31 de enero de 2011

Bajo la luna se lee poco y mal…

    Me escribe mi librera –Dios la guarde muchos años- y me dice que, con respecto al asunto de los libros electrónicos y los libros en papel, ella opina como Arturo Pérez-Reverte, y me adjunta un artículo que está, por lo que veo, por todas partes en la red. Me escribe ella: por lo que decías en el blog, yo soy más bien de esta opinión, al respecto. Además de lectora soy librera. Esta señora es así, regatea en corto y decide rápido. De haber sido de otro modo se la habrían comido los gamusinos.
    Las tormentas en vasos de agua son innecesarias, como las incendiarias tertulias de café donde el mundo es un puzzle dócil que se dejan encajar entre bromas, baladronadas, cafés y copitas, y ahora sin tabaco. Me gusta que se opine y se discuta en el sentido español del término; se admite la franqueza; no se negocia con la mentira; se mira de frente; lo que se siente, se siente; lo que se piensa, se piensa… y se dice todo con el respeto que la compaña y el temario requieren. Bendita discusión cooperativa y esclarecedora, si fuera posible. Pensar juntos… es multiplicar las inteligencias particulares, es poner en acto una sociedad inteligente, eficaz.
    Releo el artículo de mi amigo Pérez-Reverte. Escribo amigo porque crucé muchas veces el puente de su creación a mi mesa de lectura (en cierta ocasión quise ayudar a un doctorando en ciernes a trabajar sobre él y me vi en la obligación de leerlo). Leí sus novelas, leí sus artículos. Me quedo con éstos y con aquéllas no tanto. Es cuestión de cómo se trabajan las estructuras, cómo se resuelven las historias, cómo se plantean los argumentos. Comparto su sentido común en muchos de sus planteamientos e incluso sus formas, que no me producen escándalo… Ya lo decía aquél: se crean más figuras literarias en un día de mercado que en un año en la Academia… En el mercado se habla alto y claro y recio.
    Mi librera, como librera que gana un 30% de media en cada libro que vende, salvo error, está de acuerdo con que siga circulando la creación escrita en papel (cierto que paga impuestos, local, seguros, come varias veces al día, etcétera). ¿Si bajara mucho el mercado del libro en papel, qué ocurriría con las librerías? Me temo que sucedería algo parecido a lo que está ocurriendo con muchos estudios de arquitectos, con muchas empresas de construcción, etc. Se cierran por innecesarios. Lo comprendo querida amiga, lo comprendo, pues defiendes el pan de tu casa, el pan de tus hijos, tu trabajo al que te dedicas con tanto cariño y capacidad… Te comprendo. No vives del claro de luna.
    El académico, don Arturo, en su artículo Leer con luz de luna, escribe con el equilibrio de la sensatez: lo cortés no quita lo valiente. El libro en papel o digitalizado no son excluyentes entre sí. Vivan juntos. Interesante: llegue el electrónico donde no pueda llegar el papel: eso es pensar en los países pobres donde esta alternativa podría ayudar al cultivo personal, el aprendizaje, el bien común. En ocasiones pensamos como occidentales, hijos de un fundamentado culturón milenario, universitarios, varones, blancos… (y así hablamos de la crisis, como si ésta fuera la única crisis en marcha, como, si a esa madre a la que se le muere el hijo de hambre en los brazos, supiera qué es un hipoteca subprime. ¡¡De hambre!! Eso sí que hace entrar en crisis a la humanidad toda. 25.000 niños, como los suyos o lo míos, mueren de hambre al día en el mundo, ¡y vaya usted a saber quién los ha contado!). Vuelvo al camino. El nieto de don Quijote, con Rocinante, vuelve al camino.
    Se pierde don Arturo y torna al reino de los opuestos, a la modernidad absoluta: o conmigo o contra mí. Iba usted bien. Que cabalguen Sancho en su burro y don Quijote en su amado penco. El académico lo sabe. Dicen que nuestro admirado don Francisco de Quevedo viajaba con no menos de 200 libros y mandó hacerse un atril de cuatro faces para poder pasar de un libro a otro cuando de uno se aburría y así poder seguir leyendo sin invertir tiempo en levantarse, ¿qué habría pensado él de todo esto que después habló de esos pocos libros…?

                               Retirado en la paz de estos desiertos,
                               con pocos pero doctos libros juntos,
                               vivo en conversación con los difuntos
                               y escucho con mis ojos a los muertos.

