23 de febrero de 2011

Medito sobre Unamuno sin citarlo

    Hace unas semanas me decía una señora que le daban repelús las personas seguras, que es exactamente lo mismo que me sucede a mí, pero al contrario: el cirujano dubitativo, me da la salud sin tocarme y me pone en fuga; el ascensor inseguro, me invita a subir escaleras; el coche con la dirección titubeante, me hace peatón impenitente; el piloto de avión ignorante en la materia, me baja de la aeronave por la puerta de emergencias. Es decir, prefiero a las personas seguras de sí mismas. Creo en la revisión de las ideas, cuando es pertinente. Creo en la revisión del médico, del ascensor, del coche y del piloto, cuando es necesario. Imposible vivir en el puro alambre, sin ser Pinito del Oro. A ver, estas brutales certidumbres estallan en verdades irreversibles. ¿El resto? Jugueteo con espadas de cartón para hacernos los revolucionarios de pandereta.
    La fe no se pierde como quien olvidó el paraguas que nunca más se halló. La fe no es la amnesia de una neurona, la jubilación definitiva del cerebro por vía de Alzheimer… Hay que intentar ser más inteligente que la inteligencia, más astuto que ella y más pícaro que Cuco. La inteligencia busca sus vías de escape y así quien dice que perdió la fe, lo que ha permitido es un oscurecimiento de su conciencia a base de no practicar aquello en que creía o creyó. Insisto: la fe, por su propia naturaleza, no se pierde como un objeto.
    Hace más de mil años, hablando con mi excelente y viejo profesor de Literatura, Dios lo tenga con Él, me comentaba de un libro que atentaba directamente contra mi fe. Así se lo comenté con el desparpajo del joven que dejó atrás su timidez –entonces no existía la chochera de lo políticamente correcto-. “Será débil”, me contestó. El problema de la cantidad y calidad de la fe no es mensurable que yo conozca: entiendo que aumenta si se pide con huildad a quien puede concederla. Aún di un paso más: “¿Usted cómo la perdió?”, pues me constaba que él no creía. “La perdí leyendo. Los ateos –me dijo, y no puedo olvidarlo- son unos gilipollas –esa palabra en su boca me perturbó un tanto; yo  no tenía veinte años y él más de sesenta- y nosotros, los agnósticos, unos vagos”. Hasta aquí el fervorín.
    Siempre creí, y pienso, que la Iglesia, después de tantos siglos de experiencia ascética, humana, sobrenatural… es maestra en muchas realidades. De generación en generación se han ido pasando unos modos y entendederas que ayudan a sus hijos a no desbarrar y pisar el guano. El llamado Índice que se concreta en el concilio de Trento venía a poner orden en algo ya conocido: quien juega con fuego se termina quemando. Es norma muy generalizada entre los católicos, que una vez recibido el sacramento de la confirmación, no se vuelva a tener más formación que la recibida en las homilías dominicales –algunas pésimas- de los curas. Así tenemos que el niño de 14 años, que ahora es ingeniero nuclear, no ha vuelto a pensar en el contenido de su fe, ni le echó de comer al pájaro…, pero, sin embargo, no paró de alimentar y acrecentar sus conocimientos en otros ámbitos. Es decir, el saber sobre su religión y los contenidos de su fe se quedaron raquíticos y el resto de los conocimientos crecieron geométricamente. ¿Se perdió la fe? No. Lo que ocurrió fue que el hermoso cuadro de la niñez cogió no la pátina del tiempo, sino la suciedad de quien camina: el polvo, el sudor, la mugre propia del vivir… y fue arrinconándose, cada vez con aspecto más oscuro y ridículo en el baúl de lo incomprensible, lo inconveniente, lo pueril, lo…
    Ahora vengo y continúo… ¡Qué le hago!

