28 de diciembre de 2010

Del recuerdo vital a la literatura (y III)

    Sigo gozando de la palabra viva en el discurso de Vargas Llosa. Continúo el orden de su exposición. Releo algún párrafo. Volvamos a la literatura, nos invita el peruano, tras hablarnos de dictadores y nacionalismos vacíos e inútiles,  retorna a Arequipa y a un trozo de su vida. Y vuelve a la literatura dice, curioso,  hablando de su infancia. Llega a su creación literaria adulta por la infancia.
    Sí, confiesa con Flaubert: “Escribir es una manera de vivir”. Quien escribe es escritor y lo es siempre. Mejor o peor, pero para siempre. Imposible dejarlo. Con todos sus riesgos, o no, con su cargas obsesivas. ¿Sigues escribiendo?   Preguntan tan bienintencionados como ignaros en el oficio muchas personas. ¡Qué remedio!, dan ganas de contestar. Gozosa en algún punto y momento, la creación literaria, pero no menos ardua: “Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación”, confiesa. ¿Qué empuja a no dejarlo? La consecución de todo bien es ardua. La pereza y el desaliento vigilan el trabajo, insidian cuanto pueden. El amor manifiesto o no es el motor inmóvil que anima sin descanso.
    Rememora su primera creación teatral. Venía hablando de novelerías y de pronto, ahí estaba agazapado el drama. “El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas”. Vuelta de nuevo al impulso de una cultura que empuja al joven creador que llevaba dentro, le incita, lo aguijonea. Si la cultura viva del pueblo humano no espolea, el contador de historias carece de modelos, de acicate.
    La Literatura es la vida. Nace y crece, y se reproduce al par de la vida, trabada en ella, con ella, por ella. Imagina don Mario al hombre que balbucea en la sima recóndita, asustado por una Naturaleza incoercible. Quiere el hombre explicarse y explicar el mundo en torno y cuenta… (también pinta y canta y danza…). Se empeña por amarrar el mito a la palabra. Esos quehaceres no son gimnasia del espíritu, sino toma de conciencia, puesta en claro, cuenta y razón de una Naturaleza que, como el propio Nobel afirma, en noches hirvientes de amenazas truena, entre rayos y gruñidos de las fieras. Es el hombre, el perfeccionador perfeccionable que no se rinde.
    Releo de nuevo. Estoy a punto de cambiar el párrafo que precede. El Nobel peruano juega al equívoco –a lo peor no lo entiendo bien, no lo veo claro, sencillamente, sin más no lo comparto-. De pronto la Literatura es una realidad al margen, en paralelo, distinto, un activador, un revitalizador de la vida genuina. Lo siento. La Literatura es también la vida o la Vida. Es la Literatura parte de esa vida. Como él afirma, en la cueva o en el rascacielos, la Literatura no debe arrogarse un papel primordial, esencial, ya sea de cambio, continuidad, ruptura… El hombre de la cueva caza e imagina cómo atrapar a esos animales más veloces, pinta su magia en las rocas. Lanza palos y piedras contra los animales, pero es capaz de imaginar la piedra atada a un palo largo, y hace una lanza, o la ata a un palo corto y hace un hacha… Mueren las mujeres en los partos, mueren los niños de enfermedades incontrolables: la vida es inmisericorde. Sufre y sigue adelante. A la noche, junto a la lumbre, envuelto por el frío y en la oscuridad inescrutable cuenta su historia, representa en su danza el hecho de la vida que le da el sustento: cómo se caza… El sueño es inquieto. Necesita imprimir velocidad a una lanza que es lenta y pesada frente al animal que es más rápido que él… ¡y surge el arco y la flecha! Me da igual, otro tanto, en el rascacielos… Cambian las condiciones, lo material cambió: el sufrimiento permanece, el dolor, el odio, el hambre, el bien, la injusticia, la mentira, la ilusión, la verdad, el amor… y también la Literatura, con sus narraciones, sus representaciones, sus hermosos versos aún por leer: una realidad más a la espera, mas no el bálsamo mágico que todo lo cura.
    La ilusión precede… es la víspera del gozo, que dijo Pedro Salinas. Esperaba complacerme en este discurso y vive Dios que lo hice. Lo he alargado cuanto pude, como el niño que no desea terminar con su estupendo helado, como el lector que calcula cuántas páginas le quedan del libro que desearía no terminar del todo… Se acabó. Diez o doce folios no dan para encerrar una vida de creación literaria, de servicio a la Literatura… Ahora, entiendo, volvemos a otros textos, a otros libros, seguimos en la vida, rodeados de lecturas.

El talento de hacer bien lo que se sabe ( II )

    Todo acto humano debe ser necesariamente inteligente, voluntario, éticamente intachable. Quien usa su talento para hacer el mal es un malvado. Dilapida su dignidad como ser humano, retorna a la “vida feral”, por citar al propio Vargas Llosa en el discurso que leo y medito.
    Don Mario es un bien nacido. Agradece el peruano a todos aquellos que le dieron ánimos: su madre, el tío Lucho… y a quienes por medio de la palabra escrita lo llevaron en volandas a otros mundos imaginados, al mundo del pensamiento. ¡Ah la palabra! Don Antonio, la palabra es más peligrosa que cualquier pistola por mucho que ésta lo fuera de Líster. El hombre deja de andar a cuatro patas, se pone de pie. Libera las manos. Puede aplicar su talento a la técnica…, pero necesita hablar con el otro. Es nacido animal que razona, pero depende del otro. Quizá un verbo en imperativo fuese la primera palabra con sentido. ¿Pero y la palabra escrita? La palabra escrita sujeta la realidad.    
    Durante la Segunda Guerra mundial, cuenta Sándor Márai en alguna parte, los soldados rusos que invaden su patria se admiran ante su profesión de escritor. Está bien ser escritor, afirman. La explicación de dicha admiración se la da un extraño soldado apenas pulido. Le viene a decir que está bien que Márai sea escritor porque puede decir lo que los demás piensan. No está mal. La palabra escrita fija el pensamiento, la intuición mítica queda atrapada. La cultura que la palabra escrita fija comporta la huida de la animalidad hacia la vida humana. No hay verdadera vida humana al margen de la cultura. Lamento, no obstante disentir: no es la Literatura la que libera al hombre. Lo escribí no hace mucho en este blog al hilo de otras voces y otros ámbitos: la verdad libera. Sólo la verdad nos acerca a la realidad genuina. Sólo el amor nos mueve. Sólo el amor dinamita la pereza egoísta. Sólo el amor crea generosidad.
    “Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte”. Cruza don Mario de España a Barcelona de ésta a aquélla sin el miserabilismo que a tantos ampara la raya. Agradece a una y otra. Se sabe ciudadano del mundo y se siente tan orgulloso del bien recibido, como del horror habido en la conquista de Latino América. Carga con honores y yerros. Rechaza de plano cualquier dictadura. Bien sabe el Nobel, porque tiene talento, que el mal allí donde arraiga hace mucho daño. Hoy destroza, pero después continúa su labor implacable y aterradora. Su desalentadora herencia deja metástasis que tienden a ocuparlo todo. El mal no descansa, no cesa. Unos días antes del reconocimiento con el Nobel, le decía Vargas Llosa a una amiga mía: “Detrás de la crisis financiera hay una moral degradada por la codicia. Y ésa es una forma terrible de incultura”. Difícilmente se mejora un país donde no se lee o se lee poco, ¿¡cuántas veces se habrá repetido esta idea, de un modo u otro, en esta nuestra España!? La crisis que padecemos no es financiera, no seamos ignorantes, sino una profunda crisis ética. La cultura de la mentira egoísta todo lo invade y oscurece. La Literatura verdadera, muchas veces, es apenas un fósforo que se enciende en la lobreguez de una cultura inhumana.
    La Literatura pues se mezcla con la política, con la situación de esas naciones de América Latina que tanto padecieron, que tanto padecen por tantos motivos, imposibles de enumerar acá. El literato, el creador no es hombre al margen. Su creación, lo advierte también él, no queda al margen.
    Hermoso agradecimiento del hombre grande: “Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad”.
    La piedad incluye el amor a la patria. La piedad es don y virtud. Todo don es un regalo, mas no la virtud pues su posesión supone un esfuerzo por parte de quien la posee. El nacionalismo, como muchos ismos, es una -itis: una inflamación interesada, infecciosa e intencionada que esconde en la trastienda intereses inconfesables. La piedad no puede ser mala, como no hay vicios buenos, el vicio bueno se llama virtud y el uso tendencioso de las palabras no esconde ignorancia, sino malicia.
    Y se puebla el recuerdo con la ternura del terruño peruano y el pasado… La vida es irrevocable y el reloj ignora la marcha atrás.