    Ya comprendo que usted, don Arturo, ganado se lo tiene, sólo se ocupe, ¡que no es poco!, de dar sustancia al bollo, vaya envuelto en chips o en cartulina. Mas se larga voacé de charleta con don Francisco de los Cobos a los cerros de Úbeda. Innecesario tergiversar, su argumento se vuelve confuso y ¿trivial o tribal?: la tableta para leer puede tiene múltiples potencialidades, pero si estoy leyendo, leo; si consulto el correo, ídem del lienzo y así. Hay quienes leen con música, por ejemplo, y ni escuchan la música ni se enteran de lo que leen, o se enteran de ambas realidades y las disfrutan, o sólo lo hacen con alguna de las dos…, incluso pueden dormir plácidamente, que el sueño de los justos es agradable a los ojos del Señor, que dice el Libro.
    El último párrafo, ya, creo es atar el mondongo con alambre de espino para que no se vacíe el artículo ni la tripa deje pasar la masa de morcilla. Retornáis a Occidente de plano con dos cojones: la cuesta de Moyano no está en mi pueblo; quienes viven en Madrid siguen pensando que de Madrid al cielo, ¡y me parece bien!, pero insisto: cuestas en mi pueblo hay muchas, pero de Moyano, ninguna y con libros, menos: son cosas que pasan, don Arturo. En la Ciudad de la Luz nunca estuve, vi las fotos de los libreros junto al Sena, más qué decirle: lejos, complejo, romántico y tal. Los libreros, supongo, que vos citáis ausentes están de mi presente, ignoro dónde habitan; serán importantes, elegantes, mas de nuevo distantes. El resto de la retahíla se comenta sola. Mi primo Desoxido tenía un problema: los libros no caben en su piso de noventa metros; él y yo no tenemos treinta mil libros como vuecencia, porque no disponemos de tiempo ni habemos casa…, sino piso, pequeño e hipotecado. Carecemos del tiempo necesario para poder leer tanto libro, acumular tanto saber en los estantes y en los caletres del ser… Se me hace difícil, sin embargo, imaginármelo a usted, querido amigo, acariciando lomos de libros -¡de piel o de cartoné!-, cuando cabalga a lomos del mar en su barco… Los olores de los libros, las sensaciones táctiles que producen «no deja de ser una simpática gilipollez», que escribió un académico.
    Ignoro si hay que matar el claro de luna, como escribió Breton. Sus razonadas sinrazones sensibleras que le inclinan al texto en papel no me vencen y su final de Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro… sobra. Añade sombras y nada aporta. Ni quito ni pongo, mas exabruptos para escandalizar a sus lectoras bienpensantes no ponen un puto punto de luz.
    Bajo la Luna, con luz de luna, se lee poco y mal…

24 de enero de 2011

Oye, Desóxido, se me ocurre a mí… ¿Tú qué opinas?

Biblioteca del Trinity College. Dublín.
    El otro día, mi primo Desóxido, se cuajó en una página de su blog un fervorín en torno a la proporcionalidad entre el espacio habitable de un piso y el número de libros que caben en el mismo en calidad de biblioteca privada. Aquí puede leerlo, que merece la pena: Mi hija no llora cuando expurga libros.
    Transmutados él y su primorosa hija en cura y barbero del XXI, decidieron eliminar libros. Sobraban unos seiscientos, por lo que comentaba. El camino que éstos tomarían no era otro que el de la biblioteca pública: bien hecho. Nada de lumbres…, que se orina uno por la noche, decían en mi infancia: quien juega con fuego, se orina en la cama…
    Hace unos años, solían hacer una de esas preguntas interesantísimas (?) en la que se venía a decir al entrevistado: ¿Qué libro se llevaría usted a una isla? Ni la pregunta ni la respuesta tienen por dónde cogerse: Depende de la isla, depende de quienes estemos en la isla, depende de tantas realidades que hasta es posible que no me llevara ninguno. Lo cierto es que todo el mundo respondía y decía un título de alguna obra, en muchos casos, me temo, obras que nunca leyeron, pero ya existía ese quedar bien ante el qué dirán, que ahora se llama lo políticamente correcto: la Biblia, El Quijote y alguna otra generalidad. Perdonen mi falta de memoria, pero sólo este rastro queda de aquello en mi memoria. Hoy, con un e-reader o un e-book –que de los dos modos me dicen que los llaman a este lado del charco- se pueden llevar en la dichosa tableta, según, no sé cuántos miles de libros… Es decir. El problema de espacio en el piso se resuelve teniendo el aparatito.
    Cuando empezaron los ordenadores, me asomaba a ellos con un escepticismo y una repugnancia que delataban mi ignorancia supina y mi nulidad como profeta. Han pasado los años y aparqué mi pluma con tinta verde… y me pasé con armas y bagaje al ordenador (rara vez escribo a mano y cada vez mi caligrafía es peor: ¿para qué me pegaría tanto don Pelillo si luego los gruesos y los finos de la caligrafía inglesa los hace la máquina sin necesidad del palillero y la pluma de pico de pato? ¡Pues no repetí planillas ni nada!).
    Olvidé el número de libros que tenía Juan Ramón Jiménez en su casa de Moguer… la visité allá por el 83 o por ahí; estaba fresco su centenario. Eran unos miles. Luis María Anson decía tener unos 20.000… ¡que me parece una cantidad inabarcable!...
    Es decir: ¿y si nos dejamos de gastar papel y tinta y nos pasamos a las tabletas, que es lo que vaticina mi amigo Juan Carlos Carrillo, sin dudarlo?
    Sinceramente a mí no me gustaría deshacerme de mis libros: unos dos mil; pero no me importaría, si pudiera hallar cualquier libro en papel y en formato e-book, pasarme desde hoy al e-reader… Y si no al tiempo. En la red hay opiniones para todos los gustos, de todos los colores… Pasen y lean…

