29 de noviembre de 2010

"Me da billete hacia la verdad de mí mismo" ( y III ).

     El hombre viaja, el hombre huye, según me escribió una vez un escritor porque carece de la satisfacción necesaria, porque el deleite y el gozo son realidades impropias de las personas occidentales. Una mujer me enseñó que es una «enfermedad característica de los escritores» la que impide que el artista obtenga satisfacción por otra vía que no sea la de su trabajo creativo y el trabajo creativo parece ser, de suyo, insatisfactorio, fallido: siempre se puede ir más allá, hacer mejor, intentarlo desde otra faceta.
    Huyen los escritores del mundanal ruido. Se marchan aun gozando en apariencia de situaciones amables. El perpetuum mobile no ceja, todo se mueve, nada permanece. Todo incita al viaje, a la fuga, al deseo de estar en otro lugar, con otro nombre, de otra manera. Ciertamente todo es siempre imaginario, indefinido, incierto y precario. Se activa el afán de esa bestia cupidissima rerum novarum: ver, palpar, cambiar, ir, venir… «Anywhere out of the world», el célebre poema del Spleen de París. El viaje posible es el que llevaría a otro lugar, a otro modo de ser, de estar, pero siempre indefinido, se codicia un lugar al que quizá nunca se llegará.
    Se anhela ser mejor, se busca lo mejor… El generoso no huye, sino que sale al paso. Don Quijote sale a servir a su dama y al mundo entero. Los caballeros, ya se sabe. Para todos es un loco, como no podía ser menor. ¿Quién se habrá creído que es?
    Cuando decides marcharte, cuando no huyes, cuando sólo buscas lo mejor, arriba, arriba… Cuando te marchas por tu propio camino, tienes que saber que te quedas solo para siempre, de que eres relativamente libre, pero que estás a merced de todo el mundo y sólo puedes contar contigo mismo.
    Me escribe un amigo: “No pertenezco a nadie. No existe ninguna persona, ni hombre ni mujer, ni familiar ni amigo, cuya compañía yo pueda aguantar durante mucho tiempo, no hay comunidad humana, gremio, clase social donde sea capaz de acomodarme; soy un burgués tanto por mis ideas como por mi manera de vivir y mi actitud interior, pero no me siento bien en compañía de burgueses: vivo en una especie de anarquía que considero inmoral y me cuesta mucho soportarlo.”
    Más adelante añade: “sigo albergando ese afán de huir, de escapar, que surge de pronto y hace que se resquebrajen los marcos estables de mi vida, que me empuja a situaciones escandalosas y a profundos estados de crisis. Por ese motivo escaparía más adelante de la profesión que me estaba designada, escaparía por un tiempo de mi matrimonio, me enredaría en diversas «aventuras » y, al mismo tiempo, intentaría escapar de ellas, huiría de mis relaciones sentimentales y de mis amistades, y huiría, durante mi juventud, de una ciudad a otra, de un país a otro, de un clima a otro hasta que el perpetuo sentimiento de carecer de hogar y patria me resultó natural, mi sistema nervioso se acostumbró al peligro y empezó, por fin, a trabajar en una «disciplina» artificial… Hoy sigo viviendo de la misma forma, entre trenes, escapadas y huidas, sin saber qué tipo de peligrosas aventuras interiores me esperan.”
    Es un fugitivo profesional. Es Gutiérrez, el protagonista de mi novela, que nació en mi imaginación un día -en un anhelo mío, quizá-, pero que sigue estando ahí, al otro lado: al lado real del espejo. La historia verdadera de este Gutiérrez real acabó con la huida definitiva: se disparó un tiro en la cabeza.
    Asumir la verdad de quien se es, de lo que nos rodea es una labor lenta. La verdad es una medicina con muchas contraindicaciones: peligrosa y ácida, amarga a veces. Quien la asume, quien la corteja, sabe que puede matarlo o curarlo, pero ese es el camino seguro de toda huida.

    — ¿Por favor, me descambia el billete a ninguna parte que le pedí?

    (Puede ser ilustrativo el capítulo más breve de El principito).