27 de diciembre de 2010

El talento de hacer lo que se sabe ( I )

    Por fin puedo leer y meditar el discurso de Vargas Llosa con motivo de su Nobel. Han pasado los días y me fue imposible hacerlo antes. Otras realidades apremiaban. Disfruto de su palabra largamente meditada, entiendo. Recibe el Nobel en una edad que permite mirar con talento el mundo en torno.
    Mi amigo Joaquín Balbín me hizo, al hilo de otros sucesos posibles, caer en la cuenta de esta palabra: talento. Innegable que Vargas Llosa lo tiene. Tiene eso que María Moliner define como la “Capacidad para obtener resultados notables con el ejercicio de la inteligencia”, es decir: no basta con ser inteligente para tener talento… se requiere algo más. El necio, pobrecito, ya se ve que, de salida, no alcanza. Uno podría preguntarse qué es ese algo más que requiere la persona inteligente para dar en el talento y, por tanto, obtener resultados notables, en muchos casos sobresalientes y extraordinarios.
    En más de una oportunidad, de un modo u otro, insiste el Nobel peruano  en que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Estas palabras me recordaban a aquel otro premio Nobel español que una y otra vez insistió en que quien resiste gana. La Literatura, su creación, comporta la tenacidad, la constancia, la disciplina que nos aleja de la inspiración que nunca llega, de la improvisación que se considera naturalidad y es pura afectación, descuido e indolencia. El perezoso improvisa. Quien ama pone esmero, cuidado… Su sencillez es largamente laborada.
    Hermoso discurso de enaltecimiento y gratitud a la Literatura. El discurso de don Mario es una verdadera hipérbole de exaltación dedicada a la Literatura, pues no en vano, por ella, se decían estas palabras, se concitaban los allí presentes. Muchas de las aseveraciones que hace para la Literatura bien valdrían para otras artes y otras actividades: sólo con cambiar la palabra Literatura por Música o Filosofía… se comprueba lo que afirmo.
   
    La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

    La filosofía crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre  hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

    La música crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

    En algún momento podría pensar quien escucha o lee el discurso que la Literatura es un refugio a resguardo de la realidad, tantas veces vil: “he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero”. Pronto se deshace el entuerto, pues quien escribe es un rebelde: no se contenta con la realidad que le parece enteca, pobretona y ambiciona ir más allá, dilatar el tiempo, recrear los espacios, abundar en lo insondable humano… Los tiranos censuran al literato, condenan su capacidad de pensar y expresarse, de divulgar su pensamiento tantas veces opuesto al poder del déspota… “Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”.
    Puede el lector de este discurso pensar o preguntarse ¿por qué da la impresión en algunos momentos del discurso que la vida va por un lado y la Literatura por otro? La literatura se convierte en punto de apoyo donde la palanca-escritor mueve el mundo. Nos ponemos estupendos y creemos que la literatura es la pócima maravillosa, el bálsamo de Fierabrás…: la Medicina, los buenos gobernantes, los investigadores, los buenos albañiles, los agricultores honrados, los pequeños empresarios que pusieron al tablero sus vidas y haciendas para ganar más y generar más empleo, más… …, en fin, todos aquellos que empeñaron sus vidas con el bien, la justicia, la libertad, la verdad, la gente de intenciones limpias, corazones grandes y buena voluntad hacen el  mundo mejor, muy al margen de ser o no creadores literarios. Cada uno hace lo que puede y don Mario, ya se lo dijo Patricia, su mujer, hace lo que se sabe: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

11 de diciembre de 2010

Felicidades: El Señor es mi luz y mi salvación.

   

      Lo que ocurrió hace siglos lo celebramos también este año. Por las veredas de este mundo oscuro y confuso puede que llegues, o no, al belén que no se halla próximo a Jerusalén. El belén del que te hablo está en el corazón de los hombres de buena voluntad: son muchos, no te creas. Limitados, pecadores, indigentes…, pero muchos. Quizá recuerdes: Es un Niño en el regazo de su Madre sobre un burro, San José va delante con un candil que poco ayuda; quizá llegues al Niño recostado en un pesebre, su Madre que amasa, prepara, limpia… San José quizá salió un rato: busca un trabajo, comida, está haciendo gestiones; quizá lo halles allí ensimismado en algún trabajo que le encargaron… ¡corren malos tiempos y la familia aumentó! Son ellos, la Sagrada Familia, que sale al encuentro.
 
    Como otros años te escribí, antes, cuando entonces, sigo de camino busco y me hallan… Me voy un rato a ese belén de los corazones que anhelan ser mejores… y allí contemplo. Medito una realidad insobornable que ya sabía y no conocía: veritas liberabit vos! Ahora lo sé de buena tinta. La verdad nos hace libres. La mentira y los mentirosos nos esclavizan.
 
    Posiblemente no nos veamos por ahí, por eso, por si acaso: recibe mi felicitación, mis mejores deseos para ti y los tuyos y no dejaré de hablarles al Niño, a María y a José de todo esto tan ininteligible...

                                                                    Con todo cariño,
                                                                                     Antoniojosé.

5 de diciembre de 2010

Segundobé

     Un joven escritor, entonces mediocre autor de obras dramáticas y flamante periodista, y antes de ser brillante novelista, comentaba de su responsabilidad a la hora de escribir y editar. Le animaba a su ejercicio como creador saber que lo escrito por él sería único, mas de ahí también sus reparos, sus temores. Su creación sería más o menos valiosa, pero ciertamente única. Todo esto lo suspendía.
    Imposible saber si me equivoqué, pero siempre preferí escribir y dar a conocer, editar, cuando pude, más que escribir y guardar. Escribir es un acto de entrega a los demás, acto de amor. De ser así sólo el inseguro, el alambicado, el perezoso o el egoísta, entiendo, se rezaga, amaga y no da. Escribir y editar es poner en evidencia, exponerse a la vindicta pública. Escribir y editar es dar paso a la posibilidad de la magia, tender puentes entre el autor y el lector. El puente, de ser, arranca, parte siempre del autor. El lector podrá cruzar o no. El encuentro puede ser valioso. Los hay estériles, pero no por ello también estimables.
    Sentado esto. Añado. Prologo un libro de quienes fueron alumnos míos. No más, catorce años. De casi todo hay en lo creado desde el punto de vista estético, pero la ilusión es desbordante y por tanto, dado el caso, suficiente. Doy cuenta del libro, Segundobé, y reproduzco la introducción. Innecesarias otras explicaciones, más detalles. Sinceramente: feliz viaje a los autores…

