irracional rechazo. Ni espero ni deseo ofender al difunto ni a nadie. Como toda vida que se extingue, deja un mundo distinto y en este sentido lo siento, pues luchó por mejorar el patio; aunque pienso que, tras tanto trajín y tanta lucha, el hombre se ha quedado descansando. Por tanto, que descanse, en paz, pero a lo que iba, que nos perdemos. He creído leer u oír que el finado Jorge Semprún afirmaba que Europa nació en los campos de concentración. Y a mí esto me parece indiscutible por erróneo. Demostrable es que lo que hoy somos es una suma que arranca mucho antes de los campos de concentración. A los judíos se les ha perseguido con saña desde que son sobre la tierra. La barbarie humana le abre la cabeza con una quijada de burro a un tal Abel, por cierto: el autor material del asesinato fue su propio hermano, Caín, y se vio movido por algo tan común como la envidia, eso dicen, ya ves qué cosas, Amanda.
    Te digo esto, charlie, porque me sigo preguntando si entenderá por felicidad lo mismo un chino que un japonés o un haitiano o un neoyorquino… Voy a lo que te comentaba de la antropología omniabarcante. Mis conocimientos, mis posibilidades, mi incapacidad… no darían para historiar el centón que supondría mostrar la idea del hombre desde el comienzo, pero algo me sé mover por el pensamiento europeo, occidental…
    Viene al pelo que en cierta ocasión, en un congreso donde participaba, un caballero de cierta universidad que recuerdo, me comentó que yo daba una visión del hombre que incluía la virtud y “la virtud es una realidad cristiana”, me dijo el sesudo doctor. Le comenté a mi hombre que de la virtud ya hablaron precristianos ilustres y, por poner un poner, le recomendé la Ética a Nicómaco de Aristóteles, que siempre alivia mucho.
    Simon Leys en el libro de La felicidad de los pececillos, recién comentado aquí, hace un panegírico de la pereza. Francés no hablo ni escribo ni leo. Al caballero lo leo en español. Querido Leys, la pereza no merece alabanza alguna. La pereza no es inactividad, pero contra ella se levanta la diligencia y 'diligo' en latín es 'amar'. Es decir, el perezoso, el inactivo no puede ser feliz porque no ama. Vuelvo sobre Aristóteles y sobre Leonardo Polo,  ¿Quién es el hombre? El hombre se autoconstituye en el quehacer, en la acción. Ante la duda, sin rima, ¡hazlo!, viene a decir Polo.
    Cierto que el hombre tiende a la homeostasis, pero este equilibrio general es medio para otras metas más propias del ser humano. El animal satisfecho en sus necesidades fisiológicas tendrá una felicidad animal. Si se aburre, se duerme, como mis perras. El hombre sano y de conciencia limpia, dicen, duerme bien. El hombre equilibrado tiende como una flecha hacia el futuro, sale al encuentro del porvenir, se aventura y busca, en ese vivir haciendo, perfeccionarse él y perfeccionar a cuanto le rodea. En ello halla felicidad, charlie, en el quehacer. Es curioso, por tanto, quede aquí escrito que la felicidad, la sensación de felicidad, el sentimiento de estar o ser feliz brota del quehacer del hombre.

12 de junio de 2011

Charlie, los amigos de Baltasar.

Lo bueno, si breve...
    Mi amigo Rafael Cano insiste en que las entradas que cuelgo son  demasiado extensas: un folio. Rafa es hombre de botica, que no de letras. Si lo conociera nuestro amigo Joaquín Balbín, ya sabes charlie, diría: es un hombre de talento, con lo que eso comporta. Rafa Cano tiene sacada cátedra en Mundología, esa compleja asignatura que se convierte en el arte cotidiano de ser feliz (el tipo dice que sueña en colores, ¿qué te parece?). Está diáfano: Si dice que las entradas son largas, es porque lo son. A seguir barajando.