18 de enero de 2011

Discúlpeme. Necesito aplaudir…

    Pero ¿dónde estaba aquella estrella? Yo no veía ninguna señal que me indicara el camino a seguir, ni en el cielo ni en la tierra. Todos los días ocurrían muchas cosas... Y un día me di cuenta con gran sorpresa de que algo me estaba ocurriendo a mí también: me di cuenta de que estaba apático.
    La apatía constituye un peligro muy grande. Es inmoral, y atenta contra la vida. Yo nunca la había sentido. Había vivido y experimentado unas cuantas cosas, a mi manera. Pero desconocía por completo la apatía. Miré dentro de mí, luego miré alrededor y me pregunté, muy sorprendido: «¿Qué ha ocurrido?»
    Sólo más tarde llegué a comprenderlo: estaba apático porque me aburrían la maldad constante y generalizada y la inmoralidad idiota y testaruda. No hay nada más aburrido que el crimen. «Satan est pur», decía Maritain. Sí. Satanás es puro porque no miente: no desea más que el Crimen. Pero el Crimen es estúpido y aburrido.

    Márai, Sándor, ¡Tierra, tierra!, Ed. Salamandra. 2ª edición, Barcelona, 2006, p. 268.

9 de enero de 2011

Mi castañazo de filosofía

    Mi querido D.

    Al comentarte que tu hermana L. tenía una curiosa herramienta vital que denominé filosofía parda, no esperaba que me contestaras con una pregunta. Posiblemente previsible en ti, pero no en ese momento por mi parte. ¿Eso qué quiere decir?, me preguntaste.
    Me fui dándole vueltas a mi afirmación y a tu pregunta. Ya sabes, el hombre tiene una misión de claridad sobre la tierra. Necesito poner en claro. Dar y darme cuenta y razón de lo que me rodea, la circunstancia. Posiblemente sean pocos quienes dijeron siempre la verdad. Esto nos condena a ser unos mentirosos. Así lo afirma Aristóteles en su Ética a Nicómaco. A nadie conozco que le agrade que le mientan, afirma un profesor de Retórica natural de Hipona, que llegaría a ser obispo y santo. La mentira, el equívoco, la oscuridad generan una densa bruma que impiden ver. La claridad no es la verdad, pero ayuda a verla.