28 de noviembre de 2010

El viaje de los fugados ( II )

    ¿De qué o de quién huimos la gente común, es decir, el común de los mortales? ¿Viajamos con sentido o simplemente huimos? ¿En el ámbito de la realidad, en el mundo de los sueños, con los ojos abiertos o cerrados, qué dirección consagramos?
    En El viaje de los héroes (I) comencé a hablar del personaje de una novela mía, Soy Gutiérrez. Él es un fugitivo compulsivo. ¿Huimos los creadores por nuestras creaturas? ¿Me escapo, acaso, yo en este momento por este renglón del blog?
    Olvidé cuándo leí la biografía de Leon Tolstoi. Aún está en mi biblioteca la que usé. Leí otra que no recuerdo. La de Troyat es la que tengo en casa: son varios volúmenes. Me impresionó la idea de que Tolstoi siempre anduvo con la idea de evadirse de su propia existencia y circunstancia. Lo escribió en muchas ocasiones; él y su esposa, Sofía, madre de sus doce o trece hijos, tenían un diario en el que se escribían –mala idea sin duda-… El viejo príncipe decide definitivamente marcharse, huir: se acabó… Ya está bien. Se monta en un tren ¡y lo tienen que bajar en la primera estación, aún antes de salir de sus propias tierras porque se ha puesto a morir! En la caseta de un paso a nivel muere uno de los mayores novelistas de la Literatura, el hombre que ansiaba marcharse durante años… ¡no logra salir de su propia casa el día que se puso el traje de mujik prófugo! ¿De qué huye el príncipe ruso? ¿A dónde va? Ridículo.
    A comienzos de este año que marcha ya de capa caída y arrastrada, murió otro novelista con vocación de fugado: J. D. Salinger. Desconozco si hay alguna biografía fiable, buena… Quizá ni siquiera me interese; la de su hija Margaret no. Sea como fuere, dicen que publicó su Guardián y cogió tieso las de Villadiego y no lo volvieron sino con los pies por delante. En El guardián, Holden le propone a Sally largarse porque no aguanta más:

Pero no es sólo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y odio que me presenten a tíos que dicen que los Lunt son unos ángeles, y odio subir y bajar siempre en ascensor, y odio a los tipos que me arreglan los pantalones en Brooks, y que la gente no pare de decir...

    Desea largarse a un bosque, pero no a uno cualquiera. Holden el adolescente se lo va a contar a su hermana Phoebe: 

me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo.

    Pues lo que el adolescente Caulfield no logra llevar a cabo con su amiga Sally, lo emprende el adulto Salinger: lía el petate, busca su bosque y se pierde en él, al menos relativamente. De él lo sacaron muerto a comienzos de este 2010. Lo que hizo en el bosque lo sabemos en parte, pero lo que conocemos con absoluta certeza es que no volvió a coger el ascensor. ¿Lo de Salinger fue menosprecio de corte y alabanza de aldea sin más? ¿Quiso quizá ser un mukta como alguno de sus personajes?
     El trayecto que se desea recorrer se quiere amable. Es complejo imaginar el camino y el lugar de arribada que se deshacen, las más de las veces, en vaguedades, pues la imaginación divaga y no concreta. Quizá se anhela la inmovilidad absoluta, rasgo de la perfección; un equilibrio tal que demanda ser Dios mismo. Esto es justo lo que desearon Adán y Eva: no estaban contentos con ser quienes eran. Su viajar comportaba una aspiración absoluta: ser como Dios… ¡que por la inmensidad de la pretensión no quedase!
    Otra vez me alargo, divago, viajo, me pierdo… Lo siento. Creo saber dónde voy, pero no deseo alargarme para que pueda leer esto en un rato y seguir en otro momento, si lo tiene a bien. Ni siquiera aseguro que remate la faena en la siguiente entrada… Hermosa y amable la paciencia de quien resiste sin aguantar.

27 de noviembre de 2010

El viaje de los héroes ( I ).