    Se supone que debería yo, como mentor y recopilador de estos cuentos y sus autores, dar cuenta y razón del motivo de esta obra, es decir tendría que aportar luz sobre el porqué de esta obra y su para qué…, su cómo y su dónde…
Me van a permitir que sólo dé unas breves explicaciones, sin más obligación que dejar en suerte a estos jóvenes y que sean ellos quienes tomen la palabra escrita en sus cuentos y sus narraciones y sean ellos los únicos y verdaderos protagonistas.
    En el curso 2009-2010 tuve un grupo de alumnos de 2º de la ESO: Segundo de la ESO B. Tengo que decir que no fue un grupo corriente, sino un grupo anormalmente excelente. Tuve, como es norma, dificultades, problemas, enfados con ellos, pero entendí que eran un equipo humano heterogéneo, pero compacto. Un grupo capaz de hacer realidad mucho de cuanto se nos ocurriese poner como meta por compleja que fuera. Por lo que observo, si se me permite, suele ser rasgo característico de una mayoría de los alumnos de este Instituto y no sé si también parte de la idiosincrasia de ese pueblo que es Torredelcampo. Varias veces había intentado con grupos parecidos en otros años, en otros lugares, editar un libro. Imposible semejante tarea. Con ellos ha costado, pero ya está aquí la obra.
    En ningún momento pretendí, si se me permite la expresión, hacer escritores. Pero sí los quise hacer conscientes de que ellos podían ser autores de narraciones que serían únicas, irrepetibles, a lo peor, malas, pero… eso no lo sabríamos hasta que ellos las realizasen. Me movían a este empeño las ideas de dos viejos amigos míos, filósofos ambos, uno muerto y otro aún felizmente vivo. El primero, Julián Marías, siempre afirmaba que no debía uno esperar a criarse para clásico antes de intentar dar a conocer a los demás aquello que escribe. El segundo, Leonardo Polo, quien ha sido un continuo animador de todo aquello que puede ser, de todo aquello que se puede convertir de la mano del hombre en una realidad… Todo lo verdaderamente grande, me gustaría añadir a mí, fue alguna vez pequeño, nació de un espacio concreto… Don Quijote nació en la mente de un hombre y es hoy un personaje mayor aún que su creador, más grande que La Mancha toda.
    Cierto es que en las correcciones de estos cuentos –hemos escrito muchos durante el curso-, he rectificado algún resolvido por resuelto. Alguna valla difícil de superar por lo mucho que se eleva la elle respecto a la y griega…, pero no ha sido esto lo más importante para mí: la corrección de esas faltas de ortografía o esos signos de puntuación que he retocado en algunos casos. Insisto todo ello carece de importancia. Lo que ha tenido verdadero peso han sido los temas elegidos, sus desarrollos, sus enfoques… En mis muchos años como docente he corregido, no temo exagerar, miles de narraciones, de composiciones…, sin embargo, nunca hallé tanta variedad como encontré en los cuentos que ellos aportaron para el libro. Desconozco la explicación: confieso que yo mismo me he vi sorprendido por las temáticas elegidas, pues aun cuando escribieron casi una composición semanal conmigo a lo largo del curso, nunca, al poder optar por temas libres, eligieron ninguno ni siquiera próximo a los que adoptaron para el cuento del libro… Ignoro la causa.
    Se traslucen sueños, deseos, frustraciones del pasado o del presente… Frente a la simpleza de muchos, hallamos la madurez de otros: es la vida que va cuajando en sus existencias de forma desigual, en tiempos y momentos no siempre idénticos. En los árboles, a un mismo tiempo, unas frutas están maduras, otras no tanto… Tienen la misma edad, semejante formación, pero sus capacidades son distintas, su madurez diversa… el tamaño de sus disparates desiguales en algunos casos. Podemos hallar entre estos cuentos narraciones que se ocupan de amores incipientes… junto a mundos asentados aún en la niñez. Las circunstancias más elementales y simples crecen junto a peripecias casi de adultos… Así son los adolescentes, unos niños que van de viaje hacia la juventud por un camino estrecho y, a veces, caen del lado infantil, en ocasiones del juvenil… Imposible que faltase el tópico del adolescente que desea tener un ámbito de libertad, alejado de sus padres y de los adultos en general. Antes, dicen, los sueños de los niños estaban llenos de toreros que sacaban a sus familias de situaciones de indigencia. Hoy hay algún futbolista soñador que alcanza la gloria.
    Me consta que entre estos cuentos los hay mejores y peores, algunos son, incluso francamente, malos… No me importa. Es cierto que algunos autores nos sorprenden con leyes donde no se da la causa-efecto; existen lenguajes de películas pasadas de acción o de dibujos animados donde el quehacer de los héroes es tan difícilmente explicable como los amores de sus heroínas. Todo ello es cierto, tan verdad como que la buena voluntad no basta, pero, como dice un amigo mío: peor sería la mala voluntad, que también, por desgracia existe, pero no en este libro. La voluntad, lo aseguro, fue buena. El ánimo constante. El juicio recto… Es por todo ello que me van a permitir que cierre estas palabrejas, como muchas veces lo hice en otros muchos escritos, porque así verdadera y vivamente lo siento, con unas palabras de El Quijote, donde ese loco universal afirma que: “¡Podrán los encantadores quitarme la buena ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible!”

   
                Antonio José Alcalá.
                Torredelcampo, otoño 2010.

29 de noviembre de 2010

"Me da billete hacia la verdad de mí mismo" ( y III ).

     El hombre viaja, el hombre huye, según me escribió una vez un escritor porque carece de la satisfacción necesaria, porque el deleite y el gozo son realidades impropias de las personas occidentales. Una mujer me enseñó que es una «enfermedad característica de los escritores» la que impide que el artista obtenga satisfacción por otra vía que no sea la de su trabajo creativo y el trabajo creativo parece ser, de suyo, insatisfactorio, fallido: siempre se puede ir más allá, hacer mejor, intentarlo desde otra faceta.
    Huyen los escritores del mundanal ruido. Se marchan aun gozando en apariencia de situaciones amables. El perpetuum mobile no ceja, todo se mueve, nada permanece. Todo incita al viaje, a la fuga, al deseo de estar en otro lugar, con otro nombre, de otra manera. Ciertamente todo es siempre imaginario, indefinido, incierto y precario. Se activa el afán de esa bestia cupidissima rerum novarum: ver, palpar, cambiar, ir, venir… «Anywhere out of the world», el célebre poema del Spleen de París. El viaje posible es el que llevaría a otro lugar, a otro modo de ser, de estar, pero siempre indefinido, se codicia un lugar al que quizá nunca se llegará.
    Se anhela ser mejor, se busca lo mejor… El generoso no huye, sino que sale al paso. Don Quijote sale a servir a su dama y al mundo entero. Los caballeros, ya se sabe. Para todos es un loco, como no podía ser menor. ¿Quién se habrá creído que es?
    Cuando decides marcharte, cuando no huyes, cuando sólo buscas lo mejor, arriba, arriba… Cuando te marchas por tu propio camino, tienes que saber que te quedas solo para siempre, de que eres relativamente libre, pero que estás a merced de todo el mundo y sólo puedes contar contigo mismo.
    Me escribe un amigo: “No pertenezco a nadie. No existe ninguna persona, ni hombre ni mujer, ni familiar ni amigo, cuya compañía yo pueda aguantar durante mucho tiempo, no hay comunidad humana, gremio, clase social donde sea capaz de acomodarme; soy un burgués tanto por mis ideas como por mi manera de vivir y mi actitud interior, pero no me siento bien en compañía de burgueses: vivo en una especie de anarquía que considero inmoral y me cuesta mucho soportarlo.”
    Más adelante añade: “sigo albergando ese afán de huir, de escapar, que surge de pronto y hace que se resquebrajen los marcos estables de mi vida, que me empuja a situaciones escandalosas y a profundos estados de crisis. Por ese motivo escaparía más adelante de la profesión que me estaba designada, escaparía por un tiempo de mi matrimonio, me enredaría en diversas «aventuras » y, al mismo tiempo, intentaría escapar de ellas, huiría de mis relaciones sentimentales y de mis amistades, y huiría, durante mi juventud, de una ciudad a otra, de un país a otro, de un clima a otro hasta que el perpetuo sentimiento de carecer de hogar y patria me resultó natural, mi sistema nervioso se acostumbró al peligro y empezó, por fin, a trabajar en una «disciplina» artificial… Hoy sigo viviendo de la misma forma, entre trenes, escapadas y huidas, sin saber qué tipo de peligrosas aventuras interiores me esperan.”
    Es un fugitivo profesional. Es Gutiérrez, el protagonista de mi novela, que nació en mi imaginación un día -en un anhelo mío, quizá-, pero que sigue estando ahí, al otro lado: al lado real del espejo. La historia verdadera de este Gutiérrez real acabó con la huida definitiva: se disparó un tiro en la cabeza.
    Asumir la verdad de quien se es, de lo que nos rodea es una labor lenta. La verdad es una medicina con muchas contraindicaciones: peligrosa y ácida, amarga a veces. Quien la asume, quien la corteja, sabe que puede matarlo o curarlo, pero ese es el camino seguro de toda huida.

    — ¿Por favor, me descambia el billete a ninguna parte que le pedí?

    (Puede ser ilustrativo el capítulo más breve de El principito).

28 de noviembre de 2010

El viaje de los fugados ( II )

    ¿De qué o de quién huimos la gente común, es decir, el común de los mortales? ¿Viajamos con sentido o simplemente huimos? ¿En el ámbito de la realidad, en el mundo de los sueños, con los ojos abiertos o cerrados, qué dirección consagramos?
    En El viaje de los héroes (I) comencé a hablar del personaje de una novela mía, Soy Gutiérrez. Él es un fugitivo compulsivo. ¿Huimos los creadores por nuestras creaturas? ¿Me escapo, acaso, yo en este momento por este renglón del blog?
    Olvidé cuándo leí la biografía de Leon Tolstoi. Aún está en mi biblioteca la que usé. Leí otra que no recuerdo. La de Troyat es la que tengo en casa: son varios volúmenes. Me impresionó la idea de que Tolstoi siempre anduvo con la idea de evadirse de su propia existencia y circunstancia. Lo escribió en muchas ocasiones; él y su esposa, Sofía, madre de sus doce o trece hijos, tenían un diario en el que se escribían –mala idea sin duda-… El viejo príncipe decide definitivamente marcharse, huir: se acabó… Ya está bien. Se monta en un tren ¡y lo tienen que bajar en la primera estación, aún antes de salir de sus propias tierras porque se ha puesto a morir! En la caseta de un paso a nivel muere uno de los mayores novelistas de la Literatura, el hombre que ansiaba marcharse durante años… ¡no logra salir de su propia casa el día que se puso el traje de mujik prófugo! ¿De qué huye el príncipe ruso? ¿A dónde va? Ridículo.
    A comienzos de este año que marcha ya de capa caída y arrastrada, murió otro novelista con vocación de fugado: J. D. Salinger. Desconozco si hay alguna biografía fiable, buena… Quizá ni siquiera me interese; la de su hija Margaret no. Sea como fuere, dicen que publicó su Guardián y cogió tieso las de Villadiego y no lo volvieron sino con los pies por delante. En El guardián, Holden le propone a Sally largarse porque no aguanta más:

Pero no es sólo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y odio que me presenten a tíos que dicen que los Lunt son unos ángeles, y odio subir y bajar siempre en ascensor, y odio a los tipos que me arreglan los pantalones en Brooks, y que la gente no pare de decir...

