31 de mayo de 2011

Georges Simenon, "La nieve estaba sucia".

    Tenía escrito el primer párrafo de esta entrada, pero la he dislocado o borrado. No la hallo. En fin: cosas del querer.
    El asunto es que estaba campante con mi amigo Huizinga, que le tengo yo ley a este historiador: me lancé cargado de verdadero ánimo a su obra sobre la Inquisición; sólo conocía antes algunos textos sueltos, algunas citas… y ha tiempo que quería leer esta obra -¡como tantas, mira tú!-. Ahí estaba el hombre con los judíos, con los conversos… Me llego a mi librera y me dice  que me ha traído dos libros de Georges Simenon y cargo con ellos (sobre mi conciencia: “¿Más libros? Lee primero los que tienes”). Gestiones en la calle y los libros en la bolsa. Una espera larga. Más espera. La vida. Paciencia. Me acomodo donde puedo. Saco un libro de Simenon, lo ojeo… Contraportada, primera página… Sé que estoy perdiéndome. Sé que se me van a cruzar los judíos y Simenon… Para no caer en la tentación, la ascética de siempre aconseja huir: He sido vencido. Me he dejado caer blandamente en la obra del belga.
    Empiezo La nieve estaba sucia. Novela densa en muchos sentidos. Nada tiene que ver con la que comenté aquí no hace mucho del mismo autor, Los hermanos Rico… Ésta era de gángsters. La que ahora leo es una novela viscosa: de mayor análisis psicológico. El ambiente también se hace espeso. Las descripciones abundan. Se hacen pegajosos los temas. Recuerdos, psicología de quiosco salpimenta los renglones.
    Frank, el hijo de la dueña de un prostíbulo, y antigua prostituta, es un muchacho sin oficio ni beneficio: un crápula. El autor no nos sitúa en un momento temporal o espacial concretos. Se sabe que es un país en guerra y ocupado. ¿La Bélgica ocupada? Las amistades, la vagancia, sus vicios lo llevan a matar por gusto a un suboficial despreciable (?). Más tarde roba a una vieja, esposa de un relojero que, cuando Frank era un chaval, le daban cariño: la mata porque lo ha reconocido durante el atraco. Parece que se está demostrando a sí mismo que está por encima de sus colegas de fechorías, que es superior a ellos. Llega a niñaco que tira de navaja y tiene una pistola. Detenido por tenencia de dinero robado… parece que en el período de detención e interrogatorios se encuentra a sí mismo, aunque será ya tarde.
    ¿Existe y es fácil hallar el quid pro quo de tantos hechos de la existencia? No. Algo así me ha sucedido al buscar el sentido último de cuanto acontece en esta obra. El autor bucea en la desmañada interioridad vacía de un joven. Con este motivo son innumerables las divagaciones, los asertos sobre el posible sentido de la vida y sus acontecimientos. ¿Quién es el padre de Frank y hasta qué punto pesa su ignorancia sobre este asunto en el tipo de vida que lleva? ¿Se nos habla, acaso, de cómo condiciona una mala formación, una mala educación recibida? ¿Quiénes son los agentes que lo detienen? ¿A quién representa el viejo que lo interroga, que fuma y que anota sin descanso en los papelitos? ¿Es la cárcel un proceso catártico que con unos meses escasos lo cambia como de la noche a la mañana? ¿Al ver a la señora que tiende, que tiene un bebé y quizá un marido anhela Frank una vida común y corriente? ¿Asume y es consciente de que debe pagar por lo hecho en su vida? ¿Puede el amor de Sissy a Frank perdonar lo que le hizo? ¡Vaya ternura de mujer!
    Cierto que Simenon  mantiene el interés del lector que espera que ocurra algo, un algo que dé cuenta y razón de cuanto lee, una clave que aúne todas estas piezas sueltas de un puzzle… que cobre sentido. No lo hallé. Mucho me temo que también es así la vida: sobran preguntas, faltan respuestas y más aún respuestas convincentes, cargadas de peso, que conformen y reconforten. 

Georges Simenon

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