21 de febrero de 2011

Eternidades al segundo


          Ha sido un segundo. Miro entre los blogs de los amigos y me encuentro unas fotos de Nacho García…, http://bellezaenimagenes.blogspot.com/ (creo que a esto se le llama linkar, que suena de pena, es decir, enlazar, supongo, pero que no sé hacerlo: ahora intentaré averiguarlo, si fuera posible; si no, ahí tienen la dirección del blog). ¡Una maravilla, oiga! Menudas fotos. Entre el luto de mi don Miguel de Unamuno y sus eternidades, está la belleza sorprendida en plena Naturaleza, efímera belleza atónita ante la cámara amiga, que sabe de su valor y su importancia… Un segundo puede ser eterno.
    A Nacho lo conozco desde el siglo pasado. No sabría decir…, pero seguro que ya va la cosa para más de treinta años, que se dice pronto el trecho. Nacho ama la Naturaleza sin la chochera de quien besa las nogueras y canta con la mandolina a las avecillas. Nacho conoce los pájaros, los reptiles, los insectos y las plantas, todo bicho que pulula sobre la faz de la tierra en su territorio es conocido, respetado, mirado, estudiado, fotografiado… Viene Nacho de una estirpe de ecologistas pacíficos, que no pacifistas: la paz sólo pueden darla los pacíficos porque la tienen, que no los pacifistas. Hace Nacho prosélitos a favor de la Naturaleza entre sus alumnos y los amigos, y no son pocos quienes aprendieron, de sus enseñanzas, a mirar, y comprender, y a amar el mundo entorno.
    Hay una espléndida secuencia de Hijos de la ira. James Dean está echado en el suelo. La memoria me falla, disculpen si fuera así… El texto está en la obra de John Steinbeck y ahí la aprendí yo…, creo. Cuando alguien le pregunta por el motivo por el que está acostado en el suelo, él responde: estoy escuchando crecer la hierba… Nacho y yo queremos que Dios nos conceda ese hermoso privilegio que requiere el arte y el tiempo de escuchar crecer la hierba.
    Nacho, te robo la foto. Necesito un poquito de color…

20 de febrero de 2011

Masca, don Miguel, su eternidad...

    Todo, dicen, está en Internet. Lo que es tanto como decir que en Internet está todo lo que está en Internet, es decir, que lo que no está metido o colgado, o como se llame, no está ahí, donde sea, que no logro imaginarme si es un espacio físico material… o qué caramba. Menuda puñeta: ¡y luego se preguntan cómo es el Cielo! Para mí es más fácil imaginarme el Cielo, que no sé si será porque me hablaron de él desde niño y yo, por mucho que San Pablo nos quiera hacer desistir de que lo imaginemos –ni ojo vio ni oído oyó…-, llevo toda una vida con un ojo puesto en los valles de Manitú, donde cazaré, por la misericordia de Dios, con Toro Sentado, con Miguel Delibes, con Buffalo Bill, con Daniel Boone, con los Muñoz-Cobo, con mis abuelos, -que mi abuela cazaba, oiga…-. Seguiré también allí con mis perdices y mis conejillos, las tórtolas y los zorzalillos al paso, que los bichos grandes, evolucionados, miran y a uno no le dio nunca por descerrajarle tiro a animales así: venados, gamos, y otras bestias de esa cilindrada, queden en sus campos a la paz de Dios.
    Ha sido empezar y ya me he perdido. Retomo… Iba a que no estoy en el cuartel general que es mi casa y, por tanto, no puedo constatar lo que quiero afirmar. Que no creo que esté en Internet y que si está, porque alguien lo guardó ahí –dónde puñetas sea- yo no voy a ponerme a buscarlo porque temo no dar con él e invertir un tiempo en la pesquisa del que no dispongo.
    Vamos por el tercer párrafo y todavía estamos sin centrar. Quiero recordar que el primer libro que se editó en la postguerra española, fue una obra de Julián Marías, Miguel de Unamuno. Este dato es posible que esté en el prólogo del libro o es posible que Marías lo contara en alguno de sus volúmenes biográficos, Una vida presente –esos libros, creo que son tres, me fueron deleitosos-. Fuera o no el primero de la postguerra en editarse, en esa obra sobre el bilbaíno afirma Marías que el gran pecado de Unamuno fue el de presunción… (nuevo paréntesis: mucho me temo que o se explica o se busca en el diccionario… Josef Pieper, cuando habla del status viatoris, en sus Virtudes fundamentales lo explica muy bien. El presumido no es sino un soberbio que piensa que Dios, haga lo que haga, lo va a llevar al Cielo. Es una de las muchas tentaciones: “Dios es tan bueno que no puede castigar a los hijoputas malnacidos como yo”, se puede decir el pájaro y sigue el hombre a lo suyo, jodiendo el mundo porque es un loco con carné, que cantaría Serrat. Pues allí estaba, según Marías, el autor bilbaíno, don Miguel de Unamuno, de condición presumido).
    Unamuno es un tipo extremadamente retorcido. Nada sencillo. Enormemente vanidoso. Hombre de vida interior compleja. Realmente siento verdadera pena de él. Leí y medité -¡menudo momento!- su Diario íntimo mientras servía en Infantería de Marina en San Fernando… Leí lo que Moëller escribió sobre él en su Literatura del siglo XX y cristianismo –obra que también me sirvió y me agradó y donde aprendí mucho de muchos otros autores…, creo que son cinco volúmenes…-. Tremendo el sufrimiento de este hombre que se empeña en hacerle gestos y cucamonas a Dios en su rostro, para que Él conozca su nombre, lo llame por su nombre… ¡No me lo puedo creer! “Aún les falta ver, amigo Múgica, aquí en España quién es Unamuno”, escribe en una carta. Seguro y dueño de sí, llora, sin embargo, por la noche en la cama, necesita el consuelo de su esposa, doña Concha… (gran mujer). Sigo batiéndome en esas ochocientas páginas de Colette y Jean-Claude Rabaté…. Miguel de Unamuno. Biografía, y sufro yendo de la mano de este pobre hombre por los vericuetos de su vida. Lo que leyera hace muchos muchos años aún me resuena mientras voy por estas páginas…