* * *
    Lo de Rafa viene a coincidir en esto con uno de mis jefes. “Aquí nadie lee nada que vaya más allá de cuatro renglones. ¡Y muchos son!”. Creo que los dos tienen razón. Todo lo que no se pueda comunicar en los caracteres que caben en el espacio que concede twitter…, ¡malo, compañero! No por ello dejo de intentarlo.

* * *

    Mi amiga madrileña me agradece que le escriba estilo telegrama. Más de lo mismo:
   
    “Todos bien. Cierto que ya tenemos problemas con la edad de…
    Los perrillos todos colocados. El nombre de la cachorra es USSi. No le des vueltas. Carece de significado.
    ¿Compraste los billetes de avión?
    ¿Qué dijo el vecino del cambio de color de la pintura del portal?
    Aún no tengo noticias de lo hecho por tu hermano en Cuenca. Ya dirá”.

    Puro Twitter, charlie: con más intimidad, diría yo. Más lejos del aforismo, pero telegrama casi en estado puro. STOP.

9 de junio de 2011

Simon Leys, “La felicidad de los pececillos”

    Las últimas entradas del blog, bajo especie epistolar, han tratado sobre la felicidad. Realidad de capital importancia, entiendo, en la vida de las personas. Le seguirán otras no me menos importantes: me animo. Con ello, así, quizá dé cumplida cuenta de lo que fue un proyecto abortado por diversos motivos hace unos años y que ahora, de este modo, parece cobrar letras.
    El título del libro que comento es pura casualidad con respecto a lo anterior. El libro fue recomendación de mi librera. Olvidé si la obra o el autor, pero ha venido a coincidir en el tiempo su lectura con lo tratado de la felicidad.
    En realidad, La felicidad de los pececillos, título de la obra, lo es también del primer ensayo que la componen. La obra es una serie de ensayos con un denominador común: aborda temas de cierta actualidad, siempre desde un ángulo cultural, culturalista, intelectual. El autor se vale de situaciones corrientes, lecturas, sucesos nimios y cotidianos para sublimarlos y hacer de ellos objeto de comentario agudo y sugerente, cargados de eso llamado sentido común. Innumerables las citas que trae al caso y de todo tipo: de biografías de pintores, escritores, pensadores… Innumerables los temas por los que transita. Me llaman la atención especialmente las referencias a la cultura oriental: pintores y escritores chinos en particular donde parece que el autor se maneja a su sabor.
    Ignoro quién es Simón Leys antes de leer el libro. Una vez acabado me intereso por el autor y compruebo en Internet que bajo este seudónimo vive Pierre Ryckmans, belga (Bruselas, 1935): escritor, crítico literario, traductor y sinólogo belga. Sus obras tratan sobre todo de la cultura china, la literatura y el mar. Su condición de sinólogo da cuenta y razón del motivo por el que conoce con detalle el mundo oriental. Fue profesor en Australia de literatura china, casado con una señora de esta nación.
Simon Leys
    ¿Interesante el libro? Me ha resultado amable. El cambio de temas da una variedad que hace amena la lectura. Anécdotas, dichos, comentarios y reflexiones sobre lo que otros escribieron, pintaron, filmaron, dijeron o quizá sólo quisieron decir sin pensar demasiado.
    Si en la variedad está el gusto, en ella misma también está la calidad variable bajo mi modesto punto de vista. Siendo la media muy alta, destaco de entre los ensayos: el que da título al libro, La verdad del novelista, El imperio de lo feo, El éxito de lo vulgar, Los cigarrillos son sublimes y una serie de tres artículos, Los escritores y el dinero… Algunas anécdotas: la del padre de C. S. Lewis, sobre el tabaco en Ulster, otra sobre la fornicación pública en  un tren… ¡este mundo de locos!
    En general demasiado ingenioso para mi gusto (v. Elogio y refutación del ingenio de José Antonio Marina). Demasiado resabido. Lo recomiendo, sin duda, para quienes tengan gusto por lo exótico en sentido amplio, por el desarrollo ingenioso a partir de lo cotidiano, un conocimiento generoso y amable por la cultura también en sentido amplio.
    Ante el saber del autor me quito el sombrero y dejo paso a alguna otra obra suya para deleite de algún ratico feliz a la sombra de un libro.