    Desea largarse a un bosque, pero no a uno cualquiera. Holden el adolescente se lo va a contar a su hermana Phoebe: 

me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo.

    Pues lo que el adolescente Caulfield no logra llevar a cabo con su amiga Sally, lo emprende el adulto Salinger: lía el petate, busca su bosque y se pierde en él, al menos relativamente. De él lo sacaron muerto a comienzos de este 2010. Lo que hizo en el bosque lo sabemos en parte, pero lo que conocemos con absoluta certeza es que no volvió a coger el ascensor. ¿Lo de Salinger fue menosprecio de corte y alabanza de aldea sin más? ¿Quiso quizá ser un mukta como alguno de sus personajes?
     El trayecto que se desea recorrer se quiere amable. Es complejo imaginar el camino y el lugar de arribada que se deshacen, las más de las veces, en vaguedades, pues la imaginación divaga y no concreta. Quizá se anhela la inmovilidad absoluta, rasgo de la perfección; un equilibrio tal que demanda ser Dios mismo. Esto es justo lo que desearon Adán y Eva: no estaban contentos con ser quienes eran. Su viajar comportaba una aspiración absoluta: ser como Dios… ¡que por la inmensidad de la pretensión no quedase!
    Otra vez me alargo, divago, viajo, me pierdo… Lo siento. Creo saber dónde voy, pero no deseo alargarme para que pueda leer esto en un rato y seguir en otro momento, si lo tiene a bien. Ni siquiera aseguro que remate la faena en la siguiente entrada… Hermosa y amable la paciencia de quien resiste sin aguantar.

27 de noviembre de 2010

El viaje de los héroes ( I ).

    Si el futuro es impredecible, no es menos ignoto el alcance último que tienen nuestras acciones y nuestras obras del pasado. El hombre se autoconstituye en su acción, el hombre es su quehacer, concluye Aristóteles. Somos lo que hacemos, estamos compuestos de nuestras acciones y nuestras obras: hacer y obrar no son lo mismo, pero no entro en ello.
    Ignoraba el alcance que tendría la idea que me movió a escribir una novela mía, hoy agotada y a la espera de ser reeditada, Soy Gutiérrez. Miro para ver qué escribí en el blog sobre ella. Me resulta rarísimo releerme pasado el trámite necesario de las correcciones de cuanto escribo. Releo con curiosidad a quien fui y me resulta absolutamente novedoso: lo había olvidado, no me reconozco en ello, aunque asumo que es verdad cuanto ahí se cuenta. Sí que observo el gusto que tengo por la palabra: soy un rendido admirador de las palabras. Me encanta jugar con ellas, entretenerme entre ellas, pero no es el afán de ahora, ni pertinente el momento.
    Decía de Gutiérrez, el personaje. Un tipo que huye. Un tipo que se hace un profesional del viaje oculto. La vida es un viaje. La idea es vieja. El tiempo, por mucho que afirmara el maestro de Monóvar, no vuelve. Si no me falla la cabeza, hace años que leí el libro de Nisbet –La idea de progreso, ¿o fue en un tal John Bury en un libro de idéntico título? Estas lecturas son de principios de los noventa y ya llovió en mi vida-, donde creo que recogí la idea: fue San Agustín quien plasma el concepto del tiempo como una realidad lineal, será un aporte más del cristianismo; para los griegos el tiempo era una realidad cíclica (ahí se enzarza el eterno retorno de Nietzsche). El tiempo no vuelve. La vida es irrevocable. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, escribió el poeta a su Marisol… En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos, se entiende, los mismos, que afirmaba el viejo Heráclito.
    La simbología del viaje, me arrimo ahora al querer de Juan Eduardo Cirlot, implica el movimiento, pero no necesariamente en el espacio. Existe el viaje interior que motiva el cambio, que busca el progreso, un ideal, un yo ideal, una circunstancia deseable. Viajar es aventurado: salir hacia lo que viene, hacia lo deseable. Raro es el viajero pusilánime. Viaja Ulises de Troya a Ítaca: vuelve a casa y ya no es el mismo, ¡ay, pero Argos, su perro, lo reconoce! -¿quién nos reconoce muertos nuestros perros?-. Viaja el Eneas virgiliano de Troya a Italia… Recorre el Dante de la mano de Virgilio el infierno y el purgatorio y el cielo.
    Es curioso que estos héroes clásicos no huyen, buscan, van, salen al encuentro, arrostran cuanto de bueno o malo se presente… Aligero el paso y marcho al trote hacia el destierro con Mio Cid, ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!

            Habló mío Cid,          bien y tan mesurado:
                                                                Cid
            -¡Gracias a ti, señor padre,          que estás en alto!
            -¡Esto me han vuelto          mis enemigos malos!
   
    Los enemigos nos ponen a parir. La circunstancia viene mal dada. En el reparto inicial de las cartas, nos dieron un padre ladrón y una madre ligera de cascos, porque el hambre aprieta, y ahí sale a la vida el Lazarillo: no queda más remedio, la vida achucha y el niño hizo lo que pudo, el adulto, cabestro, hace lo que le dejan.
    Como ya va largo esto, dejamos la conversación para más adelante, nos emplazamos para el siguiente…
    Muchas gracias por seguirme, gracias por su paciencia… Las tertulias son un poco así, divagantes, verborreicas, facundas… Es el gusto por todo ello…

24 de noviembre de 2010

Carlos Edmundo de Ory: descansa o no en paz.

     Le pregunto a una joven profesora de Literatura por Carlos Edmundo de Ory. Ignora quién es. No sabe dar cuenta y razón de su poesía, de su vida, de su postismo tan postsurrealista, tan omniabarcante, tan ignorado y despreciado. Él y su poesía; la poesía toda casi siempre.
    Insisto: hago lo que me deja la vida. Estas semanas no fueron distintas. Veo soplar las hojas en el parque. Barrer las puertas de las casas próximas a los grandes álamos. La muerte visita mi entorno inmediato y el próximo. Por la muerte cobra sentido nuestra existencia, empecé a escribir y no pude continuar: perdí el hilo.
    El padre de Carlos Edmundo, Eduardo de Ory, era para mí el autor de un libro dedicado en casa de mis padres. Libro dedicado a mi abuelo. La obra era una biografía de un poeta reverenciado por casi todos: Rubén Darío, de quien se decía amigo. “Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro”, que escribió Valle de Rubén en sus Luces. Pero, ¿quién era ese tal Eduardo de Ory? No lo supe hasta que años después descubrí una revista creada por él y por mi abuelo. Eran tiempos del modernismo militante y el poeta gaditano y el poeta-archivero jaenero crearon una revista titulada Vida Moderna, si no recuerdo mal; no fueron muy creativos en el título… Efervescencia creativa, renovación formal, oxígeno juvenil para una poesía con el músculo anquilosado, animar una poética tullida por el realismo… Acercamiento al folklore, que se escribía entonces así, con K -¿o ya no se dice ca?-. Rodríguez Marín, Antonio Machado Álvarez, Demófilo y padre del poeta universal –para muchos el único Machado-… Colosal primer tercio de siglo español del siglo XX.
    Carlos Edmundo, si no me falla la memoria, se marcha de España a Francia a mediados de los cincuenta y no volverá a vivir en la tierra que lo vio nacer. Vino de paso, creo. Anduvo por su Cádiz. Creí leer en algún sitio que cedió toda su creación, que la mandó guardar, que sabrán de ella quienes vivan en el 22…
    Pues sí, todo esto… Miro por curiosidad a ver si la Wikipedia dice algo de él. Sí, algo dice… Veo que en Internet se puede leer un rato sobre él, sobre su obra…

            Cuando un padre afligido
            le dice a su hijo acuéstate pequeño
            y duérmete seguido
            es que quiere a la par hacerse dueño
            del hijo y de su sueño.

    Duerme, duerme, Carlos Edmundo… duerme ya.

23 de noviembre de 2010

Estoy de viaje. Ahora vengo...