    Hice un paralelismo entre gramática parda y filosofía parda. Me acordé del libro de Juan García Hortelano, Gramática parda. Imaginé que la expresión la hallaría explicada por alguien en Internet y estaba seguro de hallarla en El porqué de los dichos de Iribarren (a tu madre le regalé otro libro semejante a éste y ella debe de tenerlo; me dijo que le interesaban este tipo de explicaciones y se lo regalé; el de Iribarren estaba agotado y le busqué otro, pero no recuerdo cuál…). Déjame que te sintetice lo que hallo y lo que quise decir.
    Cuando afirmé tal de L., en absoluto, pretendí ser peyorativo con sus  medios: cada uno hace lo que puede, y le dejan y etcétera. En el caso de L. no se trata obviamente que carezca de estudios. Tiene dos títulos universitarios, siempre fue una buena estudiante, viajada, leída… Por tanto, al calificar yo su filosofía de parda, lo que yo pretendía decir es que ella tiene una herramienta heurística donde abunda la astucia y la triquiñuela del inteligente, el vuelo raso; un menaje que tanto le sirve para plancharse un huevo como para freírse una corbata y, además, salir airosa, indemne. Con este tipo de artefacto quizá no se alcance a pensar a Juan Bautista Vico ni a Platón, pero da para pasar por la vida sobria y templadamente.
    Sus planteamientos son del estilo “Virgencita que me quede…”. Sí, entiendo que así es feliz. Para ella, como para Schumacher, Lo pequeño es hermoso: quizá también de ahí su coche nuevo. Me alegro. Inútil zafarme. Su filosofía parda es una mezcla de estoicismo que renuncia y soporta, que pasa, ya te dije, con sobriedad por la vida, sin dispendios de ninguna índole. Su escepticismo, en muchos ámbitos, le hace suspender el juicio, y de decir algo, por norma, piensa bien y lo mejor para los demás y de los demás: es generosa. Su recorrido puede parece hosco, pero siempre está patente su bondad. ¿Y su coraza?
    Te recuerdo la vieja disputa entre Ortega y Unamuno. Amigos en principio para después dejar de serlo. Ortega, el hombre de la claridad. Unamuno, el hombre del calor. Yo, sin embargo, necesito la luz que me lleve a la verdad y el calor, que es amor, que me empuje a no cejar en su búsqueda. Puestos a elegir opto por ambos.
    Luego L. me dirá que soy un prolijo, ininteligible –ella dirá pesado, incomprensible; nunca dirá coñazo- , pero es que la realidad, la circunstancia, se muestra siempre esquiva, compleja o yo, desde esa mi otra filosofía castaña, así la veo y con cariño la miro.

6 de enero de 2011

Miré los muros de la patria suya, don Francisco.


    Paseo por algunos blogs desde hace unos meses. Observo que abunda la memez: que se cultivan las majaderías con mimo. Me producen hastío las piruetas de los listillos, las cabriolas caprichosas de los chotos de la inteligencia, el conocimiento y el saber que, en sus escritos, sólo dejan burbujas de champán, coloridas pompitas de jabón que no resisten una mirada verdaderamente inteligente y amable. Sus escritos son artefactos débiles. Ignoran quién es Vattimo y que incluso éste viene ya por el camino de vuelta. Lo débil es inseguro, lo inestable es falsamente espontáneo, el ingenio se agota en sí.
    Paseo por algunos blogs desde hace unos meses. Leo a personas amables, educadas, inteligentes, que se entregan a un lector desconocido. Dedican muchos ratos de su ser a este lado del río para esclarecer, para hacer más habitable la existencia. Sus escritos son correctos, amables; se agradecen. Cada uno baja las escaleras como puede, como sabe, como le dejan, pero ahí están… Hermosas imágenes, textos cuidados… Muchas gracias señora vecina de El Patio de al lado.
    Por lo del tabaco, digo yo que menos mal. Uno: que me quité hace un tiempo, de no haber sido así estaría como un tigre en una bañera. Dos…, si me llegan a crecer los pulmones como a la señora de la foto, por la cantidad que fumaba, me hubieran llegado a los talones…      
    Permíteme una reflexión sobre la idea que enuncias más o menos así: Mi libertad termina donde empieza la libertad de los demás. Esta idea es de J. Stuart Mill. Si uno se da una vuelta por sus obras, comprenderá que en su pensamiento se han cocido los garbanzos más fastuosos de los más fuertes. Si la libertad de Tal país empieza donde termina la libertad de los USA, se comprenderá que la libertad de Tal está más pegada que un pellejo a una pared: es decir, es cero. El poderoso, sea en el ámbito, que sea siempre pensará -¡estará segurísimo!- de que su libertad puede y debe ir más allá. Más, más aún… La inteligencia -con la malicia, con la limitación-, que suele ser astuta, busca explicaciones: Hitler habló del espacio vital para el pueblo alemán y empezó a achuchar por Polonia; Stalin habló de liberar a los pueblos y encerró a sus habitantes en el gulag… y mi vecino que no tiene un patio, sino una finca de dos mil hectáreas, aprovecha la nueva derrota del río para cercar unas tierras que son del cauce –y de todos- porque piensa que su libertad llega hasta la orilla justamente… y yo estoy helado en medio del río.
    Como hoy ya fue largo –y luego Lourdes me lo echa en cara-, me retiro. Todo sea escrito con perdón y sin ánimo de ofender, sin catequizar… Por saludar a mi vecina de El Patio de al lado.