7 de junio de 2011

De los libros de la felicidad y en busca de una definición...

    Te decía de los libros de la felicidad, charlie, de esos libros que van al abordaje a por ella, por derecho y sin ambages. Te comentaba de Julián Marías, La felicidad humana. Echo de menos los libros de Marías: Breve tratado de la ilusión, la iluminadora en su momento –para mí- Antropología metafísica, España inteligible, La libertad en juego, sus tres volúmenes de memorias, Una vida presente… ¡cuántos ratos amables de lectura que me procuraron verdadera y viva felicidad!
The Hush Of The Evening, Carl Oscar Borg.
    Rojas, el psiquiatra, me parece en sus libros un caballero prometedor, atractivo en sus planteamientos, pero luego, al final, creo, las distancias largas le van mal. Eso le sucede en su libro Una teoría de la felicidad. Un artículo sí que lo arma bien y su estructura es aceptable; un libro, no: se pierde en él, le falta fuelle. (En honor a la verdad recuerdo una obra suya con afecto, me gustó: Remedios para el desamor; el resto… bien, pero…).
    Sí, me apresuro a decirte que el de Bueno, El mito de la felicidad, aún está ahí sin trabajar, ¡cómo tantos!, pero ya llegará.
    Al libro de Abba, Felicidad, vida buena y virtud, lo recuerdo como un batiburrillo, con mucha información, deslavazado un tanto, un poco caótico, actualizado entonces y que me hizo pensar, me dio mucha información que luego, entiendo, he ido usando por aquí y por allí… Fecundo, sin duda este libro para mí.
    Me planto aquí con respecto a los libros, que ahí están para que, si los quieres, los leas. Puedes también darme alguna otra idea, alguna bibliografía…
    Quede pues claro que el ser humano no puedo renunciar a la felicidad. Al animal le empuja una fuerza, lo que llaman un instinto guía, que lo lleva a anhelar fervientemente la felicidad. No puedo renunciar, salvo enfermedad, al empeño incesante que promueve  en mí la búsqueda de la felicidad… Cuando no comes, charlie, te alarma el estómago, pues algo así, por no seguir en una línea escatológica, sucede con la felicidad. Te recuerdo que el animal desea saciarse… Hay que tener no obstante mucho cuidado pues existen perspectivas tan seductoras como equivocadas, engañosas, erróneas. La realidad polifacética se puede armar en nuestra contra. Está el bebé con su hambre saciada, limpito y durmiente… feliz. Está el niño con su pelota y sus amigos, jugando en la calle, feliz. Rebuscando en la trastienda, en el doble fondo de sus pensamientos, en las bodegas de su caletre, en el análisis de sus sentimientos… está el adolescente jodido y confuso…
    ¡Tienes razón, bergante! Ojo aquí. Lo descubriste, charlie. En español no es lo mismo decir está que es… Quien está lo está por un tiempo, quien lo es posiblemente lo sea para mucho más tiempo, quizá para siempre… Hay diferencia entre ser fea y estar borracho: la borrachera se quita, mas lo otro… Eso contaba el chiste, ¿te acuerdas? Hay diferencia entre estar feliz y ser feliz. Obvio. Por tanto tendremos que buscar una definición de la felicidad que sea omniabarcante, como dijimos en la primera entrada de esta seria sobre la felicidad. Tiene que aspirar al ser y no al estar.
    Me dice, en esta misma línea, la tita Elena que la felicidad son momentos… en el tiempo. No puede ser, pero se puede estar… feliz por unos momentos, más, querida amiga, aspiramos a una felicidad duradera, por ello yo aspiro a definirla y a atraparla en las palabras y conseguir una definición que me ayude a encontrar esa felicidad, a disfrutarla… Necesito saber cómo buscarla, no me basta con tropezármela por azar…