    Vivir es ver volver, afirmaba el escritor de Monóvar. El sufrimiento es una cara realidad ineluctable. El sufrimiento es epígrafe de un temario necesario -que no suficiente- para que toda persona se conforme. Leo del título de un libro que ignoro, El sufrimiento es inútil; no dispongo ahora de tiempo para él. Señora, en la trapería de la vida nada es inútil, todo puede aprovecharse; el reciclaje se impone. El descenso a la nada en la forma que sea: siendo sólo final de muerte, náusea, peste… presupone una subida necesaria. El tedio, la desesperanza, la acedia… son asentamientos a la puerta del infierno, lo asegura San Isidoro de Sevilla que sabía mucho de estas rutas crudas de la existencia. Es el status viatoris… Las vidas son los ríos…
    Vivir es ver volver, afirmaba Azorín. El creador, un loco, un maldito… Desconoce los senderos y las veredas hasta de su propia obra. Ignora la explicación de su creación y la realidad, que es parte de su mismidad, que es ser creador. El dolor delata la enfermedad física, casi siempre. El sufrimiento es una realidad insoslayable. Dalí, como era un genio con orejas sobresalientes, se ponía pinzas de la ropa en ellas para sentir lo bien que se hallaba al quitárselas: no se olvide que Dalí era un genio, un artista… Si lo hubiera hecho otro cualquiera de mi calle, por muy orejones que fuere…, sería un imbécil de libro, un masoca, y si jaenero, además, un gilipollas.
    Vivir es ver volver, afirmaba José Martínez Ruiz.

14 de noviembre de 2010

Veritas est in puteo.

    Hace no recuerdo cuántos años, asistí a la disputa intelectual entre un conocido crítico literario y un importante poeta español. El motivo de la discusión no era otro que la prevalencia entre la vida y la obra, literaria en aquel caso, la  mayor importancia de la realidad ante la ficción. Cada menda defendió su postura, explicó sus posiciones. Asistí sin participar. Callaba. Hoy escribo estas líneas para explicar que este blog está vivo, sigue en la vida, de parte de la creación verdadera…, pero ya lo escribió Demócrito: Veritas est in puteo. La vida se impuso durante unas semanas con una violencia que sólo ella sabe desatar. VALE.

9 de octubre de 2010

¿Vargas... qué?

    Me preguntan qué opino sobre el Nobel de Vargas Llosa –no me atrevo a llamarlo Mario, sería impertinente por mi parte; mi Mario es el muerto de las Cinco horas-. Nada. No tengo nada que opinar. ¿Por qué tendría yo que meter el cuezo en este potaje? Sólo lo suyo  paera la ocasión: felicidades al premiado y buen viaje a todos. Me alegro con el bien y la alegría de los demás. Indeseable que nos mueva la envidia. Pregunto a algún próximo sobre la obra del arquitecto peruano: ¿Vargas Llosa? Repiten. Ignoran quién es. La necesidad es mucha y no siempre la cultura está entre lo más urgente. Huelga, por mi parte, el escándalo. También hay quienes desconocen quién es Lionel Messi.

3 de octubre de 2010

Me da, por favor, billete de Macondo a casa…

    Abandono Macondo esta vez en tren. Las torrenciales lluvias de la selva han tenido impracticables las vías durante semanas: inmensos caracoles que por ellas iban amenazaban con hacer descarrilar a los trenes. Hoy, sin embargo, sin lluvia ya, dejo el pueblo y a sus habitantes, rodeado de un suave perfume que trae el rocío del amanecer. Temo un turbión inclemente de pétalos, porque ayer por la noche, al decir que me marcharía al alba, empezaron a envolverme mariposas de varios colores, incluidas unas rojas que no vi nunca antes en casa de los Buendía. Úrsula me lo comentó.
    Me marcho con pena. Tan amable como desconcertante me resultó mi visita esta vez a Macondo. Sería una provocación impertinente por mi parte la pretensión de levantar novedad alguna sobre cualquier extremo del pueblo, de la obra, de su autor. Me contenté con mirarlo todo de nuevo. Si en todo ello no hubo descubrimiento novedoso, en mí, desconozco el motivo, surgieron relaciones extrañas con libros que antes de esta visita no había leído. Lo tengo encima de la mesa, lo subí a caso hecho. Cormac McCarthy, Meridiano de sangre. Lo releo por encima y no veo nada en común, no logro, de forma racional hallar dónde están las confluencias de estilos, de temas, de algo…
    A Faulkner lo tengo omnipresente y este paseo por Macondo, esta vez, me lleva en un TALGO, camino de San Fernando-Naval, a un Tercio de Armada, donde en medio de un mundo surrealista, leo El villorio, La ciudad y La mansión… Sí, la Bahía de Cádiz al fondo, me lo anunció Pedro Antonio Urbina… Me traje el silencio de los tristes y solitarios esteros que se contemplan desde el cuartel. Esta vez, en esta visita a Macondo, paso por Yoknapatawpha County, camino de San Fernando, con parada y fonda en casa. Va y vienen ideas del libro que Ángel Esteban publicó el año pasado y que leí en el campo, De Gabo a Mario.
    Me asombra este siglo de soledad, cuando medito sobre el tratamiento del espacio y el tiempo. Las vidas y los sucesos de los que se narra se alargan o fruncen más acá y más allá de lo fácilmente imaginable, más allá, creo, de la phisis, es decir: la obra se convierte en pura metafísica vestida de intrahistoria. Insisto en esos párrafos interminables la prosa se enrosca y retuerce como una sierpe, en medio de una selva inextricable.
    Todo se mece al compás de unos párrafos desmedidos, en unas oraciones ingentes, en una adjetivación insolente. Los personajes se estiran como el tiempo y el espacio, lo hacen físicamente, vitalmente, al compás irregular del agua que sube o baja de la ciénaga, según se abran o cierren ciertas flores ocultas en la floresta de la selva. Así Remedios, la bella, es sólo un olor que no cumple años; ella, como el coronel Aureliano Buendía, respiran por las branquias de sus peces de oro. Ella, la bella Remedios, no era de este mundo, como no lo son los Buendía. Todo parece adquirir extrañas formas y surgir de alambicados mecanismos, pensados en alguna de las habitaciones cerradas de los Buendía, y así todo cobra cabal sentido en bailes y ritmos que se mecen en melodías aparentemente excéntricas y en renglones impares.
    Es presunción grotesca decir algo nuevo, siendo ignaro en la materia, sobre esta soledad de siglos publicada en 1967, cuando apenas pasaba yo de la cartilla a la primera de las Álvarez… Aquí sigo, como los Buendía, con la misma obsesión que ellos, tejiendo y destejiendo, fundiendo peces para seguir haciendo más peces, los mismos peces.
    Ya digo, me bajo aquí, a la altura de un folio, en casa… El tren continúa viaje. Quizá vuelva a Macondo, ¿cómo saberlo o es que mi casa está en algún lugar parecido a Macondo?