5 de enero de 2011

Tengo lo que tengo, soy quien soy...

    Un año más sin pasar de los treinta. Por más empeño que pongo es imposible saltar la treintena. Este año fueron veinticinco; en el 2009, veintisiete. En el aciago 2008, 14… Se ve que ya no puedo leer más de esos libros al año. Los libros que años atrás leía en un mes, ahora no los leo en todo un año. Me pregunto cómo lo hacía antes y cómo lo hago ahora. Lo ignoro.
    Es bien cierto que este año me lo he pasado francamente bien. La lectura me ha deparado ratos muy felicitarios. Releí a Salinger en su clásico y leí sus Nueve cuentos. Este libro quizá lo leí hace años, pues algunos de los cuentos me eran familiares. Sea como fuere disfruté lo indecible con Holden. La lectura fue demorada, comentada… ¡me pude reír lo indecible! (tomé notas para escribir algo sobre la adolescencia y ese baranda de Caulfield y luego me sobrevino algo que no recuerdo y se quedó en lo hablado: se lo llevó el agua por la sentina).
    Aún anduve con Hadot de quien todavía sigue uno de sus libros sobre mi mesa… Lo empezaré a leer de nuevo, pues lo tengo a medias. Es curioso –ya lo comenté alguna vez por acá, creo- cómo unos libros se sobreponen a otros. Tengo también desde hace meses una biografía de Unamuno que llegó con unos bríos imparables, con un volumen que da miedo… y ahí se quedó… Se tuvo que aguantar en la cola.
    Márai, sin embargo, apareció de improviso con varios volúmenes y fueron leídos con calma, con gusto, con irregular provecho…, pero leídos.
    ¡Qué decir de Cien años de soledad! También lo leí con mucho agrado. Sus inmensos párrafos me llevaron poquito a poco de acá para allá. También tomé notas para escribir… y acabaron en la misma sentina, en el mismo mar de la prisa y el olvido. De vez en cuando, al percibir que esos folios donde tomo notas me miran con acritud porque piensan que no fueron debidamente atendidos –y quizá tengan razón-… De vez en cuando, digo, los rompo y así dejo de tener tanto trabajo pendiente.
    Leo para mejorar, para ser feliz: condición suficiente. Para ser feliz necesito leer: condición necesaria. Junto a la lectura me hacen feliz otras muchas realidades, siempre fue así en mi caso. Con el paso de los años se comprende que será imposible leer los libros que deseo – al paso que voy, no leeré ni siquiera los que tengo en mi casa-, es por ello que no conviene sacrificar a ese empeño otras realidades que, por fugaces, por únicas, no admiten ser procrastinadas. El libro permanece ahí, el amigo se marcha, la persona no vuelve. Recuerdo cómo Delibes comentaba que se había desvivido en sus personajes y que, en algún modo, se lamentaba de ello, pues pensaba que le hubiera gustado dedicar más espacios de su tiempo al campo, a estar en el campo…
    Por algún sitio contó Cela del reloj que tenía don Pío Baroja en su casa. Lo hallo en su discurso de recepción del Nobel. Decía así don Camilo: Mi viejo amigo y maestro Pío Baroja tenía un reloj de pared en cuya esfera lucían unas palabras aleccionadoras, un lema estremecedor que señalaba el paso de las horas: todas hieren, la última mata. Pues bien: han sonado ya muchas campanadas en mi alma y en mi corazón, las dos manillas de ese reloj que ignora la marcha atrás, y hoy, con un pie en la mucha vida que he dejado atrás y el otro en la esperanza, comparezco ante ustedes para hablar con palabras de la palabra y discurrir, con buena voluntad y ya veremos si también con suerte, de la libertad y la literatura.
    Suenan cadenciosas las manecillas del reloj. La tarde del invierno trae el rumoreo del reloj y el piar lastimero del gorrión en alguna parte del tejado. El tiempo se mueve y no se lleva los libros, sino las vidas enteras, letradas o iletradas.
            
                    Un año más no logro pasar de los treinta… libros leídos.