6 de junio de 2011

De los libros de la felicidad y dos…

    Digo yo, charlie, que miro en la biblioteca porque no recuerdo ya bien cuántos libros he leído y que reflexionen sobre la felicidad directamente, yendo por derecho, que diría un taurino, y enumero:

    Julián Marías, La felicidad humana.
    Enrique Rojas, Una teoria de la felicidad.
    Giuseppe Abba, Felicidad, vida buena y virtud.
    Manuel Álvarez Romero, ¿Quieres ser feliz?
    Raimon Gaja Jaumeandreu, Bienestar, autoestima y felicidad.
    Gustavo Bueno, El mito de la felicidad.


    Está bien. En el fondo, pienso, me sale al buen tuntún, que Cinco horas con Mario, por poner un poner, y relacionado, La colmena, de don Camilo, o el mismo Mio Cid, si me apuras, son un intento por alcanzar la felicidad, ¿qué no decir de La Celestina y el pobre Lázaro que pretendía arrimarse a los buenos? ¿Acaso no busca Rodrigo Díaz un casamiento arreglado para sus niñas, como Menchu para su hijo? ¿No pululan los personajes de Cela en la colmena de postguerra por alcanzar un mínimo de holgura que no lleve a la tomiza y la vigueta, que diría José Manuel T., donde poner fin a tanta penita negra?
    La madre de un amigo nuestro, charlie, recordarás, decía ya mayor que los años son unos pellejillos. Se permitía la buena mujer esta licencia, cuando se veía limitada para poder seguir sirviendo, como siempre lo hizo, a sus hijos. Pues otro tanto añado yo, ¿sabes? He olvidado con detalle los extremos de estos libros, pero sí recuerdo con mucho cariño el de Julián Marías, si no me fallan, por los pellejillos, la memoria, defendía que la felicidad es el imposible necesario. Hacía un recorrido histórico por el pensamiento de filósofos e ilustres para llegar a esa alberca.
    En mis cortas luces, Marías no está errado. El hombre necesita de forma instintiva una cierta cantidad de felicidad, de éxito, de holgura, de perfección, de disfrute de la belleza… Cuanto más humano, digamos, cuanto mejor, cuanto más formado, más se necesitan esas armonías. El instinto desde el fondo empuja. El animal racional dependiente, de MacIntyre, cuanto más animal, menos levanta la cara y más bajo busca, más hoza, digamos. Cuanto más racional más busca su propia perfección y la perfección cuanto le rodea como medio, digamos, de ascenso para ser feliz; necesita hacer prosélitos de la felicidad: quiere que los demás sean también felices y por ello y por ellos se juega la vida al tablero.
    Charlie, perdona estos fervorines, pero es que son necesarios para llegar a algún punto de encuentro en esto que trato, aunque sea en zapatillas. Ya sabes, nosotros somos unos intelectuales arrabaleros de escopeta y perro…, poca cosa. Ensayamos por aclararnos. No dejes de escribirme si ves mejoras, retoque en lo que afirmo. Anímame, pues me canso… Si no estás de acuerdo dilo sin ambages, es decir, no te cortes, que se dice ahora…

* * *

    Tormenta. Hay tormenta. Me asomo a ver mis plantas con sus hojas mojadas. Los geranios siguen en flor, charlie… Me animo y me voy a dar una vuelta con los amigos mientras el cielo ruge… y yo soy feliz.

3 de junio de 2011

(Charlie-salida-09) La felicidad y uno...