28 de septiembre de 2010

Blanco de sábanas

Ella

Blanco de sábanas. Luz de alba. Hedor a pipí seco. Oscuridad de persianas bajadas. Azul del techo. Ruidos. Recuerdo de verde... Música y voces lejanas. Quejidos próximos. Marrón de memoria. Oscuridad. Vago temor de fondo. La mano... a la cabeza. El pelo muy tupido. Rostros. Una costura del camisón se clava en la espalda. Desazón. Contracción del rostro. Las cejas foscas, hundidos los ojos. Gesto de aparente pesadumbre. Pelo. Más luz de amanecer. Más ruidos de tripas. Hambre. Escozor en la entrepierna y los muslos. Ronquidos. Un cubo arrastrado por un pasillo. Una silla de ruedas. Inmovilidad. Olor a heces. Un ojo cerrado, el otro abierto. Mirada de soslayo. Frío bajo las sábanas. Viene el día. Hora del aseo. Mansito, mansito... un eco. Nombres que son voces sin rostro. La colcha caída en el suelo. La mente, oscura de ordinario, se ilumina unos segundos al vaivén de estímulos exteriores. Humedad entre las piernas. Silencio interior sin fin. Un fluorescente que se enciende. Una voz conocida, insignificante. Un giro de la cabeza. La persiana se levanta. La luz del día lo inunda todo. Gruñidos en la cama contigua. Nada habla. Jadeos. Inmovilidad. Esperar a después es nunca. La esponja húmeda contra el rostro. Los ojos cerrados. Olor indefinible: entre apulgarado y jabón. Los ojos cerrados. Uno se abre y se pierde fijado, inútil, en la superficie brillante de la puerta del armario. Un nombre, el suyo, un final reconocible, reconocido:
Ola...
Ni una mueca por respuesta. Ningún gesto. La voz no estimula. Giro sobre sí. Destapada. Unas manos le presionan las piernas. No hay ternura en los modos, en el tono de voz... Alguien dice algo ininteligible en la otra cama. La tocan. Abajo. Le escuece... Voz de enfado. Huele mal.
¡Vaya una marrana cómo se ha puesto! ¡Y anda que no pesa!
(Silencio).
¿Tienes hambre?
(Silencio).
La mirada perdida. Otra voz en la habitación.
Hola... Buenos días...
— Buenos días... Menudas horas de llegar. ¿Qué ha pasado?
— Si te lo cuento no te lo crees...
Girarse sobre sí. Abrir un ojo. Mirada de través. Voz, hablar, conversación, nada. Ruidos. Querer decir y, sin embargo, silencio, largo y feroz silencio de antes del comienzo del mundo. Nada.
—... cagao...
— Pues tampoco es novedad... ¿A ver qué vas a hacer?
Esa voz distinta. Misericordia, caridad, comprensión. Una esponja la frota. Limpiar. Una crema. Escuece. Mejor, mucho mejor. Colonia, colonia impregnada en otra esponja. Por la cara, el cuello. Limpio. Perfume cotidiano. Olor a yo difuso. La luz del día por la ventana. Quejas
en la otra cama. Mansito, mansito... Incorporarse. Los brazos fláccidos. El derecho atrás, colgando, sin fuerza... Las piernas no ayudan. Cambiar el camisón por un vestido. El torso al aire. Hace frío. Las manos tapan los ojos.
¡Haz algo, hija, por ayudar!
Los ojos cerrados. Las manos sobre la cara. Las zapatillas en los pies. La silla de ruedas. Olor a colonia y a desayuno. Un peine. Una mano. Le tocan la cabeza. La peinan. Las manos cruzadas en el regazo. Las zapatillas. Los pies colgados, dejados atrás. La cabeza gacha. La mirada en sus manos.
Échame una mano con Juana...
¡Graahh!
— ¡Lo sé, lo sé!
Otro chillido extrahumano. Muy potente. Se gira. Mira. Ruidos...
— ¿Qué sucede? –pregunta una monja desde la puerta.
— Ya sabe usted, hermana, cómo se pone la Juana cuando no evacua... Mire cómo tiene el vientre...
La mano le ha pasado la monja sobre la cabeza al pasar para ver a Juana. No, el pelo no... Se lo frota ella. Torpe, sin tino, sin armonía.
Pues lo que hay que hacer es ponerle un supositorio y si ves... –palpa– ¡Pero dura que tiene la tripa! Si ves que no..., la llevas a la enfermería después del desayuno.
La monja se dirige a ella. La saluda. Le pregunta... Silencio de sepultada en vida. La mano de la monja otra vez al pelo. De nuevo la misma operación.
Hija, Lola, no te hagas eso, que te acabo de peinar...
Vuelta a pasarle el cepillo por el pelo...
— No le gusta que le toquen la cabeza –aclara la voz amable.
— ¡Pues no tiene teclas la señorita...! –asevera rigurosa la otra voz.
No mira, no habla, no responde. Calla. El codo apoyado sobre el brazo de la silla de ruedas. Saca la lengua, quebrada, blanquecina. El pulgar de la mano derecha a la mejilla. Se aprieta. Abre su ojo izquierdo. Mirada trasversal. La ventana, luz, jardín, verde... nada. Lejos y oscuro en su cerebro. La cabeza sobre el hombro derecho. Lento movimiento del brazo izquierdo llevado al regazo. La silla se mueve. Más sillas en el pasillo. Un viejo sin dientes apoyado en la pared la saluda. No lo mira. No lo reconoce. Él sabe cuál es su nombre: ella no sabe quién es ella. El pasillo se acerca, se acerca... La puerta se viene encima, está abierta... El vestíbulo ante los ascensores. Más sillas, más gente. No los conoce. No se sabe ella. Olor de desayuno para muchos. Denso, dulzón, incrustado a las ropas, a las paredes, al ascensor en que la montan. Voces, quejidos, gruñidos. Palabras que no se articulan. Sonidos que no se entienden. El ruido del ascensor en movimiento. La puerta se abre. Más olor de desayuno para todos. Más denso ahora aún. Se mueve. La silla la lleva. El pasillo se achica. Las paredes se acercan, se alejan. Una ventana. Verde de un árbol azotado por el viento. Lluvia. Sensación de frío. Tirones de la rebeca. El pasillo. Más carros. Las mesas. El desayuno. Gritos entre silencios enconados. Fiero mutismo. Su sitio, su mesa... Un sitio, una mesa... Ningún sitio, ninguna mesa. Tragar, parar, tragar, parar, tragar... No mastica. Pastillas. Varios colores de patillas: blancas, azules, rojas... Ruidos de cucharas contra las tazas. Más pastillas. Muchas pastillas en todas las mesas de todos los colores. Voces. Quejas. Un vaso que cae al suelo y se rompe hecho añicos. El agua fuera, contra la ventana, golpea los cristales. El viento pega una bolsa de plástico durante unos segundos contra la ventana. Blanco y verde. Lo mira, lo ve. Parece que sonríe. Vuelve a su posición. La cabeza inclinada sobre el hombro derecho. La mano en la mejilla. El pulgar presiona el moflete caído, rugoso, oscuro, marcado por la tenacidad de tantos años apretando. Dormita. La silla se pone en movimiento. La incorporan. Cruza el pasillo. La sientan. Se queja.
— ¿Y ahora qué tripa se te ha roto?
— Quiere ver la ventana. Loli, quiere ver la ventana... –afirma una voz gangosa, extemporánea, discordante.
— Pues vamos a sentarnos allí, entonces.
La incorporan de nuevo. Las piernas torpes se arrastran. Un paso, otro pasito y otro. La ventana. El agua. La luz. La luz artificial encendida. El viento. Los árboles mecidos por el viento. Vagos recuerdos quizás de otras ventanas, de otros árboles, de otras lluvias y otros vientos. Palmeras. No son las diez y parecen las cuatro. El tiempo no existe. El día se oscurece. La lluvia arrecia, el viento se cuela por alguna rendija y silba. No hace frío. Posa su mano sobre el radiador. No tiene frío. Le dan un muñeco. Alguien grita desagradablemente próximo a ella. No mira. No dice nada. La ventana. La muñeca en el regazo. Taconeos firmes, pisadas de gente extraña. Levanta la cara. No reconoce a nadie. Dos hombres, dos mujeres que son nadie.
— Allí está –dice, señalando a un rincón uno de los caballeros.
Las dos parejas se acercan a una vieja atada a un sillón. Doblada sobre la cintura. Silba el viento. Consumida. Se oye un portazo lejano. Pura piel y hueso. Una de las señoras se gira sobre sí y contempla una sala del infierno dantesco. Arruga el entrecejo con evidente gesto de desagrado. Hablan a la vieja que se incorpora y se vuelve a dejar caer.
— Mamá –dice el caballero que la vio primero–. Mamá –insiste, queriendo levantarle la cara tirando de la barbilla.
Un grito desgarrador desde una esquina. Un viejo. Otro pálido pellejo desdentado y huesudo. Un hombre de pies desmesurados. Un viejo que debió ser un hombre grandón. Otro grito del viejo. La baba le cae en la cazadora que lleva y en la bufanda.
— ¡Qué desagradable, por Dios! ¿Para qué harán falta estas criaturas en este mundo? –pregunta la señora del entrecejo fruncido sin dejar de observar al viejo, de mirar a los seres allí reunidos en estrafalario concilio.

El agua de la lluvia. Una enfermera, rubia de bote, moreno de playa. Sonriente. El viejo.
— ¿Qué te pasa, Andrés, por qué te pones así?
El viejo no responde. Ella mira sin entender nada. Muchos duermen. Muchos de los dormidos parecen muertos. Mejor muertos que vivos. Mejor bajo tierra que así. La vieja no reacciona. No reconoce al hijo, ni a la nuera, ni a los amigos de uno y otra. No sabe quiénes son. Mirar opaco con un fondo de tristeza y desconfianza. Los mira sin verlos. Elegantes. Zapatos italianos, bolsos italianos, trajes hechos a medida, modelos exclusivos las señoras. Se llevan al viejo. Apoyado en la enfermera, rubia y morena, avanza, dejando tras de sí un fétido olor a heces.
— ¡Qué horror, por Dios! ¿Os queda mucho? –y sin esperar respuesta–. Mejor os espero en el vestíbulo de abajo fumando un cigarrillo.
Sale decidida. Paso imperioso, joven, distinguido. Una señora la para en el pasillo. Los árboles se comban y amenazan algunas ramas con desgajarse. La vieja se ha inclinado sobre su regazo. Desinteresada. La cabeza casi oculta entre las piernas.
— Fue muy hermosa –explica el hijo a los amigos.
La vieja sigue ajena a la conversación. Casi todos los seres allí duermen, dormitan, roncan, babean, hacen muecas indescriptibles con sus labios. Muestran encías desdentadas. Sólo un viejo parece seguir con atención las palabras de los visitantes. Asiente, niega, parece pensar algo que resulta especialmente prolijo, profundo... La señora que está de visita, por congraciarse, le sonríe y el viejo devuelve la sonrisa.
— ¿Qué tal? –pregunta ella por hacer la gracia completa.
— ¿Qué tal? –repite el viejo.
— Muy bien –contesta ella.
— Muy bien –repite por imitación el viejo.
Ella confundida mira hacia una de las ventanas. Una mujer tiene una muñeca en el regazo. Emite sonidos.
— Parece que Dios no ha pasado por aquí –afirma el caballero que lleva una gabardina sobre los hombros.
— Cierto. Iba de paso, pero se quedó.
Repentino resplandor de un relámpago. Un trueno próximo. Despedida apresurada de los visitantes. Al pasar junto a la mujer de la muñeca oye que aquélla le canta mansito, mansito...