    Si el futuro es impredecible, no es menos ignoto el alcance último que tienen nuestras acciones y nuestras obras del pasado. El hombre se autoconstituye en su acción, el hombre es su quehacer, concluye Aristóteles. Somos lo que hacemos, estamos compuestos de nuestras acciones y nuestras obras: hacer y obrar no son lo mismo, pero no entro en ello.
    Ignoraba el alcance que tendría la idea que me movió a escribir una novela mía, hoy agotada y a la espera de ser reeditada, Soy Gutiérrez. Miro para ver qué escribí en el blog sobre ella. Me resulta rarísimo releerme pasado el trámite necesario de las correcciones de cuanto escribo. Releo con curiosidad a quien fui y me resulta absolutamente novedoso: lo había olvidado, no me reconozco en ello, aunque asumo que es verdad cuanto ahí se cuenta. Sí que observo el gusto que tengo por la palabra: soy un rendido admirador de las palabras. Me encanta jugar con ellas, entretenerme entre ellas, pero no es el afán de ahora, ni pertinente el momento.
    Decía de Gutiérrez, el personaje. Un tipo que huye. Un tipo que se hace un profesional del viaje oculto. La vida es un viaje. La idea es vieja. El tiempo, por mucho que afirmara el maestro de Monóvar, no vuelve. Si no me falla la cabeza, hace años que leí el libro de Nisbet –La idea de progreso, ¿o fue en un tal John Bury en un libro de idéntico título? Estas lecturas son de principios de los noventa y ya llovió en mi vida-, donde creo que recogí la idea: fue San Agustín quien plasma el concepto del tiempo como una realidad lineal, será un aporte más del cristianismo; para los griegos el tiempo era una realidad cíclica (ahí se enzarza el eterno retorno de Nietzsche). El tiempo no vuelve. La vida es irrevocable. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, escribió el poeta a su Marisol… En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos, se entiende, los mismos, que afirmaba el viejo Heráclito.
    La simbología del viaje, me arrimo ahora al querer de Juan Eduardo Cirlot, implica el movimiento, pero no necesariamente en el espacio. Existe el viaje interior que motiva el cambio, que busca el progreso, un ideal, un yo ideal, una circunstancia deseable. Viajar es aventurado: salir hacia lo que viene, hacia lo deseable. Raro es el viajero pusilánime. Viaja Ulises de Troya a Ítaca: vuelve a casa y ya no es el mismo, ¡ay, pero Argos, su perro, lo reconoce! -¿quién nos reconoce muertos nuestros perros?-. Viaja el Eneas virgiliano de Troya a Italia… Recorre el Dante de la mano de Virgilio el infierno y el purgatorio y el cielo.
    Es curioso que estos héroes clásicos no huyen, buscan, van, salen al encuentro, arrostran cuanto de bueno o malo se presente… Aligero el paso y marcho al trote hacia el destierro con Mio Cid, ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!

            Habló mío Cid,          bien y tan mesurado:
                                                                Cid
            -¡Gracias a ti, señor padre,          que estás en alto!
            -¡Esto me han vuelto          mis enemigos malos!
   
    Los enemigos nos ponen a parir. La circunstancia viene mal dada. En el reparto inicial de las cartas, nos dieron un padre ladrón y una madre ligera de cascos, porque el hambre aprieta, y ahí sale a la vida el Lazarillo: no queda más remedio, la vida achucha y el niño hizo lo que pudo, el adulto, cabestro, hace lo que le dejan.
    Como ya va largo esto, dejamos la conversación para más adelante, nos emplazamos para el siguiente…
    Muchas gracias por seguirme, gracias por su paciencia… Las tertulias son un poco así, divagantes, verborreicas, facundas… Es el gusto por todo ello…

24 de noviembre de 2010

Carlos Edmundo de Ory: descansa o no en paz.