    Querido charlie:

    Me pregunto y te pregunto, ¿es posible hallar aquello que buscándose se ignora de qué se trata, qué sea? ¿Podría comprar en unos grandes almacenes algo que supuestamente ignoro, aunque lo necesite? Complejo. Creo que antes de proceder a la búsqueda habrá que concretar, puntualizar, qué deseamos, qué necesitamos. La prudencia hace necesario hacer provisión de medios para alcanzar el fin.
Victoria, mafatasa@hotmail.com
    Así dicho, sigo preguntándome, de qué se trata allá donde voy, charlie. ¿Podremos ser felices sin saber que buscamos la felicidad y en qué consiste ésta, ignorando que sea ésta?
    Como no podía ser menos, son innumerables los libros que sobre tan necesario bien se han escrito. Creo que toda ética, que toda regla de vida persigue la felicidad como meta. Bromas aparte como la de Nietzsche, quien afirmaba que la felicidad es cosa de ingleses, ésta es, en el fondo lo que buscaba su prototipo de hombre ideal. El superhombre es feliz detentando el poder. Sí, charlie, sí: El hombre freudiano lo alcanza no dejándose sojuzgar por las represiones y dando rienda suelta a todo su deseo para alcanzar la felicidad mediante la consecución, a toda costa, de lo placentero. Frankl habla de su voluntad de sentido: el hombre será feliz en tanto que halle sentido a su existencia. Adler, pariente intelectual de Nietzsche, defendía también esa felicidad que se halla en la voluntad de poder.
    La hipótesis, sea la que fuere, debe partir, entiendo de una antropología cierta, bien cimentada; lo mejor fundamentada posible. Un pequeño error de ángulo al iniciar el viaje, un desvío insignificante puede llevarnos a los antípodas del lugar que deseábamos.
    Me pregunto, charlie, si podemos hacer una antropología omniabarcante, general, verdadera, firme que pueda dar comprensión de su realidad y su mundo al pigmeo de la selva y al hombre blanco occidental de un Nueva York sin torres gemelas.
    Te pregunto, charlie…

2 de junio de 2011

(Charlie-salida-08) Hermosura de la ilusión y la palabra.

Thomisus onustus

    En esto de los blogs, charlie, el personal dice abordar una temática concreta, de lo que sea: literatura, libros, arte, dibujo…, pero me temo que hablan –que hablamos- demasiado de nosotros mismos. Demasiado. Falta, creo, algo de pudor y de modestia. Esto más parece un concurso de listeza. Son piruetillas impúdicas donde buscamos la aceptación de los amigos, los conocidos. La palmadita en el hombro. Un mucho me alegro de verlo bueno… Tiene, no obstante, su aquél. Seguimos.

* * *

    Se marcharon de casa las perrillas. Ahora queda un largo camino hasta hacer de la pequeña Ussi, que quedó por aquí, una buena perra de caza. Habrá que empezar por enseñarla a estar adecuadamente en el inmueble. Romperá el palo de alguna silla. Ya se ha zampado unas esquinas de paños de cocina que han ido a la basura y ha empezado el marco de una puerta. Pronto debe aprender a traer piezas de caza, pero antes habrá que enseñarla con una pelota de papel, una pelota de tenis, un señuelo de plumas, un señuelo de conejo… Se me hace largo empezar de nuevo. Esto es como dar clase a chavales que todos los cursos tienen los mismos 17 años, mientras quien imparte la lección ya no tiene ni treinta ni cuarenta… Cuesta arriba.
Ussi

* * *

    Estoy apasionado con la lectura de la Nueva gramática de la lengua española. Cada rato que le dedico me resulta más atractiva, y eso, ojo, que la Lengua no fue nunca mi bocado más codiciado –lo fue la Literatura-. Pues sí, disfruto… Me recuerda algunas clases. Me abruma en gran medida: ahí hay mucho donde cortar, pesar, medir, aprender… Hermoso paseo por sus páginas. ¡Qué hermosura disponer de una lengua con la que poder expresarse! ¡¡Qué maravilla poder pensar en español!! Leo a Cervantes y lo comprendo, leo a Delibes y lo comprendo, leo a Garcilaso, San Juan de la Cruz, Galdós, Ramón, Cela, Martín Santos… ¡es para volverse loco ante tanta joya en esta cueva donde se puede penetrar sin ser ladrón y, además, disfrutar de cuanto hay en ella! Dar las gracias y a seguir barajando.