Aviso para el visitante

En El trastero, una solapa de este blog, me gustaría meter un poquito de todo. De momento da cobijo a una entrevista que colgó un amigo y ahora a un cuento que escribí hace unos años... La protagonista -obvio se me antoja- no pudo nunca leerlo. Lo ignoró siempre. No se sabía ella. Cuando lo subí el otro día, antes de guardarlo aquí, volvieron a mi presente sus olores, sus gestos, su mirada, su vida y el sentido que tenía para los demás, pues para ella carecía de para qué… Ya no está para quererla. Ya no está para querernos con su presencia ausente de ordinario. Y deseaba recordarla aquí…

21 de septiembre de 2010

El trilema del varón Münchhausen

    Se me hacen los dedos huéspedes. Imposible centrarse. Los perros jóvenes de muestra, cuando se les ve cazar, se observa cómo se van guiando por sus vientos, por su nariz.  Dependiendo de dónde les venga el efluvio de la pieza, así se mueven. De este modo, el novato, grácil, se vuelve, se gira, levanta el hocico, lo echa al suelo, insiste en la atocha, de nuevo vuelve sobre sí para volver así de nuevo sobre la misma atocha. Su recorrido se asemeja al dibujo del niño que caracolea con su lápiz sobre un pequeño espacio de papel. El perro viejo, la perra vieja no hacen así. El perro viejo pierde olfato; se guía más por su vista, su instinto y su experiencia. Los rastros tan falsos como frescos que se cruzan sobre el verdadero nada le dicen, no lo engañan, no lo confunden. Huele, parece, lo sabe, pero no es el camino certero y bueno. Si el pájaro está, permanece en lo sucio que no en lo limpio. Si el conejo se amaga, evita escurrirse. La perra vieja, el perro viejo lo saben. El perrillo joven aún sigue saltando sobre el rastro fresco que a nada conduce. El dueño mira jovial y comprensivo al cachorro. La perra vieja hace la muestra certera y definitiva. Sin margen de tolerancia: ahí está el pájaro.
    Hago propósito de perseguir determinados autores, libros concretos, ese tema que tanto me atrae. Imposible centrarse. Se me hacen huéspedes los dedos. Entre mis propios libros entro y me pierdo. ¿Hasta cuándo se es cachorro en esto de las pistas frescas, en estos rastros que uno tras otro se entrecruzan sin bifurcarse del todo? Vive Dios que es cierto, que testigos tengo: iba camino de Boccaccio, con García Márquez bajo el brazo y mirando con el ojo izquierdo a Hadot, Ejercicios espirituales y Filosofía Antigua. El Quijote de Francisco Rico me reclama a este lado de Sierra Morena… y termino paseándome en la Trilogía USA de John Dos Passos, no sin atravesar por Salinger –Seymur siempre me resultó agradable-, por Faulkner y por el no siempre amable Hemingway, con su mar, sus ligas de baseball y su viejo.
    Cuando era un adolescente, atracaba en su despacho a mi profesor de Literatura, catedrático de Instituto, que soportaba estoico mis impertinencias, mis preguntas, mis afanes, mi libreta, mis listas, mi lapicillo… ¿Qué buscaba? Buscaba el Santo Grial del lector, el canon perfecto, la famosa colección francesa de La Pléyade, de Editorial Gallimard, que, decían, cuadraba el círculo perfecto… Desde aquí doy, una vez más, las gracias a don Alfonso Sancho. Él, como el dueño del cachorro trotón, me citaba más y más libros, más y más autores, con la seguridad absoluta de que el círculo no tenía, ni tiene, cuadratura, como el campo no tiene puertas.
    Algún otro libro tengo de Bloom. Ignoré su canon. Asistí a la polémica. Quizá lo lea, no lo sé. Imposible centrarse.
    Tenía Alcalá Venceslada una biblioteca inmensa con unos techos altísimos. Muchas veces, me decía su hijo, entraba buscándolo y no lo veía en el sillón del despacho. Se hallaba sentado en la escalera alta que le permitía el acceso a las baldas de arriba. “Buscaba un libro, pero me he encontrado que…”. Buscaba un rastro, pero hallaba otro y allí, en lo alto de la escalera, se podía seguir leyendo, había otro tesorillo.
    Sé que dije que hablaría de Macondo… Llueven flores en el jardín de doña Úrsula… Cuando escampe, escribo sobre todo ello. De veras.

16 de septiembre de 2010

¿Qué hay de mis plantas?

    Quien habla solo espera hablar a Dios un día… Como verso dentro del Retrato  del maestro, bien está. Como punto de apoyo para dar un paso, para buscar lo necesario para paliar la indigencia humana en este barrio…, es pobre.
    Me arrimé a este blog también para conversar… Pedí ayuda. Pregunté qué les pasaba a mis dos hermosos jazmines que no echan flores (recibe el nombre de jazmín, la flor y la planta; a ésta algunos la llaman jazminero). Nadie me dijo nada. Nadie me dio noticia. Mi observación me lleva, me temo, tras pensarlo, a que les falta sol… En un blog donde se hable de Literatura, de Libros… debe caber casi de todo. En un lugar así se debieran de dar cita los saberes más alambicados y los más toscos, aún sin pulir, pues unos y otros conforman la vida toda, continua, una y única, irreversible, biográfica…
    Me resulta indeseable que muchos en esta sociedad -en su descalabro de valores- sólo promuevan realidades distraídas por ideas hedonistas y utilitaristas. Pregunto por el jazmín y me puedo quedar mirando mis plantas hasta metamorfosearme en un bicho repelente, negro, gordo, panzudo, solo,/ triste, cansado, pensativo y viejo. A mis jazmines les falta estar más soleados. Apostarlos al sur… Rechazo la conversación que intercambia artefactos de la índole que sean, pero instrumentales, que olvidan ostentosamente ridículos esos espacios existenciales donde sin alharacas se habla con la pareja o de la pareja, de libros, del dolor y el sufrimiento, del trabajo y de la felicidad, de las plantas y los animales... Umbral decía que Alonso, Dámaso, era el hombre que más sabía de versos y de güisqui de España: ahí hay mucha conversación de por medio, mucho libro y muchas letras que cortar…
    No, no quiero soliloquios. Por favor… ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña!

10 de septiembre de 2010

Una de libros-plancha... Sin bromas.

        Un tipo de Gainesville, Florida, lo sé porque lo he mirado en un mapa, dice que va a quemar coranes, como el barbero los libros de don Quijote. Es pastor como podía ser bombero en Lanzarote que, para el caso, tanto me da; sea escrito con respeto para pastores y bomberos. En el fondo, lo va a hacer por soberbia, por afán de notoriedad, por unas horas en las noticias -por estas letras que le dedico-, es decir, por pura necedad, porque a él le sale de una pistolita del calibre 40. Ahí está el tío, con cincuenta fieles, armando la de aquí-estoy-yo-con-dos-cojones. De momento, su irresponsabilidad, con el efecto mariposa, ha llevado a la muerte a una persona en Afganistán en las manifestaciones: otro, seguro, que bien bailaba. Contra esta especie de juez Lynch, con bigotazo, y un retrato de Bush sobre el sillón de su despacho hay  que ser sensatos: mandarle al cabo de puesto de la guardiacivil y que le diga lo que hay a este lado de la raya. Que de casi todo se harta uno y de poco puede fiarse. Que estos americanos, muchas veces, o se pasan o no llegan.