15 de febrero de 2011

Será vanidad camuflada

    Llevo semanas, a ratos, dándole vueltas a algo que ignoré siempre y que me gustaría saber: ¿quiénes leen este blog, quiénes leen o leyeron mis libros y por qué? Muchos de ustedes se suman al blog y me sorprendo. Quiero desde aquí agradecerles su lectura y sus afanes. Me gustaría conocerlos… Decirles…, pero la vida no me da para todo. Les agradezco que se dejen querer por aquello que para ustedes escribo con sumo cariño.
    ¿Para quién escribo? Lamento revelar que desconozco la respuesta. Salvo el libro Educar para el trabajo, que tenía un público concreto: padres que se ocupaban de la educación, instrucción, formación de sus hijos… ¿el resto? Ni idea. En el fondo creo que escribo lo que me gustaría leer o algo así. Es cierto que no me mueve, mi lector, el dinero para escribirte… Entre “A la inmensa minoría” del dandismo juanramoniano hasta “A la inmensa mayoría” de Blas de Otero hay unos millones de lectores.
    Tomás de Aquino afirmaba que el bien de suyo es difusivo. Todo lo bueno que tenemos deseamos compartirlo con quienes amamos. Hacemos prosélitos de nuestro equipo de fútbol favorito, del disco que nos emociona, del libro que nos cautiva, del paisaje que contemplamos, de la ciudad que nos acogió… Presentamos a nuestros amigos entre sí: a los del trabajo con los de la caza, a los futboleros con los lectores… Queremos que se relacionen, que se crucen puentes. Lo hacemos sin otro interés que el bien que deseamos difundir: “Tal persona es encantadora. Te la tengo que presentar. Ya verás que bien…”, decimos. “Leer estos versos al atardecer te hará temer por la huida de tu corazón tras la soledad del valle”, podrá decir alguien.
    Disputaba no hace mucho… El qué dirán no me importa demasiado. Creo que se debe hacer lo que se debe hacer sin muchos miramientos. Siendo un niño aprendí que no todos somos monedas de cinco duros que a todos gustan y caen bien. Procuro no contristar, no zaherir, no ser mordaz… Intento ser educado y amable, regalar lo bueno que tengo…, pero lo políticamente correcto no me afecta. Me interesan las personas. Sé del escándalo farisaico: Juan no bebía vino y lo criticaban; Jesús lo bebía y otro tanto… En el enxiemplo II de El conde Lucanor, se nos dan más explicaciones. Quevedo y Góngora, por poner un poner, tampoco son políticamente correctos. La puta que Baudelaire llevó al Louvre se escandalizaba de los desnudos de las esculturas y las pinturas. La sartén se lo pidió al cazo: apártate que me tiznas. Escribo lo que sé, lo que puedo, casi lo que quiero.
    ¿Quiénes son mis lectores? Y continúo como Diógenes con el candil a la búsqueda de mi lector… ¿Quiénes leyeron miles de mis libros? Sólo a algunos los conozco, sólo a algunos pude escuchar. Mi madre nunca leyó libro mío. Mi padre todos… Lo siento, pero yo tampoco he leído la novela policiaca de los escandinavos (ni vi las pelis que se hicieron sobre ellas). Pido perdón, pero no he leído los inabarcables novelones de los autores norteamericanos que dan pie a miles de millones de ganancias entre ediciones, promociones, películas… Dios los bendiga, que hacen felices durante muchas horas a personas que posiblemente nunca me leerán a mí, pobrecito. ¿Quiénes leen a estos autores también les dedican sus ratos a los genios: Cervantes, Lope, Tolstoi, Dostoievski…? ¡Tantos, tantos! Puede que también los lean… A tirios y a troyanos. ¿Quién, si no es alumno de bachillerato, lee a Machado? Hace años que no leo a García Montero (él no creo que me lea a mí).
    Me temo que busco solución a un problema irresoluble con mis pobres medios. ¿Se puede saber, acaso, para qué quiero conocer los lectores que me siguen por aquí, para quiénes escribo…? ¿Cambiaría quizá mis modos, mis temas? ¿Desaparecerán mis fantasamas, mis obsesiones?