     Le pregunto a una joven profesora de Literatura por Carlos Edmundo de Ory. Ignora quién es. No sabe dar cuenta y razón de su poesía, de su vida, de su postismo tan postsurrealista, tan omniabarcante, tan ignorado y despreciado. Él y su poesía; la poesía toda casi siempre.
    Insisto: hago lo que me deja la vida. Estas semanas no fueron distintas. Veo soplar las hojas en el parque. Barrer las puertas de las casas próximas a los grandes álamos. La muerte visita mi entorno inmediato y el próximo. Por la muerte cobra sentido nuestra existencia, empecé a escribir y no pude continuar: perdí el hilo.
    El padre de Carlos Edmundo, Eduardo de Ory, era para mí el autor de un libro dedicado en casa de mis padres. Libro dedicado a mi abuelo. La obra era una biografía de un poeta reverenciado por casi todos: Rubén Darío, de quien se decía amigo. “Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro”, que escribió Valle de Rubén en sus Luces. Pero, ¿quién era ese tal Eduardo de Ory? No lo supe hasta que años después descubrí una revista creada por él y por mi abuelo. Eran tiempos del modernismo militante y el poeta gaditano y el poeta-archivero jaenero crearon una revista titulada Vida Moderna, si no recuerdo mal; no fueron muy creativos en el título… Efervescencia creativa, renovación formal, oxígeno juvenil para una poesía con el músculo anquilosado, animar una poética tullida por el realismo… Acercamiento al folklore, que se escribía entonces así, con K -¿o ya no se dice ca?-. Rodríguez Marín, Antonio Machado Álvarez, Demófilo y padre del poeta universal –para muchos el único Machado-… Colosal primer tercio de siglo español del siglo XX.
    Carlos Edmundo, si no me falla la memoria, se marcha de España a Francia a mediados de los cincuenta y no volverá a vivir en la tierra que lo vio nacer. Vino de paso, creo. Anduvo por su Cádiz. Creí leer en algún sitio que cedió toda su creación, que la mandó guardar, que sabrán de ella quienes vivan en el 22…
    Pues sí, todo esto… Miro por curiosidad a ver si la Wikipedia dice algo de él. Sí, algo dice… Veo que en Internet se puede leer un rato sobre él, sobre su obra…

            Cuando un padre afligido
            le dice a su hijo acuéstate pequeño
            y duérmete seguido
            es que quiere a la par hacerse dueño
            del hijo y de su sueño.

    Duerme, duerme, Carlos Edmundo… duerme ya.

23 de noviembre de 2010

Estoy de viaje. Ahora vengo...

    Vivir es ver volver, afirmaba el escritor de Monóvar. El sufrimiento es una cara realidad ineluctable. El sufrimiento es epígrafe de un temario necesario -que no suficiente- para que toda persona se conforme. Leo del título de un libro que ignoro, El sufrimiento es inútil; no dispongo ahora de tiempo para él. Señora, en la trapería de la vida nada es inútil, todo puede aprovecharse; el reciclaje se impone. El descenso a la nada en la forma que sea: siendo sólo final de muerte, náusea, peste… presupone una subida necesaria. El tedio, la desesperanza, la acedia… son asentamientos a la puerta del infierno, lo asegura San Isidoro de Sevilla que sabía mucho de estas rutas crudas de la existencia. Es el status viatoris… Las vidas son los ríos…
    Vivir es ver volver, afirmaba Azorín. El creador, un loco, un maldito… Desconoce los senderos y las veredas hasta de su propia obra. Ignora la explicación de su creación y la realidad, que es parte de su mismidad, que es ser creador. El dolor delata la enfermedad física, casi siempre. El sufrimiento es una realidad insoslayable. Dalí, como era un genio con orejas sobresalientes, se ponía pinzas de la ropa en ellas para sentir lo bien que se hallaba al quitárselas: no se olvide que Dalí era un genio, un artista… Si lo hubiera hecho otro cualquiera de mi calle, por muy orejones que fuere…, sería un imbécil de libro, un masoca, y si jaenero, además, un gilipollas.
    Vivir es ver volver, afirmaba José Martínez Ruiz.

14 de noviembre de 2010

Veritas est in puteo.

    Hace no recuerdo cuántos años, asistí a la disputa intelectual entre un conocido crítico literario y un importante poeta español. El motivo de la discusión no era otro que la prevalencia entre la vida y la obra, literaria en aquel caso, la  mayor importancia de la realidad ante la ficción. Cada menda defendió su postura, explicó sus posiciones. Asistí sin participar. Callaba. Hoy escribo estas líneas para explicar que este blog está vivo, sigue en la vida, de parte de la creación verdadera…, pero ya lo escribió Demócrito: Veritas est in puteo. La vida se impuso durante unas semanas con una violencia que sólo ella sabe desatar. VALE.