8 de septiembre de 2010

    Volver a Macondo…

    Me habla mi compañero y amigo José Alcántara. Me dice que desea que ya pase el calor, que prefiere el otoño, y añade: “El otoño se nos acompasa mejor a quienes estamos en esa estación de la vida”, poeta inevitable. Con mucho calor aún, tras la conversación, me asalta un bosque mullido y húmedo. Llovizna y niebla. Los contrastes de amarillos y ocres, el rojo del zumaque en el arranque del monte. Las setas repentinas de las laderas, las excursiones de rocío a los altos, el latido del podenco que husmea y caza en el barranco. En la nariz me da el olor dulzón del olivo que ardiera en la chimenea.
    Poco a poco se despide un verano en un jirón de nubes que amagan, pero indecisas se marchan sin rompen a llover. Estos tiempos de compás lento invitan a la tristeza. Difícil acertar con la indumentaria. Los olores de las ropas, ellas en sí, nos mudan a otros ámbitos y otros entonces. Aún el frío está ausente.
    Al final, después de meses ahí delante mismo, me decido. “Me pasearé por Macondo”, me digo entre melancólico y otoñal. La conversación de que hablo ahora es vieja. Puede que tenga casi 30 años. Charlaba de libros y lecturas con el poeta Carmelo Guillén Acosta. Comentaba él sobre la relectura y el libro aún desconocido, cerrado, virgen, por descubrir. Todavía no era tiempo para mí de releer nada. Tenía la sensación de estar yendo. Impulso que no he perdido. Me cuesta releer, salvo excepciones. Releo la poesía, releo hoy Cien años de soledad… Julián Marías comentaba cómo tantos libros defraudan en su relectura; películas que ilusionaron, en una segunda visión, aburren. Recuerdo con lástima lo padecido con Las aventuras de Shanti Andía de Baroja.
    «En cualquier caso el hombre –a diferencia del animal, cuya exis­tencia es la personificación del filisteísmo– es el eterno “Fausto”, la bestia cupidissima rerum novarum, el ser que no se conforma con la realidad que lo cerca, siempre deseoso de romper las barreras de su ser-así-aquí-y-ahora, aspirando siempre a trascender la realidad que lo rodea –incluida su propia realidad personal–», escribe Max Scheler. Bestia cupidissima rerum novarum. Un anhelo infinito en un espacio restringido, en un tiempo finito. Otra vez: ¿Clásicos o…? ¿Releer o…? Insisto, por favor: y, pongamos una y, no seamos excluyentes.
    Así pues, sacudo el polvo de una vieja amistad. Permanecía viva la onda expansiva del llamado boom cuando me hablaban de él ya en clase los profesores avezados. Vargas Llosa, García Márquez, Julio Cortázar… -¿para qué leer Rayuela con catorce años?-, Carlos Fuentes… ¿Qué me contaban estos escritores cuando yo era amigo de Baroja, de Unamuno, de Azorín, de Ramón…? ¿Y mi Lorenzo el cazador? “Es realismo mágico”. “¡Ah!: ¿un hierro de madera? Una mitología, una razón sobre la sinrazón”. Sea.
    Y me vuelvo a pasear de nuevo por Macondo. Leer a Pérez de Ayala, sobre todo a Miró, me helaba. García Márquez: Un folio al día. Escribía sólo un folio al día. Así, ahora, de nuevo, disfruto de una prosa sencilla que se talla a folio por jornada. El colombiano pareciera quizá echar las palabras en las retortas del laboratorio de José Arcadio Buendía y allí, perseverante, entre alambiques, buretas, retortas… de las mierdas de perro, que decía Úrsula, saca oro. Prosa sencilla. Palabras que se ayuntaron por primera vez para dar una mirada flamante a la realidad, para poner luces nuevas que ahora disfruto mientras me paseo, otoñal, relector, por estas calles de Macondo. 

2 de septiembre de 2010

Lo que no es tradición es plagio


        Meterse en un jardín donde a uno nadie lo llamó ni tácita ni explícitamente, me consta, a veces, genera complicaciones. El primer delito en mi vida al que supe ponerle nombre y apellido fue al allanamiento de morada. Me encantaba meterme donde podía: a coger fruta, para recoger flores, a investigar en casas abandonadas, a cortar ramas para hacer flechas y arcos, o sencillamente, y en sentido amplio, a buscar algo… El aviso de mi padre era tajante: “Te condenará el juez por allanamiento de morada”. Mucho me temo que no sabía yo qué coño sería eso: ese significante no generaba en mí significado alguno. Lo de allanar no lo entendía, porque yollano no dejaba nada y morada, lo que se dice morada…, no eran los espacios en los que yo me colaba… En fin, la vida. Que aquí estoy otra vez haciendo filigranas en el borde de la tapia y viendo el modo de colarme en el solar vedado, donde poder hallar algo. Mientras, tengo un ojo en el portón de la calle por donde puede entrar el dueño y otro en el burladero de la tapia por donde saltar rápido al huidero.
         En este caso ha sido mi amigo Blumm, Desoxido, quien me ha escrito: “Vamos a un chalé que tiene un señor que se llama Alberto Olmos. El sitio se llama Hikikomori”. ¡Que ya cuesta pronunciar! En mi época los chalés se llamaban El cortijilloVilla MargaritaDon Pedro,Casa Engracia…, más acorde, es cierto, con aquellos años, me temo. Pues no: Hikikomori. Detrás de la tapia puede haber un chino que sepa kunfú y nos hace la picha un lío; si fuera así, más vale que nos lleven al juez por allanamiento de morada o de lo que sea…
         En el hermoso y generoso atardecer de agosto, Alberto -perdona el tuteo borbónico-falangista-, nos ha hablado de sus aventuras con los clásicos griegos y latinos, de sus reyertas, de sus gustos y disgustos al leerlos; de sus excursiones a las bibliotecas y las librerías donde halla a los autores actuales… El tema es viejo. Es más: el tema es una disputa, si se me permite, clásica. Nihil novum sub sole, afirma el Eclesiastés.
         Perdóname Alberto, pero la disyunción es un planteamiento que tenemos metido en la médula del hipotálamo y, siendo muy moderna, me temo que nos deja en la calle de Descartes. “Cerveza o vino”, me preguntan. “Primero regamos la plaza con cerveza –contesto-; después, la asentamos con un vino. Cerveza y vino”. Mejor la conjunción.
         Otra imposición de la modernidad son las fórmulas de obligación ineludible: hay que, debemos, tenemos que… y que, en muchos casos, son barricadas de pan mojado que se comen las palomas. Está bien que una editorial que publica clásicos griegos y latinos los publicite afirmando que no se puede andar de charleta con el anónimo autor de Mio Cid sin leer a Homero -¡que vete a saber quién era!-, pero de ahí a que uno no pueda, como tú afirmas que haces, campar por sus apetencias media un trecho. Faltaría más. Uno baja las escaleras como quiere.
         Permíteme que me pregunte, ¿es que hay que leer algo? ¿Qué es lo que se debiera leer de literatura?... Estas preguntas, me temo, sólo generan un ambiente de ansiedad que jode el pasodoble y no se disfruta. Imposible estar cogiendo albaricoques con un tío que me está gritando que tengo a los grises detrás de la, menos mal, alta tapia del hermoso huerto: verídico y con testigos. Bajarse y joderse las piernas en pantalón corto y saltar lo más lejos posible de donde estaba la poli… Javier Marías decía que nunca pudo terminar Crimen y Castigo y nadie creo que haya padecido por no haber leído El Quijote, la Ilíada… o el cantar de Mio Cid… y no escribas, ya que pasamos por aquí, Alberto, que la sangre está en formol:

por la loriga ayuso la sangre destellando
d'aquestos moros mato .xxxiiii.;
espada tajador, sangriento trae el braço,
por el cobdo ayuso la sangre destellando.

         Toda biblioteca es un proyecto de lectura: un cúmulo de buenas intenciones. En casa hay casi seiscientos libros esperando a ser leídos. ¿Cuándo y cómo y…? La pregunta capital en mi caso es PARA QUÉ… ¿Tú para qué lees? ¿Para opinar? ¿De veras? Ramón pedía que sus obras estuvieran en el museo de arte prehistórico, para que fueran indiscutibles… Sí, lo actual es opinable ¿y respetable acaso esa opinión? ¿Acaso no lo antiguo y lo clásico y lo vedado…?
         Mi ruta es sencilla, a lo peor simple. Leo lo que me interesa. Lo que interpreto como bueno, lo que me aconsejó en quien confío. Evito la lectura de lo desconocido: mi tiempo es mi vida. Leo y disfruto y aprendo y todo ello para ser feliz, cosa de ingleses, dicen, y para hacer felices a los demás… Mientras… también cuido de mis plantas. El jazminero sigue sin dar apenas jazmines este verano, ¿alguien sabe por qué?