5 de febrero de 2011

Por favor, con un lazo rosa... ¡Cosas del querer!

    No me llamo Juan Martín Díaz. No soy testarudo. No está entre mis defectos la tozudez del necio. No tengo vocación de mosca cojonera. No desciendo del mulo terco de dura testuz. Tengo, sin embargo, la bendita virtud de la constancia, llamada tenacidad, la rebeldía de la perseverancia… Lo importante no es que se lea en un libro electrónico o en un libro de papel. Ni siquiera creo que importe un pimiento la lectura en general. Lo que sí que importa es la felicidad. La polémica puede que sobre, pero la conversación nos entretiene a los que miramos mientras otros bailan.    

                              * * *

    El cumpleaños del romántico Goethe era el 28 de agosto. En la misma fecha afirma que su Wether, más romántico aún…, también cumple años. Escribe  éste en dicha fecha a Wilhelm:

Muy temprano recibí un paquetito de parte de Albert. Al abrirlo lo primero que me saltó a la vista fue uno de los lazos rosa que Lotte llevaba el día que la conocí y que después le he pedido varias veces. Dentro venían dos libros en dozavo: el pequeño Homero de Wetstein, una edición que deseaba tener para no andar cargado con la de Ernesti durante mis paseos.

    Todos los sabios que en el mundo están sabrán que el joven Werther no deseaba llevar la edición de Ernesti porque se trataba de una edición bilingüe (griego y latín) de la obra de Homero en dos tomos, publicada en Leipzig. Es decir, al señorito vagamundo, pre-suicida, le pesaba el libro… De vivir hoy quizá hubiera preferido un e-reader a la edición de Wetstein. ¡Qué cosas!

    Lo de dozavo se puede averiguar en el diccionario de la RAE. El curioso que lo mire y lo aprenda.

                                                                  * * *

    Sigo para arriba y para abajo con una biografía de Unamuno en 800 páginas. Uno es pobre, nada romántico y el libro pesa como un tío ahogado. (Desde una estantería me miran las Conversaciones con Goethe: En los últimos años de su vida, de Eckermann, en editorial Acantilado, con sus 1003 páginas de disfrute y 46 euros del ala… Oiga, ¿cuánto vale un e-reader?).